domingo, 4 de agosto de 2024

DOBLETE HISTÓRICO

Por primera vez en la breve historia de los juegos olímpicos de ciclismo profesional, un mismo corredor se ha llevado los dos oros de crono y ruta en categoría masculina: Remco Evenepoel. El menudo corredor belga llegaba de callar muchas bocas en el Tour (entre ellas, la mía), que habían cuestionado su capacidad para superar la alta montaña. No tuvo un mal día durante las tres semanas, únicamente los dos duendecillos salvajes que dominan el ciclismo mundial le habían superado. Aunque había quedado a bastante distancia de ellos, Evenepoel parecía muy orgulloso de su resultado. Ahora lo ha redondeado con un doblete histórico, que lo sitúa como uno de los corredores que marcarán a toda una generación, no solo por su palmarés, sino también por su forma de correr, agresiva y valiente. Ya todos lo conocemos. Su carrera es un vaivén constante, siempre en la cuerda floja, entre lo sublime y lo excesivo, sin faltar algo de drama. Este último también ha asomado en los últimos cuatro kilómetros, en forma de pinchazo. Pero no ha sido necesario marcarse un olano, llevaba suficiente ventaja como para aplastar incluso a la mala suerte. 

Dos, como los Petit Suisse. Foto de C.Titon para Gettyimages

 

La fábula de su doblete comenzó el día de la crono, en la que se presentaba como principal favorito. Solo Filippo Ganna y Joshua Tarling, dos pivots de la pista, podían amenazar su victoria. El día salió lluvioso y hubo más de alguna caída (la más dura, la de Luke Plapp). Las chinarello del Ineos dieron que hablar, con un pinchazo que dejó fuera del pódium a Tarling y una librada in extremis de Ganna de gran habilidad, que le permitió mantener la segunda posición. Van Aert fue quizá la sorpresa del día, pues rindió más allá de lo esperado, atribuyendo parte de su éxito a la adopción de una doble rueda lenticular. Evenepoel estuvo al nivel esperado, es decir, por encima de la competencia. Aerodinámico, mecánico en su rodar, hizo de la ribera del Sena su particular pasarela hacia el éxito. Su triunfo en realidad era simplemente la constatación de su superioridad en lo que mejor sabe hacer, rodar y dejar que las piernas hablen. Con su medalla olímpica redondea un palmarés extraordinario contra el crono, pues ya contaba con un campeonato mundial, un campeonato europeo, un campeonato belga y cronos en Tour, Giro y Vuelta. Solo le queda la Chrono des Nations, prueba en la que antiguamente se coronaban los grandes campeones, aunque haya dejado desde hace tiempo de ser un escenario relevante. 

La rabia del primer objetivo alcanzado.

El pequeño de los Dalton.


Para la carrera de ruta parecía haber un favorito por encima del resto: Mathieu van der Poel. El recorrido urbano, ratonero y revirado, plagado de cotas, se adaptaba a sus características, al modo de un nuevo zapato para el príncipe del barro y los adoquines. Además, había recurrido a la misma aproximación que utilizó exitosamente el año pasado en Glasgow: un Tour a medio gas, sin excesivo lucimiento. Esta vez haciendo incluso ostentación de su largo paseo por Francia. Continuando con ese exceso de confianza, ni siquiera se presentó a las vueltas de reconocimiento del circuito. Toda esa dejadez la ha acabado pagando, con una selección belga que lo ha atenazado con firmeza y lo ha rebajado a su faceta más humana. Evenepoel y van Aert se han compenetrado y aliado contra un enemigo común, sobre el que han pasado por encima como un ciclón. Los otros grandes ganadores, como se verá, han sido los franceses. A la manga ancha de la que gozan siempre los países anfitriones han añadido la habilidad táctica de sus corredores, muy made in Voeckler, sabiendo encontrar por sí solos su espacio en el caótico final de carrera.

Solo un poco por detrás de Leo Marchand.


La carrera ha partido con cierto aire adormilado de etapa llana de primera semana de Tour. Para el espectador habitual de ciclismo no había en esta ocasión el aliciente de un paisaje poco familiar, como en Río o Tokyo. Aun así, no deja de sorprender lo pronto que comienza la Francia de campos de trigo y bosques ilimitados una vez se deja atrás París. Todavía en las calles de la ciudad se formó una fuga de corredores exóticos, con el beneplácito del grupo. Rogier-Lagane de Mauricio, Manizabayo de Ruanda, Chaiyasombat de Tailandia, Kagimu de Uganda y Ed Doghmy de Marruecos. En esta ocasión, las grandes selecciones contaban con un corredor menos que en otros juegos olímpicos, dificultando las labores de equipo pero reduciendo también la calidad general del grupo. La diferencia de los escapados ha llegado casi a rondar los nueve minutos, pero por detrás los Países Bajos, con Dan Hoole, y Dinamarca, con Mikkel Bjerg, han comenzando desde un primer momento a contener la ventaja. 

La escapada del día, dominada por África (pero a Girmay ni se le vio).


Más tarde, a falta de 191 kilómetros para meta, se ha formado un grupo intermedio, con Ryan Mullen, Elia Viviani, Georgios Bouglas y Gleb Syritsa. El fornido ciclista ruso, a pesar de llevar un maillot de ciclista invitado que recordaba al gris de la RDA, ha sido el primero en ceder en las breves cotas del menú. A falta de 122 kilómetros han alcanzado a los de delante, de los que quedaban tan solo Kagimu y Rogier-Lagane. En el terreno accidentado de la Chevreuse, en el pelotón ha comenzado a ponerse nervioso Ben Healy. Finalmente se ha marchado con Alexey Lutsenko. Ambos han dado alcance a Mullen, último superviviente de la fuga, que ha colaborado con su compatriota, para dejarlos todavía delante al entrar de nuevo en París después de la larga excursión campestre.

Entonces, faltando unos 50 kilómetros, la carrera se ha puesto realmente interesante. Un grupo perseguidor se ha acabado formando en las calles de la ciudad, con Stefan Küng, Michael Woods, Fred Wright, Marco Haller, Valentin Madouas y el sorprendente Jambaljamts Sainbayar. También Evenepoel se había mostrado activo, acelerando al paso por un avituallamiento para fastidiar a los demás. Mientras tanto, el terceto español seguía a la cola del grupo, ignorando los movimientos delanteros, dando la situación por controlada. Apenas se les ha visto, en una actuación que supera lo decepcionante. No habría chapa, ni por asomo, para disgusto de los medios de comunicación hooligans de por aquí. 

Healy y Lutsenko aun han tomado delante la cuesta de Montmartre. El barrio de los pintores y los cabarets, con sus estrechas calles de pueblecito alrededor de la basílica del Sacré Coeur, estaba esta vez invadido por muchísimo público. La espantosa realización televisiva se ha demorado en múltiples ocasiones mostrando estas multitudes, así como la infinidad de monumentos y lugares de la ciudad, olvidando por momentos la carrera o enfocando a los grupos desde la estratosfera. En el primer paso ha llegado la aceleración esperada de Mathieu van der Poel, con una respuesta inmediata de Wout van Aert. 

Primer ataque, que parecía definitivo.


Van Aert, la sombra. 


Parecía el ataque decisivo, pero no lo ha sido. Poco después de coronar, el dúo del ciclocross ha sido alcanzado por Skujins, Jorgenson y Alaphilippe, la avanzadilla de todos los demás. No había habido deflagración, como en las carreras de abril, de manera que van der Poel se ha parado, impotente. Ha sido en ese momento de impasse cuando Evenepoel ha visto claro su oportunidad: faltaban 38 kilómetros para meta y ha lanzado un ataque seco y contundente, en el llano. Ha llegado hasta el grupo de Küng, Haller y los demás, que marchaba solo unos metros por delante, e inmediatamente se ha puesto a tirar. Ha abierto hueco rápidamente. Su ritmo es siempre una trituradora de carne humana y solo Küng, Haller y Madouas han podido seguirle, mientras por delante todavía rodaba Healy. 

Bonito emplazamiento, pero exceso de tomas aéreas.


El ataque decisivo. Ahora sí.




El movimiento de Evenepoel no ha tenido reacción, aunque podría decirse que no ha podido ser de otra forma, dada su violencia. Dylan van Baarle ha intentado atajar la situación, tirando desde atrás para el grupo de van der Poel, pero su labor no ha tenido la implicación suficiente. En otras palabras, van Baarle apenas se ha sacrificado por su líder de selección. A falta de 33 kilómetros, el cuarteto formado por Evenepoel, Madouas, Küng y Haller ha neutralizado a Healy, de manera que, a partir de ese momento, ya no había ningún obstáculo delantero entre Evenepoel y la victoria. Estaba claro que se iba a ver una reedición de Wollongong, aunque sin efecto sorpresa y sin colaboraciones gratuitas. 

En el segundo paso por la subida de Montmartre, Küng, Haller y Healy han cedido, y Madouas ha podido seguir la rueda de Evenepoel a duras penas. Por detrás van der Poel lo ha intentado una segunda vez a la desesperada, pero de nuevo van Aert ha sido su sombra. Wout van Aert ha demostrado una vez más que es el mejor gregario del mundo, en esta ocasión haciendo una labor extraordinaria en favor del triunfo de Evenepoel. 

Segunda intentona, frustrada de nuevo.

Madouas, corredor de fogonazos (3º en Flandes 2022, Campeonato de Francia 2023), ejerciendo de Colbrelli.


Con van der Poel controlado, se han movido desde atrás Jorgenson y Laporte, pero sin más intención que hacerse con las medallas. Por delante, Madouas tenía suficiente con seguir el asfixiante ritmo de Evenepoel, que le recriminaba de tanto en tanto que no pasase con suficiente compromiso. Pero Madouas ha jugado con inteligencia a asegurar la medalla de plata: sabía que cuánto más tiempo estuviese a rueda de Evenepoel, más ventaja obtendría con respecto a sus perseguidores y más opciones tendría de conseguir la plata. Algo parecido ha hecho Laporte, que se ha servido del empuje de Jorgenson para alcanzar a Küng, Haller y Healy, y poder así optar a la medalla de bronce como corredor más rápido del grupo perseguidor. 

A falta de 15 kilómetros, en el último paso por la curva del Moulin Rouge que anunciaba el inicio de la subida de Montmartre, Evenepoel se ha deshecho de Madouas. Ha soltado lastre, como el globo de Montgolfier, y se ha izado hacia la victoria. Solo se ha interpuesto, a modo de pequeño susto, un pinchazo a falta de cuatro kilómetros, en el Louvre. Pero gozaba de tanta ventaja que el coche de su selección ya disponía de permiso para rodar tras él. Sus gritos y gesticulaciones han obligado al mecánico belga a actuar con más premura, ya que sabía que no solo se jugaba el triunfo de su corredor, sino quizá también su integridad física. El perro andaba ya desbocado, exigiendo con desesperado y desafiante gesto al cámara alguna referencia. El coche de equipo ha subido para tranquilizarle: llevaba más de un minuto sobre Madouas, podría incluso parar a celebrar. Así ha podido regalarse una foto junto a la Torre Eiffel que eclipsa a aquella otra infaustamente famosa de Hitler. Madouas ha conservado con mucho sufrimiento la segunda posición, mientras que Laporte ha conseguido ganar el sprint por el bronce, delante de algún nuevo invitado, como Attila Valter. 

Evenepoel se marcha (la realización casi se lo pierde).


"VITE, VITE!"

El mecánico, aliviado, ve que conservará su puesto.


Este doble triunfo justificaría toda una vida deportiva, pero en el caso de Evenepoel se tiene la impresión de que solo es un escalón más. ¿Hasta dónde? En julio demostró que, salvo esos dos que se intercambian cada año el primer puesto (los mejores del siglo, esta vez ausentes), no tiene rivales de su nivel de cara al futuro, sobre todo si le ponen cronos largas. Su principal rival es, como siempre, su cabeza atolondrada. Este año parece que ha logrado atemperar su carácter. Como los bebedores de absenta de Montmartre, Evenepoel oscila de la rabia a la euforia. En estos juegos olímpicos les ha hecho un gran homenaje.  

Un pódium con dos sorpresas, aunque Laporte ya fue segundo en Wollongong tras Evenepoel. 

La foto (BudaMendes para Getty Images).


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