martes, 8 de julio de 2025

DÍA 3. VALENCIENNES - DUNKERQUE (178,3 KM)

El pelotón se ha empeñado en ponerme difícil la tarea de completar 21 crónicas, una por etapa. En este blog intentaba cumplir a rajatabla un simple principio: "día sin competición, día sin crónica". No sé si esta vez lo voy a poder cumplir, pero voy a intentar ceñirme a él en parte. Después de dos etapas parcialmente interesantes, con resoluciones muy intensas, era de prever una etapa de siesta por parte del pelotón. El recorrido tampoco invitaba a muchas fantasías, ni tampoco el viento contrario. 

Eliminado Philipsen, el sprint de Dunkerque fue entre Merlier y Milan, como en el pasado Giro.


La etapa comenzó en la zona de Valenciennes, con sus castilletes de minas, pasando por localidades cuyo nombre recuerda a la París - Roubaix: Orchies, Mons-en-Pévèle, etc. Se esquivó aun así todo tramo de pavé. El pelotón pasó por Béthune, con su plaza mayor rectangular, su ayuntamiento, su beffroi (torre del reloj) y la torre gótica de la iglesia de Saint-Vaast. Fue casi lo mejor de la etapa, pues mientras tanto el pelotón discurría con una mansedumbre exasperante, sin ataques. En días así, con tanta placidez, lo más normal es que el final sea caótico, plagado de caídas, como sucedió en realidad. 

La Grande-Place de Béthune, con el Beffroi en primer término, el hôtel-de-ville a la izquierda y la torre de la iglesia de Saint-Vaast al fondo. Todo el conjunto muy afectado por la Primera Guerra Mundial y reconstruido en los años 20.


Todos los equipos, incluso los más insignificantes, consideran que pueden hacerlo bien en un sprint, posicionando a algún corredor para que dé puntos: de esta manera, nadie apuesta por el romanticismo de una escapada publicitaria, condenada al fracaso en una etapa de este género, con viento contrario en su tramo final. Pero es que ni siquiera nadie se movió para obtener los puntos del Mont Cassel, más allá de Wellens (que pretendía aliviar a su líder de un rato de espera en el pódium). La imagen más lamentable fue que Wellens tuvo que pedir permiso para salir, como un alumno que quiere ir al baño. 

En el sprint intermedio tuvo lugar la primera caída, la de Philipsen, propiciada por Coquard, que chocó contra Laurenz Rex en un intento de aprovechar un hueco inexistente, perdiendo el control de la bici y derribando de rebote a Philipsen. Este tuvo que abandonar. Posteriormente, ya en la zona protegida, cayó aparatosamente Jordi Meeus, fraccionando el pelotón y evitando de este modo que los corredores de la general asumiesen más peligros. Finalmente, en pleno sprint se produjo la tercera caída, con Davide Ballerini y Emilien Jeannière por los suelos, en una caída espantosa. Antes los periodistas vivían de esto, de las caídas y la primera semana es una lotería. Afortunadamente hemos ganado algo de civilización y ya nadie parece alegrarse de algo así. Es más, suscita alguna que otra reflexión la necesidad de etapas así. El final fue un sprint sucio, mal diseñado (en curva, cómo no), en el que todos los corredores se veían con opciones. Al menos la agilidad de Merlier se impuso a los cabeceos espasmódicos de Milan. 

Bryan Coquard pidiendo perdón por haber provocado la caída de Philipsen. 


El Tour se ha quitado la careta y ha vuelto a su auténtica cara de primera semana, aquella más soporífera. Tampoco es ninguna novedad, ni siquiera una degeneración: el Tour siempre ha tenido estas cosas, lo único que antes no había tele ininterrumpida durante cuatro o cinco horas. Sí que es verdad que ahora todos los equipos se han sumado a la religión del sprint y no hay equipos de poca monta que deban favores al organizador. No hay tampoco especialistas del último kilómetro (algo que es imposible, dado el control final de los sprints y las velocidades que se alcanzan). La organización tendrá que repensar un poco este tipo de etapas, pero en realidad parece encantada con el modelo: no en vano hace dos días el Cabezón de Man se paseaba por la meta, con sus 34 etapas ganadas así, salvo alguna excepción. La mona, aunque se vista de seda, mona se queda.   

Estos más vale que no se quiten la careta. (captura de Juanfran de la Cruz)


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