sábado, 27 de febrero de 2021

UNA FÁBRICA DE LÍDERES

Hay cosas que no cambian ni con una pandemia de por medio. Entre ellas, la potencia del equipo de Lefevere en los sprints. Existen infinidad de artículos desglosando la coreografía de este equipo en los sprints, con lanzadores hábiles para colocar a su líder y astutos para estorbar al rival. Pero en esta página hace tiempo que nos dimos cuenta de que no existe la magia en el mundo. No existen ni los elfos, ni los enanos. Y sí que existen, en cambio, los sprinters desvencijados, que languidecen, se arrastran o se retiran una vez abandonan la manada.  

"Papá, ¿en verdad existe la magia en el mundo?"

Pero comencemos primero con el final del Tour de los Emiratos, que lo dejamos a mitad en la anterior entrega. En realidad ya estaba todo el pescado vendido, tan solo quedaba un día con final en alto en Jebel Jais, otra montaña en los confines del país de los siete emiratos. Se trataba de nuevo de una ascensión de tres carriles, impresionante obra de ingeniería, primero entre desfiladeros y más tarde ganando espacio a la montaña. Un terreno digno de una emboscada de salteadores o de una escena de Lawrence de Arabia. No hubo apenas emoción para la general, pero sí para la etapa. El protagonista de la escapada del día, Alexey Lutsenko, acabó sucumbiendo en los últimos metros ante el empuje de Jonas Vingegaard, el joven danés del Jumbo que se destapase ante el gran público en la pasada Vuelta con su ascensión al Angliru. El kazajo no parece tener suerte en esta carrera, pues ya el año pasado Pogačar le birló una victoria cantada por un exceso de confianza. Por detrás, Pogačar marcó a Adam Yates y se llevó incluso la bonificación, en la táctica a la que ya nos tiene acostumbrados de no dejar ni las migajas. 

 

Otro ciclista más de la mejor generación danesa de la historia.


Las dos etapas siguientes fueron meros trámites al sprint, etapas diseñadas para atraer la atención del observador occidental con las islas artificiales, monorraíles y rascacielos. Un diminuto pelotón en esas tiras interminables de asfalto iba sirviendo de excusa para que el helicóptero enlazase las "bellezas" del lugar. Los triunfos fueron para Sam Bennett y Caleb Ewan, en sprints estrechos después de etapas desarrolladas por amplísimas autopistas. En la última etapa, el desafortunado Adam Yates se fue al suelo, entrando con la nariz ensangrentada en meta. De esta forma, Tadej Pogačar cumple con el primer objetivo de la temporada, el de satisfacer a sus amos. 

El futuro (vía @CimaCoppi_)

 

Llegamos de esta manera a la Omloop Het Niuewsblad, la que es para muchos la primera carrera grande de la temporada. Una carrera que ha visto en el pasado triunfos impresionantes, como aquel de Philippe Gilbert en 2008 o la burrada de Ian Stannard en 2015, cargando a tres quicksteps a la espalda como tres sacos de patatas. La edición del año pasado, romantizada a su manera por la previsible bajada de persiana del ciclismo, fue también muy digna. Este año se ha tratado de una carrera de intenso desarrollo pero de resolución anodina, no muy diferente a una etapa de los Emiratos o del Tour de la Provence, con la sensación final de que Deceuninck ha logrado estar en el plato y en las tajadas. 

En Deceuninck: insaciables.

La carrera ha estado dominada por la presencia de Julian Alaphilippe, que parece dispuesto a que incluso sus más acérrimos críticos tengamos que escribir cosas buenas de él durante esta temporada. En la salida no estaban algunas figuras esperadas, como Sagan (por Covid-19) o la pareja del ciclocross, aunque sí Pidcock. También desde Trek-Segafredo se preveían grandes posibilidades, con el ganador del año pasado, Jesper Stuyven, y Mads Pedersen. No se les vería ni el dorsal. 

El primer movimiento serio lo ha protagonizado Matteo Trentin, con su nuevo uniforme de los emiratos, en la estrecha subida al Molenberg. El sabor de carrera flamenca, a pesar del vacío en las cunetas, comenzaba a hacerse patente con esas pequeñas triquiñuelas habituales, acortando curvas o saltándose aceras. A rueda de Trentin quedó soldado bien pronto Alaphilippe, dando muestras de mucho poderío. Ese ataque permitió cazar a los escapados del día, a los que se habían incorporado los jóvenes Johan Jacobs de Movistar y Olav Kooij de Jumbo. Se formó de esta manera un grupo selecto con algunos grandes nombres: Matteo Trentin, Julian Alaphilippe, Greg Van Avermaet, Sep Vanmarcke, Christophe Laporte, Michael Gogl, Davide Ballerini, Zdenek Stybar, Arjen Livyns (del Bingoal) y Jacobs y Kooij. Por detrás aun alcanzarían al grupo Tom Pidcock y Kévin Geniets. 

En el Berendries, la cuesta asfaltada predilecta de Johan Museeuw, el Deceuninck tomó el control y lanzó a Alaphilippe en solitario, a falta de 32 kilómetros. ¿Estaba imbuido el francés del espíritu de Museeuw o de Hinault? ¿Se trataba de un suicidio, de un ataque para los fans o simplemente parte de una estrategia más amplia? El campeón del mundo alcanzó una diferencia que nunca superó los 25 segundos, mostrando que estaba gastando pero no del todo, pues siempre tenía un ojo en el grupo trasero. Allí tan solo el impetuoso Pidcock y un muy solvente Laporte marcaban el ritmo con auténtica intención, mientras Ballerini y Stybar hacían una eficaz labor de incordio. Hasta que el checo se fue al suelo y el grupo trasero pudo organizarse un poco mejor. 

Empeñado en que hable bien de él.

 

El espacio entre Berendries y Geraardsbergen es una ligera bajada, un espacio de 10 kilómetros que separa el núcleo repleto de bergs cercano a Oudenaarde de aquel cercano a Meerbeke y Ninove, en el que destacan el Muur-Kapelmuur y el Bosberg. Poco a poco el grupo selecto estaba controlando la distancia a Alaphilippe, pero también el pelotón lo estaba haciendo con el grupo selecto, produciéndose la neutralización en la entrada a Geraardsbergen. Se mezclaban de nuevo las cartas, todo era posible. Alaphilippe se mantuvo un tiempo más en cabeza, comandando el pelotón en la calle empinada que un día fuese la única parte del Muur que se ascendía. Al llegar propiamente la subida a la capilla, otros nombres quedaron delante: Vanmarcke, Laporte, Cortina y...Moscon.

El italiano que sueña con cachiporras y camisas negras tomó unos segundos de ventaja al pasar por la capilla, exigua ventaja a defender. La ascensión otrora mítica se solventó como un mero trámite y los ciclistas se zamparon los adoquines sin inmutarse. Fue simplemente un desfile, sin interrupciones, sin pausas, sin diferencias. Un auténtico jarro de agua fría para los que damos tantas veces la turra con aquello de que era mejor la dúpla Kapelmuur-Bosberg que el actual final de la Ronde.  

Bonitas imágenes, pero poco más (vía @faustocoppi1960)

 
Una ducha fría de ciclismo moderno.

A Moscon acabaron también engulléndolo al pasar el Bosberg, forzándose un reagrupamiento de más de cincuenta corredores para jugarse la carrera. ¿Habría alguien capaz de rivalizar con los Deceuninck? Por ahí andaba Kristoff, hasta que pinchó. También Pasqualon, hasta que se cayó. El camino parecía expedito. Las tres curvas del último kilómetro pusieron todavía las cosas más fáciles a los de azul. Alaphilippe primero y Lampaert después lanzaron el sprint, mientras Asgreen guardaba la rueda de Ballerini, para descolgarse astutamente en una de las últimas curvas y forzar al resto de corredores a cerrar ese hueco. En la corta recta de meta Ballerini no tuvo rival, imponiéndose por varias bicicletas de ventaja, en todo un despliegue de gestos de fuerza bruta.

Victoria de Davide Ballerini (foto CorVos)

 

Jake Stewart consiguió la segunda plaza, partiendo desde una posición bastante retrasada, pero daba igual. Deceuninck habría ganado en cualquier condición, con final revirado o con autopista de cinco carriles. Con Ballerini o con cualquier otro. Una perfecta compenetración, una ingeniería de los detalles, se dirá. "El equipo ha corrido a la perfección". Pero hoy ha sido Ballerini, mañana puede ser cualquier otro, el nombre no importa.  Un día estás ganando etapas a manos llenas en una gran vuelta para el equipo de Lefevere y al año siguiente estás comiendo mierda al final de un pelotón. Como una estrella del rock.  

Cuando salen de Deceuninck


miércoles, 24 de febrero de 2021

UNA NUEVA TEMPORADA QUE COMIENZA

Es importante ir escribiendo de ciclismo poco a poco, dejando constancia de las carreras que se van disputando, por pequeñas que sean, trabajando al modo de un arqueólogo que enumera y cataloga fragmentos y piezas dispersas, antes de que un huracán, una inundación o simplemente el olvido se lleve todo por delante.  A día de hoy es inútil hablar de carreras mayores y menores, cuando el ansia de ciclismo es tan grande y la incertidumbre en el futuro tan sombría. El lector habitual de este blog se habrá dado cuenta de que el enfoque tiende más bien al recuento y a la enumeración, al registro "a mi manera" de los sucesos, que al afán de crear debate. Disfrutemos mientras podamos de este deporte, alejándonos de dogmas prestablecidos, de sueños nostálgicos (con el Marca como almohada) y sobre todo de polémicas mezquinas, centradas más en la cacería personal al contrario que en crear auténtico contenido.

Así pues, vengo a hablar de las pequeñas carreras que se han disputado hasta el momento, de los breves destellos de calidad ciclista que se han ido viendo en este último mes, sobre todo en el sur de Francia. El calentamiento global está dejando atrás las estampas nevadas de las París-Niza de los noventa, habiéndonos habituado a las primaveras adelantadas. Ahora el ciclismo es más que nunca un deporte que puede disputarse (en determinadas zonas) desde enero a diciembre. 

A pesar de todo, el Ventoux luce nevado.

 

La Etoile de Bessèges se vio reforzada por la cancelación de las carreras de España, sumida en una desastrosa tercera ola. Esta carrera, últimamente reservada para el pelotón francés, se presentó como una París - Niza en miniatura, con cinco etapas muy disputadas, contando con un Ineos casi de gala, en el que la presencia poderosa de Filippo Ganna destacó por encima del resto. Acabó llevándose nada menos que dos etapas, una con un demarraje en los últimos kilómetros (lo que hace prever que no desentonaría en una clásica) y la victoria final contra el crono en la Montée de l'Hermitage, una subida que resultó agónica. Como bien apunta Daniel Monfort, la retransmisión francesa fue tan hábil como acostumbra en escamotear al espectador los detalles paisajísticos molestos, incluso tratándose de una carrera menor. El triunfo final fue para Tim Wellens, después de resolver una fuga de mucha calidad (con Kwiatkowski, Gilbert y Van Avermaet, entre otros) a su manera, con un ataque, un descenso de pedalear y los antebrazos sobre el manillar.

Ganna jugando a las escapadas.

 

El Tour de La Provence, de cuatro días, fue la siguiente carrera. En ella también Ineos presentó a Bernal, Sosa y Thomas, al igual que estaba presente el ganador del año pasado, el otrora renacido Nairo Quintana. La carrera tenía como máxima expectación la subida al Mont Ventoux hasta el Chalet Reynard, donde Quintana marcase su "record" en 2020, antes de que todo saltase por los aires. La carrera empezó con dos triunfos seguidos de Davide Ballerini, nuevo sprinter en ciernes de esa factoría fordista del sprint que es la manada, y con el lucimiento personal de Julian Alaphilippe, atacando a falta de 70 kilómetros para meta, llevándose consigo a  Moscon y Ciccone, desaparecidos en 2020. En el embite del Chalet Reynard, Bernal mostró una cara más esperanzadora, pero el triunfo fue para Iván Ramiro Sosa, en su versión más famélica, por delante del propio Bernal y de un Alaphilippe que quiso probarse en montaña. El triunfo final fue para Sosa, bastante desapercibido el año pasado en los momentos importantes. 

El Chalet Reynard sigue siendo una parada colombiana.


Y finalmente, la tercera carrera francesa, en este camino hacia la París-Niza, ha sido el Tour des Alps-Maritimes et du Var, ya solo de tres etapas. El triunfo final fue para un sorprendente Brambilla, que por fin recobra su golpe de pedal y su maestría para los finales navajeros, después de unos años de anonimato. Después de una primera etapa no televisada con triunfo de Mollema, la segunda etapa fue para Michael Woods, en un final que parecía muy cómodo para sus aptitudes de uphill finisher. Sin embargo, en la última etapa se armó un buen espectáculo en el territorio comanche de los Alpes Marítimos, tan apto para emboscadas. Cobró bastante protagonismo el col de Madone, subida muy atractiva, que no es de extrañar que se convirtiera en el lugar de los test del Dr. No del ciclismo, el infame y maquiavélico Ferrari. El duelo con el cuchillo entre los dientes que libraron Brambilla y los Groupama por ese sube y baja revirado resultó muy interesante, con Madouas y Molard incapaces de reterner al italiano, y con Geoghegan Hart dando señales de que Ineos este año se está pertrechando bien para los objetivos venideros. 

Brambilla renace (sin puños mediante).

 

Llegamos así al Tour de los Emiratos, la carrera que señaló el descenso a los infiernos de la primavera pasada, no solo para el ciclismo sino casi para el deporte en general. A día de hoy se han disputado cuatro etapas, marcadas por las anodinas rectas por el desierto, el constante martilleo propagandístico con resorts, apartamentos, banderazas y rascacielos, y la triste sensación de estar viendo un país vacío que parece reclamar a gritos, a pesar de exudar petróleo, que lo llenen: de coches, de visitantes, de lo que sea. Una sociedad montada al modo de la antigua Grecia, con su casta de ciudadanos (aquí con túnica blanca), sus metecos (occidentales) y su tropel de esclavos (del sudeste asiático y el Indostán), pero sin ningún atisbo de democracia, se ha montado una carrera de trotones extranjeros para su disfrute y propaganda. Y los equipos cumplen, quizá incentivados, con sus mejores galas, como escuderías de caballos que bajan con docilidad la cabeza ante la mano que masajea la crin. Una carrera que, a pesar de todo, va ganando espesor y se va convirtiendo en algo interesante con el paso del tiempo: así lo atestigua su palmarés. 

En la primera etapa, los abanicos fueron los protagonistas, al modo de aquel mundial de la vecina Doha que se decidió en los primeros kilómetros. El Deceuninck siempre ha sentido predilección por estos espacios desolados en los que el viento campa a sus anchas, desde los tiempos de Boonen. Y así lo hicieron, aprovechando un sprint intermedio estiraron la cuerda y esta se rompió. Por delante quedaban los mejores de la carrera, Pogačar, Adam Yates y Almeida. A los demás se los tragó el desierto. El triunfo finalmente fue a parar a Mathieu van der Poel, en uno de sus sprints mágicos, de pura fuerza desbocada, en el que pudo desarbolar un sprint dirigido para el triunfo de los Deceuninck con cualquiera de los suyos. Sin embargo, poco podría disfrutar van de Poel, pues al día siguiente tuvo que abandonar todo el equipo en masa por el maldito virus. 

van der Poel gana a Dekker. Grandes hijos del ciclismo holandés.

 

La crono del día siguiente fue, cómo no, para Filippo Ganna. Como siempre, resultó un placer ver al italiano en acción, con sus piernas interminables, con su aparente liviandad a pesar de su potente masa, rodando por carreteras peraltadas pensadas para el disfrute del motor y el despilfarro de gasolina, recortado como una estampa de poster sobre ese skyline que nada tiene que envidiar a la arquitectura más demoníaca de Benidorm. Pogačar y Almeida se defendieron muy dignamente, sobre todo el esloveno, demostrando que su portentoso tramo llano de camino a La Planche des Belles Filles no fue un espejismo y que para él poco cuentan los haters internos que lo califican de "minero".

Ya en la primera subida a Jebel Hafeet se revivió el duelo de 2020 entre Adam Yates y Tadej Pogačar, con la diferencia de que el primero contaba esta vez con todo el operativo de Ineos como respaldo, y el segundo pudo mantenerse a su rueda, no sin esfuerzo. Brandon Rivera y Daniel Felipe Martínez lanzaron al menudo escalador británico, siempre en la punta del sillín, que parece haber tomado la medida a esta serpiente del desierto, habiéndolo convertido en su particular Willunga, al modo de Porte. Pogačar pudo aguantarle el ritmo, aprovechando el viento a favor y los tramos tendidos de la subida, sacando todo su repertorio de escalador de fuerza que apenas necesita levantarse del sillín, subiendo a base de rítmicos cabeceos. Al acercarse el final, el joven esloveno sacó a relucir su clarividencia y zorrería para resolver finales así, con una veteranía impropia de su edad, tomando impulso para adelantar a Adam Yates justo antes de la curva decisiva.

Pogacar desvela su genio ante sus amos. Qui paga, mana.


A falta de que termine el Tour de los Emiratos, así sigue el ciclismo, fascinando a los que lo vivimos con interés, a pesar de sus sombras. El blog seguirá, porque el ánimo de escribir siempre es más fuerte que los deseos pasajeros de dejarlo, y el disfrute que me proporciona cada nueva temporada, con sus nuevos maillots y sus nuevas caras, se impone sobre cualquier otra cosa. Seguirá con una mirada puesta siempre en el pasado, pero sin la intención de hacer una comparativa estéril (y algo boomer) entre un pasado idealizado y un presente calamitoso, que no es tal. Se seguirá escribiendo, cuando se pueda y cuando me apetezca, sin presiones, sin intereses y con libertad. Lo cierto es que echaba de menos escribir. Desde aquí, un agradecimiento a todos estos años de paciente lectura.