lunes, 1 de marzo de 2021

¿RESULTADO O ESPECTÁCULO?

En Los problemas actuales de la estética, el filósofo Luigi Pareyson intentaba lo imposible: definir el arte. Después de avances y retrocesos, podía extraerse una definición, válida cuanto menos para el estudiante: arte es toda acción humana destinada a la creación de un objeto nuevo e inútil, a partir de unos materiales, con la finalidad de suscitar una reacción estética en un espectador. Una definición que tenía en cuenta el objeto, pero también a un espectador, sin el que el objeto no tendría sentido. Y también otro factor llama la atención de su definición: la carencia de objetivos, la inutilidad del arte. El objeto artístico es un objeto contingente: puede no existir. Es completamente futil y accesorio, pero transformador. Algo parecido se proponen los divos del actual ciclismo-espectáculo. No solo es necesario vencer, sino también convencer, de forma que libran una competición paralela por dotar a sus triunfos de cierta espectacularidad. Y también por dotar a sus acciones de un punto de inutilidad, de gratuidad e irracionalidad que los hace todavía más audaces. 

Como se comentaba en twitter, el ataque que lanzó ayer Mathieu van der Poel pareció un "hold my beer" en toda regla, con Julian Alaphilippe en mente. Si el campeón del mundo atacó en la Omloop Het Nieuwsblad a falta de 30 kilómetros, el campeón del mundo de ciclocross lo hizo a falta de 80. Si Alaphilippe contaba con el paracaídas detrás de Ballerini, van der Poel lanzó un ataque que suscitó una reacción en cadena que inhabilitó cualquier otra alternativa para Alpecin-Fenix. De alguna manera, van der Poel se propuso ayer hacer las cosas de la forma más difícil. 


 

Y también de la más hermosa. En el Canarieberg se marchó con Jonathan Narváez (el otro héroe de la jornada), dando alcance a los escapados del día. Pudo enrolar a Zhakarov, Gamper y Hvideberg para su causa. Estos tres ciclistas anónimos dieron su vida en una escapada en la que sabían que, en caso hipotético de llegar, poco tendrían que rascar. Pero aun así se sacrificaron. Mathieu los esperó, con el gesto magnánimo con el que el líder de una secta conmina a sus fieles a lanzarse por un precipicio.

Por detrás la impaciencia empezó a cundir. Degenkolb, Van Avermaet y compañía veían la situación peligrar. Parecía una acción alocada, sin duda (todos lo debimos pensar), pero pasados unos kilómetros el pavor empezó a cundir. "¿Y si en realidad llegan?", parecía ser la pregunta que se erguía sobre los rostros, desfigurados por el esfuerzo, de los perseguidores. El pelotón se fraccionó y eso en parte fue en beneficio de los escapados. 

Los últimos kilómetros fueron completamente llanos y en ellos la aventura de van der Poel, Narváez y demás dotó a esta semiclásica de una emoción auténtica, superior a la de la Omloop Het Nieuwsblad. Por detrás Frison, el propio Degenkolb y Teuns eran incapaces de acortar distancias en el circuito en las inmediaciones de Kortrijk. Pero a falta de un kilómetro todo terminó. Un arreón de Kasper Asgreen, primero buscando quizá la opción personal, pero más tarde sirviendo a objetivos ajenos (y quizá patrióticos), puso en bandeja el sprint para el pelotón, recientemente reagrupado. De la nada surgió Mads Pedersen, la bestia negra de van der Poel, y se llevó un triunfo sin apenas haber sido encuadrado por las cámaras con anterioridad. Segundo fue Anthony Turgis y tercero Tom Pidcock, que hizo una buena labor de zapa para Narváez. 


 

¿Quién jugó bien sus cartas, Pedersen o van der Poel? Sin duda, Pedersen. En el ciclismo lo que importa a fin de cuentas es el resultado, pues un abismo media entre la primera y la segunda posición. Es más, ¿no podría haber jugado también sus opciones van der Poel al sprint, con muchas más posibilidades de éxito y muchísimo menos desgaste? Por supuesto. Pero...ah, el espectáculo, la acción inútil. De eso se nutren las batallitas que se contarán en el futuro, aunque no comporten victoria.

Lo más seguro es que esta acción caiga en el olvido, porque la memoria solo recuerda aquellos contados momentos en los que espectáculo y resultado se dan la mano. Podría decirse, en favor del espectáculo, que es el único antídoto contra la inanidad de tantas carreras, disputadas sin pena ni gloria, con fugas consentidas y desarrollos predecibles. Es lógico que un corredor menos vigilado, o que no tenga sprint, decida jugarse todo de lejos, pues no tiene nada que perder. Pero por contra, ¿un corredor no debe ser también un conocedor de su cuerpo, un fino jugador de cartas, alguien que sabe explotar sus capacidades en pos del triunfo? Lo bueno del ciclismo, y en especial del ciclismo de pruebas de un día, es que no siempre gana el más fuerte. El mantra de los vatios queda muchas veces aparcado, porque prima mucho más el azar y sobre todo la capacidad para leer una carrera. 

Es más fácil atacar cuando un equipo por detrás te respalda, sabiendo que el ataque es uno más entre los planes posibles. De hecho, a Deceuninck le salió bien la jugada, por partida doble: tanto en la etapa del Tour de La Provence en la que Alaphilippe atacó de lejos, como en la Omloop Het Nieuwsblad, el triunfo final fue para Ballerini, el nuevo sprinter. También hay que decir que, salvo en el mundial (que fue a vida o muerte), Alaphilippe suele atacar siempre con el espejo retrovisor, esperando la respuesta de los demás, y la Omloop no fue una excepción. Por su parte, van der Poel afrontó la Kuurne como si se tratase de una prueba de ciclocross en la que lo importante es tomar pronto el mando de la carrera y abrir tierra de por medio. Con mucha confianza en sí mismo y sus capacidades, como quién lanza una apuesta, a su propio cuerpo, al recorrido, a los rivales y...a la lógica. Podría decirse que afrontó la carrera como un juego, como quien va a divertirse, a estirar una broma a ver hasta donde llega, pero sin que su acción partiera de un análisis racional de la situación, al menos de un análisis de cómo sacar el mejor partido a su talento.

Pedersen por su parte jugó sus cartas con gran maestría. En algunos casos sabe anticiparse, en otros aprovecharse de los marcajes; ayer supo esperar. Esperar de una manera extraña, pues fue cuanto menos llamativo el desempeño de los Trek-Segafredo el día anterior. Pero en la meta de la Kuurne ahí estaban Stuyven y Pedersen, desaparecidos hasta el momento, lanzando un guiño cómplice a Asgreen después de su desinteresada labor. Pedersen se llevó el triunfo con astucia y con paciencia. Un triunfo quizá sin brillo, pero un triunfo a fin de cuentas, que es lo que importa.

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