lunes, 11 de octubre de 2021

SIEMPRE SOBREVIVE ALGO DEL ENCANTO PERDIDO

Debido a los ajustes más recientes del calendario, la París - Tours lleva un tiempo convertida en la última gran carrera del año, cuando antes siempre solía serlo el Giro de Lombardía. En épocas anteriores, eran las pruebas contra el crono las que ponían fin al calendario en carretera. Estos movimientos en el calendario evidencian que el status de la París - Tours cada año baja algún peldaño más. Ese proceso de degradación comenzó en 2005, cuando de forma sorprendente quedó fuera del Protour. Se pensó entonces que la tradición contaría más que los nuevos circuitos y su suculento reparto de puntos, pero a la larga no ha sido así. Después de unos primeros años en los que todavía siguió siendo una prueba muy disputada, la participación ha ido remitiendo. Por ello, en un intento desesperado por renovarse o morir, se incluyeron los chemins de vignes en 2018, al calor del nuevo interés por la tierra. Si somos sinceros, en realidad la París - Tours siempre fue la clásica francesa más abierta al cambio: desde los experimentos con desarrollo fijo en los sesenta, hasta los constantes cambios de orientación en los setenta-ochenta. Sin embargo, los últimos cambios no han servido para mejorar la participación. Se diría que incluso la han empeorado. Sin ir más lejos, en la presente edición no estaban presentes equipos como Ineos, Deceuninck-Quick Step, UAE, Bahrein o Education First. 

Aun así ha habido un ganador de prestigio.


Todos estos avatares no han repercutido en el interés de la prueba, sobre todo en su tramo final, cuando se huele la llegada de la avenue de Grammont. En su desarrollo anterior, la carrera ha cambiado los bosques otoñales, que conferían a la prueba ese carácter sombrío de preludio del mal tiempo, por viñedos resecos. El paso por estos caminos llenos de pedruscos aporta quizá espectacularidad para algunos, pero no resulta tan decisivo como parece. Sirven para evitar la llegada de grupos masivos, para hacer más decisivos los pinchazos (que se lo digan a Frederik Frison), y poco más. Pueden quedarse, mientras la carrera siga llegando a Tours, pasando previamente por esas cotas estrechas entre urbanizaciones, asumiendo cada vez más emoción a medida que se aproximan  al Loira y a la ciudad.

En realidad, la carrera habría tenido un desarrollo más anodino sin el empuje del equipo de Madiot (protagonista histórico de esta carrera, con Guesdon y Gilbert). A falta de unos 45 kilómetros se formó en uno de los caminos polvorientos un terceto, con Connor Swift, Stan Dewulf y Frederik Frison. Poco más tarde, el británico caería del terceto, siendo sustituido por Franck Bonnamour. Se había formado por tanto un terceto de corredores que contaba con muchas opciones de victoria, dada la estrechez del recorrido y el continuo encadenado de tramos de tierra y cotas. Por detrás quedaban una treintena de corredores, con Arnaud Démare y Valentin Madouas de Groupama-FDJ, Jasper Stuyven de Trek, Danny van Poppel de Intermarché y algunos corredores sufriendo en la parte trasera, como Greg Van Avermaet o el ganador de la edición de 2020, Casper Pedersen. 

Madouas parecía el más interesado en alcanzar al terceto delantero, con la intención de favorecer a Démare. Sin embargo, el grupo avanzaba con continuas paradas y arrancadas, algunas protagonizadas por Roger Adrià, una de las revelaciones más positivas del año. De esta forma, se conformó un sexteto perseguidor, formado por Valentin Madouas, Arnaud Démare, Jasper Stuyven, Bob Jungels (¡por fin reaparecido!), Matis Louvel del Arkea y Roger Adrià. Por delante, Frederik Frison quedaba descartado por un pinchazo y a falta de 11 kilómetros, un ataque de Démare en una cota le dejó tan solo con Stuyven como compañía. Después de unas dudas del belga de Trek, finalmente se dedició a colaborar. 

Roger Adrià, gran revelación española del año.


Llegaron entonces los momentos más interesantes de la prueba. Al acercarse al Loira, la clásica francesa pareció recobrar la emoción de todos los años, la que depara uno de los finales más nerviosos de la temporada. Dos parejas se perseguían, la delantera con Bonnamour y Dewulf, la trasera con Stuyven y Démare: dos corredores de la clase media-baja del pelotón, acostumbrados a la fugas, contra dos ganadores de la Milán - Sanremo. 

El final emocionante de todos los años.


Después de callejear por Tours, finalmente accedieron a la tradicional avenue Grammont, donde las dos parejas se unieron. La avenida se ha recortado, ya no tiene esa monstruosa longitud en la que el pelotón acababa devorando a la fuga. Démare lanzó el sprint de lejos, por el centro, abriendo los codos, encontrando una sorprendente oposición inicial por parte de Bonnamour. Sin embargo, el velocista francés acabó por imponerse, maquillando con este triunfo una temporada plagada de sombras, en la que ha estado bastante alejado de los puestos delanteros en los sprints masivos. Sin embargo, esta victoria en casa le vuelve a colocar en el puesto que le corresponde: el de un sprinter que es más que un sprinter. Quizá esta nueva táctica atacante anticipe un cambio de estilo en sus victorias. Stuyven, por su parte, tuvo que conformarse con la tercera posición.

Bonnamour lo intentó.

 

A falta de algunas pruebas italianas y francesas más, la temporada 2021 puede decirse que ha llegado a su fin. Este encadenado final de pruebas italianas, salpicadas de alguna en Bélgica o Francia, deja patente un hecho: más allá de la existencia de equipos de primer nivel o no, el ciclismo en los tres países tradicionales sigue gozando de enorme salud, al tener infinidad de pruebas, de mayor o menor prestigio. Llama la atención la cantidad de público que todavía se acerca a estas pruebas, incluso en las menores, especialmente en Francia (sobre todo público canoso, todo hay que decirlo). La cacareada decadencia del ciclismo español, que simplemente es una vuelta a la normalidad después de años de subidón, se entiende al comparar el calendario de pruebas de aquí con el de Italia, Bélgica o Francia. Aquí apenas hay pruebas pequeñas. Apenas hay pruebas de un día. Quizá sí haya el doble de ciclistas populares, de grupetas que discurren por carreteras más seguras, o de nuevos adictos al deporte: pero no hay comparación posible en cuanto a jóvenes y en cuanto a carreras. En realidad el calendario español nunca ha aguantado la comparación con el de los países antes nombrados, pero parece que la diferencia es cada año más abismal.

domingo, 10 de octubre de 2021

NÚMEROS DE OTRA ÉPOCA

Resulta cuanto menos curioso que el mejor ciclista del momento suscite mucho menos bombo mediático que otros corredores de características más o menos similares, pero con palmarés inferior. Los focos siempre parecen apuntar hacia otro lado, cuando el de los registros auténticamente históricos es él: el segundo esloveno, Tadej Pogacar. Se presentaba a la última gran prueba del calendario (con permiso de la París - Tours que se disputa hoy) un poco bajo el radar. Aunque en el mundillo se hablase de que su objetivo era el Giro de Lombardía, otros eran los que acaparaban las portadas. Sus resultados en esta tercera parte de la temporada habían sido buenos sin ser espectaculares, como si algo de la magia se hubiese esfumado después del parón veraniego. Pero ahí ha estado: en el momento y en el lugar preciso, en una de las carreras que cuentan, llevándose un segundo monumento que suma a sus dos Tours de Francia. Números de otra época. 

Pogastar is back.


En las semiclásicas italianas, muy concentradas en el tiempo y en algunos casos infravaloradas, otros habían sido los protagonistas, aunque la presencia de Pogacar había ido aumentando poco a poco. Remco Evenepoel se marcó una magistral cabalgada solitaria en la Coppa Bernocchi, bajo un aguacero pero ante una concurrencia principalmente local: Alessandro Covi, Antonio Puppio y Fausto Masnada fueron sus principales perseguidores. Por su parte, Roglic había dejado su marca en San Luca de Bolonia y en Superga en Turín. En ese tipo de finales, el ex-saltador controla los ritmos a la perfección y juega incluso con sus rivales, mostrando una aplastante superioridad. En el Giro dell'Emilia supo aprovechar una arrancada desde atrás de Evenepoel para rebasar a placer a Almeida; en la Milán - Turín jugó como quiso con Adam Yates, Almeida y Pogacar, hasta alcanzar su distancia. Su estado de forma le convertía en el gran favorito de cara al Giro de Lombardía. Los Tre Valli Varesine parecía la clásica idónea para Pogacar, pero un pinchazo lo dejó fuera de juego, teniendo que proteger en el grupo trasero las opciones de Davide Formolo, su compañero escapado. No les salió bien a los de UAE, a pesar de la labor de Hirschi y Pogacar: en el sprint final entre Alessandro De Marchi y Davide Formolo, dos corredores poco veloces, la victoria fue para el del Israel.  

Buen montaje de @sporza_koers

 

Se llegaba así al Giro de Lombardía con una participación de lujo y varios ciclistas con el objetivo claro de ganar, cosa que no siempre sucede (recuérdese el año de Zaugg). Durante muchos años, los grandes corredores ignoraron estas carreras de final de temporada, o se desentendían de la carrera aun estando en la salida, pero esto no parece ser el caso actual. La carrera volvía además a Bérgamo, la ciudad de las dos alturas, después de los triunfos de Daniel Martin en 2014 y Esteban Chaves en 2016.

El desarrollo de la carrera fue francamente anodino en gran parte de la prueba. Se formó pronto una escapada, nada más salir de Como en dirección al Ghisallo, formada por diez corredores: Andrea Garosio, Mattia Bais, Jan Bakelants, Domen Novak, Tim Wellens, Victor Campenaerts, Christopher Hamilton, Thomas Champion, Davide Orrico y Amanuel Gebreigzhabier. Welles, después de sus  recientes declaraciones en las que  se mostraba sorprendido ante la velocidad actual del pelotón, se había colado en la fuga delantera (después de quedarse del grupo delantero en la lluviosa Tre Valli Varesine). Por detrás, Israel con Froome y Jumbo con Bouwman mantuvieron la diferencia del grupo escapado en unos límites controlables. Los  escapados fueron sumando subidas, Roncola, Berbenno, Dossena y Zambla Alta, sin sobresaltos ni apenas interés. La carrera se puso realmente interesante en el Passo di Ganda, la última subida.

Una vez cazados los fugados gracias al empuje de DSM, con Benoot en cabeza, Nibali fue el primero en lanzar un ataque, a falta de 37 kilómetros. Por detrás, Urán, Pinot, Vlasov y Evenepoel ya se habían descolgado (al talento belga no se le había visto buena cara en las subidas previas). El ataque del siciliano parecía más una incitación a formar un grupo delantero que un intento de fuga en solitario.  En la subida de Sciara di Scorciavacca, en su giro local, le había dado resultado un ataque así, con la inestimable colaboración de Valverde detrás, racaneando relevos. Esta vez se le unieron rápidamente Sivakov, Pogacar y Bardet. Almeida intentó controlar la hemorragia, fundiéndose en el esfuerzo. Mientras la realización se recreaba en Evenepoel descolgado, el esloveno lanzaba su ataque definitivo, para quedarse solo a falta de 35 kilómetros a meta. Pogacar daría forma al ataque que Nibali parecía tener en la cabeza, pero no en las piernas.

Con su estilo a chepazos (también Merckx subía a chepazos), Pogacar fue aumentando distancia, mientras por detrás el Deceuninck de Alaphilippe organizaba la persecución, con Masnada en cabeza. L'anguilla di Brembilla tenía su gran día, corriendo por unas carreteras que parecía conocer al dedillo. Pogacar coronó con 35 segundos de ventaja, comenzando un descenso muy rápido, estrecho y revirado en su parte inicial. El esloveno estuvo a punto de salir en dos o tres curvas, mientras por detrás Alaphilippe encabezaba el descenso, marcado estrechamente por Valverde. El campeón del mundo hizo dos o tres tumbadas bastante arriesgadas; viendo que no recortaba tiempo, dejó que Masnada tomara cierta ventaja. Al llegar a una zona de curvas de herradura, Masnada comenzó a recortar distancia con Pogacar: Masnada tomaba todas las curvas por fuera, deslizándose con sutileza, mientras que el esloveno clavaba los frenos al llegar a cada herradura. Sin embargo, la diferencia con el grupo de favoritos trasero seguía siendo la misma, incluso aumentaba. En ese grupo trasero habían quedado Julian Alaphilippe, Alejandro Valverde, Adam Yates, Michael Woods, Primoz Roglic, David Gaudu y Roman Bardet. Jonas Vingegaard cogió en la bajada, pudiendo comenzar su labor de persecución en favor de Roglic. 

Al llegar al llano, Masnada recibió órdenes de no relevar. En vez de pararse, Pogacar decidió seguir tirando: algo arriesgado, a la manera de Evenepoel en el europeo, con la única diferencia de que Pogacar se sabía más rápido que Masnada. Por detrás, parecía haber bastante entendimiento, de forma que la ventaja fue aminorando, pasando de los 50 segundos a los 30. Quedaban todavía 10 kilómetros a meta y parecía que podían echarles el guante; sin embargo, dos factores se aliaron con Pogacar para alcanzar la victoria: la presencia de Valverde en el grupo trasero y los incipientes gestos de suficiencia de Alaphilippe. Ya se conoce cómo funciona Valverde en situaciones así: se escaquea todo lo posible en los relevos y acaba desbaratando cualquier intento serio de persecución. No es algo nuevo y no va a cambiar a estas alturas: corre de una manera en la que siempre parece compañero de equipo de los fugados. Por su parte, el campeón del mundo comenzó a organizar desde atrás la persecución, dando palmaditas aquí y allá, dando ánimos y demás. Se empezaba a sentir cómodo con la situación, pero se estaba empezando a pasar, tratando a los demás como si fuesen idiotas. Cuando se vio desde el helicóptero cómo se ajustaba las zapatillas en la última posición del grupo estaba más que claro: le estaban llevando en carroza. A partir de ese momento, los relevos comenzaron a descoordinarse a falta de 9 kilómetros. 

Como Remco, aunque sin Colbrelli a rueda.

 

La diferencia comenzó a ascender de forma clara, alcanzando el minuto en las calles empedradas de Bérgamo. Alaphilippe parecía desesperado porque alguien liderase la persecución en su favor, teniendo que asumir de forma forzada su faceta de gregario. Masnada se mantuvo en todo momento a rueda de Pogacar, lanzando un tímido ataque una vez coronada la rampa adoquinada de acceso a la Città Alta. En el sprint no hubo historia: se sabía que Masnada iba al matadero. Es una llegada en ligera bajada y el esloveno no tuvo ni siquiera que abandonar la primera plaza durante todo el último kilómetro. Lanzó el sprint en cabeza y no dejó opción al italiano. Por detrás, Adam Yates y Primoz Roglic se descolgaron en el último repecho, pero reengancharon justo en la línea de meta, aprovechando el cruce de miradas entre los perseguidores. Adam Yates no paró una vez les dio alcance y consiguió un meritorio tercer puesto. 

No hubo historia en el sprint (@__blind_side)

Los números de Pogacar asustan, aunque parecen quedar diluidos debido a la coexistencia de grandes nombres actuales. Vivimos una época en la que cada consumidor de ciclismo parece haber escogido a su referente, al igual que sucedía en las pantallas de inicio de los videojuegos de lucha de los antiguos y añorados recreativos. Unos prefieren las bocas desencajadas de Alaphilippe, otros las arrancadas de cara a la galería de van der Poel;  unos el rodar autómata de van Aert o Evenepoel, otros los pelos que asoman entre las ranuras del casco de Pogacar. Choose your fighter, parece ser el slogan de tantos fans. Pogacar es el mejor de todos ellos, el más completo, el más polivalente, el que entronca mejor con la historia del ciclismo y de sus leyendas. Pogacar seguramente será un corredor que disminuya su rendimiento al llegar a la treintena, a la manera en que también sucedió con Merckx o sucede ahora con Sagan, corredores todos ellos de talento precoz, pero mientras tanto va sumando triunfos con una aparente facilidad, con una puesta a punto idónea para los momentos clave. Allí donde falló Riccò, él no lo ha hecho. Y es que hay una diferencia sustancial: la matería prima también cuenta.

lunes, 4 de octubre de 2021

BIENVENIDOS A LA PISTA DE PATINAJE

Después de dos largos años de espera, la París – Roubaix ha vuelto en todo su esplendor, con una edición memorable aderazada por el barro. Más allá de polémicas absurdas a favor o en contra del barro (que recuerdan tanto a esos debates en bucle en torno a las tortillas de patatas), la edición de ayer fue muy entretenida, aunque quizá sería demasiado arriesgado calificarla como histórica. En primer lugar, porque no se ha tratado ni mucho menos del primer barrizal de la historia. En segundo y más importante lugar, porque cada uno tiene su propio conocimiento de esa historia, limitado por su propia temporalidad, lo que emborrona cualquier posibilidad de juicio objetivo. Quedémonos con que ha sido una edición entretenida y disputada, alejada de dominios de equipo y con movimientos desde lejos. Ya es mucho.

En los días previos parecía que las plegarias de los adoradores de la lluvia habían sido escuchadas, aunque alguno estuviera a punto de bajarse de ese carro, reclamando con la boca pequeña algún recorte. Por una vez Christian Prudhomme estuvo a la altura y defendió la brutal singularidad de su producto, conscientemente anacrónico y alejado de modas pasajeras. Una carrera bigger than life incluso mucho antes de que tantos fanboys del barro comenzaran sus simplonas campañas de desprestigio y ensalzamiento hacia ciertos corredores y carreras.

El barro dotó a la carrera de un carácter más imprevisible. Hubo caídas, unas cuantas más de lo que es habitual en la carrera, y en parte fueron determinantes, como lo han sido siempre en esta prueba. Una pista de patinaje donde mantener el equilibrio a veces es lo más importante y en la que el componente de la suerte se suele mezclar, e incluso camuflar, con la habilidad. A esta pátina de barro e incertidumbre puede achacarse el hecho de que el trío ganador estuviese constituido por debutantes en la prueba. Ya sucedió en aquella mini-Roubaix pasada por agua del Tour de 2014: muchos de los protagonistas de las últimas Roubaix secas no aparecieron. Esta vez aparecieron algunos actores esperados (van der Poel), otros posibles, pero algo improbables (Colbrelli) y por último completos desconocidos (el caso del sorprendente Vermeersch). 

Soy italiano, ¿a qué quieres que te gane?

 

También llamó la atención la bajada de rendimiento de algunos ciclistas que figuraban entre los favoritos. Dio la impresión de que el desgaste que supuso el reciente mundial dejó a muchos fuera de juego. A Stuyven no se le vio, van Aert siempre estuvo a contrapié, y Deceuninck – Quick Step no pudo ejercer su habitual dominio macarra en la prueba. Los primeros tramos los borraron del mapa y Declercq y Ballerini, colocados en la fuga inicial, se desgajaron a las primeras de cambio. Por contra, el rendimiento de equipos menores como Israel o B&B fue gratamente llamativo. Israel contó hasta el final con dos hombres en el quinteto que marchaba en persecución de Moscon: Guillaume Boivin y Tom Van Asbroeck.

En fin, yendo a la narración de la carrera, en el siempre disputado tramo inicial se formó una fuga multitudinara. Jumbo y Deceuninck contaban con miembros en ella (Affini, Nathan Van Hooydonck y Roosen por un lado; Declercq y Ballerini por otro), pero a la hora de la verdad no pudieron controlarla. La carrera se les escapó de las manos, porque muy buenos corredores se filtraron en ese corte inicial: Luke Rowe y Gianni Moscon de Ineos, Jasper Philipsen de Alpecin, Greg Van Avermaet de Ag2r – Citroën, Max Walscheid de Qhubeka y sobre todo, Nils Eekhoff de DSM y la gran revelación del día, Florian Vermeersch de Lotto – Soudal. Llovía y hacía viento, lo que se dice un día de perros.


Con o sin barro, es habitual que algunos miembros de la fuga inicial lleguen hasta casi la meta. Sucedió con Politt y Dillier, y de forma victoriosa con Hayman, O'Grady o Backstedt. Esto sucede porque en esta carrera tomar los tramos en cabeza siempre favorece, más en condiciones como las de ayer. Esta vez el elegido de la fuga inicial ha sido Florian Vermeersch, del que se espera un gran futuro en este tipo de pruebas. Su irrupción recordó mucho a aquella de Boonen en 2002, cuando el cuádruple ganador se mostró al mundo como un mofletudo novato, más hábil sobre el barro que George Hincapie, su supuesto líder en aquel infausto US Postal. 
 
22 años.

 
Del numeroso grupo se destacaron Eekhoff y Vermeersch, haciendo camino por delante durante los primeros tramos, que se encontraban en un estado lamentable. Ello permitió que por detrás no hubiese caza posible, pues a cada tramo el pelotón se iba diezmando. El duo de cabeza salió de Arenberg todavía con 1'40” sobre el grupo de favoritos, mientras que los supervivientes de la fuga se iban reduciendo. El pelotón entró en el tramo decisivo ya muy reducido, con apenas una veintena de corredores. Mathieu van der Poel aprovechó la situación atrasada de Wout van Aert para forzar la marcha. Una caída justo delante del campeón belga terminó por cortarlo, mientras van der Poel y Colbrelli lograban esquivar a Rowe, parado en la panza del tramo de Arenberg como un peso muerto. Pedersen no pudo esquivarlo, sumándose al grupo de damnificados de los primeros tramos, junto a Sagan (que se cayó en el asfalto) y Degenkolb. 
 
Desde aquel accidente de Museeuw no se veía una caída así en Arenberg.

 

A falta de 80 kilómetros, Colbrelli formó una ligera avanzadilla del grupo de favoritos, marchándose posteriormente con los sorprendentes Guillaume Boivin (espectacular toda su Roubaix ayer), Baptiste Planckaert y Jérémy Lecrocq. Fue una Roubaix interesante precisamente por ver a estos protagonistas inesperados. Mientras tanto, Vermeersch y Eekhoff eran absorbidos por los supervivientes de la escapada, Gianni Moscon, Stefan Bissegger, Jasper Philipsen, Tom Van Asbroeck, Tosh Van der Sande y Max Walscheid. Van der Poel, apreciando la debilidad de van Aert y de los Deceuninck, saltó del grupo, uniéndose al grupo de Colbrelli.

Se vivieron momentos confusos, como siempre sucede, de agrupamientos y reagrupamientos, en la típica carrera acordeón que es la París-Roubaix. Gianni Moscon era a todas luces el más fuerte del grupo delantero, quedándose solo al paso por el tramo de Orchies. Empezaba a salir el sol tímidamente, aunque algunos tramos, como Mons-en-Pévèle y Camphin-en-Pévèle continuaron siendo un auténtico lodazal. Moscon parecía haber recuperado ese golpe de pedal que se fue difuminando una vez pasado 2017, una vez que las polémicas, los mamporros y los insultos fueron tapando su calidad como corredor. Su rodar era digno del mejor Ballerini. Por detrás se formó un quintento perseguidor, con retales de aquí y allá: restos de la fuga, como Vermeersch y Van Asbroeck, y gente de atrás, como van der Poel, Colbrelli y Boivin. 

Moscon en modo Ballerini'98.

 

Moscon llevaba una ventaja sólida en torno al minuto y parecía encaminado a un triunfo aplastante. Por detrás, van der Poel intentó distanciarse de sus compañeros, pero Colbrelli era su sombra. Todo cambió de golpe a falta de 29 kilómetros: la rueda trasera de Moscon tenía la presión muy baja. El cambio de bici fue lento, improvisado. Al trentino le tocó forzar la máquina en el paso por Cysoing, cayéndose. Mantenía aun así una ventaja exigua de entre 20 y 10 segundos. 

En la fórmula de Roubaix hay que sumar suerte, habilidad y sangre fría.

 

En Camphin-en-Pèvéle Guillaume Boivin se fue al suelo y más tarde cedería Van Asbroeck. Israel se quedaba sin representantes en cabeza y Moscon aun mantenía una ligera ventaja, que acabó de esfumarse en el Carrefour de l'Arbre. Hasta el momento, van der Poel había forzado en todos los tramos adoquinados: Vermeersch había respondido con sorprendente soltura, mientras que Colbrelli, con esa postura suya tan propia de Sagan, parecía mostrar más dificultad. Sin embargo, una vez cogido y superado Moscon, el campeón de Europa pareció querer dejar su sello, con una leve aceleración, prontamente respondida por sus dos acompañantes.

Estaba claro que iban a llegar los tres solos al velódromo: el grupo trasero, comandado por Jonas Rutsch y Christophe Laporte, y más tímidamente por Lampaert y van Aert, no tenía ya nada que hacer. Vermeersch amagó en el acercamiento al velódromo, sin éxito. Ya en el sprint, el joven belga intentó aprovechar el declive del peralte para sorprender, con Moscon a modo de bulto que entorpeciese el sprint de sus rivales. Sin embargo, en un sprint sentado, de pura fuerza, Colbrelli acabó imponiéndose, dando paso a un desfile de gritos y alaridos muy italiano.Van der Poel acabó por los suelos, en modo drama-queen, mientras que a Vermeersch se le veía con ganas de más. En el podium no estaba contento: como buen político, ansía el primer puesto. 

La apoteosis.

Hay gran ciclista aquí.

 

En fin, la París – Roubaix volvió a ofrecer su faceta más salvaje, menos domesticada, sin que ello tenga que suponer automáticamente que deba tratarse de una carrera mejor que en otras ocasiones. Fue una carrera de pura supervivencia, que dejó imágenes inusuales, como Laporte frenando con el pie en la rueda o las máscaras habituales de barro (con van Aert más Mick Jagger que nunca). Fue una prueba en la que los supuestos favoritos, algunos después de una temporada cargadísima, acabaron naufragando. La carrera coronó al más rápido, al más fuerte y al más listo, todo en uno, mientras que dejó a van der Poel con cara de pocos amigos, después de haber perdido en esta temporada en Flandes y Roubaix, tan solo con el premio de consolación (sobre todo de cara a los fans) que supone una Strade Bianche.

A falta de las clásicas italianas de clausura y de la siempre movida París – Tours, la presente temporada ha cerrado un nuevo capítulo de este nuevo ciclismo, alocado e impredecible. Colbrelli imperial, los niños descerebrados, van Aert en todos los palos, los eslovenos intratables... Algunos crecimos con series de dibujos animados en las que había combates interminables en los que la Tierra corría el riesgo de ser desintegrada, con tensos duelos de miradas que duraban capítulos y exhibiciones de fuerza sobrehumana por parte de jóvenes que arriesgaban sus vidas por salvar a la humanidad. Había marcianadas paralelas en la tele, en las tardes de abril, mayo o julio, sobre dos ruedas. Todo estaba envuelto por la magia y la fantasía y ahora ha vuelto, pillándonos ya en el borde de los cuarenta, con la mirada adiestrada y escéptica, pero el corazón aun anhelante de emociones.