martes, 21 de junio de 2022

CUATRO CONSEJOS PARA DISFRUTAR EL TOUR DE FRANCIA

1. No te quejes. El que no quiera polvo, que no vaya a la era, dice el refrán. Nadie te obliga a ver las etapas enteras. Si yo fuese tu médico te recomendaría no solo otras actividades para evitar el sedentarismo, sino también otras distracciones, para que no acumules un exceso de bilis; aquello de los malos humores de lo que hablaban los griegos. Además, el verano es el mejor momento para viajar y para vivir nuevas experiencias. En cambio, si escoges con todas sus consecuencias darte una buena panzada de sofá y tele, evita refunfuñar como un viejo cascarrabias y renuncia, por tu propia dignidad, a los discursos nostálgicos. Si bien el ciclismo se mantiene idéntico en muchos aspectos a como era antes, sí ha cambiado en el de las batallitas: si incurres en la cantinela de "cualquier tiempo pasado fue mejor", apelando a los tiempos de Julio Jiménez o Bahamontes, corres el riesgo de convertirte en aquel viejo del que todos huyen cuando abre la boca para contar las historias de la mili. No más Ares, por favor. A nadie le interesa ya Perico ni Indurain: los actores son otros, y no precisamente españoles. Los kilometrajes también. Esto no quiere decir que esté en contra de la historia, ni mucho menos. Más bien mi desprecio se dirige hacia esa revisitación rocabareana de los triunfos del pasado, acompañada habitualmente de una constante apelación a las "tremendas pelotas" de los tipos duros de ayer. Algo que queda ya muy mal, todo sea dicho: resulta algo desagradable y muy propio del siglo XX. Son comentarios de barra de bar, con puro y copa de soberano en la mano. Ahora los ciclistas ya no se enfadan entre ellos, no hacen ese tipo de comentarios, son casi todos colegas, o al menos lo aparentan al cruzar la meta. El Tour puede que haya perdido su brillo como una de esas monedas de céntimo recubiertas de mugre de tan manoseadas e intercambiadas, pero es algo ya que todos sabemos y no hace falta que se incida una y otra vez en el tema. Dudo mucho que se vaya a escribir una tesis sobre el asunto, ni mucho menos un TFM. Así que, recuérdalo, no te quejes.

Ni quejas ni batallitas: si te pones en plan Abe Simpson, te mandamos a la residencia.


2. Déjate llevar por el sueño cuando la carrera te invite a ello. Está mal que un amante obsesivo del ciclismo como yo lo diga, pero las mejores siestas me las he dado con el Tour. Sí, el cuerpo lo tengo ya entrenado, son años de experiencia y créeme, pocas cosas hay como el Tour para echarse una siesta sosegada, sin sobresaltos, con la mente completamente en blanco. Una siesta daliniana, de las que duran pocos minutos, solo una breve desconexión mental, nada de esas siestas de pijama, cama y gorrito que dejan los sentidos embotados y la boca pastosa. Las microsiestas del Tour son una especie de paraíso en la tierra y algunas etapas, cuando quedan más de ochenta kilómetros, son toda una invitación. Además, el Tour tiene un ritmo premioso, relajante, digno de una película de Ozu. Te pone en sintonía con las cosas buenas de la vida, siempre y cuando pongas un poco de tu parte: te pone en contacto, aunque solo sea a nivel audiovisual, con la naturaleza trabajada por el hombre, con la montaña agreste, con las aburridas estaciones de esquí en el verano, con la paciencia. Puede que a veces la realización adopte un tono censor muy disney, en el que no hay barriadas periféricas, ni multiculturalidad, ni centrales nucleares, nada que escape al ambiente construido de postal publicitaria, tan digno de una película alemana de sobremesa. El ritmo parsimonioso del Tour encaja muy bien con lo que decía Coppola sobre el cine de Rohmer, que era como ver crecer la hierba. El Tour en realidad es como un gran vagón-dormitorio, con miles de espectadores, cada uno en su compartimento y en su cama, embarcados en un viaje a través de Francia en los brazos de un placentero sueño, arrullados por el hipnótico ruido de las hélices del helicóptero. Ni siquiera un viaje de ácido puede superar esta experiencia. Pero no solo hablamos de paisajes: el Tour está tan guionizado que se basa, como el cine de género, en clichés repetidos. Apenas hay sobresaltos. Tampoco los habrá este año, en el que seguramente no afectará a la carrera la plaga de abandonos que ha diezmado la Vuelta a Suiza, dejando el triunfo en bandeja a Geraint Thomas. Por esa falta de acontecimientos extraordinarios, todo aquello que se sale de los raíles marcados es tan recordado, ya sea un abandono inesperado o el penúltimo día del Tour de 2020.

Solo cinco minutitos más...


3. Muestra un sano escepticismo. Ya somos suficientemente mayorcitos como para saber que el ciclismo tiene muchos cadáveres en el armario y mucha suciedad bajo la alfombra. Para encontrar alguna pista de ello no hace falta más que pasear un poco la mirada entre los coches de los directores deportivos. Como en las películas de Lynch, la pátina colorida e inocente de la realidad oculta auténticos horrores. Se diría que el rostro de algunos de estos protagonistas en la sombra es digno de figurar en un cartel pegado al lado de la comisaría del sheriff, con el rótulo de wanted y el dinero de la recompensa. Quien más y quien menos tiene un convicto al volante y ni los de Netflix van a ser capaces de maquillar eso. Además, se ha vuelto a la época de los dobletes, victoria a pares en Dauphiné y, para no ser menos, en el escenario menor de Eslovenia. Roglic ha sumado sin muchos esfuerzos una victoria más en una vuelta de una semana, una de las que le faltaba, cediendo el triunfo parcial en el Plateau de Salaison a Vingegaard. En Eslovenia la carrera ha sido un auténtico paseo: el nivel de la competencia era muy bajo, todo hay que decirlo. Pogacar se ha permitido el lujo de ganar su carrera nacional disfrazándose en algún momento de gregario. Decidiendo una victoria de etapa con su compañero Majka a piedra, papel o tijera. Resultaría divertido, de no ser una exhibición tan aplastante de un solo equipo. Por no hablar de las marrullerías del equipo de los lobos, una banda que empequeñece a la de Al Capone. En vez de a los suelos laminados podrían dedicarse a los sandwiches, como han demostrado con destreza en la Vuelta a Bélgica. Otros equipos también parecen embarcados en su particular escalada armamentística: Israel y Education First han salido del pozo, con Woods, Fuglsang y Guerreiro; Intermarché continúa su imparable ascenso a la cima y Bora ha demostrado, con Vlasov e Higuita, que es un equipo que puede disputar de tú a tú el primer puesto con las grandes formaciones. Solo Ineos deja una sensación agridulce de fin de una era, a pesar del triunfo de Thomas en Suiza: veremos. Por tanto, resumiendo un poco, ya se sabe lo que hay: recuperaciones milagrosas, deditos en la boca, pactofugas...Adorna tu escepticismo con un punto de cinismo, a fin de convertir cada arqueamiento de cejas, cada nota discordante, en un elemento más del juego, en un detalle más del espectáculo. Es el único truco válido para un espectador superviviente.

El único desliz de Jumbo durante el Dauphiné.

Como en el Alex Kidd.


Intermarché continúa de cabeza hacia el éxito.


4. Evita el ruido patriotero. Este es el cosenjo más útil, hazme caso. Antiguamente era muy habitual que en julio aparecieran nuevos aficionados de golpe, salidos de la nada. Aficionados que parecían dormir en letargo durante todo el año, enterrados en alguna cripta, y que solo en julio, con el calor y las piscinas, salían de sus tumbas como personajes de una película de Romero, siendo las banderas los harapos que cubrían sus cuerpos de zombis. Este es un fenómeno cada vez menos habitual, ha ido desapareciendo a medida que el ciclismo ha quedado arrinconado como un deporte estigmatizado y propio de otra época, sobre todo en España.

Cada vez despierta menos interés el ciclismo entre los futboleros, no nos engañemos. El interés de estos ha virado hacia el nadalismo, y quizá sea mejor así, aunque siempre despierte algo de tristeza que un deporte deje de ser masivo y popular para convertirse en un reducto de ratas de biblioteca. Sin embargo, sigue habiendo ruido patriotero, aunque no sea español el ra-ra-ra de fondo. En Francia, después del subidón artificial de 2019, parece difícil digerir el dominio de ciclistas extranjeros. Sobre todo si su dominio es tan potente. Al tercer año ya parecen  completamente hartos de Pogacar, preparándose para atizarle con un menhir como si fuese un legionario romano que acerca su nariz a la empalizada de la irreductible aldea gala. Muchos comentarios destilan un profundo resentimiento. Ese pequeño pelotón de indignados lo encabeza el festinoloco, con sus historias delirantes de complots extranjeros en la sombra, y lo secunda algún nostálgico de los campeones politoxicómanos franceses del pasado. Más allá de estas discusiones de cariz nacional, rozando la xenofobia, aparecerán nuevos debates, porque el Tour es el momento deseado para los amantes de la turra, para los creadores de hilos, para los que se suben al carro de cualquier polémica para hablar de cualquier cosa menos de ciclismo. También están los contadores de wattios, con discusiones bizantinas y sus datos sacados de la chistera. Me estoy haciendo mayor y todo este ruido me impide disfrutar de la carrera. 

 

Un día normal en twitter, cada uno con sus equipos imaginarios.