En el ciclismo actual se vive un periodo de fuerzas compensadas, de equilibrios diplomáticos al modo de los mapas trazados por las grandes potencias en el Congreso de Viena. Si entonces eran Reino Unido, Francia, Rusia, Prusia y Austria las cinco potencias, ahora son seis los nombres que destacan por encima del resto, empequeñeciendo a todo ciclista que pretende hacerse un hueco en un pelotón en exceso controlado. La fuerza de un gran corredor debe estar compensada por la de otro en cada carrera. Al inicio de la París – Niza, las fuerzas Pogacar y Vingegaard parecían contrarrestadas. En Milán – Sanremo, Ronde van Vlaanderen y E3 de Harelbeke, las fuerzas de van der Poel, van Aert y Pogacar estaban equilibradas. Lo mismo en la Volta, entre Roglic y Evenepoel. En la París – Roubaix, a van der Poel se oponía van Aert. En caso de no haber estas fuerzas contrastadas, la balanza cae rápidamente en favor del corredor dominante, propiciando carreras monótonas, en las que se hace patente la desigualdad de condiciones y la inoperancia de los equipos. Un gran ciclista podrá escaparse a falta de 30 kilómetros sin que exista por detrás posibilidad alguna de organizarse, algo impensable hace diez o quince años.