lunes, 29 de marzo de 2021

DEL GRITO A LA NÁUSEA

El espectador habitual, cansado ya de buscar lo insólito en el arte o en la propia vida, pero no así en el cómodo sucedáneo del deporte de sofá, puede sentirse saciado con este nuevo ciclismo, aunque se trate de un placer culpable. Depara giros inesperados, montañas rusas, cambios drásticos, todo golosinas para el pasivo devorador de espectáculo televisado. Así ha sucedido en este fin de semana flamenco, en el que Deceuninck - Quick Step ha mostrado dos caras de una misma moneda: el rostro desencajado por el grito triunfal, y el rostro, también desencajado, pero ahora por las náuseas.   

Fin de semana goyesco: del grito a la náusea.


En el Gran Premio E3 de Harelbeke, rebautizado como E3 Saxo Bank Classic, los peones de Lefevere ejecutaron una táctica de pizarra a la perfección. Sénéchal y Stybar sometieron a van der Poel a un marcaje al hombre que ni Scirea con Maradona, mientras por delante abría camino Kasper Asgreen. Básicamente es eso lo que se vio: un equipo de lobos desbocados y algo sobrexcitados, acorralando y debilitando a base de mordisquitos certeros a la presa del día, Mathieu van der Poel.  

Descripción gráfica de la E3 Harelbeke

Pero sin unas buenas patas, unas patas divinas, ya se puede ser buen discípulo de Helenio Herrera o Rinus Michels, que la cosa no acaba en victoria. Asgreen actuaba de zanahoria delante de un burro, haciendo camino, con una mezcla de potencia e indolencia, siempre con una diferencia no mayor de los treinta segundos, mientras por detrás van der Poel y van Aert se eclipsaban mutuamente, en esa pueril competición por ver quién tira más minutos o ver quién hace el demarraje más bestia.

La bestialidad vino claramente del campo del Deceuninck. Van Aert se inmoló en un ataque respondido por van der Poel en el Tiegemberg. A su rueda se pegó Stybar con bastante sufrimiento, formándose un grupo selecto con van der Poel, Stybar, Sénéchal, Van Avermaet y Naesen. Más tarde llegó van Baarle. Una vez cazado Asgreen a falta de 12 kilómetros, el trotón danés tomó un respiro a cola de grupo, hasta que volvió a demarrar a falta de 4,9, aprovechando una isleta. Y lo vieron ya en meta. Ataque y contraataque. Fíjense en todos los símiles que estoy extrayendo del mundo del fútbol. Y es que al fútbol y no a otra cosa me recuerdan esas celebraciones del Deceuninck, con gritos y abrazos incluidos. Esas celebraciones de las que algunos del equipo todavía no dominan el timing

El momento del ataque.
 

En cambio, la Gent - Wevelgem del domingo no fue un camino de rosas para el Deceuninck. Sí para van Aert, que conseguía así un triunfo en la clásica mejor posicionada (junto a la Amstel Gold Race) para ocupar ese puesto de sexto monumento, en caso de querer añadir un granito de arena a ese estéril debate. En el penúltimo paso por el Kemmelberg, Wout van Aert realizó el cribado. Le siguieron algunos buenos sprinters, como Bennett o Nizzolo, otros sprinters que no confían del todo en su punta de velocidad, como Colbrelli, van Poppel, Trentin y Matthews, un rodador como Küng e incluso un gregario, como Nathan Van Hooydonck.

Lo más insólito vino en los llanos que separan Ieper de Wevelgem, esa interminable recta azotada por el viento. Primero Danny van Poppel y más tarde Sam Bennett se descolgaron, pero el sprinter irlandés después de haber echado la pota en marcha. Lo que en inicio parecía un estornudo algo condimentado, al final resultó ser lo que les sucede a los grumetes en su primer día a bordo. Un pobre inmigrante irlandés lanza hasta la papilla en la cubierta de un barco con destino a Ellis Island.  ¿Síntoma de covid-19, por contacto con alguno de los equipos apartados en la salida, Trek - Segafredo y Bora - Hansgrohe? No parece el caso. ¿O simplemente algo que ha sentado mal, lo que sea? Sam Bennett llegó sin fuerzas, pero también hay que decir que las fuerzas del equipo no fueron las del viernes. Al sprint la victoria fue para Wout van Aert, con facilidad y por el centro. Una más. 

1º van Aert, 2º Nizzolo, 3º Trentin (@JumboVismaRoad)


En cuanto a la Volta a Catalunya, esta ha sido una vuelta al pasado, quizá para conmemorar el centenario. Un retroceso a un año impreciso entre 2015 y 2019, en el que Sky/Ineos montaba trenecitos y adormilaba pelotones, Sagan ganaba sprints, Valverde era la mejor baza española y Chavito era todavía un escalador prometedor. ¡Incluso el Euskaltel se ha sumado a la fiesta remember! Parecen haberse recuperado los noventa, con ese ritmo de Dennis en subida, digno de la música makina, y con ese triplete con tanto sabor a Gewiss o Mapei - Quick Step. En realidad ha habido lucha todos los días, pero ha faltado la dupla eslovena que condiciona en los últimos dos años las carreras. La astucia de De Gendt, corredor siempre eterno, ha servido para acrecentar la sensación de dejà vu de esta Volta. 

"Que no estaba muerto, no, no, que estaba tomando cañas..." (@VoltaCatalunya)


Ineos presentaba un equipo arrollador, aunque la presencia fantasmal de Froome, arrastrándose como un alma en pena, fuese un buen memento mori de lo que les espera de abandonar el equipo. Adam Yates, Richie Porte y Geraint Thomas, con la hábil aportación de Carapaz,  han reverdecido un 2015 eterno, con subidas a tren y sin apenas ataques (solo Chaves ha osado hacerlo). En realidad, la solvencia de Adam Yates como escalador ha dado un poco de miedo. Vestido ahora de negro, parece que quiera disputarle el puesto de mejor hermano a su gemelo. No en vano, al principio parecía mejor Adam. Solamente Lennard Kämna, Andreas Kron y en menor medida Thymen Arensman, Sylvain Moniquet y Clément Champoussin han aportado algo de aire fresco a una Volta un tanto apolillada, en la que a algunos ya se les ha puesto cara de viejas promesas. 

Despertando en 2015.

 

En la Itzulia, los eslovenos volverán a despertarnos de este sueño cíclico.


domingo, 21 de marzo de 2021

SUEÑOS ROTOS

En ciertas ocasiones no hay mayor placer que el de ver las expectativas defraudadas, sobre todo si ello comporta dar un espacio a la sorpresa. La victoria de Jasper Stuyven ha tenido el mismo efecto que un vuelco electoral inesperado o un buen giro de guion, pues la propaganda dominante llevaba insistiendo desde el inicio de la temporada en un triunfo cantado para uno de los miembros de la tríada del ciclismo actual, Alaphilippe, van der Poel o van Aert. La realidad a veces es tozuda y no se acopla a los sueños de grandeza periodísticos.

No es que Stuyven sea un desconocido, ni mucho menos. El aficionado de verdad lo conoce (quizá en el Marca no). Es de los que siempre están ahí, con pocos pero buenos triunfos, como una Kuurne - Bruselas - Kuurne (ganada de forma magistral) y una Omloop Het Nieuwsblad. Representa la típica estampa de ciclista flamenco, un bulldog rocoso y atacante, potente y rápido. No se trata de un don nadie. Sin embargo, los acontecimientos han sido aciagos para los que ya tenían preparado el titular. Pero por fortuna el ciclismo no es un Madrid-Barça, en el que como mucho tenga cabida un Atlético de Madrid vitaminado: suele haber más de veinte ciclistas con opciones reales de victoria y la cosa no se dilucida entre A o B. Mi placer no viene de la derrota de nadie, faltaría más, sino de la demostración de que una carrera como la Milán - Sanremo está por encima de los ciclistas que inscriben su nombre en su palmarés. Da igual que haya ganado este o aquel, el prestigio de la carrera no se ve resentido, sino acrecentado.
 
Pero más allá del ganador, esta ha sido una edición especial porque el aficionado ha tenido la oportunidad de comprobar la monstruosidad de esta prueba, que todavía une las dos ciudades que forman parte de su nombre. Siete horazas de retransmisión dignas de un documental de Claude Lanzmann o de una película de Béla Tarr, en las que no ha pasado nada especial, nada que se saliera de un guion más o menos marcado, pero que han permitido comprobar de primera mano todo el tiempo y energías consumidos con anterioridad a los fuegos artificiales finales. 
 
Para algunos, las siete horas de retransmisión.

 
Una vez el pelotón abandonó la capital lombarda, con su Castello Sforzesco, su Duomo, sus racascielos y su Torre Velasca, se formó la habitual fuga consentida, con representantes de los equipos invitados, más alguno de Movistar y Trek. Entre ellos, el siempre presente Alessandro Tonelli. Los escapados y el pelotón discurrían con aparente tranquilidad por las largas rectas paralelas al Naviglio, pasando por Pavía y Tortona, todavía dormidas en una plácida bruma caldeada por el sol, antes de que la carrera se adentrase en un terreno ligeramente ondulado, previo al ascenso al Giovo. En la cara norte de esta subida casi imperceptible, el paisaje era más desolado, con árboles caducos y laderas peladas. Los escapados coronaron y el descenso fue fulminante, visto y no visto, casi en picado hasta el mar. Entonces comenzó la ya habitual ruta serpenteante, entre las montañas que dan al mar, subiendo y bajando de forma suave, atravesando localidades muy parecidas entre sí, con sus iglesias barrocas encajonadas entre barrios apiñados y sus edificios setenteros al borde de la carretera, salpicados de diminutas gasolineras de Agip aquí y allá, hasta alcanzar por fin el terreno de los invernaderos de flores, algunos ya convertidos en escombro.   

El grupo de escapados en la llanura (via @Milano_Sanremo)


 
La fuga murió a los pies de la Cipressa. Jumbo e Ineos comandaron la subida, sin movimientos, sin ataques. A pesar de sus declaraciones, Mathieu van der Poel iba a esperar. Sam Oomen y Luke Rowe encabezaron la subida a buen ritmo, con Wout van Aert asomando quizá demasiado (Oomen no le tapaba del todo el aire). El descenso fue tranquilo, sin incidentes. Estaba siendo una Sanremo un tanto anodina. 
 
En la transición hasta el Poggio todos los equipos fueron peleando la posición, como siempre suele suceder. Había habido un importante reagrupamiento, y Lotto, Bora, Ineos y demás luchaban por colocar a sus corredores antes de la rampa de lanzamiento que suele ser el Poggio. Ineos fue el equipo que ganó esta particular pelea por la "pole", marcando un ritmo muy fuerte por parte de Filippo Ganna durante el tramo inicial de la subida. Pensaban quizá en un posible ataque de Kwiatkowski que luego no se produjo. Entre medias del trenecito de Ineos, formado por Ganna, van Baarle, Pidcock y Kwiatkowski, se coló con astucia Caleb Ewan, colocado previamente por Tim Wellens. Mientras tranto, Mathieu van der Poel empezaba la subida mal colocado, teniendo que remontar posiciones, a pesar de que sus compañeros de equipo, en especial De Bondt, habían bregado lo suyo para dejarlo en buena posición.
 
El ataque fue del esperado, del de siempre, en el momento concreto: Julian Alaphilippe atacó en el lugar en el que todo el mundo sabía que lo iba a hacer, poco después de pasar la iglesia de Nostra Signora della Guardia, lugar donde se hacen las diferencias habitualmente. Pero esta vez no estaba poseído por el espíritu de Furlan y Fondriest, ni siquiera por el de Jalabert. Wout van Aert le había hecho un buen marcaje durante toda la subida, soldado completamente a su rueda, y no le dejó marchar. Inmediatamente se les unieron Maximilian Schachmann y Mathieu van der Poel, junto con Soren Kragh Andersen, Michael Matthews, Caleb Ewan, Jasper Stuyven, Tom Pidcock y Greg Van Avermaet. Van Aert intentó dar una prolongación al ataque, dando lugar a uno de los momentos más insólitos de la prueba: Caleb Ewan se puso a su lado, amagando incluso con atacar.
 
La subida del menudo sprinter australiano fue de las que dejan la boca abierta. No se descolgó más allá de la tercera posición en ningún momento. Desde Freire no se veía a un sprinter con un paso tan fácil por el Poggio, añadiendo en este caso el descaro de querer incluso atacar. Algo cuanto menos sorprendente, después de los problemas que pasó en la Tirreno, en la que abandonó desfondado en la tercera etapa. La recuperación, o lo que fuera, le había sentado de maravilla. 
 
Ewan entre la tríada (CorVos/Steephill, via @javigoros60)

 
En el paso por la cabina de teléfono, un primer grupo estaba conformado por Wout van Aert, Caleb Ewan, Mathieu van der Poel, Maximiliam Schachmann, Julian Alaphilippe, Soren Kragh Andersen, Tom Pidcock, Michael Matthews, Jasper Stuyven, Matteo Trentin y Greg Van Avermaet. A unos segundos de distancia pasaron Sonny Colbrelli y más tarde Anthony Turgis, Álex Aranburu, Michael Kwiatkowski y Peter Sagan. El último que entraría en el corte bueno sería Matej Mohoric, un especialista del descenso del Poggio.
 
Van Aert encabezó el descenso con afán contemporizador. A rueda llevaba al Pocket Rocket y temía llevarlo en carroza hasta el sprint. Realmente fue el empuje un poco temerario de Tom Pidcock el que impidió que por detrás entrase más gente. De todas formas, poco después de tomar la última curva del descenso, Pidcock se abrió, al ver que no había hecho diferencias con su bajada juguetona. 
 
Ese fue el momento. Cuando todos los favoritos se desplegaron a lo largo de la estrecha carretera como un abanico, Stuyven demarró por la banda. Fue un ataque demoledor, aprovechando el impulso de la última recta de bajada, antes de afrontar el corso Cavalotti. Por detrás todo fueron miradas, algún intento de Schachmann y Matthews de cogerlo, seguido de un parón. Saltó entonces Soren Kragh Andersen, que se unió con facilidad a Stuyven, que bajó con inteligencia un poco el ritmo, viendo que por detrás había parón. 
 
Recordando Kortrijk.

 
 
Se produjeron entonces tres suicidios, uno delante y dos detrás. Por delante, Soren Kragh Andersen realizó un lanzamiento en toda regla a Stuyven. Por detrás, primero Trentin y luego Alaphilippe recortaron mucho las distancias, dando la impresión de que en el sprint de via Roma podrían darle alcance. Aranburu había cogido la rueda buena de Alaphilippe, pero quedó encerrado en las vallas de la izquierda y reaccionó tarde. Van der Poel inició el sprint demasiado pronto, junto a Ewan y van Aert, pero no pudieron alcanzar a Stuyven. Este había conservado fuerzas para los últimos metros y sacó toda su fuerza de sprinter. Esos metros de diferencia con los que empezó la via Roma fueron decisivos, pero tampoco le comieron mucho terreno. Al final acabó imponiéndose por más de una bici, llevándose un triunfo que vale toda una carrera. El supersónico Ewan hizo segundo, por delante de van Aert. El cuarto puesto fue, una vez más, para un renacido Sagan, que lanzó el sprint más tarde y fue remontando por la derecha. Un Sagan que no contó con ayuda ni lanzamiento de Schachmann, quizá porque no se veía con confianza suficiente como para ganar. Una buena señal de cara a las clásicas que vienen. 

Como siempre, de los mejores sprints del año.


 
Así pues, una vez más la Milán - Sanremo ha deparado un espectáculo muy emocionante en sus últimos instantes, el final cardíaco de todos los años. Más allá de polémicas estériles sobre si esta o aquella carrera deben ser un monumento, la Milán - Sanremo ha vuelto a deslumbrar con un final clásico, que da todo y quita todo, en el que prima la incertidumbre y el desgaste. Quien no quiera visitar el Louvre simplemente puede no comprar la entrada. Aquí pasa lo mismo, a quien no le guste, que apague la tele.    
 
O que ponga Master Chef (vía @OutofCycling)

 

miércoles, 17 de marzo de 2021

BREVES APUNTES SOBRE UNA GRAN SEMANA Y MEDIA DE CICLISMO

Ha acabado la Tirreno - Adriatico sin sorpresas, con el resultado esperado. En el escenario espectral de esta localidad costera en temporada baja, apenas se han notado las restricciones de movimientos y la ausencia de público. Solo los habituales paseantes adormecidos, con perro o sin él, cruzaban a veces la calzada, en un ambiente habitualmente desapacible. Sí se ha notado, en cambio, la cada vez más parcheada ruta, en una Italia que parece no asfaltarse desde los tiempos de Torriani. Ya en lo deportivo, el único detalle insólito de la crono ha sido la no victoria de Filippo Ganna, que rompe así una racha personal. El triunfo ha sido para Wout van Aert, un corredor al que se le está poniendo cara de Merckx en vistas a su objetivo más inmediato, la Milán - Sanremo. Cuarto en la crono ha quedado el propio Pogacar, por detrás de tres especialistas que le sacan casi una cabeza, como van Aert, Küng y Ganna. Ha quedado a un segundo del campeón del mundo contra el crono: no necesitaba el esfuerzo, pero que se ha exprimido igualmente.

El ganador de una T-A con diferencias de gran vuelta

Termina así una semana y media de ciclismo muy intenso, en un arranque de la temporada en el que los grandes equipos no han desperdiciado oportunidades de lucimiento. Es quizá a lo que mueven estos tiempos tan inciertos. Sin el calor del acontecimiento inmediato, es interesante pararse a reflexionar sobre lo que han sido estas dos carreras memorables, especialmente la París-Niza, eclipsada por la legión de fans movilizados tras sus estrellas en liza en la Tirreno - Adriatico. El desarrollo de la carrera francesa ha sido más anodino que en otras ocasiones, pero su última jornada, con un giro de los acontecimientos para nada inusual en esta prueba, la ha redimido de pasar al olvido.

Algunas reflexiones

Primoz Roglic es un corredor con mala suerte, de eso no hay duda. No parece agraciado con ese don que permite a los grandes nombres sortear caídas e inconvenientes mecánicos. Su forma de correr se adapta a la perfección a los cánones del ciclismo promovido por Aso, lo que le impide acumular grandes diferencias. Está empujado a conseguir segundos aquí y allá, disputando siempre la victoria (y ahí está su virtud). Pero esas exiguas rentas que maneja se pueden volatilizar en un instante de mala suerte.  Por ello hay que dignificar su figura. Dos caídas y su aislamiento completo no fueron suficientes para imperdirle luchar hasta el final, incluso cuando ya se sabía que estaba todo perdido. 

Dauphiné 2020, Niza 2021

Los suyos, ahí está el problema. En Jumbo ha encontrado Roglic un buen acomodo, un equipo que ha confiado en él desde el principio. Pero la suma de prepotencia e improvisación que les caracteriza no parece ser la fórmula perfecta para evitar los malos días. En algunas ocasiones, las circunstancias de carrera pueden aliarse con ellos para salvar los muebles, como sucedió en la Vuelta de 2019. En otras impera la sensación de desbandada general, más si hay equipos rivales con interés en hacer daño. 

Los otros, ahí está la otra parte del problema. Bora-Hansgrohe se implicó en sacar tajada, primero de forma tímida y luego valiente, pero el equipo que puso más empeño fue Astana, con Vlasov tercero y Ion Izagirre que podía conseguir el tercer puesto. Había algo más detrás que el mero hecho de acceder al podium. Si bien la victoria de Roglic sobre Mäder no contó (a pesar de tantos y tantos defensores de esa mezcla de maquiavelismo y magnanimidad que ejemplifican en la edad de oro del ciclismo español), sí que lo hizo una cuenta pendiente entre ambos equipos. Una teoría plausible es que en Astana no olvidan la pequeña humillación padecida en la primera etapa del Tour pasado, cuando decidieron poner ritmo en un descenso peligroso y Jumbo (y los acontecimientos) ejercieron su parte de control. 

Por acabar con la París - Niza, hay que dar un justo reconocimiento al ganador. En el ciclismo lo que impera es la victoria (en esta página impera el resultadismo, como se puede fácilmente comprobar) y se ha pasado muy de puntillas sobre el pequeño palmarés que se está labrando Maximilian Schachmann. En su caso, la maldición de Deceuninck no parece estar operando. Ya no es un corredor tan ganador como en sus inicios en el equipo belga o en su primer año en Bora, con aquella Vuelta la País Vasco en la que se mostró intratable, pero se centra en pocos objetivos y los van cumpliendo, sin fallar.

Hay que estar en el lugar y en el momento adecuado.


Pasemos ahora a analizar otros detalles, estos más propios de la pasada Tirreno - Adriatico. Se está viviendo una nueva edad de oro del ciclismo de ataque, algo que ha permitido cierta renovación entre el aficionado habitual al ciclismo. Esta renovación del aficionado quita mucha caspa y mete mucha gorra, pero es positiva, pues siempre es bueno que un deporte esté en la calle, en la boca de la gente. ¿Dónde está el origen de este nuevo ciclismo? Viene de otros campos, de otras disciplinas, en las que prima más el saltito que el sudor, pero al triunfo definitivo de este nuevo ciclismo ha contribuido el hecho de que desde la temporada pasada ya no haya un equipo dominador. La dictadura de Ineos parece terminada y da la impresión de que lo que les hacía carburar ahora se ha democratizado. Cuatro o cinco equipos (más cuatro que cinco), paracen haberse repartido a día de hoy ese "llamémosle X", lo que cualquier aficiando no ingenuo sabe que es necesario para el "espectáculo", lo que ofrece al espectador carreras más abiertas y lo que es más insólito, a pleno rendimiento desde los primeros momentos de la temporada.  

Relacionado con lo anterior, estamos en un cambio de paradigma en toda regla. A día de hoy los ciclistas despuntan muy jóvenes, corren todo el año y son muy polifacéticos, ganando o destacando en todos los terrenos. Algo muy diferente sucedía en el periodo comprendido entre 1990 - 2005, periodo de preparaciones milimétricas en el que las grandes figuras olvidaban los inicios de temporada y las clásicas, y no despertaban hasta los "bancos de pruebas de junio", Dauphiné o Suiza. Estrellas todavía tripudas en Mallorca o Andalucía, algún paseo con dorsal incluso en el Giro de Italia y, como mucho, algo de actividad en alguna clásica esporádica. Ese paradigma fue ligeramente alterado entre 2010 y la actualidad, con ciclistas que ya no desatendían los inicios de temporada. Ahora se ha dado un paso más en esa dirección: se disputa con más intensidad, la versatilidad es mayor, la juventud también. Más que cambio de paradigma es una vuelta al modelo propio del ciclismo clásico, a tope en todos los terrenos y desde edades tempranas, sin pensar en el futuro. Un ciclismo que parece una continuación del que quedó truncado a principios de los 90 por todo lo que el mundo sabe, y que tuvo en el LeMond preaccidente y en Fignon a sus últimos representantes.

Durante mucho tiempo se manejó la idea de que los 27 años era la edad idónea para empezar a pensar en cosas grandes, como por ejemplo ganar un Tour. Años de propaganda periodística convirtieron esa idea en un mantra, cuando antes había habido grandes campeones más jóvenes. ¡Ay, qué error más grande tomar lo propio de un periodo como lo característico de toda la eternidad! Petrarca se refirió al periodo que separaba su presente de la Antigüedad como un periodo de oscuridad, tomando como referencia las últimas décadas, periodo de peste y guerras. Pues algo semejante sucedió durante mucho tiempo: se tomó lo propio de un periodo puntual como un axioma general. Ahora los nuevos campeones vuelven a ser realmente jóvenes.  


El renacimiento de la juventud

Sin duda estas dos últimas características del ciclismo actual (democratización y vuelta al paradigma clásico) son dignas de aplaudir. Dotan de variedad a las carreras, aunque parece que en poco tiempo vamos a comenzar a hartarnos de los mismos nombres. Mientras tanto, el ciclismo se está convirtiendo en el mejor pasatiempo para estos días. Sí, porque en definitiva es un pasatiempo, no hay que olvidarlo: lo importante siempre está en otro lado. El ciclismo puede servir como excusa para escribir, para tratar, aunque sea de pasada, algunos de esos temas que forman la base de la escritura, los que sirven de espejo de una vida, como el amor, la soledad, el paso del tiempo, el odio, la ambición, el engaño, los deseos de muerte, propia o ajena. Pero no es una escuela de vida, ni un modelo, ni crea valores, ni milongas por el estilo. Simplemente es un pasatiempo, nada más, y no siempre sano. Más que épica hay realidad, con toda su crudeza. Y si en algún relato mitificado, actual o del pasado, parece difícil encontrar la explicación, piensen siempre en la navaja de Ockham: "la explicación más sencilla suele ser la explicación más probable".

domingo, 14 de marzo de 2021

RESULTADO Y ESPECTÁCULO

El nieto de Poupou parece empeñado en hacer coincidir resultado y espectáculo, como el niño que intenta introducir a la fuerza un cilindro en un cuadrado. Siendo un corredor dotado de un poderoso sprint (tanto que rompe manillares), con obcecación está recurriendo al ataque lejano, haciendo de él una marca de fábrica. Algunas veces no sale bien, pero otras su bendita locura lo lleva al triunfo: así ha sucedido hoy en la quinta etapa de la Tirreno - Adriatico, con un circuito final en Castelfidardo. Una etapa que difícilmente se podrá olvidar, y no solo por él. 

Espectáculo + Resultado = Perfección.


Previamente en la Strade Bianche había dado muestras de inusitada madurez, conteniéndose hasta la rampa final de Santa Caterina, la que siempre acaba condicionando la carrera. Allí machacó sin piedad a Julian Alaphilippe y a Egan Bernal por pura fuerza bruta. Ya en Le Tolfe había seleccionado al grupo de siete, formado por los tres que finalmente se jugaron la carrera más Wout van Aert, Tom Pidcock, Tadej Pogacar y Michael Gogl. Generosos como siempre, van Aert y él fueron los que más gastaron, pero ello no impidió que el genio neerlandés concentrase toda su fuerza en un punto. Camino de Piazza del Campo, la integridad de la bici pareció peligrar debido a la contundencia de su ataque. 

Un caballo loco se ha escapado del Palio.


Pero los grandes genios caen obsesivamente en los mismos temas. Al igual que van Gogh necesitaba salir a pintar la naturaleza a su manera, a pesar de que los campesinos lo recibiesen a pedradas o incluso alguno de ellos quizá con algún tiro, Mathieu van der Poel tiende a recurrir al ataque descerebrado. ¡Y a veces sale! Parece sentirse más cómodo con los tormentos autoinfligidos en solitario, que recurrir a aquello que tantas veces reporta victorias, como la astucia, el ahorro de fuerzas o el trabajo de equipo. 

Así llegamos a la Tirreno - Adriático, con una participación de lujo que ha empalidecido una vez más a la París - Niza. Hasta el momento, cada etapa ha tenido la firma de cada uno de los grandes del pelotón actual, cada uno en su terreno y con su estilo. La versatilidad de van Aert, capaz de ganar un sprint masivo; la astucia de Alaphilippe, amparada por un gran trabajo de equipo; la fuerza bruta de van der Poel, con un punto de arrogancia adolescente. En definitiva, pequeños fuegos de artificio para salivación de los fans, rematados por una contundente victoria de Pogacar en Prati di Tivo, con esa fuerza revestida de ligereza que es la nota distintiva del corredor esloveno, a la que se añadió una defensa del liderato de van Aert digna de Indurain o de los mejores tiempos de Dumoulin. El escalador esloveno parece dispuesto a batir todos los récords. 

Como un niño de la ESO (foto Luca Bettini)

El auténtico niño prodigio (Getty Images)


La quinta etapa es la que motiva realmente a escribir, la que hace sentir el espejismo de estar viviendo un momento inédito en el ciclismo, una especie de edad de oro del ciclismo de ataque, que seguro que oculta algo que no reluce con tanta fuerza. La etapa ha tenido cierto sabor a mundial, siendo muy parecida a aquella etapa del Giro pasado en Tortoreto, en la que Sagan cumplió con los organizadores. El continuo saliscendi de la zona, con carreteras llenas de baches y grietas, estaba aderezado esta vez con un poco de lluvia, viento y mucho frío, el ambiente propio de una clásica del norte. La carrera se había seleccionado por sí sola, con un Mathieu van der Poel algo juguetón en todos los repechos. En un inicio, van Aert y Pogacar, incluso Bernal, parecían querer jugar al mismo juego, saliendo tras él. Cosa diferente sucedía con Alaphilippe, que se abrió de patas simulando un fallo mecánico, y lo dejó todo correr, esperando mejores oportunidades. Hasta que a falta de cincuenta y dos kilómetros, la cabezonería del campeón holandés resultó insoportable. 

Con dos geles en la boca se lanzó en un tramo de ligero descenso y lo dejaron ir. Los había aburrido a todos a base de aceleraciones, nadie deseaba seguirle el juego. Además, se había dejado tiempo suficiente en Prati di Tivo como para no ser una amenaza. Se predisponía así a una de esas aventuras que o bien se convierten en una página más de la épica, o bien acaban en el más rotundo fracaso: esta vez se quedaría en un punto intermedio, más en lo primero pero a muy poco de acabar en lo segundo. 

Van der Poel fue cogiendo diferencia con facilidad. Impertérrito ante el frío, parecía ya dar vueltas en su propio circuito de ciclocross mental, feliz de rodar en solitario como De Gendt, mientras los demás por detrás tenían que abrigarse, sacudir las manos del frío o calentárselas con el aliento. En el grupo trasero saltaron las alarmas cuando a Pogacar se le salió la cadena al inicio de un repecho, pero no hubo intención de hacer sangre y el esloveno cogió al poco tiempo. Formolo marcaría un ritmo que permitiría a muchos coger por detrás y haría aumentar la diferencia de van der Poel más allá de los tres minutos.  

Todo parecía rodado para van der Poel, a la manera de una de esas hazañas personales que en el fondo resultan un tanto aburridas. La diferencia era tal que podía mediar una pájara al estilo de Yorkshire. De hecho sería precisamente lo que sucedería, añadiendo un aliciente inesperado (sic) a la etapa, que no hubiese sido la misma sin la lucha de Pogacar y van Aert por la general. 

Del grupo trasero habían saltado De Marchi, Soler y Felline, dispuestos a jugarse las migajas. Pero a falta de dieciséis kilómetros, Pogacar atacaba del grupo trasero, dispuesto a aumentar su ventaja con Wout van Aert de cara a la crono de San Benedetto del Tronto. Van der Poel contaba con 3:35 de ventaja, un colchón bastante amplio. Ahí vino lo auténticamente monumental de esta etapa, la lucha de tres hombres en solitario contra el tiempo y contra el recorrido. El pedaleo de van der Poel era cada vez más pesado, con las mejillas enrojecidas y el tronco erguido: comenzaba su naufragio. Por detrás, Pogacar parecía por fin liberado del frío, dándose a una exhibición silenciosa que por poco eclipsa a la de van der Poel. Más atrás, van Aert se mantenía con entereza, sin perder en exceso con Pogacar, mostrándose como un maestro cuando corre a la contra. En apenas cinco kilómetros, un minuto de la renta de van der Poel se había esfumado.

Los últimos diez kilómetros han sido una pérdida de segundos constante para van der Poel, que veía de golpe esfumarse la posibilidad de un triunfo épico. Aunque más bien habría que señalar que han sido precisamente esos últimos diez kilómetros los que han dotado a su victoria de una auténtica grandeza, pues ha tenido que rebuscar en los profundos cajones de su cuerpo y de su mente para encontrar hasta el último gramo de fuerzas a sacrificar en pos de la victoria. Por detrás, el pedaleo sencillo y la sonrisa hambrienta de Pogacar iban devorando esa diferencia cada vez más exigua que lo separaba de la cabeza, aunque su objetivo no fuese derrotar a van der Poel. Casi lo consigue, apenas diez segundos le han separado del triunfo, y cabe la duda de si se habría mostrado magnánimo (espero que no) o le hubiese birlado la victoria en el último instante, como hiciera ayer Roglic a Mäder. Van der Poel tenía así su etapa a lo Eros Poli, aunque en un escenario más anónimo. 

Por los suelos (foto de Luca Bettini)


La carrera ha tenido su resolución perfecta, casi de cuento, con van der Poel ganando sin tiempo ni fuerzas para celebraciones, revolcándose de nuevo por los suelos como en aquella victoria en la Amstel. En la París - Niza, controlada hasta el momento con mano de hierro por Roglic, dos caídas han sido aprovechados por sus rivales, en concreto Astana y Bora, para dejarlo fuera del top ten. Su equipo ha hecho aguas por todos lados, con Kruijswijk y Bennett incapaces de servir de forma adecuada a su líder, teniendo que recurrir a Bouhanni y Campenaerts como mercenarios. En el ciclismo no hay regalos de ningún tipo, y la lista de cuentas pendientes suele ser larga, de forma Maximilian Schachmann ha conseguido casi de rebote su segunda París - Niza consecutiva. Un gran triunfo y seguro que muy perseguido, aunque lo haya celebrado con la boca pequeña. Por su parte, Pogacar tiene a tiro una victoria más en una vuelta por etapas. Sin contar con una legión de fans tan amplia como otros ciclistas por pertenecer, a pesar de su juventud, al mundo tan claroscurista de la tradición ciclista, el campeón esloveno parece a día de hoy infalible. Desde esta humilde página siempre se ha tenido una confianza casi ciega en sus posibilidades. Aun quedan dos etapas.


lunes, 1 de marzo de 2021

¿RESULTADO O ESPECTÁCULO?

En Los problemas actuales de la estética, el filósofo Luigi Pareyson intentaba lo imposible: definir el arte. Después de avances y retrocesos, podía extraerse una definición, válida cuanto menos para el estudiante: arte es toda acción humana destinada a la creación de un objeto nuevo e inútil, a partir de unos materiales, con la finalidad de suscitar una reacción estética en un espectador. Una definición que tenía en cuenta el objeto, pero también a un espectador, sin el que el objeto no tendría sentido. Y también otro factor llama la atención de su definición: la carencia de objetivos, la inutilidad del arte. El objeto artístico es un objeto contingente: puede no existir. Es completamente futil y accesorio, pero transformador. Algo parecido se proponen los divos del actual ciclismo-espectáculo. No solo es necesario vencer, sino también convencer, de forma que libran una competición paralela por dotar a sus triunfos de cierta espectacularidad. Y también por dotar a sus acciones de un punto de inutilidad, de gratuidad e irracionalidad que los hace todavía más audaces. 

Como se comentaba en twitter, el ataque que lanzó ayer Mathieu van der Poel pareció un "hold my beer" en toda regla, con Julian Alaphilippe en mente. Si el campeón del mundo atacó en la Omloop Het Nieuwsblad a falta de 30 kilómetros, el campeón del mundo de ciclocross lo hizo a falta de 80. Si Alaphilippe contaba con el paracaídas detrás de Ballerini, van der Poel lanzó un ataque que suscitó una reacción en cadena que inhabilitó cualquier otra alternativa para Alpecin-Fenix. De alguna manera, van der Poel se propuso ayer hacer las cosas de la forma más difícil. 


 

Y también de la más hermosa. En el Canarieberg se marchó con Jonathan Narváez (el otro héroe de la jornada), dando alcance a los escapados del día. Pudo enrolar a Zhakarov, Gamper y Hvideberg para su causa. Estos tres ciclistas anónimos dieron su vida en una escapada en la que sabían que, en caso hipotético de llegar, poco tendrían que rascar. Pero aun así se sacrificaron. Mathieu los esperó, con el gesto magnánimo con el que el líder de una secta conmina a sus fieles a lanzarse por un precipicio.

Por detrás la impaciencia empezó a cundir. Degenkolb, Van Avermaet y compañía veían la situación peligrar. Parecía una acción alocada, sin duda (todos lo debimos pensar), pero pasados unos kilómetros el pavor empezó a cundir. "¿Y si en realidad llegan?", parecía ser la pregunta que se erguía sobre los rostros, desfigurados por el esfuerzo, de los perseguidores. El pelotón se fraccionó y eso en parte fue en beneficio de los escapados. 

Los últimos kilómetros fueron completamente llanos y en ellos la aventura de van der Poel, Narváez y demás dotó a esta semiclásica de una emoción auténtica, superior a la de la Omloop Het Nieuwsblad. Por detrás Frison, el propio Degenkolb y Teuns eran incapaces de acortar distancias en el circuito en las inmediaciones de Kortrijk. Pero a falta de un kilómetro todo terminó. Un arreón de Kasper Asgreen, primero buscando quizá la opción personal, pero más tarde sirviendo a objetivos ajenos (y quizá patrióticos), puso en bandeja el sprint para el pelotón, recientemente reagrupado. De la nada surgió Mads Pedersen, la bestia negra de van der Poel, y se llevó un triunfo sin apenas haber sido encuadrado por las cámaras con anterioridad. Segundo fue Anthony Turgis y tercero Tom Pidcock, que hizo una buena labor de zapa para Narváez. 


 

¿Quién jugó bien sus cartas, Pedersen o van der Poel? Sin duda, Pedersen. En el ciclismo lo que importa a fin de cuentas es el resultado, pues un abismo media entre la primera y la segunda posición. Es más, ¿no podría haber jugado también sus opciones van der Poel al sprint, con muchas más posibilidades de éxito y muchísimo menos desgaste? Por supuesto. Pero...ah, el espectáculo, la acción inútil. De eso se nutren las batallitas que se contarán en el futuro, aunque no comporten victoria.

Lo más seguro es que esta acción caiga en el olvido, porque la memoria solo recuerda aquellos contados momentos en los que espectáculo y resultado se dan la mano. Podría decirse, en favor del espectáculo, que es el único antídoto contra la inanidad de tantas carreras, disputadas sin pena ni gloria, con fugas consentidas y desarrollos predecibles. Es lógico que un corredor menos vigilado, o que no tenga sprint, decida jugarse todo de lejos, pues no tiene nada que perder. Pero por contra, ¿un corredor no debe ser también un conocedor de su cuerpo, un fino jugador de cartas, alguien que sabe explotar sus capacidades en pos del triunfo? Lo bueno del ciclismo, y en especial del ciclismo de pruebas de un día, es que no siempre gana el más fuerte. El mantra de los vatios queda muchas veces aparcado, porque prima mucho más el azar y sobre todo la capacidad para leer una carrera. 

Es más fácil atacar cuando un equipo por detrás te respalda, sabiendo que el ataque es uno más entre los planes posibles. De hecho, a Deceuninck le salió bien la jugada, por partida doble: tanto en la etapa del Tour de La Provence en la que Alaphilippe atacó de lejos, como en la Omloop Het Nieuwsblad, el triunfo final fue para Ballerini, el nuevo sprinter. También hay que decir que, salvo en el mundial (que fue a vida o muerte), Alaphilippe suele atacar siempre con el espejo retrovisor, esperando la respuesta de los demás, y la Omloop no fue una excepción. Por su parte, van der Poel afrontó la Kuurne como si se tratase de una prueba de ciclocross en la que lo importante es tomar pronto el mando de la carrera y abrir tierra de por medio. Con mucha confianza en sí mismo y sus capacidades, como quién lanza una apuesta, a su propio cuerpo, al recorrido, a los rivales y...a la lógica. Podría decirse que afrontó la carrera como un juego, como quien va a divertirse, a estirar una broma a ver hasta donde llega, pero sin que su acción partiera de un análisis racional de la situación, al menos de un análisis de cómo sacar el mejor partido a su talento.

Pedersen por su parte jugó sus cartas con gran maestría. En algunos casos sabe anticiparse, en otros aprovecharse de los marcajes; ayer supo esperar. Esperar de una manera extraña, pues fue cuanto menos llamativo el desempeño de los Trek-Segafredo el día anterior. Pero en la meta de la Kuurne ahí estaban Stuyven y Pedersen, desaparecidos hasta el momento, lanzando un guiño cómplice a Asgreen después de su desinteresada labor. Pedersen se llevó el triunfo con astucia y con paciencia. Un triunfo quizá sin brillo, pero un triunfo a fin de cuentas, que es lo que importa.