lunes, 28 de julio de 2025

DÍA 21. MANTES-LA-VILLE - PARÍS (132,3 KM)

Después de las fotos y el paseo, el pelotón entró en París bajo un ambiente borrascoso. Se dieron las vueltas preceptivas a los Campos Elíseos y después se entró en el nuevo circuito, con la subida a Montmartre. El Tour no iba a ser menos que los Juegos Olímpicos. A decir verdad, no me di cuenta de que los tiempos ya se habían tomado, lo que me hizo disfrutar más de ese circuito final, disputado por algunos a sangre y fuego. Algunos corredores demostraron estar por encima de la carrera que disputaban. Arriesgaron en cada curva, aunque la bicicleta diese unos botes tremendos sobre los adoquines. Hicieron las tres subidas a la colina de Montmartre con mucha intensidad, como si fuese una clásica, como si no hubiese una clasificación general en juego (en realidad, ya no la había). Borraron un poco el mal sabor de boca de los últimos días. En el fondo, fue un poco como un criterium, al no haber tiempos, debido a la lluvia. 

¿Quién decidió que todavía había espacio para el juego? Un grupo reducido de corredores. Por delante se formó una selección con Wout van Aert, Matteo Jorgenson, Matteo Trentin, Davide Ballerini, Matej Mohorič (al que no se le había visto hasta el momento, pero al que le gusta el riesgo) y, sobre todo, Tadej Pogačar. La presencia y la actitud del maillot amarillo fueron, una vez más, dignas de elogio. Se la jugó en cada curva e intentó seleccionar en cada ascensión a Montmartre, quizá para revertir algún artículo en su contra en el Pravda del Tour. Pero, finalmente, encontró alguien más fuerte que él: en la última ascensión, Wout van Aert consiguió doblegar a Pogačar, lanzándose en un descenso rapidísimo hasta meta. Wout van Aert conseguía de esta manera su décima etapa en el Tour, su segunda en los Campos Elíseos, pero este año con un nuevo circuito: una victoria merecida, que demuestra que es el más resistente en los recorridos clásicos con los esfuerzos acumulados. Una etapa en un lugar icónico, al igual que la conseguida en Siena en el Giro. 


El momento en el que van Aert suelta a Pogačar. (foto de Bernard Papon y Etienne Garnier)

La mejor forma de terminar una gran vuelta. 

El Tour ha finalizado. La impresión general es que no ha sido un Tour demasiado bueno. Sin embargo, ha sido un Tour muy rápido, el más rápido de la historia (43,389 km/h). Esa media puede explicar el final de Tour anticlimático, con los corredores ya sin fuerzas. En realidad, no ha habido tantos días de descanso activo como en otras ediciones: la etapa de Dunkerque, la etapa de Laval y la etapa de Valence, como mucho. En cambio, el año pasado, sin ir más lejos, hubo al menos siete etapas de este tipo, todas las que finalizaron al sprint. La primera semana planteada este año ha sido muy movida, con varias etapas disputadas al modo de una clásica (Boulogne-sur-mer, Rouen) o como una etapa de llano realmente disputada (Châteauroux), lo que ha condicionado la altísima velocidad vivida. Las etapas de la fuga también se han disputado a fuego (Vire Normandie, Toulouse, Carcassonne, Pontarlier), mientras que lo peor de este Tour han sido las dos etapas de montaña de la última semana (Col de la Loze, La Plagne). 

El mismo pódium que en Dauphiné. La quinta ocasión consecutiva en que Pogačar y Vingegaard hacen primero o segundo. 


Los traslados ha sido otro de los elementos negativos de este Tour. No es algo único de este Tour, sino algo común de las grandes vueltas actuales, que desean convertir al pelotón en agentes activos de la promoción turística. De ahí las retransmisiones íntegras y las etapas cortas, dos elementos que van de la mano. En su día, los ciclistas alzaron la voz contra los traslados y ahora no han sido bien recibidas por parte de la organización las quejas en ese sentido, teniendo como respuesta ataques duros por parte de los medios de comunicación afines. 

Uno de los elementos que me ha resultado más aborrecibles de este Tour ha sido el bombo mediático generado. Los periodistas han vuelto a tomar las líneas de meta con las mismas ganas de presionar e incomodar al ciclista, sin aliento tras acabar las etapas, que tenían los esbirros del puto García y del cateto De la Morena. La única diferencia de aquellos años de periodistas endiosados y los de ahora es que en la actualidad se estila más otro acercamiento, más de lameculos o de falso amigo. En realidad, se ha sacado punta a toda declaración, pasando estas a unas redes sociales con ganas de descontextualizar y apuntarse al drama para ganar followers. También es verdad que algunos ciclistas, espoleados por sus equipos de comunicación, pensaron en la primera semana que podrían ganar la carrera en los medios, y luego han tenido que echar marcha atrás. En realidad ha sido un ambiente asqueroso, asfixiante y que dificulta, la mayor parte de las veces, ver la belleza de la competición. 

En cuanto a la competición, podría hablarse de la falta de emoción. El pódium ha sido el mismo que en la pasada Dauphiné, no ha habido sorpresas. Pogačar consiguió sacar su diferencia en tres días: la crono de Caen, la etapa de Hautacam y, en menor medida, la de Peyragudes. Vingegaard dio la impresión de estar a su nivel en el Ventoux, pero luego, en la última semana, también demostró no estar con las mejores piernas. Por su parte, Lipowitz ha sido la sorpresa del Tour. Ha demostrado ser un corredor que aguanta bien las tres semanas, pero no va a sustituir a los otros dos en un futuro, en primer lugar porque tiene tan solo dos años menos que Pogačar. Las sorpresas más positivas han sido las de Onley, Gall, Vauquelin, Tobias Johannessen y Healy. Es verdad que han acabado a un mundo de los dos primeros, pero siempre han estado ahí, sin un mal día (salvo el del jamacuco de Tobias Johannessen en el Ventoux). En particular, Healy hizo una primera parte del Tour al ataque, y una segunda a conservar su posición. También ha sido un gran Tour el de Thymen Arensman. 

Onley, una de las grandes notas positivas de este Tour. 


Lo que sí necesita un cambio es la clasificación por puntos. Los sprints en esta edición han sido pocos y no muy allá, habiendo conseguido Milan ese maillot en los sprints intermedios. En estos siempre dio la impresión de poca disputa: Girmay y Turgis se conformaban con hacer puesto, nunca intentaron inquietar de verdad a Milan. Ha sido una clasificación desvirtuada y penosa, en la que todos los sprints en días difíciles estaban colocados en los primeros kilómetros, para facilitar las cosas. Debería otorgarse la misma puntuación a todas las etapas, para que sea una clasificación por puntos de verdad, y rebajar la puntuación de las metas volantes, pero eso es una batalla perdida. 

En fin, acaba un Tour con una sensación de hastío general, incluso entre los propios ciclistas. Pogačar ha ganado su cuarto Tour, pero ha tenido una última semana discreta, alejada de sus parámetros de dominación habitual. Parece que ha acabado cansado de todo el ambiente, de todas las insinuaciones y comentarios, y ha dejado caer que quizá no vuelva. Abriría la puerta a más sorpresas, a carreras más abiertas, pero quizá también a carreras más maniatadas, menos imprevisibles. Más lentas también. 

A nivel personal, este año me planteé el Tour como una especie de reto: una crónica al día. Ha habido días complicados o con pocas ganas de escribir, pero lo he resuelto, llegando incluso con fuerzas al final. Ahora toca un tiempo de reposo largo, un periodo sin opinar y en el que tampoco quiero leer opiniones de nadie más. No creo que repita la experiencia en un futuro, pero dejo la puerta abierta. 

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