viernes, 7 de julio de 2023

DÍPTICO PIRENAICO

Sobre el papel, la ubicación de los Pirineos parecía este año demasiado temprana para ser interesante, y además, ¿quién iba a imaginar que tras la tremenda fumada de Nogaro se iba a ver un encadenado de etapas tan excitante? Sobre la etapa Dax – Nogaro no merece la pena ni siquiera hablar. Como viene siendo habitual en este espacio, si no no hay competición, no hay crónica. El pelotón se arrastró con desidia por el recorrido, en charla distendida, abalanzándose con voracidad sobre la meta, a trompazos, con el resultado de tres caídas en el último kilómetro. 

Dos modelos de ciclismo, enfrentados una vez más.

 

Las dos etapas que vendrían a continuación pueden considerarse uno de los encadenados pirenaicos más intensos que se recuerdan en los últimos años, o al menos a la altura del de 2022. Si bien la primera etapa fue una jornada inusual, puesto que en la fuga numerosa de salida se filtró un hombre de la general, subvirtiendo de ese modo uno de los principios de la mafia, la segunda fue quizá más convencional, aunque el Tourmalet recuperase un papel decisivo, a la altura de su mito. Ambas etapas pueden pensarse a través de dos imágenes congeladas, a modo de dos paneles de una misma pintura: los ataques de Vingegaard en Marie-Blanque y de Pogačar en Cauterets. En ambos casos, al ataque de uno se opone la ausencia de respuesta del otro, por falta de piernas y por agonía. El denominador común de ambas etapas ha sido la presencia constante en cabeza de carrera, de forma casi obsesiva, de Wout van Aert. Un corredor que vale por todo un equipo rival. 


Las dos tablas del díptico

 

Vayamos por partes. Cuando todavía podía verse en el horizonte la columna de humo de la tremenda fumada del día anterior, el pelotón decidió por fin ponerse manos a la obra en la primera etapa de montaña, con final en Laruns, previo paso por el col de Soudet y el Marie-Blanque. Desde el inicio se formó una fuga de salida muy numerosa, con Giulio Ciccone, Felix Gall, Julian Alaphilippe, Krists Neilands, Wout van Aert y, sobre todo, Jai Hindley, entre muchos otros. En otras ocasiones, con la carrera más decidida, el grupo hubiese conminado a Hindley, en forma de presión mafiosa, a abandonar la escapada; esta vez no sucedió así, no porque la mafia haya perdido poder, sino simplemente porque parecía existir el acuerdo conjunto por parte de los equipos de que la etapa iba a ser dura desde el principio, propiciando un vuelco en la general. Ello explicaba la pasividad alarmante del día anterior. 

"van Aert, nosotros somos contingentes pero tú eres necesario!!!"

 

A partir de ese momento se vivió una dura persecución entre UAE y el grupo de fugados. Los pupilos de los calvos se tomaron demasiado en serio su cometido, fundiéndose en un esfuerzo vano que dejó a la luz todas sus debilidades. Quizá hubiese tenido algo de sentido esa táctica pródiga si hubiese sido rematada en Marie-Blanque por un ataque de Pogačar, algo que no sucedió. Por delante había muchos intereses conjuntos en mantener viva la fuga, siendo decisiva la intervención de Clément Berthet, de Mads Pedersen y del propio Wout van Aert. También Hindley llevaba en el grupo a Emanuel Buchmann y Patrick Konrad, que no se desfondaron tanto como los nombres antes mencionados. Soler se descolgó de la fuga para ayudar por detrás, pero la ventaja no descendía en ningún momento de los tres minutos.

Al llegar al Marie-Blanque, Jumbo forzó el ritmo con Kuss, quedándose tan solo a su rueda Vingegaard y Pogačar, este último con notables esfuerzos. Por delante, en la fuga se habían destacado Hindley y Gall, marchándose el australiano en solitario en los últimos kilómetros. Hindley disponía de un gran día y se estaba mostrando como un contendiente digno de los dos nombres que todo el mundo tiene en boca. Llegó entonces el ataque de Vingegaard: demoledor, sin piedad, con la cara de cyborg extremadamente pálida (y los labios enrojecidos, como aquel gemelo de Bart Simpson después de haber masticado algunas cabezas de pescado). Pogačar, sin levantarse del sillín, con la mirada oculta tras las gafas de sol, hundió la cabeza entre los hombros y sobre su cabeza comenzó a revolotear, cual torbellino, el fantasma del Granon. Vingegaard adelantaba coches parados, adelantaba corredores de la fuga y tomaba el descenso con frenesí, deslizándose por las curvas técnicas del Marie-Blanque como una anguila en su medio. Por detrás, Kuss se soldaba a rueda de Pogačar, comiéndole la moral, siendo el descenso del esloveno algo tosco y poco fluido (no tanto como el vaivén loco de Felix Gall). Serían alcanzados por un grupo trasero, conformado por Adam y Simon Yates, David Gaudu, Mattias Skjelmose, Carlos Rodríguez y alguno más.

Hindley también trazaba las curvas con mucha soltura, recordando aquel descenso del Stelvio de 2020. Conseguía de esta forma la victoria y el liderato, reivindicándose como un ciclista atacante. Para muchos, quizá este triunfo, gestado desde lejos, sea más recordado que su Giro de 2022, corrido de forma más conservadora. Por detrás, Vingegaard alcanzaba a Ciccone, Gall y Buchmann, sin recibir colaboración (como es lógico). Más tarde, a un minuto del danés, entraba Pogačar, sin ni siquiera fuerza para sprintar. Había perdido casi tanto tiempo en el descenso y el llano como en el último kilómetro y medio de subida. La situación parecía clara: en el pulso planteado desde el inicio, el bracito delgado y paliducho del danés parecía haber doblegado completamente al igualmente delgado del esloveno. ¿Había desperdiciado muchas fuerzas Pogačar en bonificaciones y en contentar al público vasco con ataquitos, en juegos mentales absurdos y en una búsqueda constante, casi patológica, de las cámaras? El fino límite que separa al campeón del meme parecía muy cerca. Un minuto era ya demasiada diferencia: si en 2022 Pogačar no pudo meter tiempo a su rival después del desastre del Granon, ¿iba a ser capaz esta vez? 

 

Reivindicándose como un gran ciclista.

La segunda tabla del tríptico está presidida por una imagen completamente diversa: Pogačar ataca, Vingegaard cede. ¿Cómo se llegó a este punto, a esta reversión casi milagrosa de los hechos? Jumbo decidió explotar al máximo la posibilidad de infligir un golpe definitivo a Pogačar. Viendo la muestra de debilidad previa, comenzaron a salivar con la posibilidad de verlo hundido y derrotado, sin posibilidad  de sonreír. Lo apostaron todo al Tourmalet, y gracias a ello, los espectadores pudimos ver una subida memorable al gigante pirenaico, afortunadamente alejada de aquel esperpento de ver a Voigt y Cancellara coronando la cima, al frente de un pelotón (una imagen que todavía me sigue causando pesadillas). Van Aert marchaba escapado, cómo no, forzando el ritmo en cabeza, mientras por detrás, ¡oh, sorpresa!, también Jumbo comandaba el pelotón. La jugada de pizarra parecía clara: permitir que van Aert marchase delante para hacer de puente ante un posible ataque de Vingegaard, cubriéndole en el descenso y en el llano. Así fue, de hecho. En la Mongie, en la estación de esquí setentera (el tramo más duro), Kelderman redujo el grupo a Kuss, Vingegaard, Pogačar y a duras penas Hindley. El maillot amarillo intentó aguantar, pero no pudo en cuanto Kuss tomó la cabeza. Todo ello era el prólogo al ataque de fuegos artificiales de Vingegaard en los últimos cuatro kilómetros de ascensión. Pero esta vez, Pogačar aguantó.

No es un duelo de equipos, sino de todo un equipo contra un corredor solo.

 

El dúo alcanzó a van Aert, que comenzó a guiar y a forzar en el descenso. En el tramo más técnico y despejado del descenso hacia Luz-Saint-Sauveur el esloveno padeció, resintiéndose de la muñeca, teniendo que forzar en algún tramo para no quedarse cortado. En la subida a Cauterets, van Aert siguió forzando el ritmo, quizá en exceso. Tanto lo forzó que cuando Vingegaard quedó delante no lucía una palidez vampírica, sino de cadáver. Se podría pensar que los problemas de Pogačar en el descenso le podían haber debilitado, pero esta vez había ido a rueda, sin alardes, sin sonrisas, sin exhibiciones. Iba a competir, no a jugar. No llevaba las gafas, sino que mostraba su mirada clara, hundida en unas prominentes ojeras. De esta forma asestó su ataque, cuando ya la subida comenzaba a ser menos empinada, y se exprimió hasta meta. Fue un duelo agónico, con las caras de ambos completamente desencajadas, sin reservas. Pogačar no empezó su celebración hasta pasada la línea de meta, como se espera de un gran campeón. Volvía la mejor versión del esloveno, la que es capaz de exprimir su cuerpo más allá de los límites que la prudencia dicta.

Aun hay tiempo de reverencias, pero pasada la línea de meta.

 

 En este ciclismo se están batiendo records día tras día, enfrentándose dos modelos posibles de ciclismo (el ciclismo julietista de Vingegaard frente el ciclismo total de Pogačar). Aunque sea muy pronto para decirlo, parece que la lucha por el podio estará entre Hindley, los Yates, Carlos Rodríguez y, como mucho, Gaudu. Pero como no todos los días se puede pintar un díptico con el de los dos días previos, hoy a buen seguro tocará siesta: el resto del pelotón se amolda con actitud servil y vasalla a los caprichos de sus dos amos. 

Hoy toca humo.

 

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