martes, 31 de mayo de 2016

LA BAJADA DEL AGNELLO

Somos muchos los que consideramos al Giro d'Italia como la mejor vuelta por etapas de tres semanas: la más apasionante, la más sorprendente, la más hermosa. En ella no son extraños los vuelcos inesperados, las polémicas más ácidas, los "y si..." repetidos in aeternum. El ganador puede serlo gracias a su fuerza pero también a su astucia e incluso, como gusta tanto a la prensa italiana, gracias a oscuros complots. El perdedor podría haber sido ganador de haber mediado entre él y la victoria un poco más de fortuna, o un equipo mejor, o más alianzas en el pelotón. De este modo, la historia del Giro puede ser considerada una larga lista de "y si..."(s), alimentados por una afición y una prensa predispuesta por idiosincrasia peninsular a buscar siempre los tres pies al gato. Los helicópteros de la crono de Verona, el affaire de Savona, la traición de Sappada, el "complot" de Madonna di Campiglio, historias de medias verdades contadas y recontadas una y mil veces, hasta la extenuación o la tergiversación total, a las que quizá un día se una la bajada del Agnello.

Un instante de duda que vale un Giro


Steven Kruijswijk, joven escalador holandés, pelirrojo, pecoso, ancho de hombros y estrecho de caderas (como si se tratase de un albino nadador keniata), lo tenía todo para ganar este Giro. O casi todo. Una renta de tres minutos sobre el segundo clasificado, Esteban Chaves, y todavía dos etapas de montaña por delante. Vincenzo Nibali, su rival más complicado, parecía por completo fuera de juego después de una cronoescalada desastrosa y una crisis aparentemente total en Andalo. Perdía cuatro minutos y cuarenta y tres segundos con respecto al holandés. Desde su ambiente se esgrimían ya todo tipo de excusas, desde las bielas a una posible enfermedad, amplificadas por la prensa italiana, que había puesto todas sus esperanzas patrióticas en sus manos, a falta de alguien mejor.

Así pues, con lo squalo convertido en sardina, el holandés lo tenía todo para ganar. Kruijswijk se mostraba como pocas veces lo hacen los líderes, saliendo con suficiencia a cualquier ataque, incluso de gregarios. Aunque precisamente la necesidad de salir a cualquier ataque evidenciaba su punto débil: la ausencia de equipo.

¿Seguiría el mismo camino que Hesjedal y Hampsten o el de Olano y Evans?

La decimonovena etapa, con final en Risoul previo paso por el Col del Agnello, no parecía excesivamente peligrosa. Corta, con más subida que llano, podía ser manejada por un líder sin equipo pero en un estado de forma excepcional. La que parecía más complicada era la etapa siguiente, la que finalizaba en Sant'Anna in Vinadio, con tres puertos (Vars, Bonette y Lombarda) y la subida final de la meta, pues con varios puertos de salida se podía poner en jaque a un líder sin compañeros. Aunque ninguna de las dos alcanzaba en kilometraje y número de puertos al tappone dolomitico de Corvara, en el que Kruijswijk y Chaves habían abierto un importante hueco sobre el resto de rivales. En Valparola, tras un ataque de Nibali, Kruijswijk y Chaves se habían acabado marchando después de un ascenso demoledor al Passo Giau. En las dos etapas siguientes, Kruijswijk había ampliado su ventaja, cosechando tres segundos puestos consecutivos.

Chaves y Kruijswijk subiendo Valparola
De este modo, con la clasificación bastante clarificada, comenzó la decimonovena etapa en la mítica Pinerolo. Los 162 kilómetros consistían en el acercamiento y ascenso al Agnello, cima Coppi, bajada y subida a Risoul. Por delante se marchó una escapada, con varios Movistar (Rojas, Sutherland, Herrada), Astana (Kozhatayev y Scarponi) e incluso Orica (Plaza), pero ningún Lotto-Jumbo. Scarponi coronó el Agnello, contando con un amplio margen como para llevarse el triunfo de etapa. La subida estaba cobrándose sus primeras víctimas, como es normal en un puerto de más de 2.700 metros en el que la vegetación comienza a escasear, llega la niebla y sobre las laderas se dibujan las primeras lenguas de nieve. El Giro hasta el momento había sido nervioso y trepidante. Todas las etapas se habían rodado a gran velocidad, con dominio de Kittel y Greipel en los sprints, y finales muy intensos en Praia a mare (con victoria de Ulissi), Arezzo (con victoria de Brambilla) y Asolo (con nueva victoria de Ulissi, pero con una más meritoria demostración de fuerza de Bob Jungels, revelación de la carrera). Subidas ratoneras y empinadas como Alpe di Poti, con sterrato, Forcella Mostaccin o Cima Porzus, habían puesto el picante necesario a cada etapa, esa salsa siempre bien condimentada que ofrece el Giro. La velocidad de la carrera había comportado ya importantes retiradas, como la de Dumoulin. Pero quizá la más sonada había sido la de Landa, gran favorito de muchos (entre los que me incluyo), nada menos que el día después de la jornada de descanso. Con todo lo que la historia nos ha enseñado sobre esos días de "descanso activo".

Jungels: rodador que se defiende en montaña y que además sabe explicarse...¿ha nacido un nuevo campeón?


En las últimas rampas del col del Agnello, flanqueadas por paredes de nieve como en las míticas fotografías de Coppi, Chaves lanza su ataque. El sonriente Chaves ha llegado al Giro sin prácticamente días de competición, como quien dice "de la playa", y está casi tan intratable como Kruijswijk. Le siguen el líder y Nibali, Valverde cede. Al murciano no le sientan bien ni las alturas ni el frío. Por detrás quedan Zakarin, Majka, Urán, Pozzovivo, i soliti ignoti. Comienza el descenso. 

La realización nos privó del plano en directo. Concentrados en cambios de cámara sinsentido o tomas de meta con bimbi e ragazze, vimos ya a la maglia rosa en el suelo. Con las heridas todavía calientes, el holandés se dispone a recoger su Bianchi del suelo. El mecánico del coche Vittoria le ayuda a colocar de nuevo en su sitio la cadena. Kruijswijk parece desorientado pero calmado al mismo tiempo. En realidad la caída no ha alterado su expresión de aparente control de la situación. Poco después vemos la repetición del dramático suceso. En el estrecho descenso del Agnello, con la carretera encajonada entre taludes de nieve, Kruijswijk toma mal una curva, y cuando parece que va tumbarse más, rectifica la trazada, se yergue e impacta contra el talud de nieve sin posibilidad de atenuar el golpe. Da la voltereta entre la nieve y el aire, golpeando con los riñones sobre el asfalto. Su Bianchi sale despedida unos metros por delante. Precisamente por saberse sin equipo, el holandés había puesto excesivo celo en seguir el endiablado ritmo de Nibali. Lo squalo cimienta su victoria en un descenso, al modo de il Falco. 



El infierno blanco de Kruijswijk


Kruijswijk parece aturdido, con dificultades para seguir. Tendrá que cambiar de bicicleta, de manera que el grupo de Valverde le pasa como una exhalación. Nibali y Chaves se están marchando, aunque Kruijswijk todavía tiene un buen colchón de minutos. Ventaja que irá desapareciendo poco a poco, como un castillo de arena dispersado por la brisa. El descenso es largo, pedalabile. Pasado el tren del grupo de Valverde, el líder se desfonda en una persecución en solitario durante la cual van aflorando el dolor de una caída fea y el hundimiento moral de una renta de tiempo que se esfuma.

A la caza de un Giro que se esfuma.

Pero el Agnello no será solo la tumba de un Giro que ya parecía holandés. También será el final de las esperanzas de Valverde y la retirada de carrera de Zakarin. El murciano, a veintitrés segundos de Chaves, tenía todavía muchas opciones para la general. Por delante Scarponi se paró en seco, sacrificando su cantada victoria de etapa para tirar de su líder. Herrada y Rojas, hombres del Movistar que marchaban por delante, poco pudieron hacer para Valverde: Rojas fue cogido en las últimas rampas del Agnello y se quedó cortado en la bajada, mientras que a Herrada le faltaron las fuerzas. Como a Jesús Hernández, que nunca anduvo sobrado de ellas. Mientras tanto, en el grupo de cabeza Pirazzi, siempre tan pestoso, se unía los relevos, sin tener nada que ver en la fiesta organizada, en una de esas "colaboraciones desinteresadas" que tantas páginas han escrito en el Giro.


Además, el descenso se cobró otra víctima: el impetuoso Ilnur Zakarin. La cámara del helicóptero captó unas imágenes escalofriantes del ruso tendido en plena ladera, con la bici a varios metros de distancia, sin la rueda delantera. Afortunadamente la caída no tuvo graves consecuencias, pero supuso su retirada. El tártaro hubiese sido una ayuda fundamental para Valverde en esa larga persecución que ganó claramente el Astana. Al campeón murciano difícilmente se le presentará una oportunidad tan propicia para hacerse con una gran vuelta. De haber contado con algún compañero más en el descenso, o incluso de haberse implicado más él en primera persona en esa persecución, podría haberse quedado a una diferencia de Chaves que no hubiese sido posible remontar por parte de Nibali. Hay que tener en cuenta que el grupo de Valverde inició la subida de Risoul tan solo con diez segundos de diferencia con respecto a la cabeza de carrera: si hubiesen conectado con el grupo de Nibali y Chaves durante el descenso, Valverde podría haber sido ganador del Giro. Pero todo esto son conjeturas, pues la táctica del equipo ideada por Chente García Acosta estaba enfocada a objetivos dispares e inasequibles en conjunto: etapas para Visconti, top ten para Amador y clasificación por equipos. Típicas migajas que invalidan la victoria final, y que dan lugar a situaciones  inexplicables y contraproducentes, como la actitud de Visconti durante todo el Giro.

Valverde, Zakarin y Kruijswijk camino de Andalo.
En Risoul Nibali dejó atrás a Chaves, que aun así se convertiría en efímero líder de la carrera con sólo 44" sobre el de Astana. Nibali reencontraba le gambe, en una de las resurrecciones de última hora a las que nos tienen acostumbrados los kazajos. Por detrás, Kruijswijk encontró colaboración en Jungels, aunque fue un intento vano, pues cuando volvió la subida, las fuerzas y los ángeles protectores le abandonaron, dejándolo a merced del implacable cronómetro. En meta era consciente de haber perdido "su Giro".

"He perdido mi Giro"

Al día siguiente, en el colle della Lombarda Nibali asestaría su golpe definitivo, llevándose así un Giro en el que él había ido a más mientras que Chaves había terminado claramente con pocas fuerzas. Scarponi y Kangert fueron de nuevo los puntales del siciliano en su nueva victoria. Un triunfo para el que no dejó de lado en ningún momento la actitud combativa, a veces incluso soberbia, que le caracteriza. Valverde en cambio, manso como es, se contentará con el podio. Uno más.

Nibali en Risoul: the winner takes it all.


¿Había arriesgado demasiado en el descenso Kruijswijk? ¿Habia coronado el Agnello aturdido, y por ello había errado en esa curva? Sin duda las cosas hubiesen sido algo distintas de haber tenido un compañero. Todos desaparecieron durante la subida del Agnello, pero su director, Addy Engels, no tuvo la perspicacia de mandar algún corredor por delante. Lo mismo le sucedió a Dumoulin en la Morcuera, a las órdenes del mismo director y sin compañeros a la vista. ¿Qué hubiese pasado de tener mejor equipo o mejor director, y de seguir una estrategia más adecuada? Pues seguramente hoy no estaríamos hablando de la milagrosa resurrección de Nibali y de su cuarta gran vuelta por etapas, ni siquiera del abrazo de Nibali con los padres de Chaves. Seguramente la bajada del Agnello no hubiese acabado convirtiéndose en uno de esos recurrentes "y si..." de la historia del Giro.