lunes, 1 de octubre de 2018

GIRO COPERNICANO

Valverde ha conseguido por fin el arcoíris: así figura la noticia en casi todas las portadas de periódicos. Valverde aparecía en todas las quinielas para el triunfo, cómo no después de seis medallas, pero ¿quién lo hubiese afirmado categóricamente? "Esta es su oportunidad", se decía, "quizá la última". Había en el ambiente cierta inquietud de "ahora o nunca". Las ya míticas "valverdadas" se habían interpuesto entre él y la ansiada prenda durante años, en una especie de maldición del arcoíris adelantada, y debido a ello nadie pensaba que fuese posible que dos conceptos hasta el momento por completo antitéticos como "Valverde" y "arcoíris", conceptos tan opuestos como el frío y el calor o el día y la noche, pudiesen figurar en una misma frase. Valverde y el arcoíris parecían repelerse tanto como en su día Poulidor y el maillot jaune. Pero el milagro se ha cumplido y por ello su triunfo tiene algo de giro copernicano, de descubrimiento alegre y un tanto atolondrado de que lo que se consideraba imposible e inimaginable es real. Yo no me lo acabo de creer. 

Falta Evenepoel para completar una alegoría de las tres edades del hombre.


Alejémonos sin embargo de visiones en exceso milagreras. El recorrido era para Valverde más propicio que nunca, con una cuesta de cabras final (Gramartboden) que al murciano le sentaba como un traje nuevo. Pocas veces ha contado con un circuito tan parecido a sus habituales cotos de caza ardeneses o de la Vuelta, quizá a excepción de aquel de Florencia. La subida final sólo se subía una vez en toda la semana, subvirtiendo los cánones de los mundiales. Una subida final que ha acabado siendo decisiva y ha condicionado gran parte de la carrera, aunque hay que reconocer que la subida de Igls, de porcentajes humanos y longitud exigente, fue dejando un rosario de cadáveres que hacía mucho tiempo que no se veía en el mundial de fondo en carretera. Durante un momento, a medida que se descolgaban uno a uno supuestos favoritos, el mundial volvió a recobrar ese aura ya perdida desde hace mucho de carrera de selección natural, ante la que algunos ciclistas, habituados a kilometrajes más suaves, fueron sucumbiendo sin remedio. 

La escabechina comenzó a falta de tres vueltas para el final. Por delante marchaba una fuga inicial formada por corredores no tan desconocidos como era habitual en años recientes: Didier, Fominykh, Hnik, Britton, Mullen, Dunne, Koshevoy, Jacques Jense van Rensburg, Ludvigsson, Stake Laengen y Asgreen. Y por detrás, en plena subida a  Igls, la selección austriaca comenzó a marcar un tempo infernal, que tuvo en el triple campeón del mundo Peter Sagan su primera víctima. Parecía la muestra evidente de que Sagan se había presentado al mundial más para honrar sus tres títulos mundiales anteriores que con intenciones reales de vencer un cuarto. A punto de coronar, Dario Cataldo lanzaba un primer ataque para los italianos, siendo secundado por Herrada, demostrando que la táctica de España iba a ser salir a todo azul que se moviese. Primoz Roglic se caía en la primer a curva del descenso y Miguel Ángel López coronaba también descolgado. Comenzaban a sumarse los eliminados después de casi 200 km. Después del descenso, en el repecho ubicado en la misma ciudad, Van Avermaet intentaba adelantar acontecimientos, formando con Caruso y Fraile un terceto que marchó un tiempo en cabeza. 

Sagan nunca tuvo opciones


A pesar de que Fraile en un primer momento parecía no querer relevar, después valoró la brillantez táctica del movimiento y comenzó a pasar a los relevos a Caruso y Van Avermaet. Mientras tanto, la escapada delantera quedaba reducida a dos hombres: Michael Asgreen y Vegard Stake Laengen, dos rodadores que demostraron sus habilidades en un circuito muy exigente. En el penúltimo ascenso a Igls, Simon Geschke alcanzaba al terceto intercalado formado por Van Avermaet, Caruso y Fraile, antes de ser todos ellos absorbidos por un grupo delantero en el que holandeses, italianos, españoles y franceses se mostraban muy activos. Los italianos forzaron la marcha con Brambilla y De Marchi, pero fue sobre todo el empuje del aniñado escalador Antwan Tolhoek el que dinamitó la carrera. Por detrás se quedaron descolgados, simplemente por la acumulación de subidas y kilómetros, supuestos favoritos como Dan Martin, Ilnur Zakarin, Wout Poels, Michal Kwiatkowski, Bob Jungels y Simon Yates. La selección española y la francesa seguían siempre en cabeza, secando cualquier ataque, con David De la Cruz y Rudy Molard. Estaba siendo un mundial emocionante.

Se entraba de esta forma en la última vuelta, más larga que las demás al contar con la subida de Gramartboden. Si bien Italia quería controlar la situación para un previsible ataque de Nibali, la última subida a Igls fue un continuo ir y venir de ataques. En este caso fue otro escalador holandés, Sam Oomen, el que contribuyó a derribar muchas caretas. Saliendo como continuación de un ataque de su compatriota Steven Kruijswijk, el ataque de Oomen contribuyó a que Nibali dijera basta y se abriera de piernas para descolgarse con elegancia. También en esta vuelta cayeron como fruta madura Tim Wellens, Greg Van Avermaet y Enric Mas, la "sensación" de la Vuelta. Por delante se formaba una efímera avanzadilla formada por Sam Oomen, Roman Kreuziger, Thibaut Pinot, Ion Izagirre, Sergey Lutsenko, Gianni Moscon, Michael Valgren Andersen y Peter Kennaugh. El británico de la Isla de Man fue el primero que trató de marcharse, siendo cazado en el falso llano de la cima de Igls por Michael Valgren Andersen, en un movimiento táctico ejecutado a la perfección. Además, el mofletudo danés subía sin abrir la boca, con la mirada asesina que tantas veces se ve en los ciclistas del Astana.  

El danés se lanzó al descenso con mucha determinación, mientras detrás se apreciaba la indecisión típica de los momentos en los que se forma por delante el movimiento ganador. Al retornar a Innsbruck llegó a poseer el tesoro de 30 segundos de ventaja. Si se hubiese aplanado el circuito, desmochando la cima del Gramartboden, Valgren Andersen sería campeón del mundo. Pero quedaba la rampa para las cabras tirolesas. Antes de las rampas más infernales, a medida que el camino se iba estrechando y el asfalto agrietándose, los franceses se colocaron en cabeza y forzaron el ritmo. Pinot, Bardet y Alaphilippe. Los dos grandes escaladores de 1990 preparaban el terreno para el nervioso uphill finisher francés. Pegados a la rueda de éste se soldaron Gianni Moscon, Michael Woods y...Alejandro Valverde. El murciano se agarraba al último vagón del tren de un posible triunfo, a rueda del ex-fondista y de algunos de los más eximios representantes de la generación 10 años más joven que él. 

Pinot una vez hecha su labor, con Valgren Andersen a tiro, se descolgaba, y entonces Bardet aceleró de forma brutal en el momento más comprometido. El danés fue cazado. El ritmo del escuálido escalador francés era tan exigente que Alaphilippe comenzó a retorcerse, a apretar los dientes y abrir los codos. La infalible fórmula de Quick Step, al igual que la de los hermanos Yates, parecía evaporarse con el paso de los esfuerzos y los kilómetros. Valverde vio atento la jugada, al ser un habitual de estos duelos a 20 por hora, y esquivó con soltura al francés para seguir agarrado, cada vez más aliviado, a ese vagón ganador. Después de los 100 metros de aceleración de Bardet, éste finalmente se dio cuenta de la "petada" de su supuesto líder, bajando inmediatamente el ritmo. Sin embargo fue secundado por Michael Woods, el ganador del Monte Oiz y segundo clasificado en Lieja, que siguió forzando el ritmo en las rampas más duras.

El cuarteto a punto de afrontar el momento decisivo


Se había formado un cuarteto delantero bastante definido con Woods, Bardet, Valverde y Moscon, mientras por detrás Dumoulin, el eterno segundo de esta temporada, superaba haciendo eses a Alaphilippe y Valgren Andersen. Corredores haciendo eses, golpes de riñón y tirones de brazos, desnivel de más del 20 % y espectadores estúpidos correteando al lado de los ciclistas (entre ellos un ya tambaleante Didi Senft) ofrecían una estampa insólita en unos mundiales, aunque habitual en los recientes espectáculos de ASO. En ese momento, acosado por dos o tres corredores de sanfermines, Moscon cedía y Valverde le superaba de nuevo para coger la rueda de Bardet. Se coronaba de esta manera en un grupo de tres, con una medalla por cabeza.

Marcajes en la cuesta de cabras


Poco antes del descenso, Bardet lograba solventar con gran habilidad un pequeño problema en la cadena y lanzaba a continuación la típica aceleración al coronar, arreón que quizá hubiese sido más violento de no haberse visto importunado por ese leve fallo mecánico. Valverde, muy atento, le cogió rápido rueda, evitando hacer una valverdada demasiado temprana. Por detrás, Moscon y Dumoulin coronaban conjuntamente, marchándose el holandés del italiano al principio de bajada. 

Si bien Bardet y Woods comandaban la bajada, una vez Valverde se percató de que Dumoulin se estaba acercando peligrosamente pasó a la cabeza. Las imágenes del helicóptero recordaban a la intensidad de los mejores descensos. Dumoulin exprimía sus habilidades de descendedor y rodador, con el acicate de la rabia de tantos segundos puestos, para dar alcance in extremis al terceto delantero. De esta forma, un convidado peligroso se unía a la fiesta. Sin embargo llegaba sin fuerzas, como demostró un ataque bajo el banderín del último kilómetro, que quedó en amago.

Valverde se quedaba en primera posición del cuarteto en el largo rectilíneo de meta: todo el mundo sabe que es la peor posición para lanzar un sprint, pero sus rivales tenían que aprovecharse de alguna manera de la clamorosa inferioridad en el sprint en confrontación con el murciano. Valverde lanzó el sprint desde lejísimos, dando la falsa impresión de que podía ser atrapado y superado por Bardet. ¿Iba a cagarla una vez más en el momento crucial? ¿Le fallarían las fuerzas en el sprint final como en Salzburgo en 2006? Allí se enfrentó a Bettini y Zabel, nada menos; en este caso, Bardet, Woods y Dumoulin parecían rivales más favorables para su triunfo. La suerte le sonreía, los astros parecían haberse confabulado para ofrecer un triunfo crepuscular al faraón murciano. Y así fue, Valverde cruzaba el primero la meta. Luego vinieron los gritos de alegría, casi alaridos desesperados, los sollozos en la intimidad de la carpa, la mirada decepcionada de un Bardet inconmensurable (al que le esperan grandes momentos si se decide por las pruebas de un día) y finalmente el arcoíris en el podio.


No podía fallar


Valverde entra así en el Olimpo ciclista, con seis triunfos de primer nivel (un mundial, una Vuelta, cuatro Liejas), a los que se suman cinco Flechas Valonas, 2 Clásicas de San Sebastián, 6 grandes vueltas de una semana (3 Voltas, 2 Dauphinés, 1 Vuelta al Pais Vasco) e infinidad de podiums (seis en mundiales, siete en grandes vueltas, seis en monumentos), a lo que habría que añadir además etapas y podiums en las tres grandes y más de 100 victorias profesionales. Han sido muchas sus ocasiones perdidas, pero sus triunfos también son incontables, lo que le situará en breve, cuando finalice la temporada, como el mejor corredor español de todos los tiempos en mi particular clasificación. En su pasado figuran sus dos años de suspensión, precedidos de su implicación en la OP y del juego del gato y el ratón con el CONI. Sin embargo, su carácter afable, simple y llano hacen del campeón murciano alguien muy cercano, del que se han sentido casi como propias las derrotas, sus errores tácticos, sus despistes o sus fallos en la planificación de la temporada, de forma que, a pesar de equivocaciones que haya podido tener en el pasado y de las prácticas actuales en las que pueda incurrir y que no escapan a lo que es común en el pelotón ciclista, es difícil decir que es un corredor que no merece este grandísimo triunfo.

Los dos conceptos contrapuestos, Valverde y arcoíris, casaban por fin ayer en una tarde soleada en Innsbruck. La luna y el sol concordaban: sobre la cara arrugada, con barba de tres o cuatro días y calvorota trasera del campeonísimo murciano se superpuso, cual luna tapando al sol, el ansiado arcoíris. Lo imposible se había cumplido: las teorías del pasado habían saltado por los aires.  


Después de muchos años, Valverde ocupa el escalón central
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Atendiendo a la actualización de los datos de la reciente estadística sobre abandonos en los mundiales, el mundial de Innsbruck no figuraría entre los más duros. Se sitúa un poco por encima de la media con un 59,57 % de abandonos. Todo ello tiene una explicación: el factor de "circuito largo" ha perjudicado a esta edición, repercutiendo en que no haya habido muchos abandonos, cuando sobre el papel ha habido bastantes desfallecimientos y aparente dureza. 



AñoLugarGanadorSalidosLlegadosPorcentaje de abandonos

27º2018InnsbruckAlejandro Valverde1887659,57