lunes, 29 de abril de 2019

AUNQUE LA MONA SE VISTA DE SEDA, MONA SE QUEDA

Hasta el año pasado, la Liège - Bastogne - Liège concluía en la rue Jean Jeaurès de Ans, inmediatamente después de la subida de la calle Walther Jamar. De existir una competición que determinase la llegada más fea y anodina del ciclismo, la rue Jean Jaurès la habría ganado durante mucho tiempo (ahora le ha salido una dura competidora en la larguísima recta de meta de Oudanaarde). Alejada del glamour de la via Roma o de la singuralidad del velódromo de Roubaix, la clásica más antigua del calendario se conformaba con una meta situada en una vulgar calle de extrarradio de gran ciudad, con su gasolinera, su paso elevado sobre las vías del tren y su enlace, una vez pasada la meta, con la autopista de turno. Un lugar que de noche daría pie a un atraco a punta de navaja o a una reedición del famoso videoclip zombi del pederasta de Neverland



Muchos no conocíamos otra cosa. La última vez que la carrera llegó a la ciudad que le da nombre se remonta a 1991, en la que un cuarteto formado por Moreno Argentin, Claude Criquielion, Rolf Sørensen y el gran Miguel Indurain se jugó la victoria. Ganó el italiano, cómo no. Así pues, ASO por fin había decidido para este año volver a situar la meta en el llano de Lieja, eliminando las cotas finales de Saint-Nicolas y Ans, que tanto ataban la carrera. Si bien en los noventa y principios del siglo XXI la carrera se jugaba en la cota de los italianos (con exhibiciones como la de Vandenbroucke, aquel adorado cretino que fue el ídolo de juventud de muchos, entre los que me encuentro), últimamente la carrera se jugaba en Ans o directamente al sprint en la apocalíptica rue Jean Jaurès, para beneficio de corredores explosivos como Alejandro Valverde.

1991: Argentin una vez más por delante de Criquielion. Miguel Indurain y su mejor resultado en monumentos. 


La Roche-aux-Faucons iba a ser este año la última asperidad, a falta de 15 kilómetros para completar los 250 que tiene la clásica. La carrera ha ganado con el cambio. Sin embargo, tampoco hay que echar las campanas al vuelo, no ha sido una edición memorable. Veníamos de una Amstel en la que el tsunami van der Poel se había llevado por delante en unos pocos segundos todo el desarrollo de una carrera. Después de ese subidón, vino la "bajona" de la Flecha, de la que la Lieja ha sido una continuación, ligeramente mejorada. La carrera ha llegado rota a Lieja, lo que sería sin duda un motivo para el optimismo, pero quizá el destrozo habría sido menor de no ser por el tiempo de perros que han tenido que padecer los ciclistas durante gran parte de la prueba.  Pero no nos engañemos: en realidad los ciclistas han esperado una vez más al último momento y este desenlace con ataque la Roche-aux-Faucons también se vivió en 2009 con Andy Schleck, en 2011 con Philippe Gilbert y los hermanos luxemburgueses y el año pasado con Bob Jungels.

Ha sido el tiempo de perros el que ha condicionado la carrera. En la zona de Stavelot es habitual ese microclima frío, con nevadas y días espantosos. Sólo hay que recordar las ediciones de 1957, 1980, 1981 o la más reciente de 2016. A Eddy Merckx con doble maillot atacando a lo loco en 1971. A Hinault con un pasamontañas bajo la chichonera, adentrándose en un túnel de nieve que nada tenía que envidiar al del laberinto nevado de El Resplandor. Este año no se ha llegado a ese nivel de exigencia pero sí que la lluvia y el frío han sido determinantes. Tanto es así que Valverde ponía pie a tierra, al igual que poco antes lo había hecho Daniel Martin. El murciano se retiraba. Marchaba mientras tanto una fuga, la que Julien Bernard se distanció en la  de Wanne. Por detrás, Deceuninck-Quick Step marcaba el ritmo, el compás eterno de esta primavera.

Fin de ciclo

Después del encadenado de Stockeu-Haute Levée las cosas empezaron a ponerse interesantes. Los chubasqueros negros, los guantes, las perneras, los rostros embozados, de párpados hinchados por la lluvia y "ese punto de fatiga" eran las notas predominantes. Pero después de Haute Levée se formó un grupo delantero, muy numeroso, en el que figuraban nombres importantes como Greg Van Avermaet, Philippe Gilbert, Enric Mas o Maximiliam Schachmann. También Carlos Verona, a la desesperada después de la retirada de Valverde. Dieron alcance al hijo de Jeff Bernard y después de la larga subida a Rosier, de este grupo se desgajó una avanzadilla de 10 corredores. Los demás fueron alcanzados. No se trataba de una pactofuga como en otros años, casi con heroicos resultados (recuérdese siempre a Anthony Perez y a Stephane Rossetto), sino un grupo verdaderamente peligroso: Tanel Kangert, Omar Fraile, Damiano Caruso, Carlos Verona, Winner Anacona, Benoît Cosnefroy, Bjorn Lambrecht, David De la Cruz, Alessandro De Marchi y Michael Albasini. Un grupo con cazadores de etapas como Fraile o De Marchi, con buenos escaladores como Kangert, Caruso, Anacona o De la Cruz, con jóvenes promesas como Cosnefroy y Lambrecht, y con un vejete y un youtuber.  Esta vez Deceuninck-Quick Step no había colado a nadie delante y tocaba tirar: por una vez parecía que la estrategia no funcionaba.

Esta fuga fue comiéndose subidas: Macquisard, La Redoute (ultrajada, como viene siendo habitual) y Forges. Al acabar estas cotas, los dos Movistar habían sido alcanzados al igual que Albasini, mientras que el estonio Kangert se marchaba por delante. En Forges del grupo trasero atacó Patrick Konrad y posteriormente Tim Wellens y Daryl Impey. El impetuoso belga, con su estilo de caballo loco, siempre ataca un poco a destiempo, puesto que su ataque acabó en las primeras rampas de La Roche-aux-Faucons. El grupo había estado esperando, una vez más, a su momento justo y fue Jakob Fuglsang el que lanzó el ataque. Era de suponer, puesto que lleva la mejor primavera de su vida, nada menos que con 34 años y con un TUE as needed. Cosas del ciclismo que cambia, que diría aquel. Tras él sólo le pudieron seguir Michael Woods y Davide Formolo. Un Education First y un Bora, siempre los mismos equipos. Pero esta vez faltaba Quick Step: Alaphilippe comenzó a perder puestos delanteros, en una caída al vacío paralela a aquella de Innsbruck. 

El trío de cabeza se distanciaba, por detrás se formaba una pareja con David Gaudu, el prometedor escalador francés, y Dylan Teuns. En la segunda parte de la subida, el ritmo machacón de Fuglsang logró descolgar a Woods (que no había podido quitarse una de las perneras) y posteriormente a Formolo. El danés se quedó solo en la situación ideal para lanzarse hacia la victoria. Una victoria que pondría muy contento a Vinokurov. Lo que quedaba hasta Lieja era una bajada pedaleable, con el incoveniente de que estaba algo mojada en las zonas de sombra. Por detrás de él todavía marchaba Formolo y tras éste se configuró un grupo de siete corredores, con David Gaudu, Dylan Teuns, Vincenzo Nibali, Mikel Landa, Adam Yates, Michael Woods y Maximilian Schachmann. Después de que a Fuglsang se le apareciera la virgen y todo el santoral belga en una de las curvas, con una librada digna de Valentino Rossi, ya no había más inconvenientes hasta la meta. Fuglsang primero, Formolo segundo y Schachmann gana el sprint del grupo.

Fuglsang, Woods y Formolo en la Roche-aux-Faucons.


A Fuglsang se le apareció "la chica de la curva"



Tercera victoria de los kazajos en Lieja, aparentemente la más limpia de todas. La de 2010 tiene un asterisco del tamaño de Júpiter al lado del nombre de su ganador: recuérdese el infame billeteo que rodeó la victoria del Jefe Absoluto. En 2012 fue Maxim Iglinskiy el gran protagonista, dándole un sorpasso a Nibali en la misma cuesta de Ans. Finalmente la de ayer, ganada por Fuglsang. El danés ha sido siempre un habitual de los puestos de honor al que le ha costado ganar. Pero un habitual, todo sea dicho, de las vueltas de una semana, no de las clásicas. Pero este año, con 34 añazos, está cosechando su mejor temporada: Vuelta a Andalucía, 2º en Strade Bianche, 3º en Tirreno - Adriatico con una etapa, 4º en País Vasco (que podría haber sido tercero) y la traca final, 3º en Amstel, 2º en Flecha y 1º en Lieja. Para poner estos datos en valor, sólo ocho ciclistas habían conseguido terminar entre los tres primeros en las tres carreras del tríptico de las Ardenas en un mismo año. Otro dato sintomático es el rendimiento de los Bora: si algunos parecen situados en el plato que se eleva de la balanza (Formolo, Schachmann, Konrad), otros han tocado fondo (Sagan). Lo que a unos les siente muy bien...(completen ustedes la frase).

El grupo perseguidor: Gaudu, Adam Yates, Landa, Nibali...



Así llegamos al final de las clásicas, como siempre con un punto melancólico. Gran parte de lo mejor de la temporada se ha esfumado, una percepción que ya se empieza a notar en la ceremonia final en el velódromo de Roubaix, pero que este año había tenido una prolongación de la euforia tras el triunfo de Mars Attacks de van der Poel. Se avecina el Giro y aparecerán nuevos actores, algunos de ellos ya han ido plantando sus migitas de pan a lo largo de la temporada. Esperemos que en la ronda italiana el abanico de equipos dominadores (Astana, Deceuninck, EF y Bora) se amplie un poco más.

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Para aderezar la espera hasta el inicio del Giro, he propuesto vía Twitter una encuesta acerca de los mejores momentos de la historia del ciclismo. Es muy simple: cada uno tiene que elegir los cinco momentos más interesantes, más emocionantes, más sorprendentes, más épicos, más "lo que quiera", de la historia del ciclismo, vividos como espectador o no. Vale cualquier cosa. La idea es realizar una entrada con los resultados. Si alguien no tiene twitter, puede señalar sus cinco momentos en los comentarios de esta entrada.  

lunes, 22 de abril de 2019

UNA NUEVA RELIGIÓN

"Today's @Amstelgoldrace was hands down THE BEST bike race I have EVER seen. Absolutely incredible! Congrats @mathieuvdpoel! - Lance Armstrong
 "Vamos, no recuerdo yo una cosa igual desde hace muchos años (...). Esto dejémoslo como está, que cada uno saque sus conclusiones, pero hace afición" - Eduardo Chozas


Domingo de resurrección, un día más que propicio para que el dios del ciclismo encuentre su nueva encarnación. Los fanatismos religiosos y políticos están de moda y en el mundo del ciclismo, tan acompasado con el discurrir de tiempos y modas, ha nacido una nueva religión. El cuerpo yaciente del elegido por los genes, exánime y sofocado, con su Canyon entre las piernas cual cruz camino del Calvario, es la nueva imagen del ciclismo. Pero una vez aplacada la emoción de una resolución tan sorprendente y apabullante, la pasada Amstel Gold Race deja un regusto a mezcla extraña. Lo visto fue tanto un relato bíblico como una crónica marciana, a la manera de las novelas de J.J. Benítez. Incluso Armstrong dio el beneplácito a lo visto ayer. Esperemos que el joven van der Poel no sea como aquellos extraterrestres de V: bello por fuera, lagarto por dentro.

Las gafas, ¿son unas Oakley?

La carrera estaba perdida para van der Poel y para todos los demás a falta de 2 kilómetros. Alaphilippe tenía la carrera en el bolsillo, acompañado en su ataque lejano por un Fuglsang siempre solícito a dar relevos. A lo largo de los 30 kilómetros de escapada, el francés había ejecutado toda su galería de gestos. Estiramientos de espalda, relajación de las piernas, codos para que entre el compañero al relevo, miradas hacia atrás, cimbreos varios, estrujamientos al bidón para que pierda peso, movimientos con los brazos para relajar hombros y omoplatos, ajustamientos de la presión en las zapatillas. Estaba cómodo, pues se trataba de gestos intimidatorios, como siempre en él. El danés iba a hacer, otra vez más, de primo. Al igual que en Rio, cuando condujo a Van Avermaet a la victoria. Igual que en Siena. Pero los acontecimientos iban a cambiar de golpe. A falta de 4 kilómetros, Fuglsang dejó de dar relevos. Los gestos del francés comenzaron a mostrar nerviosismo. Pero ni Alaphilippe ni Fuglsang esperaban el tornado que venía de atrás, llevándose todo por los aires.

No es Arkansas, es el Limburgo holandés
Pero empecemos por el principio. Cuando conectaron las cámaras de televisión, a falta de unos 60 km para meta, la tranquilidad era alarmante. Por delante marchaba una fuga consentida (Bole, Van Asbroeck, Julien Bernard, Baugnies, Sprengers, Verwilst, Schär, Meisen y van der Lijcke) y por detrás todo parecía relajación, camaradería y buenos sentimientos. La carrera no auguraba nada bueno. Astana controlaba, Valverde se dejaba ver por delante. Sin embargo, en Gulperberg, a falta de 43 km, van der Poel ya decidió ponerlo todo patas arriba. Parecía sin duda un ataque alocado y prematuro, pero que avisaba acontecimientos futuros. Sólo Gorka Izagirre le cogió rueda, para no pasarle al relevo. El Corendon no descolgó a Meisen, también ciclocrossman, para que ayudase a su líder, hecho bastante incomprensible dado el llano posterior al Gulpeberg, con carretera ancha y cómoda para perseguir. Así pues, dieron caza a van der Poel. En el Kruisberg, la siguiente cota, es Alaphilippe el que ataca, acompañado de su gregario Devenyns. Quedan 36 kilómetros para meta. ¿Una temeridad? A continuación vienen casi todas las cotas enlazadas, los caminos estrechos, la persecución por detrás será un caos. Parece la decisión correcta. Con Alaphilippe se van Fuglsang y Trentin y en dos patadas dan alcance a los fugados. Van der Poel, sofocado por el anterior ataque, no aparece. Al final de la cota, sólo quedan por delante Alaphilippe y Fuglsang, un Quick Step y un Astana. A van der Poel no se le ve todavía. De hecho no está, le han pillado descolocado y cansado en el momento decisivo, como le sucediera en el Oude Kwaremont. Ay, estos niños del ciclocross tienen que aprender todavía a correr, pensé.

Van der Poel en el Gulpenberg. Quedan 43 km.

Alaphilippe en el Kruisberg. Quedan 36 km.

Los acontecimientos me depararían como espectador una "caída del caballo" en toda regla. Si se llevan las sandalias aladas de Hermes no es necesario tener el cabezón de Atenea. El Kruisberg había dejado una situación de carrera bastante controlada, con Alaphilippe y Fuglsang por delante, y Kwiatkowski, Trentin y Woods por detrás. Estaba claro: Fuglsang daría relevos hasta la misma puerta del matadero y Alaphilippe se lo merendaría sin piedad. Mientras tanto, las cámaras de televisión mostraban a Sagan padeciendo, con el gesto torcido, sin la fuerza de antaño, como un Sansón sin su melena: la comedia de la vida en la que acabaría convirtiéndose la carrera le había reservado el papel de "rey muerto", mientras que a otro le iba a dar el de "rey puesto".  Y a todo esto, ¿dónde estaba Michael Valgren Andersen? ¿Y Bettiol?

Maldición, yo creía que iba a ganar Alaphilippe, como Ares (Caravaggio, c. 1600)

En esta ocasión, a diferencia de en las 12 pruebas, sí ganó el más fuerte.
Woods se quedó del terceto perseguidor, siendo engullido por el grupo. A falta de unos 15 km, Schachmann, Mollema y Clarke se destacaron por detrás en el falso llano posterior al Cauberg. Posteriormente lo harían Bardet, Madouas y Lambrecht. Las distancias parecían ya insalvables: dos por delante (Alaphilippe y Fuglsang), otros dos por detrás (Kwiatkowski y Trentin), tres más tarde (Schachmann, Clarke, Mollema) y otros tres más detrás, separados por unos metros (Bardet, Madouas, Lambrecht), dando vueltas en el dédalo de caminos agrícolas estrechos, tan característicos de esta carrera. ¿Para qué estos realizadores de NOS estarán mostrando tantas imágenes de los grupos traseros, cuando todo parecía decantado en favor de los dos primeros, en concreto del bloody french? ¿Para mostrar la belleza de la campiña del Limburgo holandés? Menos mal que no comento carreras, pues el vendaval impredecible iba a comenzar a falta de 7 kilómetros, en la última cota, el Bemelerberg, tapándome la boca.

Poco después de pasar el Geulhemmerberg, Bardet seguido a lo lejos por Madouas.


Van der Poel comenzó a falta de 7 kilómetros su carrera contra la distancia y contra el tiempo. Alcanzó al grupo de Bardet, Madouas y Lambrecht, al que poco después se uniría también De Marchi. Le relevan. A falta de 4 kilómetros, Fuglsang decide recobrar la cordura y dejar de tirar. Hasta el momento Alaphilippe había ejecutado su comedia, cual Cyrano, dando relevos de pacotilla, mientras que los del danés eran reales. No había intentado ningún movimiento porque le resultaba más cómodo que Fuglsang lo llevase hasta meta, en andas casi. Pero Fuglsang debía tener a Vinokurov en persona al aparato. "¡Qué haces, mentecato!", parece oírse desde sus auriculares, Vinokurov en la posición de un Doctor Maligno o un Doctor Gang y Fuglsang en la de esbirro, acatando órdenes mientras agacha la mirada. Inmediatamente se para, deja de colaborar. Mira a cámara, como decían los estudios de Hollywood que nunca debía hacer un actor, y lanza su ataque. Un ataque flojo y sin convicción, al que Alaphilippe responde con facilidad. Pero las muecas del francés ya no son las de alguien confiado, si no las de alguien desesperado.


El momento en que Fuglsang recibe las instrucciones precisas.

Van der Poel tirando del carro: Bardet, Lambrecht, Madouas y De Marchi.
De todas formas, a falta de 3 kilómetros todavía lo tienen en sus manos. Les sacan 35'' a Kwiatkowski y Trentin, 53'' a Schachmann, Mollema y Clarke y unos 57'' al grupo comandando por van der Poel. A falta de 2 kilómetros, en un repecho traicionero, la diferencia con Kwiatkowski es todavía de 23'', pero poco más de 25'' con el grupo de van der Poel, que ya ha absorbido a Schachmann y compañía, además de a Trentin. En el último kilómetro, la ventaja de los dos de cabeza es de apenas de 5'' con Kwiatkowski. La comedia de los dos de delante está favoreciendo la entrada de nuevos comensales. El polaco les da alcance y trata de continuar con su ritmo, dejándolos de rueda. Alaphilippe, sorprendido, tiene que cerrar el hueco. El grupo trasero en realidad venía lamiéndole los talones a Kwiatkowski, liderado al tomar la curva final por Schachmann. A los pocos metros se pone delante van der Poel, con todos los demás a rueda. La imagen es potente: van der Poel los lleva soldados a rueda, con el gancho, como si a los vagones de un tren turístico les hubiesen puesto una locomotora de alta velocidad. Alaphilippe tiene que improvisar: inicia el sprint demasiado lejos. Demasiado lejos según sus parámetros, claro está, porque el sprint que lleva lanzando van der Poel ha empezado cuanto menos en su casa de Kapellen. Van der Poel le pasa, no hay nada que hacer para el francés. El joven holandés maltrata a su Canyon con pistonazos imposibles, con la cabeza encogida entre los hombros, moviendo la bicicleta como Abdujaparov. Detrás de él, tomando la aspiración como si de una carrera de motos de tratase, va Simon Clarke, que termina segundo, casi sin pedalear. Y Fuglsang todavía hace tercero.


Una vez pasada la meta llega el momento de los desmayos, la locura colectiva, el rapto mesiánico. El niño se tira el suelo, busca a las cámaras, que retratan su pasión como si fuese la de una imagen barroca. El muerto ha resucitado, aleluya. La estampa del nieto de oro, tirado cuan largo es en el suelo, contrasta con la otra paralela que se viera el domingo pasado en Roubaix, con su archienemigo Van Aert tendido exangüe sobre la pelusse de Roubaix, más cercano al tormento que al éxtasis en su caso.


Pasión barroca (van der Poel / Bernini)



Dolor del guerrero (Van Aert / Gálata moribundo)


Así pues, entramos con estos dos en un nuevo horizonte ciclista, o al menos eso promete el hype montado desde hace unos años en torno suyo. MvdP y WVA para los entendidos (como si se hablase de C3-PO y R2 - D2). En mi caso he sido bastante reticente a sumarme al carro. Me pillan ya mayor los actos de fanboy y no me interesan las reivindicaciones de big balls. Además, el ciclismo es un deporte en el que los actos de fe suelen tener dolorosas consecuencias. Aun así, no puedo negar mi admiración. Lo de ayer fue algo grande, un acontecimiento pocas veces visto.  No me jugaría ni un céntimo por ellos ni les dejaría al cuidado los hijos que no tengo, pero...oh dios, yo quiero un poco más de esta cosa. 

lunes, 15 de abril de 2019

CUARTO MONUMENTO CON TREINTA Y SEIS AÑOS Y MEDIO

Las tradiciones cambian, el campo se mueve. Ni siquiera el panorama se mantiene fijo en un mundo tan aparentemente inamovible como el del ciclismo y sus tradiciones, en el que ni los monumentos fueron siempre cinco ni sus recorridos fueron siempre idénticos. Del elenco de grandes clásicas fueron cayendo, por unas razones u otras, Burdeos - París, París - Bruselas, París - Tours y Flecha Valona, mientras que otras cambiaron sus recorridos (Giro di Lombardía a partir de 1961 y París - Roubaix en 1968), otras subieron en el escalafón (Lieja - Bastogne - Lieja a partir de su inclusión en la Challenge Desgrange-Colombo en 1951)  o añadieron alicientes que las alteraron profundamente (el Poggio en la Milán - Sanremo a partir de 1960 o el Koppenberg en la Ronde van Vlaanderen a partir de 1977). De todas formas, cuando se fijó el Canon, ya parecía imposible que cualquier humano se llevara la manita de los cinco monumentos, dada la variedad de recorridos. La especialización del pelotón ciclista tampoco invitaba a que "predusqueros" se mezclasen con "ardeneros".  Todo eso tenía validez hasta ayer mismo. Philippe Gilbert se ha llevado su cuarto monumento, el que parecía a priori más alejado de sus características, de forma que está a un paso del quinto. Ahora figura en el grupo formado por Louison Bobet, Germain Derycke, Fred De Bruyne, Hennie Kuiper y Sean Kelly que va en persecución de la triada inalcanzable del panteón de las clásicas: Rik Van Looy, Eddy Merckx y Roger De Vlaeminck. Seguramente Gilbert no logrará darles alcance, pero milita en el equipo idóneo para hacerlo (con todo lo que ello comporta, entiéndase) y los estándares de longevidad actuales no serían ni mucho menos un obstáculo para tal aparatoso triunfo.   

Pero vayámonos a hace treinta años, a repasar qué se decía entonces en la previa de una carrera siempre excitante como la París - Roubaix. En 1989 Roger De Vlaeminck, cuádruple ganador ya retirado, comentaba a propósito de Sean Kelly: "En cuanto a Kelly, creo que es demasiado viejo para ganar la París - Roubaix. Una vez cruzada la treintena es más difícil ganar aquí. Yo obtuve, por ejemplo, mi cuarto triunfo con veintinueve años y medio. A partir de entonces tuve pinchazos e incluso me caí alguna vez...Moser padeció el mismo fenómeno. Sólo le doy a Kelly una oportunidad entre cinco"(1). En efecto, Kelly no ganó. La edición fue ganada por Jean-Marie Wampers, que derrotó a Dirk De Wolf. Tercero fue la gran esperanza de las clásicas del momento, Edwig Van Hooydonck, conformando así un podium íntegramente belga. Más allá del punto orgulloso en las declaraciones del Gitano, todavía hoy receloso de que alguien iguale sus prodigiosos números, esta cita no tiene otra intención que señalar otro "cambio" notable del ciclismo. En 1989 con treinta años un ciclista se consideraba medio acabado (Kelly aun se llevaría Lombardía y Sanremo); ayer ganó un grandísimo corredor, pero de treinta y seis años. Nuestro campeón del mundo va a cumplir dentro de poco treinta y nueve. 

Pasemos por alto estos milagros. Algunos corredores, de calidad evidente, parece que "cayeron en la marmita" de pequeños. Y ahí siguen. Más allá de eso, que quizá sea una consecuencia colateral del aumento de la esperanza de vida, hay que quedarse con dos o tres detalles de la pasada edición de la París - Roubaix: uno, los corredores que destacan desde el principio suelen durar hasta el final, como los pasados Dillier y Hayman o el actual Politt, todos ellos al modo del conejito de las pilas Duracel (referencia noventera); dos, los ataques decisivos se hicieron sobre asfalto, salvo el último, que se realizó en un tramo de dificultad dos y por una cuneta de grava. Es inútil hablar un año más de la ausencia de lluvia. No es que se desee añadir un "puntito de dureza más a la carrera", usando la terminología miguelangeliglesiana, sino simplemente se trata de la constatación de un hecho: en el siglo XX llovía más. 

Esta edición se presentaba muy abierta, sin dominadores claros. Pasados los años del duopolio de Boonen y Cancellara, y con los actuales amos de las clásicas, Sagan y Van Avermaet, en un tono menor, se abría un amplio abanico de posibles ganadores: aparte de los mentados, Van Aert, Stybar, Lampaert, Naesen, Vanmarcke, Kristoff, Degenkolb, Stuyven, y, por qué no, cualquier otro del Deceuninck - Quick Step, podían hacerse con la victoria. Se esperaba incluso sorpresas por parte de Nils Politt o de Sebastian Langeveld. Pocos o nadie situaban ahí a Gilbert, un corredor en su tercera participación en la prueba, que no se había mostrado precisamente bien en la pasada Ronde van Vlaanderen, en la que a las primeras de cambio había quedado fuera de juego. En esta ocasión les tocaría a otros morder el polvo. 

Como viene siendo habitual desde que hay cámaras desde el principio, se disputó tanto la fuga que no se formó ninguna. Al menos, no se formó una pactofuga, según las palabras de Bemancio. En una de esas escaramuzas se coló Matteo Trentin y el que sería uno de los protagonistas de la jornada, el gigantón alemán Nils Politt. Un corredor voluntarioso donde los haya que ya había dado muestras de buen rodar. De todas formas, todo comenzó a ponerse serio a partir del bosque de Arenberg. Las cámaras de ASO, que tanto partido saben sacar a la belleza intrínseca del deporte ciclista, nos ofrecieron las típicas panorámicas de los castilletes de las minas clausuradas y de la cicatriz profunda que crea el camino empedrado en el denso bosque. Un terreno de Germinal, un bosque digno del Lancelot du lac de Robert Bresson.



Vandebergh comenzó a marcar el paso y en una de esas Sagan y Van Aert se marcharon un rato por el barro contiguo al camino empedrado. El campeón del ciclocross tuvo que cambiar de bici y acabó el tramo entre los coches: fue una de sus primeras persecuciones, en las que su equipo aportó una ayuda completamente nula. Van Aert pudiese haber corrido perfectamente como individual, al modo del ciclocross, pues la pertenencia a Jumbo - Visma se limitó a compartir maillot y bicicleta. No nos engañemos, es una tónica habitual de los equipos holandeses, en los que brillan por su ausencia las tácticas elaboradas de equipo. Todos son líderes, de forma que ninguno lo es. Se diría, en una lógica calvinista, que cada uno es su propio líder: cada uno va a la suya. Por eso las victorias de Freire en Rabobank deberían contar doble. Por eso Dumoulin ha perdido dos grandes vueltas y Kruijswijk se vio forzado a arriesgar en otra, con fatales consecuencias. Por eso Van Aert acabó muerto: porque en vez de tener un equipo de colaboradores tiene uno de enemigos internos.

(pic: L'Equipe)


Así pues el aliciente inicial consistió en ver la persecución de Van Aert, un poco como un remedo de la pasada de van der Poel en la Ronde: hasta en eso compiten. Por si fuera poco, cuando conectó, cambió de bici y se cayó, sin que se descolgase ninguno de los dos compañeros que todavía figuraban en el grupo delantero para ayudarle a contactar. Una vez Van Aert hubo conectado, Wesley Kreder será el primero en moverse. No se trataba ni mucho menos de un movimiento inquietante, pero sería la avanzadilla del primer ataque serio de la jornada. A falta de 67 kilómetros para meta, Politt aprovechó el paso por un avituallamiento para lanzar su primer ataque. Sólo Gilbert y Rudiger Selig, compañero de Sagan, se pegaron a su rueda. Pronto dieron alcance a Kreder, dejándolo atrás.

A falta de 55 kilómetros se movió Van Aert, como si quisiese abandonar un grupo numeroso en el que iban demasiados "compañeros" suyos. Tras él se llevó a Christophe Laporte e Iván García Cortina y poco después se unieron Peter Sagan, Yves Lampaert, Marc Sarreau y Sep Vanmarcke. Parecía un movimiento importante, en el que algunos de los grandes favoritos cogían ventaja, dejando atrás a Van Avermaet. Selig se descolgó del terceto delantero, con la intención de tirar de Sagan, aunque poca ayuda pudo prestarle. Poco después, en el tramo de Auchy a Bersée, Cortina pinchaba. El asturiano parecía por fin haber cogido el camino correcto hacia las victorias, en la carrera que tanto le gusta; pero La Pascale suele regalar azarosos percances a aquellos que más la aman. Tras pasar por Mons-en-Pévèle, un tramo siempre exigente, se unieron los dos grupos, reduciéndose a seis unidades: Sagan, Lampaert, Gilbert, Politt, Vanmarcke y Van Aert. Se había hecho la selección. 

De nuevo sobre asfalto, Gilbert ataca y tras él se sueldan Politt y Sagan. Quedaban por detrás los otros tres, Vanmarcke, Van Aert y Lampaert. En otras ocasiones, el desafortunado corredor del EF hubiese sido el que hubiese liderado la caza: pero esta vez Vanmarcke parecía más tranquilo, más seguro de sus propias posibilidades, menos impaciente. Por una vez en su carrera deportiva parecía que estaba corriendo con cabeza. Van Aert e incluso Lampaert estaban haciendo el trabajo de conectar, el campeón de Bélgica en una actitud francamente extraña, que sólo podría entenderse dado el deseo de Deceuninck - Quick Step de tener siempre superioridad numérica, para marrullear a gusto en cabeza, o por las aspiraciones personales del propio Lampaert. El resultado de todos estos movimientos extraños fue que Lampaert y Vanmarcke acabaron conectando, mientras que Van Aert se desfondó, con la cara completamente desencajada. Se la iban a jugar en el Carrefour de l'Arbre cinco corredores: Gilbert, Sagan, Politt, Lampaert y Vanmarcke.

Lampaert comenzó en cabeza este peligroso tramo, mientras Politt parecía descolgarse. Sagan estaba atento, queriendo permanecer siempre en segunda posición. Pare ello no dudo en algún caso en utilizar los hombros. Gilbert lanzó un ataque espectacular, de motocicleta cancellariana, pero ni aun así cortó; el eslovaco seguía a su rueda, aunque partiéndose por dentro. De esa forma se pasó el tramo que siempre acoge las máximas espectactivas. Fue en el tramo más fácil de Gruson en el que Politt lanzó su estacazo. No había sufrido en el Carrefour, sino que había dejado una ligera distancia de seguridad para tomar aire. Su ataque fue por el centro, por la misma panza de los adoquines, como los ataques que lanzan los grandes. Por detrás sólo Gilbert pudo responder, levantando un hilo de polvo sobre la grava de la amplia cuneta. Sagan estaba por completo destrozado.

Sagan luchando la posición con Gilbert.


Así pues se formó una dupla delantera, Gilbert y Politt, que se iban a jugar la victoria. Por detrás, poco antes de llegar a Hem, la mala suerte que Vanmarcke había esquivado con inusual pericia se cebó de nuevo con él. Un problema del cambio, como aquel que pareciera en su día su compañero de equipo Urán, le obligaba a un pedaleo en exceso atrancado. Su acompañante Sagan estaba en las mismas que Van Aert: había superado la línea roja. Sólo Lampaert se lanzó a una persecución ya inútil, que poca gracia debía hacerle a su compañero Gilbert. En el velódromo no hubo historia. Gilbert hizo lo que quiso con el alemán, llevándose su quinta victoria en monumentos, consiguiendo el monumento que hace cuatro de cinco en su particular tanteo, su sexto gran triunfo si se cuenta el mundial.

(Pic: L'Equipe)



El valón entra así en la historia con mayúsculas de este deporte. A su manera ha marcado los últimos años, con un comportamiento a veces lagunar, pero nunca banal. Fue un corredor que enamoraba con su estilo ofensivo en la época que lucía el maillot blanco con el trébol de La Française des Jeux. Entonces se lanzaba a escapadas solitarias desde lejos, que algunas veces acababan en triunfo, como aquella Het Volk de 2008. Luego, ya en Lotto, ganó su primer monumento, la Lombardía de 2009, por delante de Samuel Sánchez, enlazando nada menos que cuatro carreras italianas de fin de temporada. En  2010 repetiría victoria bajo un terrible aguacero, con Scarponi como único rival. Llegó así 2011, su año maertensiano (o ibarguriano, como se prefiera), con victorias en Flecha, Asmtel, Lieja, San Sebastián, campeonato de Bélgica y etapa del Tour. En 2012 pasó a BMC y comenzó la resaca. El primer año la sorteó con un mundial cimentado en el Cauberg, su subida fetiche, pero en 2013 ya no pudo ocultar lo que era un auténtico naufragio. 2014, 2015 y 2016 fueron años de victorias más modestas, entre las que destacó una tercera Amstel y dos victorias en el Giro, una con descenso suicida incluido. Este lento ocaso coincidía con el ascenso de Van Avermaet, compañero de equipo. Gilbert parecía ya no estar a tope para Lieja o Lombardía, pero en las clásicas pedrusqueras tenía la competencia directa del corredor de Lokeren. Llegó así su renacimiento en Quick Step, de la mano de la Cuadra, con un triunfo en la Ronde. Gilbert volvía a ser el corredor que en 2008 medía el aguante de sus propias fuerzas con fugas imposibles. Ayer, dos años después, volvió a exhibir su maestría.

Tercero en Sanremo tras Pozzato (2º) y Cancellara (1º) en 2008.


Le queda Sanremo para entrar en el Olimpo.  La mente fría dice que a día de hoy lo tiene muy difícil, casi imposible. Es una carrera que se le ha dado bien (podium en 2008 y 2011, paso en cabeza por el Poggio junto con Riccò en 2007), pero ya no está para arrancadas locas en el Poggio y tampoco va a jugar el factor sorpresa que pudo darle el triunfo en la Ronde. ¿Pero no ganó Nibali el año pasado, un corredor casi de su quinta? ¿No ha ganado un compañero de equipo este mismo año? ¿No se han visto cosas más sorprendentes, más inverosímiles, más fascinantemente alocadas en el ciclismo que nos ha tocado vivir?




(1) SERGENT, Pascal, Paris - Roubaix, le livre officiel, Ed. de Eeclonaar, Eeklo, 1996.


PD: Este artículo ha sido escrito mientras ardía Notre-Dame de París. He escrito su última parte, desde que me he enterado de la noticia, con una gran pena. Aunque suene pedante decirlo, espero que esta sea mi pequeña contribución a la permanencia del Arte y su eterna capacidad para renacer de sus cenizas. 

lunes, 8 de abril de 2019

BAIKONUR ESTÁ EN GIRONA

A veces el ciclismo, en su afán por sorprender, nos ofrece espectáculos tan increíbles que resultan incluso enternecedores. Ayer, sin ir más lejos, un corredor se estrenó a los veinticinco años, ganando nada menos que la Ronde van Vlaanderen. ¿No dan ganas de llorar? Un poco sí, aunque no sé si las lágrimas serían de emoción sincera o más bien un llanto como de abuela, de arrancarse los dientes, como el que refería Marlon Brando en el papel de Kurtz en aquel mítico monólogo de Apocalypse Now. ¿Por qué? Porque la victoria de este chico de veinticinco años no es la del pobre invitado a la mesa del rico, que aprovecha un momento de despiste para llevarse a la boca un muslo de pollo. No es la del corredor modesto que ataca en los primeros kilómetros, cuando aun no están puestas ni las vallas y los favoritos duermen todavía en la panza del pelotón. No. La victoria de este chico de veinticico años, todavía sin estrenar hasta ayer, es la del que machaca a sus rivales sin piedad, haciéndolos papilla en medio del sandwich de adoquines de Oude Kwaremont - Paterberg. En el fondo y en la forma, la victoria de este chico de veinticinco años no desentona con otros freak shows organizados por Flanders Classic.

Alberto Bettiol se llama. No es un desconocido, pero estaba sin estrenar después de casi cinco años como ciclista. Había conseguido buenos puestos, en Plouay, en Polonia. Incluso había hecho quinto en una etapa del Tour detrás de un cuarteto excepcional, formado por Sagan, Daniel Martin, Matthews y Van Avermaet. Había pasado también una temporada de anonimato absoluto en BMC. En resumen, era un corredor del que se conocía el nombre pero al que costaba poner cara. Ahora puede decirse que ha entrado en el ciclismo por la porta triunfalis, a lo Oliver Zaugg, estrenándose con un monumento. Al menos este tiene veinticinco años.

E vissero sempre felici e contenti


Su victoria tiene que contextualizarse en una temporada de ensueño para el Education First de Vaughters. Ha sido cambiar de maillot y comenzar a llover las victorias y los puestos destacados. Hoy, sin ir más lejos, en la primera etapa de la Itzulia, Daniel Martínez, Hugh Carthy y Lawson Craddock han hecho entre los mejores. Ayer tuvieron tres hombres delante (Sep Van Marcke, Sebastian Langeveld y el propio Bettiol), cuando a duras penas los de la manada los igualaban. Bettiol ya había anunciado su estado de forma en la Tirreno-Adriatico, con un segundo puesto en la crono zombi de San Benedetto del Tronto y un ataque a modo de antipasto en el Poggio. Pero nadie esperaba esto.

Por si alguien lo pone en duda, Bettiol ayer fue el hombre más fuerte. Su cuerpo compacto parecía de roca, de criptonita. Quizá sólo van der Poel habría podido seguirle, de no ser por su tonta caída y por el desgaste consecuente de fuerzas en la persecución y en movimientos inoportunos. A Bettiol nadie le regaló la victoria. Atacó donde sólo la fuerza permite desmarcarse y sus rivales intentaron darle alcance, especialmente Van Avermaet, pero no pudieron. Si no lo hicieron en el encadenado Oude Kwaremont - Paterberg fue porque no tuvieron más fuerzas. Al salir Bettiol destacado del Paterberg lo tenía ya casi medio hecho, pues en cualquier clásica es difícil que un grupo numeroso de líderes sin gregarios se ponga de acuerdo para dar caza a un escapado. Un escapado al que no recortaron nada en el eterno llano hasta Oudenaarde, al modo de Sagan, Cancellara o de Terpstra. Primera victoria profesional, recuérdese.

alla grande


Por lo demás fue una carrera bastante anodina, alejada de la emoción que supuso hace dos años la larga escapada de Philippe Gilbert. En los primeros kilómetros se formó una escapada con Houle, Touzé, Asselman y Van Rooy, que tuvo el honor de pasar todavía en cabeza por un Kapelmuur convertido en reliquia. Poco después Van Marcke y Vandenbergh, dos trotones flamencos, se marcharon. A ellos se unió Kasper Asgreen, el danés y el Quick Step del día (dos en uno), después de haber estado comandando el pelotón. Por detrás Terpstra tenía una fea caída, van der Poel también (una caída bastante tonta, agravada por un exceso de confianza sobre la bici) y Gilbert naufragaba. El máximo interés durante gran parte de la carrera residió en la persecución alocada de van der Poel, todo un derroche de fuerza. Le llegó el turno al Koppenberg, que de ser otrora una especie de Moloch de los ciclistas ha pasado a ser un perrito faldero, ladrador pero poco mordedor. Fue el momento que aprovechó Dylan van Baarle para conectar con el grupo delantero. Jasha Sutterlin lo intentó, sin éxito. Quedaba así conformado todo a la espera de la traca final.

Los berg se sucedieron sin crear apenas criba en el grupo de favoritos. Por delante Vandenbergh flaqueaba y más tarde Van Marcke. Una extraña suavidad parecía haber amoldado las empinadas rampas adoquinadas a las máquinas de carbono del grupo nutrido de corredores importantes, en los que las escaramuzas no llegaban a cuajar. Después de repetidos ataques de Wellens y Sutterlin por coger a los de cabeza, seguidos por Weening y Degenkolb, acabó por conformarse tras el Kruisberg - Hotond un grupo de veinte corredores: Peter Sagan, Bob Jungels, Yves Lampaert, Alejandro Valverde, Jasha Sutterlin, Jens Keukeleire, Tiesj Benoot, Wout Van Aert, Pieter Weening, Mathieu van der Poel, Jasper Stuyven, Greg Van Avermaet, Dries Van Gestel, Alexander Kristoff,  Oliver Naesen, Nils Politt, Michael Matthews, Sebastian Langeveld, el reabsorbido Sep Van Marcke y Alberto Bettiol. No estaba Zdenek Stybar entre ellos, al quedarse fuera de fuego en un repecho no catalogado con berg. El rendimiento de los Deceuninck - Quick Step estuvo muy por debajo de lo esperado. Al cortijo en el que estaban convirtiendo las carreras de un día de la temporada le faltó la cabeza de toro de la Ronde sobre la chimenea.

A falta de 19 km, poco antes de entrar en el último paso por el Oude Kwaremont, Asgreen y van Baarle contaban con 16 segundos de ventaja sobre el grupo de veinte, comandado por Keukeleire y Van Avermaet. Fue el momento del ataque de Bettiol. Hay que verlo repetido varias veces para acabar de asimilarlo y salir del shock. Van der Poel iba bastante atrasado, como si empezase a notar las piernas algo débiles. Van Avermaet lo ve claramente (Bettiol sale de la tercera posición) e intenta cogerle la rueda. No puede. Inmediatamente Bettiol rebasa a Asgreen y van Baarle y se lanza, como hombre-bala, hacia la meta de Oudenaarde. Sutterlin, Stuyven y Van Marcke se quedan del grupo de favoritos. A la salida del Oude Kwaremont, Bettiol cuenta más o menos con 10 segundos de margen.

El momento preciso


A 14 km., justo en el momento de afrontar el rampón del Paterberg, Bettiol cuenta con 18 segundos. Hay que reconocer que nadie secundó el esfuerzo de Van Avermaet al salir a la carretera general. Quizá alguno pensó, como es lógico, que Bettiol se hundiría en el Paterberg, pero no fue así. En ese exiguo rampón, Bettiol subió a chepazos, con la mandíbula desencajada, como un mulo de tiro y arrastre. Van Avermaet por detrás intento la aceleración, con Naesen y van der Poel a rueda. El astro holandés, que parece cada vez más futbolista que ciclista por sus ademanes, pasó con 14 segundos de diferencia con Bettiol. La suerte estaba echada en favor de Bettiol.

Otra imagen del momento preciso (pic: Yuzuru Sunada)


En el llano eterno hacia Oudenaarde las cosas no variaron, como viene siendo habitual. Valverde lo intentó de forma tímida, tambíén Van Avermaet, Sagan, Lampaert, Jungels y Politt intentaron dar alcance individualmente al italiano, pero el abecé del ciclismo determina que uno solo siempre hace más camino que un grupo mal avenido. Más si cabe si en la parte trasera del grupo se arrastra a gente del calibre de Kristoff o Matthews. Y así fue. El italiano no miró en ningún momento hacia atrás, obcecado en pos de la victoria. Detrás sólo comenzaron a relevar cuando vieron como imposibles las aventuras individuales, en una aceptación silenciosa de la derrota. Consintieron incluso que Asgreen hiciese puesto. El italiano mientras tanto ya había pasado la línea de meta y mostraba su rostro de incredulidad ante las cámaras, los periodistas entrometidos de la Rai y el barrigudo chaperon de Flanders Classics. "Ma cosa ho fatto?" parecían decir sus ojos de cantante de opereta, fuera de la máscara de polvo y sudor que le cubría la cara. "Una animalada", deberían haberle dicho todos los allí presentes.

Uno de los tres personajes de la imagen es mi ídolo.


En resumen, el equipo de Vaughters carbura, quizá al mismo nivel en que lo hacía cuando convirtieron a un prologuista que se quedaba en subidas de autopista en un contendiente del Tour de Francia. En el caso de Bettiol, el tiempo dirá si estamos ante otro Gabriele Colombo, otro Vladislav Bobrik, otro Mathew Harley Goss, otro Oliver Zaugg, es decir, un one hit wonder del ciclismo (por no utilizar otro vocablo más relacionado con Baikonur y la estación espacial Mir) o un corredor de auténtica entidad.  De momento va ganando por minutada lo primero.