domingo, 9 de julio de 2023

EL MITO REVISITADO

La nostalgia es a veces mala consejera. Vuelves a la calle de la infancia y la encuentras más estrecha y algo más sucia que en el recuerdo. El colegio de tu infancia ahora te parece un edificio viejo y algo decrépito. Los espacios de la juventud y de los primeros amores ya han cerrado indefinidamente. A veces es mejor dejar a buen recaudo los recuerdos y no revisitarlos de forma artificial. Algo parecido ha sucedido con el Puy-de-Dôme, hoy revisitado tras mucha propaganda, pero que finalmente ha quedado reducido a un murito. Muy exigente, eso sí, se diría que incluso terrible, pero murito al fin y al cabo. Sí, era el terreno del duelo de Anquetil y Poulidor, del de Jiménez y Bahamontes y muchas más cosas: la escalada pionera de Coppi, la fuga de Matignon, el Ocaña más poderoso, el puñetazo a Merckx, el omóplato de Simon y la resurrección de ciclismo español con Arroyo y Delgado. Pero hoy se ha visto poco ciclismo. No ha llegado a ser un fiasco, porque sus rampas tienen dureza que habla de otras épocas y el paisaje es singular; pero puede establecerse un paralelismo un tanto preocupante entre el final de hoy y el modelo guillenesco del ciclismo.

El volcán dormido (sí, el tópico)

 

La etapa en conjunto no ha sido gran cosa. Después de la fumada camino de Burdeos (ganada por Philipsen, en un sprint marcado por la estrechez y peligrosidad del último kilómetro) vino la etapa de Limoges, en la que la fuga por primera vez se disputó, formándose un terceto con Tim De Clercq, Anthony Delaplace y Anthony Turgis. Pusieron las cosas difíciles al pelotón en el quebrado trazado final, pero aun así la victoria se dirimió al sprint, batiendo Pedersen a Philipsen. En cambio, hoy no ha habido gran disputa para formar la fuga. Un grupo de una docena de corredores se ha marchado por delante, sin más, y han ido cogiendo una ventaja cada vez más abultada, superando los quince minutos, mientras los equipos de los líderes aprovechaban para retomar fuerzas. De entre los escapados, Michael Woods se presentaba como principal favorito, al ser un escalador acostumbrado a los altos porcentajes y las subidas explosivas. 

Pedersen impide el cuerto triunfo de Philipsen.

A falta de 47 kilómetros, Matteo Jorgenson se ha marchado del grupo delantero. Poco después se ha formado un grupo perseguidor, con Neilson Powless, Mathieu Burgaudeau, David de la Cruz y Matej Mohorič. Aunque lo han tenido prácticamente a tiro, el comportamiento inconstante y extraño de Mohorič ha desarbolado toda persecución ordenada. El esloveno iba a hachazos, rompiendo en todo momento el ritmo de sus compañeros. David de la Cruz ha tenido un fallo mecánico, quedándose descolgado, reduciéndose de este modo las posibilidades de alcanzar a Jorgenson. Con lo cual, Jorgenson ha iniciado el ascenso final rondando el minuto de ventaja sobre sus cuatro perseguidores y el minuto y medio sobre el grupo en el que figuraba Woods. Parecía tenerlo hecho. 

Algún periodista ya había nacionalizado a Jorgenson como español.

 

Las cosas hubiesen resultado más fáciles a Jorgenson de no llevar acumulada en el cuerpo una paliza tremenda de más de cuarenta kilómetros en fuga, con mucho calor. De hecho, se había ido vaciando bidones sobre el cuerpo casi en cadena, de forma muy americana, a lo Landis. En los kilómetros iniciales del ascenso, antes de entrar en la ruta de caracol que lleva hasta la cima, cerrada al público, la gente se había agolpado en masa, a la manera de aquel Mont-Ventoux de 2016, con cartelones, disfraces y trapos agitados: el típico combo que produce caídas y limita el espectáculo. Afortunadamente no pasó nada, ya que poco tardaron en entrar en la carretera sin público, en la que, a pesar del ambiente más desangelado, se evitó la presencia de los típicos energúmenos sobreexcitados que ponen en riesgo a los ciclistas con su afán por salir en la tele. En realidad, la subida se limitaba a 4,4 kilómetros: un murito. Pero qué murito: quizá se trate del rey de los mismos. A diferencia de otros ejemplos del cuestacabrismo, el Puy-de-Dôme cuenta con su perfil de cono volcánico, claramente reconocible en la distancia, que lo hace único y que ha contribuido a la creación de su mito. Un mito que, no quepa duda, ha sido engrandecido también por su larga ausencia en el Tour. 

El perfil icónico (y la muchedumbre enfervorecida)

 

Se vieron cosas interesantes en esos 4,4 kilómetros. Se vio, entre otras cosas, la petada total de Jorgenson, que fue alcanzado por el ritmo persistente y más elevado de Woods, que subía a la antigua, a base de desarrollo y luciendo varices. Fue absorbiendo a los miembros del grupo intermedio, devorando finalmente a Jorgenson sin piedad en el último kilómetro. El norteamericano de Movistar se desfondó, siendo superado también por Latour, que venía desde atrás al igual que Woods, y por Mohorič

El momento en el que Woods da alcance a Jorgenson.

La pared de roca y los porcentajes, lo que pervive del mito.

 

Por detrás hubo un poco de exhibición de músculo por parte de Jumbo pero, en el momento de llegar a las rampas duras, Kuss se descolgó, dejando a Vingegaard y a Pogačar solos, con Simon Yates, Pidcock y Carlos Rodríguez a rueda, y un poco más descolgados, Adam Yates y Hindley. Los dos favoritos se miraron un poco y, ante la inacción de los demás, Pogačar decidió pasar a la acción. Su ataque despejó las dudas y descolgó ligeramente a Vingegaard, que se quedó a unos metros del esloveno. Fue simplemente kilómetro y medio de lucha. Quizá la misma distancia que aquella vez entre Poulidor y Anquetil. Tras un esfuerzo agónico, Pogačar le ha recortado 8 segundos en la general a Vingegaard, quedándose a 17: una buena posición, ya que no le conviene todavía hacerse con el amarillo. Lo que mejor puede hacer es seguir corriendo prácticamente en solitario, aprovechándose del ritmo de Jumbo: no puede confiar ni en su equipo, que hace aguas a la mínima, ni tampoco en su dirección, casi siempre nula, y más propagandística que efectiva. Por su parte, Vingegaard no ha perdido mucho. Lleva encadenando dos días de pérdidas, algo que quizá afecte a su entereza, pero todavía cuenta con etapas duras de montaña y con un equipo sólido. Y sobre todo, sigue contando con Sepp Kuss y con Wout van Aert, corredores que valen por varios equipos rivales. 

 

Ataque de Pogacar a 1,5.


La cuerda se tensa pero no se llega a romper.


Cara de ganar (segunditos).

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