domingo, 25 de julio de 2021

UNA ESTAMPA DEL MUNDO FLOTANTE

Más allá de la opinión apriorística de los críticos, la importancia de una carrera viene determinada por el interés de los propios protagonistas en querer ganarla, sobre todo si se trata de grandes nombres. Los cánones cambian con el paso del tiempo, incluso en un mundo tan tradicional como el del ciclismo profesional, y la labor del historiador no es la de defender la pureza del canon, sino más bien la de estar atento a los cambios que se suceden e intentar explicarlos.  Así pues, tras unos inicios dubitativos en el mundo del ciclismo profesional, la carrera en ruta de los juegos olímpicos está asentándose como una cita ineludible, de primerísimo nivel, sobre todo si se ofrecen circuitos tan duros e interesantes como el de ayer, con la misma espectacularidad que el de Rio, pero sin la peligrosidad de sus descensos. La calidad del podium, el mejor en la historia de la prueba, así atestigua la importancia que ha adquirido la carrera olímpica con el paso de las décadas. A ello se añade el aliciente de que el ciclismo salga de vez en cuando de sus coordenadas habituales, geográficas y paisajísticas. 
 
Planos dignos de una estampa japonesa o ukiyo-e (pintura del mundo flotante)

 
Dejémonos de rollos justificatorios. La carrera empezó en Tokio, en el parque Mushasinonomori. El pelotón discurrió varios kilómetros mansamente por la ciudad, flanqueado por mucho público en las aceras. Todo el que no pudo acceder a la inauguración en el estadio olímpico parecía haberse agolpado en las calles de Tokio, con su mascarillas y sus móviles para captar el momento, incluso mostrando algún cartel con el nombre de las estrellas extranjeras. Los barrios de edificios en altura, con calles estrechas salpicadas de indicaciones viarias y rótulos publicitarios, dieron paso a barrios residenciales, algunos más precarios, con tendidos eléctricos a modo de telaraña, otros más abiertos a la naturaleza. De vez en cuando la vista se desahogaba con un amplio cementerio arbolado o un hipódromo, o la ruta tomaba un camino estrecho para pasar junto a un templo. Pero ya está bien de notas propias del asombrado viajero que es todo espectador de ciclismo. Vayamos al grano. Una vez lanzada la carrera, se formó la habitual fuga de corredores anónimos. Una fuga de nivel bastante inferior a la que se formó al inicio de la carrera de Rio. La conformaban Nic Dlamini (Sudáfrica), Orluis Aular (Venezuela), Michael Kukrle (República Checa), Phil Daumont (Burkina Fasso), Elchin Asadov (Azerbaiyán), Eduard Grosu (Rumanía), Polychronis Tzorzakis (Grecia) y Juraj Sagan (Eslovaquia). Solo dos corredores de equipos profesionales continentales (Aular y Grosu) y dos de equipos World Tour (Dlamini y Juraj Sagan). 



 
El inicio de la prueba fue francamente anodino. Más si cabe dado el madrugón de los espectadores occidentales, en dura pugna contra el sueño. La fuga alcanzó una ventaja máxima de 19 minutos, algo que evidenciaba que no habría ninguna otra fuga más en el desarrollo intermedio de la prueba. La táctica de las principales selecciones se preveía conservadora. Así pues, la carrera podría ir controlada, con una fuga apenas inquietante, hasta la subida al Mikuni Pass. Cuando la diferencia comenzó a hacerse preocupante,  Bélgica puso a tirar a Greg Van Avermaet, y más tarde Eslovenia hizo lo mismo con Jan Tratnik. De esta forma se evitó lo que sucedería en la prueba femenina, en la que la escapada inicial llegaría a meta, al menos con su vencedora, la escaladora austriaca Anna Kiesenhofer.  
 

 
De la fuga inicial comenzaron a desgajarse corredores. El primero fue Azadov, más tarde Daumont y finalmente Grosu, quedando la fuga reducida a cinco hombres. Los bosques eran la nota paisajística predominante, siempre separados de la ruta por esos taludes de bloques de hormigón tan característicos de las carreteras japonesas. Bosques que la cultura local ha pintado animados, como los de Trono de sangre o La princesa Mononoke, pero que en realidad se convirtieron en lugar de aterrizaje de algún bidón despistado. Después de varios días soleados previos, en los que los ciclistas habían podido fotografiarse con el icónico perfil del monte Fuji de fondo, la humedad del día ocultaba al volcán entre nubes. La carretera aparecía en algunos tramos mojada, pero la temperatura debió ser elevada, dados los viajes de los ciclistas a los coches en busca de hielos. La carrera iba acercándose así al plácido lago Yamanaka, con mansedumbre, sin apenas cambios a destacar. Tan solo la habitual caída de Geraint Thomas, que se llevó consigo a Tao Geoghegan Hart y a Giulio Ciccone, y que dejó al galés una vez más fuera de juego. 



 
Comenzó la ascensión al Fuji Sanroku, en las faldas meridionales del volcán. Jan Tratnik marcó el ritmo durante prácticamente toda la ascensión, convirtiéndose en uno de los grandes protagonistas de la jornada. Del pelotón comenzaron a caer como fruta madura algunos corredores: entre ellos, Omar Fraile y algo más tarde, el propio Alejandro Valverde. Quedaban nada menos que 90 kilómetros a meta y las esperanzas de la selección española comenzaron a desdibujarse sin remedio. La selección italiana, con Giulio Ciccone, endureció un poco en el último tramo de la ascensión, por la que todavía coronaron destacados los cinco escapados, con apenas cinco minutos de ventaja. 
 

 
En el tramo intermedio entre Fuji Sanroku y el Mikuni Pass se vivieron momentos de juegos tácticos. El terreno era quebrado, un continuo sube y baja, incluso en el propio circuito automovilístico, en el que no había un metro llano. En un circuito de velocidad, un pelotón siempre da la impresión de encontrarse fuera de su medio, como una hilera de hormigas cruzado una autopista. Todo parece allí diseñado para un fin más grande, para otras velocidades que no entienden ni de sudor ni de sufrimiento. Poco antes de entrar en el circuito por primera vez, la selección italiana lo intentó con Damiano Caruso. Su objetivo no era otro que el de crear una fuga intermedia que abriese camino, como hicieron con idéntico protagonista en la carrera de Rio. Pero esta vez la carrera no iba a tener el desarrollo loco de 2016, sino el controlado del mundial de Innsbruck: la subida al Mikuni Pass imponía demasiado respeto. Primero Benoot, y más tarde Vansevenant y Kelderman, cogieron rueda a Caruso y abortaron la intentona del equipo de Cassani. Después del primer paso por meta, los fugados eran cazados. 


Más tarde le llegó el turno a Remco Evenepoel. Lanzó un ataque de esos que hacen volar la imaginación de sus fans, pero de poco le sirvió. Primero Dunbar y más tarde Nibali le cogieron rueda, y el italiano no se prestó a colaborar, como es lógico. Evenepoel había comparado el Mikuni Pass con el Mortirolo y Nibali con Civiglio: lo que quedaría claro es que la terrible subida sería la tumba de ambos. Mauri Vansevenant comenzó la subida con un ritmo muy duro, con esos agónicos y rítmicos cabeceos que permiten identificarle de lejos. Por detrás se fueron descolgando grandes nombres: Alejandro Valverde ya definitivamente (después de haber enlazado en el descenso del Fuji Sanroku), Tom Dumoulin y el propio Remco Evenepoel. Cuando el ritmo de Vansevenant pareció aflojar, Tadej Pogačar lanzó su ataque, sin levantarse del sillín. Fue un ataque precipitado, pues quedaban todavía 37 km. a meta y la parte más dura de la subida. Se le pegaron pronto a rueda Michael Woods y su compañero de equipo Brandon McNulty. Los tres marcharon un tiempo con una ligera ventaja sobre el resto de pelotón de favoritos, acompañados por el llamativo sonido de las cigarras japonesas. El ataque de Pogačar sirvió, entre otras cosas, para descolgar a su "enemigo íntimo" Roglič. 
 


 
 
Detrás Wout van Aert comenzó su particular exhibición. Ya tenía fama de corredor generoso, pero a partir de ese momento ya no cedería prácticamente en ningún momento la cabeza de algún grupo perseguidor. Al terceto de Pogačar, Woods y McNulty llegaron primero Kwiatkowski, Carapaz, Bettiol y Urán, y más tarde, una vez superada la zona más dura con el afalto rayado, Van Aert tirando del carro de los "chuparruedas": Mollema, Gaudu, Schachmann, Fuglsang y Adam Yates. Entre todos ellos se jugarían las medallas. Todos provenían del Tour, excepto Adam Yates y Alberto Bettiol, mostrando que los que acaban la carrera francesa son los que están más preparados, como suele ser habitual, independientemente de la aclimatación y el jet-lag. El ataque de Pogačar había sido duro pero no demoledor y la gasolina se le fue agotando a medida que la ascensión continuaba y se suavizaba: quizá no había sido la táctica más acertada, porque no había podido distanciar a van Aert. A partir de ese momento, tanto el esloveno como el belga iban a ser, de forma lógica, las dos ruedas más vigiladas. 
 
 

 
En el descenso del Mikuni lo intentó Michael Woods y fue van Aert el que cerró el hueco. Más tarde lo intentaría Fuglsang en la zona de falso llano entre la cima de Mikuni y el inicio del verdadero descenso tras coronar el Kagosaka pass. El danés, único presente de los protagonistas de Rio, se sabía poco vigilado dado su paso anónimo por el Tour, y atacó como quien no quiere la cosa. Pero todavía había fuerzas y voluntad detrás para darle caza. Con repetidos ataques intentaron alcanzarle Mollema, Kwiatkowski y Pogačar, pero fue finalmente van Aert (cómo no) el que estiró el grupo para dar caza al danés. Si hubiese sido un partido de fútbol, van Aert habría contado con el 80% de la posesión (pero como sucede tantas veces, acabó perdiendo el partido). Una vez cazado Fuglsang, Brandon McNulty supo interpretar el momento. Cuando se produjo el parón tras la neutralización del danés, el norteamericano lanzó su ataque y solo le siguió Carapaz. Como siempre sucede en este tipo de carreras, todos empezaron a mirarse y la diferencia del dúo comenzó a ascender. Faltaban 25 kilómetros para meta; un largo descenso y un trozo traicionero final de sube y baja. 



El grupo le dejó toda la tostada a van Aert. Incluso Pogačar, bastante activo hasta el momento, parecía conforme con la fuga de su gregario. Los veinte segundos se convirtieron rápidamente en cuarenta. De los favoritos, algunos parecían demasiado pendientes de ahorrar o de ensayar caritas voecklerianas (Gaudu) y solo Carapaz supo coger el tren bueno, el expreso McNulty. Una vez finalizado el descenso del Kagosaka pass, empezaron a aflorar las debilidades en el grupo: Bettiol dejó de pedalear, completamente acalambrado, y poco después Fuglsang y Kwiatkowski se quedarían en un duro repecho a falta de 12 kilómetros, destrozados por el esfuerzo de van Aert. A falta de 5,8 kilómetros, Carapaz aprovechó el duro repecho de acceso al circuito para atacar a McNulty, mientras van Aert intentaba dar caza por detrás, al mismo tiempo que pretendía diezmar al grupo de reservones. El grupo se había acercado peligrosamente al dúo cabecero, con una diferencia mínima de 15 segundos, pero el ecuatoriano, todo grinta, supo aumentar esa diferencia final hasta alcanzar el minuto de diferencia en meta.
 

 

Los cinco kilómetros finales del circuito se hicieron eternos. A pesar de la desproporción de tamaño entre Carapaz y las inmensas curvas y rectas del circuito, ya tenía la victoria en el bolsillo. Pudo incluso festejar sin problemas. Por detrás, Schachmann finalmente se quedó del grupo en el último kilómetro. Adam Yates intentó sorprender de lejos, pero no tuvo nada que hacer contra van Aert, que inició el sprint en cabeza (como le suele suceder), con Pogačar astutamente a su rueda. En el momento decisivo, el campeón esloveno pudo salir de su estela y plantarse de tú a tú frente al belga, en una photo-finish, una más para van Aert, por las medallas secundarias. Finalmente la plata fue para van Aert y el bronce para Pogačar.
 

 


 
Richard Carapaz conseguía así un triunfo que suple todos sus intentos frustrados del Tour. El ecuatoriano ha funcionado mejor corriendo por libre, sin presiones añadidas del Imperio. Si bien en otras ocasiones parecía que se le acababa la mecha al final de sus ataques lejanos, esta vez volvió a resurgir el Carapaz del Giro de 2019, el del pedaleo tenaz. Tuvo además la inteligencia de coger la rueda buena de McNulty, un trotón que le permitió abrir bastante hueco. Por su parte, el resultado de van Aert es excepcional, si se tiene en cuenta que es el único corredor del grupo delantero proveniente del ámbito puramente clasicómano. En el ciclocross estaba acostumbrado a comandar el grupo vuelta tras vuelta; en la carretera también, sin darse cuenta de que muchos se aprovechan de su trabajo. Como le sucedía a Sagan en su momento, nadie quiere jugársela con él al sprint, de forma que le dejan todo el trabajo: pero van Aert no teme entregarse demasiado. Está en las antípodas de Valverde, por decirlo así. En esta ocasión, le faltó equipo. Con un corredor que hubiese podido aguantar el ritmo de los mejores (Evenepoel, por ejemplo), las cosas podrían haber sido distintas. Finalmente, el tercer puesto fue para Pogačar. Al esloveno se le vio cansado en algunos momentos, incluso con dificultad para seguir el ritmo de van Aert en algún repecho. Le pudo la sangre caliente, atacó demasiado pronto; debía cumplir con las expectativas, las del ambiente y las propias, y luego, cuando la carrera se le marchó, pareció jugar la carta de devolver favores a su gregario McNulty. Aun así se marcó un sprint espectacular, muy parecido al de la Lieja. En resumen, tres de los hombres más fuertes del Tour (y de la temporada) han ocupado los tres escalones del podium. La carrera olímpica siempre depara finales emocionantes, porque no hay ineptos dando órdenes vía auricular. Ha merecido la pena esperar cinco años.
 





lunes, 19 de julio de 2021

UN NUEVO PATRÓN

El Tour por fin ha terminado, dejando entre los espectadores la impresión general de que le han sobrado tres o cuatro etapas. Pogačar ha confirmado la dominación que se esperaba, ganando sin despeinarse, con más de cinco minutos de ventaja sobre Jonas Vingeggard (la auténtica sorpresa de esta edición), llevándose tres etapas y la clasificación de la montaña. Lo mismo que el año pasado pero con más diferencia, más trabajo de equipo y más superioridad en la montaña y en la crono. La caída de Roglič ha permitido ver un dominio de Pogačar más aplastante, aunque sin ella el resultado seguramente hubiese sido más o menos el mismo, quizá con menos tiempo de por medio. Más allá de la dominación personal de Pogačar, tan solo han ganado ocho equipos de los veintitrés participantes y entre cuatro corredores han acumulado más de la mitad de las victorias de etapa. 

Si no quieres caldo, tres tazas.


Desmarcándome de lo que parece ser una tendencia general, no me voy a sumar al coro de los que ya piden la cabeza de Pogačar, por muy fundadas que sean las sospechas que genera su entorno. Ha sido bastante llamativa la animosidad de cierto sector francés.  En ese sentido, la historia es cíclica. En el Giro (y en menor medida en la Vuelta) la tendencia siempre fue la de poner obstáculos y trampas en el camino de la estrella extranjera, para luego alabarla si al final acababa llevándose el triunfo. En Francia las cosas siempre han tenido otro cariz. Cuando un campeón extranjero comienza su dominación, surge el espíritu de irreductible aldea gala, que en su peor forma puede encarnarse en una hilera de airados campesinos de Auvernia, esperando en las rampas del Puy de Dôme para insultar o atizar un puñetazo al Merckx de turno. En su momento fue normal que el perdonavidas de Armstrong soliviantara al público francés, pero incluso un campeón discreto como Miguel Indurain, poco dado a avasallar, era despachado en el relato histórico del Tour con dos líneas a pie de página: "un campeón robótico, propio de los tiempos modernos, sin alma y sin carisma, pasemos a otra cosa". Froome tuvo que desplegar todas sus habilidades de astuto diplomático para ganarse el respeto de los franceses, y ni por esas. Ahora, en el caso de Pogačar, la campaña en contra ya ha empezado. Su superioridad es excesiva, gana con mucha diferencia, gana demasiado. Sin duda esa campaña está favorecida por el entorno del esloveno, digno de película de terror, y algún gesto que se ha interpretado como una vuelta a los tiempos de Armstrong. La gente tiene ganas de villanos. 

"Merckx, Merckx, Merckx...et Merde!"


Es evidente que la segunda y la tercera semana se han visto algo resentidas en cuanto a interés por este apabullante dominio. Pero esta crónica pretende alejarse de cualquier visión melodramática o apocalíptica. Más allá de apreciaciones subjetivas y de las particulares filias y fobias de cada uno, este Tour ha mostrado en sus primeros diez días mucho más interés que en ediciones recientes, y lo que ha venido a continuación ha sido simplemente el Tour. Lo de siempre. Con la diferencia de que un menor control de la situación por parte del equipo del líder ha propiciado inicios más nerviosos, escapadas más multitudinarias y que algún ciclista peligroso se colase puntualmente entre los mejores de la general. Ni ha sido el mejor Tour de la historia ni tampoco el peor. Ha sido simplemente algo con lo que entretenerse en el mes de julio, que a fin de cuentas es de lo que se trata.

 

Estas dos últimas semanas nos han dejado la versatilidad de van Aert, los días de sprint dominados por Deceuninck (con un Mørkøv que casi tenía que frenar), los días para las escapadas, con triunfos para Politt, Mollema, Kuss, Konrad y Mohorič, y la forma de jugar de Pogačar con sus rivales en los dos finales en alto de los Pirineos, dilucidados al sprint entre el trío de mejores ciclistas. Wout van Aert ha ganado en todos los terrenos como solo los grandes nombres del ciclismo han hecho. Con su victoria final en los Campos Elíseos ha impedido que Cavendish comande en solitario la clasificación de ganadores de etapa de Tour. Y ha ganado de forma destacada en su particular duelo con Mathieu van der Poupou, ya que la espantada del nietísimo con la excusa de los JJOO lo ha vuelto a alejar de los grandes lugares y los grandes días del ciclismo. 

La mejor victoria del Tour.

 

Por su parte, la actitud de Pogačar a partir de los Pirineos, ganando sin necesidad, acaparando clasificaciones y ejerciendo de patrón, ha decepcionado a todos aquellos para los que el modelo de campeón sigue siendo Miguel Indurain. En realidad, el ejemplo de Indurain, el campeón magnánimo que regalaba triunfos parciales a sus inmediatos rivales, es más un caso  singular dentro de la historia del ciclismo que un modelo repetido, y los nombres con los que se ha emparentado al joven campeón esloveno han sido otros. Merckx, Hinault y...Armstrong. Sin duda el gesto en el inicio de la etapa de Libourne, en la que el propio Pogačar salió en primera persona a cortar un ataque de Skujins y Kwiatkowski, recordó bastante al momento Simeoni de Lance Armstrong. Las circunstancias de fondo eran bien diferentes, pero las semejanzas formales bastante evidentes. El gesto mafioso de Armstrong tuvo la intención de intimidar a un ciclista que con valentía había decidido romper la omertà. El gesto mafiosillo de Pogačar entra dentro de los códigos del fair play que imperan en el nuevo ciclismo, nada más. De hecho, en esa misma jornada (una jornada para olvidar) hubo otro gesto, en este caso sí calcado en forma e intención al de Armstrong en 2004, protagonizado por Matej Mohorič, perteneciente a un equipo al que la gendarmería había registrado recientemente en el hotel. Ese gesto completamente inútil e incluso grosero le perseguirá toda su vida. En cambio, el de Pogačar no fue un gesto muy diferente del de Roglič en la primera etapa del Tour del año pasado, en la que se puso en cabeza para advertir o coaccionar a dos Astana que intentaban forzar el ritmo en una bajada mojada. Son los cánones de un aborrecible nuevo ciclismo, manifestados por primera vez de forma abierta por Cancellara y José Iván Gutiérrez en 2010, que han sido el pan de cada día en los años de dominio británico y que incluso muchas veces se han puesto en práctica desde las propias organizaciones de las carreras. Eso sí, Pogačar, como buen picciotto ascendido a capo di tutti i capi, no perdió la oportunidad para reafirmar su nuevo rol de patrón frente a Kwiatkowski, uno de los representantes del equipo que ejercía tal papel hasta el momento.  

El lenguaje no verbal.


De hecho, Ineos ha sido el equipo derrotado de esta edición, a pesar de que el podium de Carapaz pueda maquillar un poco el resultado. No se han llevado ni un triunfo de etapa y han mostrado un rendimiento más cercano al del Tour de 2020 que al del Giro del presente año. Es bastante significativo que ahora el papel de patrones de la carrera lo puedan ejercer solo en Italia y lleven dos años sin carburar en Francia. Como por aquí ya se predijo, en Ineos no han sabido cambiar de estrategia. Esos ataques a tres bandas no han tenido lugar fuera de la imaginación de algunos angloperiodistas antes de que empezase la carrera. El trenecito lo llevan en la sangre, con él nacieron y con él morirán, como se vio en la etapa de Luz Ardiden, en la que liberaron al equipo del líder de la pesada carga de controlar la carrera. El equipo de Pogačar ha sorprendido por su buen rendimiento, con un Majka especialmente insistente tras la jornada de descanso. De todas maneras, el equipo en general ha controlado la carrera de una forma más laxa que a lo que nos tenían acostumbrados US Postal, Sky/Ineos o Jumbo, con auténticos momentos de debilidad que no fueron aprovechados por sus rivales.

A la bartola.

 

En fin, el Tour ha acabado y hay que dar gracias de que así sea. No por la carrera en sí, sino por el humo que genera. Junto al rodar del pelotón por las carreteras de Francia se ha ido creando una enorme bola, en muchos casos inaguantable, de sospechas, disparates, paranoia, filias, fobias y referencias morales a la historia, con sus santos, sus mártires y sus demonios. Toca pasar gustosamente página.

En menos de una semana, los Juegos Olímpicos en Japón.


lunes, 5 de julio de 2021

EL DILUVIO

Julio tras julio los espectadores del Tour demandan espectáculo, al igual que algunas tribus invocan a la lluvia con danzas propiciatorias y sacrificios variados. Lo más habitual es que los dioses del ciclismo devuelvan a cambio una buena ración de siestas y bostezos. Ya se sabe, el silencio de Dios. Pero este año ha sido distinto. ¡Ha llovido! Pero cuando las plegarias parecían haber sido atendidas, la lluvia ha comenzado a caer de forma torrencial, convirtiéndose en un diluvio que ha anegado casas y cosechas. Sobredosis de espectáculo.

Las plegarias han sido escuchadas. Los sacrificios han surtido efecto.

 

La etapa del viernes, entre Vierzon y Le Creusot, era un auténtico diente de sierra de 250 kilómetros. ¿Qué le había pasado por la cabeza a Prudhomme al programar algo así? ¿Una banda de amantes del ciclismo clásico le había obligado a hacerlo, navaja en mano? ¿Qué quedaba de sus Tours de etapitas? ¿No había sido suficiente con el ejemplo de Vegni y sus experimentos de más de 200 kilómetros? Una idea tan "peregrina" ha dado resultado. ¿Cómo no iba a darlo? La combinación de distancia y dureza siempre propicia cosas, más si se le añade, como en este caso, la locura de algún ciclista predispuesto a retirarse y la debilidad del equipo del hombre más fuerte.

La etapa no ha sido decisiva en el conjunto del Tour, pero sí ha deparado buenos momentos. Se salió a fuego, con muchos corredores intentando filtrarse en la escapada. Entre ellos, grandes nombres como Alaphilippe, van der Poel y van Aert. Alaphilippe al final no se mantuvo en el grupo, pero sí otros trotones, como Asgreen, Stuyven, Gilbert, Campenaerts, Van Moer o Mohorič, y corredores de generales algo alejados de puestos delanteros, como Nibali o Simon Yates. Esta escapada pilló despistado a UAE, que intentó mantener un pulso claramente desequilibrado, con varios kilómetros de contrarreloj por equipos con apenas 30 segundos de diferencia.

El equipo de Pogačar depuso las armas y dejó que cogieran ventaja. El grupo con los ganadores de la Milán - Sanremo y la Ronde van Vlaanderen de este año acabó ganando la partida. Desde UAE podían permitir que van der Poel aumentara su ventaja y van Aert superara al esloveno, aunque no demasiado. Ante el agotamiento de UAE, Total entró a colaborar de forma algo inexplicable, al parecer por no haber metido nadie en la fuga. Las diferencias comenzaron a subir, hasta rondar los 6-7 minutos. A falta de 80 kilómetros se formó "la fuga de la fuga", con Mohorič y Van Moer primero, y posteriormente Stuyven y Campenaerts. Por detrás, UAE iba perdiendo efectivos. Al llegar a Signal d'Uchon, la carrera dinamitó. En primer lugar, Roglič se descolgó, sin que en el grupo de los favoritos se estuviera imprimiendo un fuerte ritmo. De hecho, los UAE habían desaparecido de la cabeza, cosa que aprovechó Richard Carapaz para lanzar su ataque al coronar. 

Obligados a compartir plano.

 

Por delante Mohorič se deshizo de su último acompañante, Jasper Stuyven, y en el grupo intermedio Mathieu van der Poel y Wout van Aert volvían a colaborar para aumentar su ventaja con respecto a Pogačar. A partir de ese momento fue algo complicado seguir la evolución de los grupos, principalmente debido a una realización empeñada en sacar casi el último kilómetro completo de cada pequeño grupo de escapados (cosa que ha sucedido repetidamente estos últimos días). Las pocas imágenes del pelotón de favoritos mostraron un grupo comandado por los Movistar y los Education First, dándolo todo para cazar a Carapaz. De delante se descolgaron incluso Erviti y García Cortina para contribuir en la persecución, en lo que parece ya ser una cuestión personal, aunque lo nieguen. Curiosamente es siempre Carapaz el que interfiere en los intereses del equipo navarro. Pogačar estaba solo, pero podía estar tranquilo. El sprint final de Alaphilippe y Mas permitió neutralizar en la propia línea de meta a Carapaz, cuyo esfuerzo había sido en vano. 

Desde la caída de Landa, han desplegado las alfombras voladoras.

 

El sábado comenzaban los Alpes con la etapa entre Oyonnax y Le Grand-Bornard, y ascensos al col de la Romme y la Colombière principalmente. Sobre el papel parecían unos Alpes descafeinados, sin grandes cimas, pero la lluvia ha contribuido a endurecer la carrera. La lluvia... y las ganas de sentenciar la carrera por parte de Pogačar. Aplicando la fórmula de Armstrong y del primer Froome, ha decidido meter distancia de por medio en la primera etapa de montaña decisiva. De nuevo la salida fue nerviosa, con una subida no puntuable "a balón parado" al Fôret d'Échallon, que provocó que Thomas y Roglič, junto a tres compañeros de Pogačar (Længen, Bjerg y Hirschi), se descolgaran junto con todos los sprinters. Van Aert intentó filtrarse en algunas de las escapadas iniciales, en las que también el propio Pogačar llegó a estar implicado para serenar un poco los ánimos generales. Finalmente se consolidó una gran fuga, de nuevo muy numerosa. A modo de avanzadilla, Wout Poels fue por delante cogiendo puntos para la montaña.

Disfruta del ciclismo, aun descolgándose.

En el encadenado entre el Col de Romme y el Col de la Colombière se produjo el hachazo de Pogačar, predecido de un lanzamiento muy gestual de Davide Formolo. Carapaz intentó seguirle, pero Pogačar se deshizo de él con un segundo ataque. El ataque del ataque, que diría Txente. Por detrás se configuró un grupo de perseguidores, que iría encajando de forma vertiginosa mucha diferencia: Urán, Vingegaard, Mas, Carapaz, Kelderman, O'Connor, Gaudu, Bilbao y Lutsenko. De este grupo se había descolgado el segundo de la general, Wout van Aert, que iniciaría una bonita persecución en solitario, muy parecida a aquella de la Tirreno - Adriatico. Pogačar se estaba gustando, subiendo a plato con la cadena completamente cruzada, sobrepasando corredores con gran facilidad. En algún momento dio la impresión de ser Pantani subiendo Oropa. Él parecía el corredor maduro y todos los demás cadetes. Alcanzó en un abrir y cerrar de ojos a Ion Izagirre y a Michael Woods de la fuga, los rebasó y a poco estuvo de alcanzar a Dylan Teuns, que coronó en solitario la Colombière echando el resto. El belga pudo llevarse la victoria, arriesgando mucho en la bajada. Segunda etapa consecutiva para el Bahrain y liderato para Tadej Pogačar, con 1:48 sobre van Aert, que había salvado los muebles con mucha honra, y más de cuatro minutos sobre Lutsenko, Urán, Vingegaard y compañía. 

Algo muerto sí llegó.

Si la demostración no había sido suficiente, Pogačar aun distanciaría en la segunda etapa alpina un poco más a sus rivales. Fue otro día de lluvia constante, que comenzó con la no salida de van der Poel y Roglič. De nuevo UAE permitió la formación de una fuga multitudinaria por delante, con un hombre más o menos peligroso en la general, Ben O'Connor. Entre los grandes nombres que marchaban por delante estaban Alaphilippe, Cattaneo, Nairo Quintana, Higuita, Guillaume Martin y Sonny Colbrelli. La actuación del campeón de Italia estuvo muy en la línea reciente de sus compañeros de Bahrain: se escapó para obtener los puntos intermedios del sprint, pero, ya puestos, también entró tercero en la meta de Tignes. De nuevo la lluvia y el frío convirtieron la segunda etapa alpina en una jornada masacrante, con muchos ciclistas teniendo problemas de frío en las manos, entre ellos Alaphilippe. La labor de UAE estuvo más compenetrada durante toda la etapa, con Bjerg, Hirschi y Længen tirando largo tiempo. Aun así, los escapados iban cogiendo ventaja, alcanzando O'Connor incluso el liderato virtual en algunos instantes.

Tendrán difícil sacarle del podio.

El Col du Pré y el Cornet de Roselend marcaron el punto álgido de diferencia de los fugados, mientras UAE por detrás era incapaz de contener la hemorragia. Quedaron por delante O'Connor, Quintana e Higuita. Parecía una etapa propicia para Nairo Quintana, dadas las condiciones de frío y lluvia. En algún momento dio la impresión de que Higuita y Quintana podrían jugársela a O'Connor, pero éste se mostró muy superior en la última ascensión. El australiano inició la subida a Tignes acariciando el liderato, pero finalmente pudieron recortarle dos minutos: uno lo recortó Ineos y el otro lo recortó el propio Pogačar. La ascensión de O'Connor fue formidable, de las que pueden valer un podium. Por detrás Formolo no estuvo al nivel del día anterior y  Pogačar volvió a quedarse solo en la parte final. Da igual, no lo necesita en realidad. Otros le hacen el trabajo y si no, se basta y se sobra. Ineos comenzó a acelerar para recortar la ventaja de O'Connor y preparar un ataque de Carapaz, pero finalmente acabó haciéndolo el propio Pogačar. Esta vez no sacó más allá de medio minuto, pero sirvió para comer la moral una vez más a sus rivales. 

Un paseo más.

 

Todavía queda Tour. Pogačar está intratable, en montaña y en crono, aparentemente no muestra fisuras. Su equipo muestra debilidades en algunos momentos, alejado de aquellos súper-equipos de Bruyneel y Brailsford. Sin Roglič en carrera, no parece tener rivales a su altura, pues Ineos parece estar más en la línea de su último Tour que de sus últimos Giros. Solo hay que ver las prestaciones de Geoghegan Hart. Tampoco Jumbo parece el del año pasado. En este caso, solo hay que echar un vistazo a Kuss. En cuanto a Pogačar, sus demostraciones no tienen parangón en el ciclismo más reciente. No valen las comparaciones con Riccò y Cobo, aunque compartan mentor: Pogačar está indudablemente a otro nivel (es la mejor materia prima con la que ha contado Matxín en su vida). Tampoco valen aquellas comparaciones con corredores surgidos de la nada, o transformados de la noche a la mañana: Pogačar es un prodigio desde que tenía 18 años. Se ha abierto, como era de esperar, la lucha entre detractores y defensores. Los hay que vemos el talento, sin que ello suponga habernos caído del guindo hace unos días. Pero como siempre que surge un nuevo tirano, algunos ya están esperando (y jaleando) el puñetazo del Puy de Dôme. 

jueves, 1 de julio de 2021

¿QUEDA ALGUIEN VIVO?

En los manuales de buen estilo quizá aparezca una recomendación para empezar un artículo: para captar la atención del lector, es conveniente emplear una afirmación inicial lapidaria, irrefutable de tan obvia, incluso bastante manida. Así pues, ahí va mi afirmación de perogrullo: el Tour es la mejor carrera del mundo. A nadie le descubro nada. Podría continuar con la batería habitual de argumentos para reforzar esta afirmación, o incluso refutarla, pero en el fondo me da algo de pereza. Solamente un "sin embargo" es necesario. Sin embargo, montándonos en la máquina del tiempo, este Tour se parece demasiado a aquel de 2014. Aquel que, tras una espectacular quinta etapa, una etapa para el recuerdo, acabó convertido en un entierro.  

En esta quinta etapa un torbellino ha pasado por Laval y apenas nos hemos enterado. A 51 km/h de media, Tadej Pogačar parece haber dejado todo bastante atado y bien atado. Como en aquellas caricaturas de Pellos, Pogačar se ha sacado de la manga el martillo y ha destrozado los cronometros. Y de paso, ha repartido algún coscorrón entre sus rivales. Los pajaritos que dan vueltas sobre el chichón en la cabeza de Roglič marcan 44 segundos. Pocos parecen, si se tiene en cuenta el estado de momificación en el que salió el gran rival esloveno tras la caída de Pontivy. Dos chichones asoman entre los rizos de Geraint Thomas: señalan 1:18. Los pájaros que revolotean sobre otras cabezas son una bandada completa, acompañada de estrellitas y campanas: 1:44 sobre Carapaz, 1:49 sobre Mas, 2:08 sobre López...Incluso Alaphilippe ha salido molido. 

Rompiendo los cánones, incluso el de no mirar a cámara.

 

A diferencia de Küng, Pogačar y el resto de favoritos salieron ya con el piso completamente seco. Pero Pogačar no vio necesario arriesgar en las curvas, como si hicieron Roglič y van der Poel. No le hizo falta. Quería demostrar que lo de La Planche des Belles Filles del año pasado no fue un espejismo, que aquel cuarto puesto en la crono de San Benedetto del Tronto en la Tirreno-Adriático, tras tres gigantes como van Aert, Küng y Ganna, no fue algo casual. Con una posición irreprochable sobre la bici (su blanco inmaculado poco tiene de "minero"), movió con gran soltura un desarrollo propio de rodador y se convirtió en el primer corredor tras Induráin en empalmar dos cronos en dos Tours consecutivos. Engañó algo su bajo rendimiento en los campeonatos nacionales contra el crono, tras Tratnik y Polanc: en realidad se los tomó a filfa, sin gastar. 

El otro gran protagonista del día fue Mathieu van der Poel. Muchas veces se le ha achacado escoger un calendario cuanto menos exótico, en un afán polifacético que ríete tú de los maestros del Renacimiento. Pero esa misma vocación poliédrica parecía ser la que le alejaba de las grandes citas. Ahora no, ahora está donde tiene que estar, ofreciéndose a la exposición sentimental a propósito de la figura de su abuelo. Ha introducido algunas variaciones al modelo de Poupou. Mathieu es el corredor loco, el corredor popular, el que hace posible lo imprevisible, el que se estampa a veces, el que derrocha talento, el que hace cosas a veces incongruentes y de cara a la galería, pero también el que en la etapa de ayer se defendió como gato panza arriba en una disciplina que no es su especialidad.

Antes había conquistado un maillot amarillo con algo de ese no-sé-qué que los franceses resumen en el vocablo panache. Un doble ataque en el Mur-de-Bretagne, uno para conseguir la bonificación y el segundo para conseguir el triunfo, le permitieron alcanzar todo aquello que su abuelo no consiguió (pero su padre sí), para delirio propio y de sus fans. El ataque fue excepcional y por una vez sus planes alocados dieron resultado. Aunque al público francés le hubiesen arrebatado a su adorada mascota, podía contentarse con un nuevo líder semifrancés y nieto del Símbolo por antonomasia. Van der Poel pasaba así a las primeras páginas de Pravda, convirtiéndose en más francés que Asterix, Obelix o la caricatura del francés de los anuncios del queso President. "Me encanta que los planes salgan bien", aquella mítica frase de Hannibal Smith, parecía resonar como lema de esa etapa. 

Sonrisas, bien; posturitas, mal.

 

La adorable mascota del público francés, Julian Alaphilippe, había comenzado el Tour por todo lo grande, con un triunfo en el subida final de Landerneau en la primera etapa. Una cosa buena de Alaphilippe es que no defrauda en sus expectativas: allí donde se le espera, ataca. Se sabía que su objetivo primordial sería conseguir la victoria y el amarillo, para poder darse así un baño de multitudes, y así fue. Cuando lanzó su ataque todos se miraron. Pierre Latour intentó plantarle cara, de forma infructuosa. Van der Poel no reaccionó, van Aert tampoco, quedando más tarde relegado a tareas de gregario. Los únicos que dieron la impresión de poder cazarlo fueron Roglič y Pogačar, si así lo hubiesen deseado. Prefirieron marcarse y Alaphilippe se llevó el merecido triunfo, dejándose unos segundos en una morosa celebración. 

Hoy sí puedes, no hay moros en la costa.

 

Poco le duró la alegría al campeón del mundo, que no pudo seguir a van der Poel en el Mur- de-Bretagne, y en la crono de Laval no se mostró chispeante como es habitual en él. No hubo repertorio de muecas ni de relajamiento muscular de pantorrillas, signo inequívoco de que no se encontraba cómodo, aun a pesar de que el público francés le hiciera la ola. Van der Poel fue superior ambos días. El dominio de Alpecin está siendo simplemente una prolongación de su abracadabrante temporada, en la que solamente Deceuninck e Ineos les superan en victorias parciales. En Pontivy la victoria fue para Tim Merlier y tercero hizo el propio lanzador, Jasper Philipsen. Se trató de un día muy accidentado, incluso en la meta, con caída de Caleb Ewan, que arrastró a Peter Sagan. Cavendish se tomó las cosas con calma, entrando a cinco minutos.  

A su paso se abren las aguas.


De hecho, la reaparición de Mark Cavendish, y su vuelta al primer nivel, entra dentro de los fenómenos particulares de este inicio de Tour. Es sabido el "subidón de moral" que provoca el fichaje por el equipo de Lefevere, igual que el "bajón anímico" que provoca la salida del equipo. Son altibajos propios del ciclismo moderno. Aunque Mark Cavendish venía dando señales desde Turquía, pocos eran los que esperaban dos triunfos en lo que llevamos de Tour. Yo no me lo esperaba, no me lo quería creer. Ha  conseguido dos triunfos en los que ha sido arropado por su equipo, pero Mørkøv no ha necesitado dejarle el triunfo en bandeja, como hiciera otras veces con Viviani o Bennett. Cavendish se las ha apañado solito, con sus buenas y malas artes, aquellas que han hecho de él el mejor sprinter de la historia, pero también el más polémico. También se convierte en el sprinter con una resurrección más tardía, después de años sin victorias y sin meterse siquiera en los sprints. Quizá en Deceuninck ha recobrado la "confianza". No vamos a extendernos más en ello.

Un abrazo que de un momento a otro puede convertirse en un beso de la muerte.

 

El día del primer triunfo de Cavendish, el pelotón engulló a menos de 200 metros de meta a Brent Van Moer, el protagonista del día. Una curiosidad de este año es que las fugas están teniendo algo más de nivel. Quizá los propios equipos se han dado cuenta de la merma de espectáculo y de credibilidad que suponían las pactofugas, y están dejando que algún nombre medio o más o menos importante se cuele en fugas de paripé. Así se han colado Jelle Wallays o Greg Van Avermaet, entre otros. Será que al no correr Alex Dowsett está habiendo más permisividad. Son fugas abocadas al fracaso, en todo caso. Salvo en la de Van Moer, que casi se la cuela al pelotón, y al que habrán tomado rápidamente la matrícula.  

Plano digno de John Ford, en la sexta etapa.

 

En estas etapas iniciales el tema de polémica (un tanto artificial) ha sido el de las caídas. Las caídas son algo inevitable, inherente por desgracia al ciclismo, aunque sin duda constituyen su parte más fea y ante la que nadie debería sentirse atraido. Las caídas son dolor y no otra cosa.  El recorrido por Bretaña ha estado caracterizado por las carreteras estrechas y reviradas. Alguna curva demasiado peligrosa podría haberse evitado, como aquella en la que cayó Jack Haig. Pero también es verdad que la mayor parte de las caídas se han producido más por la tensión de las primeras etapas que por defectos del recorrido. Alguna también por estupidez humana, pero no es necesario ahondar más en el linchamiento. Soler, Haig, Konovalovas, Lemoine, Gesink y Sütterlin se han ido para casa. Roglič y Thomas se fueron al suelo (en situaciones aparentemente poco complicadas). La caída de estos grandes nombres ha sido la que ha puesto el grito en el cielo, como sucediera en 2014 con las caídas de Froome y Contador. Como respuesta, los corredores plantearon un parón de un minuto. No está mal como protesta y como tal debe ser respetada: vino seguida de unos diez kilómetros "neutralizados". Lo que podría haber sido una imagen potente, quedó en parte convertido en una parada-pipí y en un inicio no muy diferente al de otras etapas llanas de Tour.

En fin, todo esto ha sido un poco de relleno para demorar la continuación de lo verdaderamente importante: el varapalo de Pogačar al resto. Con su cara de niño ha triturado a sus rivales con la apisonadora. Ha seccionado el cuerpo de sus rivales con los pinchos de las ruedas de su cuadriga de caballos desbocados. He hecho todas las animaladas posibles, sin perder la sonrisa. ¿Qué hacer con este niño? En realidad es un talento que pocas veces se ha visto en las últimas décadas. No pierde la compostura ni en su máximo esfuerzo. Su forma de rodar tiene incluso un punto de belleza. Ya no es simplemente "un buen escalador". Pogačar es algo más: escala, rueda, esprinta, ha ganado un monumento, tiene hambre y ambición, cae bien en el grupo (aunque a Küng le sentase algo mal su triunfo, como les sucediera a los Jumbo). ¿Qué puede detenerle? ¿Una vicenda Savona? ¿Acabará su trayectoria antes de los treinta? También Merckx ganó todo lo importante antes de los treinta. Y a este paso, también Sagan. Su único punto débil parece ser un equipo poco pertrechado para hacer la guerra contra Ineos o Jumbo, con algunos de sus corredores siendo más conocidos por sus ambiciones personales que por su voluntad de sacrificio en favor del colectivo. Pocas veces se ha visto tirar a Rui Costa y ya se vio en la Itzuli de lo que es capaz Marc Hirschi cuando la cosa se trata de defender un liderato ajeno. Mientras tanto, David De la Cruz está en su casa y en los platós de televisión. En general, a Tadej Pogačar se le vio bastante solo en las etapas de llano complicadas. También es verdad que esta vez no contarán con despistes mcnultyanos. Por tanto, aunque se hable de la fórmula Matxín, poco parece haber en este UAE de las exhibiciones colectivas de Riccò, Piepoli o Cobo. Sí que sigue habiendo mucho de banda. La duda radica en saber si UAE será capaz de adormecer la carrera: algo a lo que nos tenía acostumbrados Sky/Ineos, y que esperemos que no ocurra esta vez. De momento, Pogačar está a ocho segundos de van der Poel, todavía de blanco en un segundo plano que para nada pasa desapercibido, como un niño que intenta disimular con buena cara todo el destrozo que ha hecho. 

"Yo no he sido".