lunes, 25 de julio de 2022

ABUSONES

El Tour ha finalizado con la grata impresión general de haber superado con creces las expectativas previas. La gran carrera de julio ha vuelto a capturar la imaginación del aficionado, después de años de marasmo y siestas. El público de este año ha debido sentir una conexión invisible con ese pasado romantizado de tardes con la oreja pegada al transistor, escuchando los grandes duelos de antaño. No en vano, han sido generalizadas las afirmaciones de estar asistiendo al mejor Tour en X años. Pero más allá de estas apreciaciones subjetivas de las que se nutre la fábula y el sentir popular, no se va nada desencaminado si se establecen las pertinentes conexiones con el pasado. Ha sido un Tour de record, en concreto de velocidad (42,026 km/h), superando al Tour más rápido, el de 2005, en el cénit de la era Armstrong. Pero si entonces la velocidad iba acompañada del control (como en un anuncio de coches), esta vez la velocidad ha sido el claro reflejo de una carrera alocada, anárquica, frenética, a veces desquiciada. Al menos, la velocidad ha sido palpable, se ha visto, se ha disfrutado. Igualmente, hay que remontarse a 1997 para encontrar a un equipo que haya ganado el maillot amarillo y el verde. En aquel momento fue el Telekom de Ullrich y Zabel, esta vez el Jumbo de Vingegaard y van Aert, con el añadido de record de puntuación por parte del belga en la clasificación por puntos. También las diferencias de tiempo parecen de otra época: el tercer clasificado a siete minutos, el décimo a casi veinticino...En resumen, ha habido un equipo que ha abusado de su superioridad, doblegando al resto del pelotón. 

 

Los Jumbo y el pelotón.

Pogacar lo ha intentado, pero Jumbo, Nelson y Kearny han hecho esto con él.

Las últimas etapas han sido un claro reflejo de ello. Después de la sentencia del Tour en Hautacam, Jumbo volvió a brillar en la meta de Cahors, con un tercer protagonista: Christophe Laporte. La etapa se preveía movida, debido a que era la penúltima oportunidad para los sprinters (los grandes olvidados de este Tour) y también para los rodadores. De hecho, se formó prácticamente de salida una fuga de lujo, formada por Nils Politt, Mikkel Honoré, Matej Mohorič, Quinn Simmons y Taco van der Hoorn: una fuga que podía poner en serios aprietos al pelotón. Alpecin y Lotto pusieron mucho empeño en la persecución, no permitiendo que alcanzara una diferencia superior a los dos minutos. La fuga perdió primero a Politt y más tarde a Honoré y van der Hoorn, pero cuando parecía que iban a ser todos absorbidos, Mohorič y Simmons se mantuvieron por delante. Simmons se deshizo del esloveno en la cota de la ciudad medieval de Lauzerte, marchando un tiempo por delante del pelotón, exhibiendo sus precoces cualidades de rodador curtido. Una vez cazado, y después de un ataque medio broma, medio en serio de Pogačar en el descenso de la cota de Saint-Daunès, se formó una segunda fuga, con Jasper Stuyven, Alexis Gougeard y Fred Wright.

Esta segunda fuga llegó viva hasta el último kilómetro, a pesar del empuje de Alpecin y del propio Jumbo, con Wout van Aert a la cabeza. El último kilómetro era en ligero ascenso, dificultad que fue aprovechada por Christophe Laporte para enlazar con los fugados cuando tenían apenas unos metros de ventaja. Stuyven y Wright le sirvieron de lanzadores y Laporte, con un poderío que recordaba un tanto al del Gilbert de 2011, se hizo con la victoria, demostrando que el salto de calidad al dejar Cofidis por Jumbo ha sido más que espectacular. En otras ocasiones, Laporte se hubiese quedado con la miel en los labios, al modo de un Hofstetter o un Dainese: con Jumbo, esos sinsabores son cosa del pasado. 

El festival de Jumbo se prolongaría un poco más, durante la contrarreloj. Una etapa larga para los estándares actuales, disputada en un trazado sinuoso y estrecho, con un constante sube y baja. La parte final era la más exigente, con tres duros repechos, el último hasta la ciudad encaramada de Rocamadour, precedido de un descenso muy técnico y estrecho hasta el río Lot. El campeón del mundo de la especialidad, Filippo Ganna, marcó el primer tiempo serio, aprovechando los escasos tramos llanos y arriesgando en la bajada final. Pero como suele suceder en las cronos de final de Tour, los hombres fuertes de la carrera iban a ser finalmente los más destacados.  

El segundo monumento más visitado de Francia, repitió en varias ocasiones De Andrés.

 

El gran favorito, Wout van Aert, no defraudó las expectativas. Rebajó en 42 segundos el tiempo de Ganna, dando la impresión de dejarse caer en la bajada, exprimiéndose al completo en el kilómetro y medio de subida final. Geraint Thomas también marcó unos tiempos intermedios parecidos a los de van Aert, mostrándose como un contendiente claro a la victoria parcial. La crono de Pogačar también fue muy buena, sin ser estratosférica, pero quedaría eclipsada pronto por la bestialidad de crono de Vingegaard. Completamente engorilado, y sin necesidad de sacar tiempo, el danés arriesgó en cada curva. Ante los amenazantes tiempos de Thomas, querían que la victoria quedara en casa de Jumbo a toda costa. En el descenso peliagudo hasta el río, Vingegaard entró pasado en algunas curvas. En una de ellas a punto estuvo de salirse de la trazada y chocar contra la pared de roca, trayendo al recuerdo la imagen de Kruijswijk contra la pared de nieve del Agnello. No tenía ningún sentido asumir tanto riesgo, más allá de querer ganar por aplastamiento. 

A un pelo de cometer un epic fail.

Thomas acabó hundiéndose en la subida final, de modo que ya no había riesgo de que la victoria se le escapara a Jumbo. Entonces, después de continuar a saco en la subida, Vingegaard casi paró en seco en los últimos 200 metros para permitir la victoria de su compañero, en uno de esos cambalaches que tanto recordaron a los tejemanejes fallidos de Sky en la crono de Espelette de 2018.  Aun a pesar del parón, Vingegaard le había sacado a Pogačar ocho segundos, demostrando que ha sido superior en todos los terrenos, incluso en el de la temeridad y la inconsciencia. De nuevo, como ya sucediera en Hautacam, ha dado la impresión de que en Jumbo han contado con la posibilidad de decidir con quién ganar, como si fuera fácil. Aunque para ello hubiese sido necesario andar sobre la cuerda floja, tendida entre la gloria y partirse la crisma. 

Sandwich de fotos con Pogacar como mezcla.


De esta forma se ha llegado al paseo final en París, el día de las fotos y del cotilleo. Pogačar lanzó un último ataque al pasar la última vuelta, un ataque claramente condenado al fracaso, pero con la intención de dejar constancia de una especie de sello personal. La victoria de etapa fue para Philipsen. El Jumbo al completo se descolgó para hacerse la fotito de rigor antes de cruzar la meta (práctica que Pogačar había desterrado para bien en los últimos Tours), entrando a 51''. Esa pérdida voluntaria de tiempo ha servido para maquillar un poco la victoria por aplastamiento de Vingegaard. 

Hasta el último día.

Así ha sido el reparto del Tour (vía @FFLose)


Hay poco que añadir a las conclusiones finales ya apuntadas en el anterior post, relativas a los dos grandes protagonistas de la prueba. A pesar de las sonrisas, Pogačar no parecía estar muy a gusto en el papel de segundo de la fiesta, y dejó caer que necesita reposo y reflexionar un poco en torno a lo ocurrido. No creo que esté en la salida de la Vuelta, y creo que le vendrá mucho mejor recuperar el instinto ganador en las carreras de un día de final de temporada, sin tanta presión mediática. Su lucha ha sido la de un hombre solo contra todo un equipo: para un único día de trabajo auténtico de su equipo hubo demasiadas bajas colaterales. Por parte de Vingegaard, todo apunta a que se convertirá en un julietista sin complejos, que se dejará ver puntualmente en vueltas de una semana como rodaje de cara al Tour, como sucedía en el ciclismo de la época de Armstrong y Ullrich. El apabullante dominio de Jumbo puede que haya llegado a su culminación en este Tour; a fin de cuentas, el espectáculo vivido casi a diario ha corrido el serio riesgo de quedar eclipsado por el apabullante dominio de un solo equipo. 

En Jumbo no se han inspirado en la naranja mecánica del fútbol, sino en esta, la de Alex y sus drugos.



viernes, 22 de julio de 2022

A CABEZAZOS CONTRA UNA PARED

El Tour ha seguido en su marcha a través de los Pirineos con su ritmo endiablado, pocas veces visto. No ha habido una etapa insulsa, una etapa sin movimiento, una etapa sin van Aert en el ajo. Los Pirineos se prometían como el territorio para la venganza de Pogačar, pero al final el esloveno se ha estampado repetidamente contra un muro muy sólido, a pesar de sus innumerables ataques. Ha tenido que utilizar todos sus recursos, incluso a su diezmado equipo, pero enfrente se ha topado una y otra vez con una defensa rígida por parte de Vingegaard, que no ha tenido ni siquiera el atisbo de un día malo. El danés ha dado la impresión de estar jugando con sus rivales. También van Aert. El balance que deja este paso por los Pirineos es que Pogačar ha estado un punto por debajo de lo esperado, mientras que Vingegaard ha estado muy por encima de lo que se pudiese intuir, a pesar de que algunos confiasen en sus capacidades a partir de esporádicos destellos de calidad previos.

La primera etapa pirenaica, entre Carcasona y Foix, tuvo un protagonista involuntario: Marc Soler. Ya de salida, en una zona sin dificultad, el corredor catalán comenzó a dar signos sorprendentes de flaqueza. Se informaba de que le habían visto vomitar y su rictus cerúleo al ser atendido por el coche médico era inequívoco. Los “peligros” del día de descanso. Acabó la etapa por imposición del equipo, en un ejercicio tan sufrido como inútil, pues superó el tiempo máximo y los jueces fueron inflexibles, como toca. Me temo que no lo van a volver a alinear como gregario de Pogačar en futuras ocasiones.

Para casa.

 

La etapa superaba el Port de Lers y el Mur de Péguère, para finalizar en Foix tras la bajada. En la fuga numerosa habitual formada de salida figuraban van Aert y McNulty por parte de los equipos de los principales aspirantes. La resolución de la etapa fue un tanto random. Israel había colado a dos corredores, Michael Woods con la intención de lleverse el triunfo y Hugo Houle en labor de apoyo. Los roles se invirtieron, y mientras Houle marchaba en pos de su primera victoria en línea de su carrera profesional, Woods controlaba detrás a Matteo Jorgenson. 

El impresionante renacimiento israelí.

 

Por detrás tampoco hubo mucha historia. En el Port de Lers, Majka forzó el ritmo para un ataque de su líder, que se produjo poco antes de coronar y continuó un poco durante la bajada. Fue, como otras veces, un ataque explosivo y sin excesiva confianza, dirigido más a pillar a Vingegaard en un descuido que otra cosa. En el Mur de Péguère, Majka quedó extrañamente eliminado debido a una rotura de cadena cuando marchaba en cabeza. Pogačar, sin su único gregario, prefirió esperar, culminándose la etapa sin más sobresaltos.

En la corta etapa con final en Peyragudes y paso previo por Aspin, Hourquette d'Ancizan y Val Louron-Azet, el equipo UAE intentó su última (y prácticamente única) acción orquestada. Comenzaba la etapa con la retirada de Majka, aquejado al parecer de extraños dolores musculares después de la pedalada en falso. Sin contar a Hirschi, llegado al Tour de rebote y medio convaleciente, Pogačar solo disponía de dos gregarios, Mikkel Bjerg y Brandon McNulty. Dos corredores que hasta el momento habían mostrado entre poco y nada: el rodador danés se había quedado en casi todos los puertos iniciales, mientras que McNulty apenas se había mostrado. La debilidad de Pogačar obligaba a exigir más a sus gregarios, en todos los sentidos. Pues bien, Bjerg comandó y diezmó al pelotón en la Hourquette d'Ancizan y Brandon McNulty hizo lo mismo en Val Louron-Azet. En la primera ascensión, el ritmo de Bjerg mostró las debilidades de Adam Yates. En el caso de la ascensión del McNulty, qué se puede decir: fue simplemente prodigiosa, abracadabrante, quedándose tan solo con Pogačar y Vingegaard a rueda. Incluso Thomas también cedió, especialmente rocoso en este Tour a pesar de sus treinta y seis añazos. También van Aert, que esta vez al no ir en fuga, quedó descolgado demasiado pronto, dejando a su líder solo. El ritmo fue tan elevado que los cronometradores oficiosos aseguran que se batió un record de 1997, con Pantani, Virenque y Ullrich como protagonistas. Salvando el hecho de que la comparación entre ambas etapas es imposible, por las variables tácticas, meteorológicas o de dureza, es indudable que se ascendió muy rápido. Tanto que Pogačar no pudo atacar e incluso pidió que McNulty aminorase el ritmo en Peyragudes, a fin de ganar la etapa. 

McNulty y su día de gloria.

En el rampón final del aeródromo de Peyragudes se dirimió la victoria. Pogačar, incapaz de soltar a Vingegaard, al menos intentaría llevarse la etapa: y así lo hizo. Una vez retirado McNulty de cabeza, Pogačar lanzó un ataque no demasiado duro, que fue respondido por Vingegaard. Pogačar, muy hábil en finales así y con un casi infalible olfato para la victoria, se colocó a su rueda y le rebasó en los últimos metros. Sin embargo, la impresión final fue que Vingegaard no lo dio absolutamente todo por conseguir la etapa, a diferencia de lo ocurrido en La Planche des Belles Filles. Aun así, con esta victoria Pogačar continuaba manteniendo su particular ritmo de victorias de etapa por gran vuelta, siempre de tres en tres. 

Siempre tres.

 

Finalmente, ayer se disputó la etapa reina pirenaica. Un tradicional Lourdes – Hautacam, con paso por el Aubisque, el inédito Spandelles y final a Hautacam. "Però parlo del temps, crec que era juliol, en què es va fondre l'Induráin i vam maleir el danès i a les rampes d'Hautacam", por citar la canción de Manel. Ese mismo lugar. En el mismo kilómetro cero, van Aert se lanzó de nuevo a la aventura, enlazando de este modo fugas prácticamente todos los días, algo nunca visto. En esta ocasión, llegaría casi hasta el final. Y no ganó en Hautacam (podría haberlo hecho), porque prefirieron que ganará Vingegaard de amarillo. La superioridad de Jumbo fue tal que pudieron decidir con quién ganar, con dos posibles modalidades de homenaje a Riis: la victoria de un tipo fuerte, de un rodador, de un tanque, como van Aert, o la de un danés de amarillo, como Vingegaard. Pero ahí acaban las comparaciones, ya que el inicio en el ciclismo de ambos corredores (siempre la prueba de tantas cosas) es indudablemente muchísimo mejor que el del gigantón de Ariostea, Gewiss y Telekom, habitual de la grupeta de cola y de la lucha por el fuera de control en sus primeras participaciones en el Tour. 

La ascensión al Aubisque estuvo aderezada por la lucha por el maillot a lunares. Geschke quedó fuera de la fuga, gracias al empeño de Trek para Ciccone. Al final de la etapa, el liderato no fue ni para ni para otro, sino para el líder de la carrera, como viene sucediendo desde 2020. El puerto fue aun así espectacular, sobre todo en su descenso, con su carretera colgada entre precipicios. Sin acabar el descenso, se enlazaba con Spandelles, una carretera estrecha, al parecer asfaltada recientemente. En la escapada, van Aert no iba en actitud de vigilancia y control, sino más bien forzando el ritmo: coronó en solitario Spandelles, algo inaudito para un maillot verde. Por detrás, Pogačar no podría contar esta vez con Bjerg, descolgado prematuramente, y tampoco con McNulty: pagaron los esfuerzos del día previo. Aun así, Pogačar lo intentó repetidamente, siendo seguido de forma inmediata por Vingegaard, y de forma más pausada por Kuss. Para el esloveno estaba siendo imposible incluso descolgar al gregario de su rival.

Lo probó entonces en la bajada a la desesperada. Al tratarse de una camino convertido ahora en carretera, las curvas presentaban peraltes un tanto extraños. Pogačar comenzó a arriesgar en cada curva para descolgar a Vingegaard, de forma que al danés la bici le hizo un extraño que pudo dominar in extremis. El esloveno no pareció aminorar el paso y unas curvas más abajo fue él el que sí se fue al suelo, al trazar mal una curva y pedalear sobre la grava. Se llevó un fuerte impacto en el glúteo y por delante Vingegaard, al quedarse solo, decidió esperar. Más allá del gesto deportivo, el choque de manos fue más bien un símbolo: Pogačar no iba a seguir arriesgando en la bajada y con esa tregua asumía la superioridad de su rival y quién sabe si su derrota definitiva. A continuación se vieron unas imágenes de dudosa interpretación, que han dado lugar a múltiples elucubraciones por parte de los habituales amantes de lo oculto, como diría ese fascistoide presentador. Más que nada, Pogačar mostró su carácter ante el coche de equipo, no se sabe si pidiendo bidones, si recriminándoles que no le hubieran informado de la bajada o incluso, lo más probable, mostrando su enfando por el hecho de que le hubieran forzado a arriesgar en exceso. Otras interpretaciones ya entran dentro de la paranoia. También tengo dudas de que el mismo staff continúe para el año que viene en las filas de UAE, salvo Giannetti, que ejerce más de conseguidor y cara amable (quién lo diría) que otra cosa. 

El karma. Luego vino la bronca.

Tregua.

 

En las rampas de Hautacam, van Aert seguía forzando, dejando la fuga reducida a dos acompañantes, Pinot y Daniel Martínez, mientras por detrás también Jumbo con Sepp Kuss iba descolgando a corredores. Primero Mas, Vlasov, Bardet y Quintana, más tarde Gaudu (que fue de menos a más, como siempre en él), finalmente Thomas. El ritmo machacón de van Aert descolgó a la última esperanza francesa de victoria, siendo alcanzados finalmente por Kuss, Vingegaard y Pogačar. Al retirarse Kuss de cabeza, quedaron delante tres de los cuatro maillots de carrera. Y ahí se produjo una de las escenas de este Tour: el ritmo bestial de van Aert pudo descolgar a un Pogačar agotado y dolorido. El ataque de Vingegaard no se hizo esperar, llevándose un triunfo de amarillo. El final fue incontestable, gélido a su manera. Pogačar, de nuevo con el maillot abierto al completo, perdería más de un minuto, hincando definitivamente la rodilla. 

Van Aert descuelga a Pogacar a falta de 4 km.

 
Otro danés de amarillo en Hautacam (y en el Aubisque)

 

Pogačar no ha podido culminar su venganza pirenaica. De hecho, no ha podido sacar ni un segundo real (más allá de bonificaciones) a Vingegaard en montaña. Las causas habrá que buscarlas en el calor, en que ha ganado peso para afrontar otros retos, en llegar corto de forma (o pasado, según algunos) o, sobre todo, en la descompensación entre ambos equipos. En cierta manera, su derrota lo humaniza y hará que las oleadas de haterismo exagerado recibidas en las últimas ediciones tengan a partir de ahora otro objeto contra el que dirigirse. Porque es curioso que el esloveno ha pasado de ser un tirano implacable y odiado injustamente, al modo de Merckx, a un atacante frustrado pero popular, al modo de Poulidor (aunque para muchos siga siendo extrañamente Armstrong). Su derrota engrandecerá la posible victoria de Vingegaard, que de no ser por Pogačar no habría encontrado oposición. Ni él ni su equipo. Pero más allá del discurso del espectáculo, al final siempre un poco vacío, Pogačar no debe estar nada contento con esta temporada, en la que se le han escapado los grandes triunfos que se había marcado (Sanremo, Flandes, posiblemente también el Tour). Una Tirreno - Adriatico y una Strade Bianche saben a poco para su nivel y ambición, más allá de las carreras locales de Emiratos y Eslovenia. Quizá ha pecado de exceso de confianza y tampoco le ha servido contar con una horda de palmeros (también numerosa, opuesta a la del linchamiento) que le llevan diciendo durante dos años lo bueno que es. Su equipo lo ha fiado todo a la fuerza bruta, y así tampoco se puede ganar cuando enfrente hay un equipo que te supera en todos los sentidos. De todas formas, esta derrota amplifica el auténtico regalo para el espectador que supone la existencia de un corredor así, polivalente, descarado, un corredor dominador y de carácter que al mismo tiempo parece sencillo y afable, que evita comportamientos marrulleros (aunque a veces se deje llevar por el histrionismo juvenil). Un corredor que ojalá no varíe ni un ápice su forma de afrontar el calendario ciclista con la intención de convertirse en un soso julietista más. Tendrá que resarcirse en lo que queda de temporada, y no me cabe duda de que lo hará.

Este año, más espectáculo que resultados, como van der Poel.


El mazazo para Pogačar, que ha descubierto a su némesis, debe ser fuerte, pero también la sorpresa para los espectadores. Porque más allá de algún iluminado de los wattios, ¿quién esperaba un rendimiento así de Vingegaard? Ha sido muy superior a sus rivales en montaña y la profecía atisbada en el Mont Ventoux durante la temporada pasada se ha acabado cumpliendo: en la altitud, en puertos largos y con calor, Vingegaard es superior. Pero más allá de ese detalle del pasado, tomado como indicio de algo que al final se ha acabado produciendo, si se examinan los resultados reales de Vingegaard estamos ante una eclosión digna de análisis. Los palmareses de Pogačar y Vingegaard no tienen ni punto de comparación. El danés es un corredor de pocas victorias y un tanto random (una etapa en Polonia, otra en UAE, otra en Dauphiné; la Drôme Classic y la Settimana Internazionale Coppi & Bartali, su única vuelta por etapas). En categorías inferiores tampoco es que la cosa fuese espectacular. En el Tour del Porvenir de 2018, ganado por Pogačar, Vingegaard acabó a 41 minutos del esloveno. Por detrás de Bjerg, McNulty y Hirschi, por poner más ejemplos presentes en esa edición y este Tour, siendo dos años más mayor que todos ellos. Comentan que sufrió una caída en el Giro del Val di Aosta, en el que ganó el prólogo, y llegó tocado a la carrera más prestigiosa sub-23. Pero 41 minutos es mucho tiempo. Estamos, por tanto, ante un corredor de florecimiento un tanto tardío dados los estándares de los niños prodigio actuales, y que se acerca más al de vueltómanos como Froome o Induráin. Algunos recuerdan su victoria en Zakopane en 2019 (yo no, el Tour de Polonia es una vuelta que ignoro año tras año sistemáticamente). Mi primer recuerdo suyo viene en 2020, haciendo de gregario de lujo de Roglič en el Angliru. Ahí ya demostró que en ese cuerpo larguirucho y fino había un tremendo potencial como escalador. Dadas las demostraciones actuales, parece un corredor predestinado a ganar más de una gran vuelta, dado su talento como escalador y que se defiende bastante bien en crono (veremos el sábado). El Tour de Francia se adapta perfectamente a sus características, ya que cuenta con la capacidad individual y con un equipo que ha ejercido, al menos este año, un dominio apabullante y bastante desigual.  

Amor no correspondido.

 

De todas formas, esto no ha acabado. Quedan tres días (dos si se descuenta la pachanga final, convertida desde hace años en día de pseudocompetición por propio acuerdo entre los ciclistas). Hoy habrá lucha por la fuga (los franceses no han obtenido victoria) pero también por el sprint (ha habido muy pocos este año). Se promete un día movido desde el inicio y si hay viento puede haber nerviosismo y problemas. Y luego queda la crono, más larga en otras ocasiones, aunque a priori no debería cambiar en exceso la situación actual, dado el colchón con el que cuenta Vingegaard para hacerse con el triunfo final.  


 

lunes, 18 de julio de 2022

¡ESTE NO ES MI TOUR, ME LO HAN CAMBIADO! (PARA BIEN)

Imaginemos una escena de una película alemana de tarde. Los niños vuelven del campamento de verano, después de dos semanas de nuevas amistades, amores inocentes, aventuras, raspones en las rodillas y alguna diarrea. Las madres y los padres aguardan en la sombra. Con la llegada de ese autobús se acabarán dos semanas de tranquilidad y sano aburrimiento. Ahí está, por fin, el autobús asomando por la curva y aminorando la velocidad. Entre la barahúnda de niños cansados y ruidosos uno sale corriendo y se abalanza sobre una de las madres, abrazándose con fuerza a su cintura. La madre parece dubitativa.  Algo no funciona. ¿Quién es ese niño?, parece pensar. Es más guapo, más rubio, más espabilado que la imagen que tenía anteriormente de su hijo. Parece otro, pero ese amor incondicional le hace dudar por un momento de esa primera impresión: se lo acaba quedando, sea o no su hijo de verdad. Así nos pasa a los espectadores del Tour de Francia. Parece que nos hayan cambiado el Tour que conocíamos, somos incapaces de reconocerlo, pero nos quedamos con el cambio. Ojalá fuese así siempre.

Las etapas se están completando a un ritmo vertiginoso, de arquear la ceja, y el duelo entre Vingegaard y Pogačar se promete a la altura de los de 1964, 1971, 1975 o 1989. También al de 2007, dirá alguno con sonrisa maliciosa. Esperemos que las promesas se cumplan: de momento ya se ha visto una de las mejores etapas de montaña en años. 

El Marca francés siempre defendiendo su producto.

 

Los ciclistas se tomaron la etapa del Alpe d'Huez con tranquilidad y algo de miedo. El desgaste del día anterior pesaba en las piernas de todos. A pesar de encadenar tres hors catégorie, la venganza de Pogačar tendría que esperar. Las transiciones llanas entre puertos jugaban en su contra, ya que la superioridad de Jumbo, que se demostraría a lo largo de toda la jornada, hubiese condenado al fracaso cualquier tentativa lejana. Quizá tampoco se sentía muy seguro de haber recuperado plenamente sus fuerzas. Por tanto, la montaña-circo del Alpe d'Huez sería el lugar donde se producirían los ataques. Una subida en la que los estrechos pasillos entre borrachos disfrazados, energúmenos con banderas y muñecas hinchables y aspirantes a sanfermineros se hacen cada año más complicados que sus famosas y sobrevaloradas catorce curvas de herradura.  

En el Galibier se formó una fuga inicial con Giulio Ciccone, Louis Meintjes y Neilson Powless, entre otros, a la que accederían en el descenso Chris Froome y Tom Pidcock. El menudo británico hizo un descenso del Galibier que puso los pelos de punta, deslizándose con suavidad por la sinuosa carretera, haciendo de las curvas, la bicicleta y el cuerpo una unidad. Su descenso estuvo a la altura de los mejores de Savoldelli o Nibali, sin esa inestabilidad que provocan por ejemplo los descensos de Mohorič (desparecido en carrera, por cierto). Al llegar a la altura de Froome, Pidcock pareció serenarse en actitud de humilde admiración hacia el campeón británico que ya todo el mundo daba por acabado. 

Jugándose la vida.

 

La etapa no tuvo mucho más. Jumbo demostró su poderío haciendo que Laporte, Van Hooydonck y Benoot marcasen el ritmo en la Croix de Fer, en la mejor tradición de los trenecitos del pasado. Van Aert comandó el pelotón en el llano hasta Bourg-d'Oisans, sin ningún afán en dar caza a los escapados. Por delante, Pidcock se desmarcó en las primeras curvas, marchándose hacia el triunfo, a pesar de la resistencia inicial de Meintjes. Por detrás todo fue calma hasta que faltaron tres kilómetros. Pogačar realizó dos aceleraciones, explosivas y breves, sin excesiva confianza, que fueron controladas por Vingegaard sin grandes sobresaltos. También por Thomas, al que no pudieron distanciar, ni siquiera en el sprint largo y demoledor de Pogačar. Bardet, Quintana y Gaudu sí pagaron un poco el esfuerzo previo del Granon. 

Lo mejor visto en Leeds desde el Dirty Leeds.

La etapa de Saint-Étienne no tuvo la dureza de otras ocasiones, permitiéndose de nuevo una fuga, en este caso de grandes rodadores. Stefan Küng, Filippo Ganna y Matteo Jorgenson se marcharon por delante, siendo alcanzados más tarde por Mads Pedersen, Quinn Simmons, Fred Wright y Hugo Houle. El joven barbudo norteamericano mostró una vez más su poderío físico, sacrificándose para Pedersen, demostrando que va a ser uno de los corredores más presentes en el futuro inmediato. De este grupo se destacaron Pedersen, Wright y Houle, y para el danés fue fácil controlar una fuga en la que ninguno de sus dos acompañantes pareció querer inquietarlo en exceso. Incluso Houle marcó el ritmo durante prácticamente los dos últimos kilómetros. La victoria fue para Pedersen, como era de esperar, dando para su país su tercer triunfo de etapa. 

El trumpista redimido.

La siguiente etapa, con final en el aeródromo de Mende, sí se iba a plantear como una jornada dura desde el inicio. A falta de 180 kilómetros para meta, Pogačar, imbuido por el espíritu de van der Poel o van Aert en sus días más inspirados, decidió probar al líder de la carrera. Este se encontraba mal colocado. El ataque del esloveno fue controlado inicialmente por van Aert, hasta que Vingegaard, visiblemente nervioso, le daba alcance remontando puestos. Era la muestra de que Pogačar estaba comenzando a despertarse. La pelea por la fuga fue muy intensa y en cierto momento dio la impresión de que el Jumbo (o van Aert) no tenía intención de que la carrera parase, a pesar de que Roglič y Benoot se les hubiesen ya descolgado. Por contra, UAE parecía más tranquilo, pero finalmente coló a Soler en la fuga, a pesar de que al final su presencia delante no sirvió para nada. 

Probando al líder...a falta de 182 kilómetros para meta.

 

"Kalise para todos"

Una vez formada la fuga, esta alcanzó una diferencia enorme, superior a los catorce minutos en algunos puntos de la carrera. Se había filtrado nuevamente Meintjes, que podría suponer una amenaza para todos aquellos equipos que tienen como objetivo prioritatio el top ten. Por detrás, Jumbo marcaba el ritmo con suavidad, hasta la penúltima cota, la Côte de la Fage, una subida de duros porcentajes y expuesta al viento, en la que van Aert aceleró el ritmo y fragmentó al pelotón. La intención parecía ser querer evitar un ataque de Pogačar, que pudiera contar con Soler como puente. Mientras tanto, en la fuga, Matthews se mostraba como el corredor más activo. Aprovechando un descenso se marchó por delante, junto con Luis León Sánchez, Alexander Kron y Felix Großschartner. El danés del Lotto, que podría haber obtenido una histórica cuarta victoria para su país, se quedó fuera de la lucha final a causa de un pinchazo. La exigua diferencia con el resto de fugados se esfumaría en las primeras rampas de la subida al aeródromo.

Matthews se destaca, con Kron, Großschartner y Sánchez detrás.

 

Alberto Bettiol parecía el más fuerte en la fuga. Superó a Luis León Sánchez y a Großschartner y parecía querer hacer lo mismo con Matthews. Le alcanzó y le superó, pero el australiano siguió a su ritmo, manteniendo al italiano a unos metros. Finalmente, cuando todavía no había finalizado la subida, ni siquiera cuando había suavizado, Matthews comenzó a remontar, poco a poco, a chepazos, con gestos de visible esfuerzo. No llegó a coger rueda a Bettiol: con veteranía se escoró a la otra parte de la calzada y lanzó su ataque, para impedir que Bettiol le cogiese rueda. Matthews se marchaba así a conseguir uno de sus triunfos más bellos y más sufridos. 

Call an ambulance...But not for me!

Por detrás, la debilidad circunstancial de Jumbo quedó reflejada en que al inicio de la última subida Vingegaard contaba tan solo con Kuss como gregario. Tampoco iba a necesitar mucho más. Pero por primera vez UAE contaba con superioridad numérica: junto a Pogačar estaban Majka y McNulty, por fin reaparecido. Pogačar forzó el ritmo casi desde el principio de la explosiva ascensión, con un ataque sostenido, sin mirar atrás, muy diferente a los inseguros fuegos de artificio del día de Alpe d'Huez. Los cronometradores oficiosos aseguran que es la segunda ascensión más rápida, tras la de Pantani, Indurain y Riis en 1995. Gaudu, Bardet, Mas, Quintana, Thomas y Adam Yates fueron perdiendo comba, pero Vingegaard, por contra, permanecía completamente soldado a rueda de Pogačar. No lo pudo descolgar ni siquiera en el terrible sprint final, marca de la casa del esloveno. 

Pogi y su sombra (vía @DansLaMusette)

Finalmente, la etapa de ayer con final en Carcassone fue de nuevo disputada a gran ritmo, bajo una terrible ola de calor. La etapa se alejó de paseos de otros años, en los que Cavendish imponía su ley gracias a un equipo que controlaba de cabo a rabo la carrera. Precisamente uno de sus secuaces llegaría ayer fuera de control. Jumbo-Visma tuvo un día bastante cruzado: a la retirada consensuada de Roglič, pensando en la Vuelta, se sumó la caída de Kruijswijk, que supuso su retirada, y la caída sin consecuencias de Vingegaard. Todos estos pequeños detalles muestran que el Tour, a pesar del dominio de Vingegaard y su equipo, todavía no ha acabado. Por lo demás, la etapa contó con una fuga inicial, formada por Nils Politt, Mikkel Honoré y de nuevo van Aert (al que desde el propio coche de equipo le pidieron que parara). Una vez cazados Politt y Honoré, se formó una nueva escapada, con Benjamin Thomas como principal protagonista. Por detrás, del grupo principal los sprinters puros fueron descolgándose uno a uno, debido al ritmo duro impuesto por los Trek para Pedersen. Benjamin Thomas se mantuvo en cabeza hasta bien entrado el último kilómetro, ayudado por su extraordinaria planta de pistard y por las motos, hasta que el pelotón le dio caza. El sprint se dirimió entre van Aert, Pedersen y Philipsen, siendo finalmente el triunfo para el belga del Alpecin.

Un día cruzado.

Hoy sí que no había nadie delante.

En meta, una vez más, todo fueron choques de manos y abrazos entre rivales, como viene siendo habitual en este ciclismo que (para bien) parece haber imitado el buenrollismo juvenil, casi adolescente, de otros deportes, alejándose de la imagen tradicional del ciclista de otras épocas, adusto y resentido, con mil excusas y malas caras ante la derrota. Los abrazos de bros no quitan que se prevea una semana final de lucha. De ser otras las circunstancias, Vingegaard contaría con una diferencia holgada como para estar bien tranquilo. De momento, tiene las de ganar, pero qué duda cabe que Pogačar le va a poner las cosas difíciles. Vingegaard parece muy sólido en montaña, pero no es descartable un mal día. Dadas sus cuentas deportivas pendientes, ambos equipos van a poner todo de su parte, dentro y fuera de carrera, para conseguir el triunfo final en París. 

Imperante buen rollo. ¿Predecerá a la lucha encarnizada?



jueves, 14 de julio de 2022

¿YA ESTÁ TODO DECIDIDO?

Ante días como el de hoy es difícil no caer en la tentación de la épica y de la batallita. No se recuerdan días así, al menos en el pasado más inmediato. Es el día idóneo para sacar la pluma de oca del estuche de madera y comenzar a rasgar con ella el papel rugoso en el que escribir la crónica. Ha llegado el día de ponerse poetas. Atiborrados de etapas sin trascendencia, con equipos maniatando la carrera y ataques pancarteros, lo de hoy ha sido una bella excepción: corredores de uno en uno en meta, tras más de cuatro horas de alternativas diferentes en pantalla. Como un plato colocado en una mesa desnivelada, el control de la carrera ha ido oscilando de la mano de Vingegaard a la de Pogačar, para acabar finalmente en poder del danés. Con el príncipe destronado, lo fácil es mentar Orcières-Merlette, por aquello de Merckx, Ocaña y la derrota del tirano. Pero en realidad cada acontecimiento es independiente a los del pasado, cada uno llega a nuestro presente vacío de sentido y las comparaciones no son más que construcciones humanas, relatos al calor de la hoguera. Batallitas, a fin de cuentas. Pero en un día como hoy se puede reivindicar la batallita como aquello que nos permite seguir viendo con interés este deporte que tantas veces desespera. Esta etapa se la contaremos a alguien algún día, como Abe Simpson cuenta la historia del limonero a los niños de Springfield.  

 



No solo eso: la etapa de hoy se promete el anticipo de muchas otras interesantes, si Pogačar sabe reponerse del golpe. Pues ha sido duro: tanto que no va a encontrar muchas opciones de rivalizar de nuevo con Vingegaard de tú a tú. El duelo por equipos ya lo tienen ganado en Jumbo y se tienen que limitar a controlar la carrera: un Pogačar debilitado, hasta hoy ansioso por sacar tiempo en lugares y situaciones en las que la ganancia es mínima, es el que tiene que proponer a partir de ahora. Tiene que inventar algo acorde a su joven leyenda, no lo puede fiar todo a la crono.


 

En el campo opuesto, el Jumbo de Vingegaard ha ejecutado a la perfección su táctica. Desde el primer momento han colado gente delante, con van Aert escapado de salida junto a van der Poel. A su fuga a lo Baracchi han llegado pronto más corredores, los protagonistas del día (Barguil, Geschke, Latour), y entre ellos Laporte. Luego Benoot ha forzado el ritmo en el ascenso al Telegraphe. En su descenso, a más de sesenta kilómetros para la meta y con apenas imágenes, un ataque de Roglič ha logrado dejar aislado a Pogačar. Comenzaba el plan. Roglič ha hecho con habilidad la labor de señuelo, con una sucesión constante de ataques alternados al líder entre él y Vingegaard. Pogačar ha entrado al trapo a todos. Más tarde, en el reagrupamiento posterior al Galibier, han contado con superioridad numérica,  incluso el ritmo de van Aert en el llano ha impedido a muchos recuperar. Finalmente, Vingegaard ha sido mejor escalador, más adaptado a los puertos prolongados y al calor. Su ataque a falta de cinco kilómetros a meta ha sido demoledor. Un ataque que vale un Tour de Francia. Hoy los directores de Jumbo pueden decir la frase típica de Hannibal Smith: "me encanta que los planes salgan bien".  



Pogačar también ha contribuido  a su descalabro con sus propios errores. Los de hoy y los de los días pasados. Intentando ocultar una debilidad en montaña que hoy se ha hecho patente, había jugado en los días anteriores a sacar tiempo en los lugares más inverosímiles, demostrando ambición y derrochando fuerzas. Hoy ha querido imponer su ley en la parte más dura del Galibier, cuando la carretera trepa por una pared cenicienta que parece ocultar el cielo. En el descenso y en el llano hasta el Granon quizá no se ha alimentado bien, más pendiente de las carantoñas a la cámara que en recuperar fuerzas. Ha sobrevalorado sus capacidades para afrontar todo en solitario y no ha sido bien guiado desde su coche: a él le ha faltado paciencia, pero también le han dejado solo en todos los sentidos. Lo han dejado a su aire, a la deriva, sin supervisión, y ha actuado como un alumno acostumbrado a las notazas que se presenta al examen demasiado confiado. En resumen, ha sufrido una dura lección moral. En su descargo,  mentalmente parece que sabe desconectar y sabrá reponerse. No deja de ser, a día de hoy, el corredor más completo del pelotón. 


 

Ha habido varias imágenes de esta etapa que quedarán para el recuerdo. La sucesión de ataques, como un toma y daca, de Roglič y Vingegaard en el comienzo suave de la ascensión al Galibier. Se turnaban como el poli bueno y el poli malo dando guantazos a un Pogačar maniatado, que ha respondido a todos con entereza y ha intentado incluso acallarlos con alguna aceleración del ritmo. Otra imagen ha sido la soledad del líder, una constante hoy más dolorosa, con Soler conectando con una aceleración prodigiosa con el cuarteto de Pogačar, Roglič, Vingegaard y Thomas en el inicio del Galibier, para desaparecer después; o el trabajo de Majka al inicio del Granon, con rictus cadavérico, remontando desde atrás de forma muy sorprendente para alguien enfermo (aunque sea levemente). También el ataque de Quintana, con la cara impertérrita de los mejores días, que ha hecho soñar con el colombiano inscribiendo una vez más su nombre en una montaña mítica, dando el relevo en cabeza a su compañero Barguil, que ha afrontado la ascensión con mucha valentía.






Pero sin duda la imagen del día ha sido el desfallecimiento del líder. Para darle el tono apreciado de batallita, se ha hablado incluso de "pájara". Y eso ha sido. Pogačar ha demostrado por primera vez su vertiente más frágil, quizá para decepción del festino loco y sus seguidores más fanáticos, que hubiesen preferido ver a un líder humillando al resto antes que a uno "de rostro humano". En el momento de la verdad, cuando Vingegaard ha lanzado su ataque definitivo, a Pogačar se le ha visto dudar un tiempo a rueda de Majka, incluso le ha dejado un poco de hueco a su gregario. Luego se ha quedado junto con Thomas, que le ha rebasado con su ritmo constante y sin fisuras; más tarde lo ha hecho Adam Yates y finalmente Gaudu, que ha hecho una excepcional etapa, protegido por su equipo y de menos a más. Pogačar se ha dejado todo en esa persecución sin fuerzas. El resultado de la paliza recibida ha sido de 2'51'' en meta y 2'22'' en la general. Bardet, gracias a su fantástico rendimiento, también le ha superado en la general. No había esta vez pelos saliendo del casco, o al menos no era lo más destacado de su estampa: con el maillot abierto al completo, la sonrisa de debilidad dibujada en la cara y la cabeza hundida entre los hombros, Pogačar ha pasado hoy quizá el peor día de su vida deportiva. Vingegaard, por contra, ha tenido su día de gracia, un gran triunfo que ya reluce en su exiguo palmarés. Su pedaleo, su rostro apretado por el esfuerzo, su forma de entrar en meta sin ceder un segundo, eran la viva imagen de la determinación y el cumplimiento de un objetivo. Todos los corredores del Jumbo han funcionado hoy como fichas de risk desplegadas con sabiduría sobre el tablero.


 

Lo fácil, por continuar con la literatura, sería contrastar los dos estilos, las dos personalidades, a fin de crear un relato, un dualismo: el más insolente y despreocupado de Pogačar, con su punto de arrogancia desenfadada y su dosis de exhibicionismo juguetón, frente al distraido y pasota Vingegaard, a veces con la impresión de estar desubicado como un pez en tierra. A la hora de correr son bastante parecidos, aunque a Vingegaard lo serenen de forma más efectiva desde el coche. Se han revertido los sucesos de La Planche des Belles Filles 2020. Pero a fin de cuentas, esto no dejan de ser historietas inventadas, basadas en impresiones parciales. La pregunta clave es: ¿todavía queda Tour de Francia? Toca elucubrar. A favor de Pogačar está su carácter ofensivo, que puede ser más eficiente al contraataque que desde una posición dominante; parece compartir con Roglič la capacidad para superar las adversidades, pero por contra nunca se ha visto en una de estas. Su equipo no puede plantear una alternativa "de pizarra" al dominio de Jumbo: Pogačar continuará solo mañana. Además, la pérdida ha sido demasiado cuantiosa como para subsanarla en un único ataque afortunado. Por parte de Vingegaard queda por ver si aguantará la presión del liderato y si no es embarcado, incluso contra su propia voluntad, en uno de esos fallos tácticos a los que nos tenía acostumbrados hasta hoy su equipo.