viernes, 29 de abril de 2016

ÉPICA, ABURRIMIENTO Y TRAGEDIA EN LA TEMPORADA DE CLÁSICAS DE 2016

A estas alturas del año, ha llegado la hora de hacer balance acerca de lo que ha dado de sí el primer cuarto de la temporada ciclista, la campaña de clásicas. En estos momentos se está disputando el Tour de Romandie, carrera que antes era preparatoria para el Giro y que en los últimos años se ha convertido en una de las tantas escalas de los hombres-Tour antes de la anodina cita de julio. Se trata de una carrera propicia para demostraciones extrañas y que pocas veces - por no decir ninguna - me ha acabado enganchando. Tan sólo los paisajes ordenados de Suiza, donde todo parece terminado y en su sitio, atraen mi atención a la espera del Giro, carrera que aunque no siempre ofrezca buen ciclismo, siempre colma las expectativas culturales y paisajísticas que también atraen al consumidor de ciclismo.  

Así pues, toca echar la vista atrás sobre unos meses de marzo y abril que suelen concentrar más calidad que en el resto del año ciclista. Este abril sobresale una París-Roubaix que ha recuperado la épica que antes era consustancial a esta clásica, aunque como sucediese el año pasado con la espectacular Gante-Wevelgem, el vencedor desmerezca notablemente al desarrollo de la prueba. 

Comencemos por marzo. La Milán-Sanremo tuvo un desarrollo dentro de su particular cánon de últimos kilómetros trepidantes e incertidumbre hasta el final. Quizá este año las caídas marcaron en exceso su desarrollo, así como las polémicas a ellas aparejadas, dando lugar a un processo en el mejor -o peor- modo italiano que superó incluso a la propia carrera. Matthews y Démare se fueron al suelo antes de la Cipressa, y solo el francés pudo conectar con el grupo delantero en el llano de Arma di Taggia, en una demostración que suscitó más de una recriminación por parte de corredores italianos. Todo ello en un contexto de críticas y descrédito hacia el ganador y a la suavidad del recorrido, emitidas incluso por el propio periódico organizador de la carrera. Por si faltara poco, la caída de Gaviria poco antes de entrar a vía Roma y el fallo mecánico de Bouhanni en la misma recta de meta, añadieron un poco más de demérito a la victoria de Démare, que se vio rodeada de demasiados "y si...".  Lo cierto es que el principio de año de FDJ está siendo todo menos convencional, y el sprint en vía Roma fue una demostración de superioridad insultante por parte del ex-campeón francés.



Luego vinieron las clásicas de acercamiento a la Ronde, que poco a poco le han ido ganando terreno en interés y alternativas. El G.P. E3 de Harelbeke y la Gante-Wevelgem se jugaron de lejos y ofrecieron interesantes movimientos tácticos. En el caso de la carrera de la autovía, se formó una dupla imperial con Kwiatkowski y Sagan, en la que el polaco humilló en el sprint al campeón del mundo. Parecía entonces que la campaña de clásicas de "Kwiato" iba a ser todo menos ramplona; pero el polaco es un corredor guadianesco, habituado a dar una de cal y otra de arena, con exhibiciones de übermensch y desfallecimientos de otros tiempos.



La Gante-Wevelgem se reivindicó como sexto monumento, ofreciendo su imagen más tradicional frente a una menguante Ronde van Vlaanderen, cada día más falta de hitos. Pues la Gante-Wevelgem los tiene en abundancia: el monte Kemmel, subido este año por la empinadísima cuesta del osario, la larga recta hasta Wevelgem, el paso por la fantástica y reconstruida Ypres, los cementerios de la guerra del 14, etc. Un terreno predispuesto a la batalla y a los grandes vendavales, que tampoco deslució este año. Al sorprendente Kuznetsov se le unió el trío de favoritos, formado por Sagan, Vanmarcke y Cancellara. Rodaron como caballos desbocados con el ruso guardando fuerzas a rueda, de modo que en el sprint casi da la campanada. Sagan pudo quitarse de encima su mal fario con una victoria con el arco-iris y Cancellara demostró que lo suyo nunca fue el sprint, a pesar de quejarse con bastante mala sombra de lo perjudicado que había quedado en Sanremo por la caída de Gaviria.



A pesar del espectáculo presenciado, la muerte de Antoine Demoitié atropellado por una moto de carrera quitó relevancia al ganador, al recorrido y al desarrollo de la carrera. Un atropello más, sin responsables, con un desgraciado e irreparable desenlace en este caso, después de muchos avisos previos tanto en clásicas como en grandes vueltas. Lo que fue un asesinato por imprudencia se resolvió con un carpetazo "y a otra cosa", aduciéndose incluso el argumento falaz de que el ciclismo "es un deporte de riesgo". 

Rodeada de un ambiente tan sombrío llegó la Ronde van Vlaanderen, convertida en espectáculo para borrachos en vez de en momento crucial del año. No me cansaré de decir que una carrera se lo debe todo a sus hitos, ya sean el Poggio y sus invernaderos, el Stelvio y sus paredes de nieve, el Tourmalet y sus apartamentos, la Madonna del Ghisallo y sus campanas repicando, el bosque de Arenberg y sus banderolas o incluso la llegada a Lieja con el plano aéreo del estadio del Standard. La Ronde ha perdido su "símbolo", el Muur Kapelmuur de Geraardsbergen, y con él gran parte de su encanto: el plano áereo de Geraardsbergen, los planos fijos del Muur, el mito del que pasa primero el Bosberg vence la carrera... Aunque por justicia tengo que admitir que el mito cayó algo antes de la desaparición del Kapelmuur del recorrido, y tiene una fecha concreta: 2010.  Además, este año venía precedida de un acontecimiento tan trágico que se afrontaba la carrera sin excesivas ganas de ciclismo. 

En cuanto al desarrollo de la prueba, comenzó con las caídas de Van Avermaet y Benoot, que perdieron así gran parte de su temporada. Posteriormente, Kwiatkowski dinamitó de nuevo la carrera llevándose a Sagan consigo, mientras Cancellara jugaba al tacticismo rajoyano de esperar acontecimientos. Por delante marchaba un grupo de escapados entre los que figuraba Imanol Erviti. La verdad es que no recuerdo muy bien el desarrollo de la carrera, que por momentos fue confuso (tendría que volver a verla).  Kwiatkowski desapareció rápidamente disuelto como un azucarillo cuando la cosa comenzó a ponerse seria. Se esperaba a Terpstra y Kristoff, que anduvieron claramente por debajo de las expectativas, y el arreón final de Cancellara no le permitió dar caza a Sagan, que hizo del Paterberg su particular cuesta de Richmond. En las carreteras de acercamiento a Oudenaarde  tuvo lugar una interesante persecución entre Sagan por delante y Cancellara y Vanmarcke por detrás. El voluntarioso belga decidió devolverle al engreído suizo su escaqueo de la Roubaix de 2013, y el eslovaco hizo toda una demostración de sus dotes de rodador. En fin, la consagración definitiva de Sagan, venciendo con el arco-iris como Bobet, Van Looy, Merckx y Boonen,  y consiguiendo un doblete con Wevelgem como Van Looy, Godefroot y el propio Boonen.



Cuando poco o nada se esperaba de la París-Roubaix, condenada desde hace unos años (quizá desde el mismo 2010) a cierta monotonía, se desveló de nuevo como aquella reina de las clásicas que fuese en su día. A ello contribuyó sin duda la retransmisión íntegra, que ofreció unos primeros kilómetros muy interesantes, rodados a una gran velocidad, en los que se desarrolló una intensa lucha por crear la escapada. Una fuga que tendría finalmente su trascendencia, pues en ella estaría el ganador de la prueba: el sorprendente Mathew Hayman. 

Las caídas - ese mal a evitar - afectaron de nuevo a la carrera, dejando cortados a dos de los grandes favoritos: Sagan y Cancellara. Por delante quedaron Vanmarcke, Stannard, Boasson Hagen y...Boonen. El recordman de Roubaix contribuyó a subir el nivel de la prueba, pues sin ser ya tan demoledor sobre el pavé como en sus mejores tiempos, puso alma, fuerza y empeño en echar tierra de por medio y evitar una victoria de su archienemigo Cancellara. Dieron caza a los fugados - entre los que también se encontraba Erviti de nuevo -, y tan solo un sorprendente Hayman pudo aguantar el ritmo de los cuatro percherones de cabeza. El que fuera gregario de Flecha ya se había dejado ver previamente tomando unos metros de ventaja sobre el grupo de fugados en uno de los tramos de pavé, mostrando fuerzas sobradas. En el Carrefour de l'Arbre lo intentó Vanmarcke, que obtuvo una ganancia que parecía ya definitiva, pero acabó desinflándose sobre el asfalto. De esta manera los cinco se la jugaron en unos últimos kilómetros de infarto, de los mejores que recuerdo en años, con Hayman como invitado. Stannard, Boasson Hagen y Boonen lanzaron ataques que parecían los defintivos, todo fuerza y desarrollo: pero más bien eran los intentos vanos de cuatro hombres fatigados fuera de su medio, boqueado sobre el asfalto como peces sobre la arena. Mientras tanto, Hayman esperaba. 

Poco antes de entrar en el último kilómetro, Hayman asestó su golpe de gracia. Inusitada fuerza para un escapado, que "vacilaba" de esta manera a los supuestos favoritos. Boonen se lanzó en su persecución, en toda una demostración de fuerza que quedará gravada en la retina de muchos como su casi seguro canto del cisne. Todo un despliegue de potencia y valentía, esta vez estéril. En el último kilómetro daba alcance al australiano, lo más seguro con algún año menos de vida en su futuro dado el enorme esfuerzo realizado. Ya en el velódromo se produjo el reagrupamiento, y en un desliz de principiante por parte de Boonen, o en derroche de fuerza suprahumana por parte de Hayman, se produjo el desenlace. El australiano tomó la cuerda, pasó la última curva en cabeza y ya nadie pudo remontarle. De nuevo un australiano venciendo y ultrajando un monumento, con cara de espanto o sorpresa absoluta al cruzar la línea de meta.



Final agridulce, por tanto, continuado por la prolongación cansina de las Ardenas, como era previsible. Estas carreras se fían a los últimos kilómetros, al repecho final, dándose previamente escenas de marcaje, reserva de energías e inusitada velocidad al paso de las cotas. La Amstel fue de las peores que recuerdo, y ya es decir. Otros años Freire, Sagan o Gilbert habían logrado sacar a la carrera de su particular somnolencia, aunque no nos engañemos, aquí ganó Ivanov también. Y Gasparotto este año, que esperó con astucia su momento a rueda de Valgren Andersen para asestar el golpe definitivo y dedicar la victoria a su compañero recientemente fallecido.



La Flècha tuvo su habitual desarrollo, con un "patapum pa'arriba" carente de toda táctica en el que Valverde es el rey. Lo que resulta alarmante es la ausencia de alternativas por parte del resto de equipos, que confía a ciegas en un sprint en cuesta en el que poco o nada tienen que hacer ante el poderío murciano. Realizó toda la subida en cabeza, marcó a sus rivales y asestó el golpe en el mismo lugar de siempre; incluso giró la cabeza para ver la diferencia realizada en el mismo lugar que en los dos años anteriores. Movimientos mecanizados, victoria estudiada de antemano por un alumno poco dado a saber leer las carreras. El muro de Huy es su particular terreno para el veni.vidi, vinci. 



Y finalmente llegó la Lieja, punto final de esta temporada de clásicas. Para muchos lectores del Marca fue durante mucho tiempo la única clásica potable, la única que no era una lotería. Hoy se sabe que es un bodrio en el que desgraciadamente se han dejado ver tipos de artes dudosas como Bettini, Di Luca, Etxebarría, Rebellin, Boogerd o Vinokourov. De modo que esta vez, como un guiño a ese pasado reciente del que el ciclismo no puede despegarse, como si se tratase de una mancha que no sale a pesar de infinitos lavados, aparecieron actores de esos años en los que el naranja se dejaba ver con asiduidad en los toboganes de Lieja, con sus fábricas apocalípticas y sus barrios de ladrillo a la inglesa. Después de la nevada en Haute Levée, el marcaje del Movistar con Rory Sutherland, los sorprendentes movimientos tácticos de Betancur en Saint-Nicholas, ahí estaba Samuel Sánchez en la cuesta empedrada de la rue Naniot, tras Albasini, Rui Costa y Poels.



En fin, dureza previa, rodeada de bosques hermosos y este año gélidos, que poco sirvió, pues se confió de nuevo en los kilómetros finales. El cuarteto abrió hueco y en la cuesta de Ans no se le pudo dar alcance. Al menos debemos contentarnos que no se jugase la victoria en la subida final, como en 2013 o 2014, o al sprint como en 2015. Rui Costa comenzó a escaquearse, Samuel Sánchez, con 40 años recién cumplidos, hacía bastante con aguantar, y ya se masticaba una nueva victoria del Orica, esta vez con un corredor ya canoso y cazaetapas en vueltas locales. Al menos la Doyenne se resolvió con algo de dignidad y Wouter Poels se hizo con la victoria, arrancando con fuerza tras la última curva. Además, como dato positivo, la carrera no recayó en ninguno de los "pancarteros" habituales, ya sea Purito, Gerrans o el irlandés. 

Una primavera ciclista más ha pasado, con momentos interesantes, otros anodinos y desafortunadamente otro muy trágico. Una muerte por desgracia demasiado anticipada, que se une a la serie de descréditos que este deporte sufre (motores ocultos, médicos sospechosos, enfermedades que aumentan el rendimiento, organizadores y directivos que se despreocupan de la salud del ciclista, etc.), y que como suele señalar el autor del interesante blog "ciclismo2005", nos lleva a pensar que "el enemigo está dentro".