sábado, 22 de julio de 2023

PENÚLTIMO CAPÍTULO: I'M GONE, I'M DEAD.

La crono dictó sentencia, pero entre los más optimistas todavía se albergaban esperanzas de un ataque a la desesperada por parte de Pogačar camino de Courchevel. No solo no hubo ataque, sino que tuvo lugar el desfallecimiento más monumental sufrido por Pogačar en toda su carrera deportiva. A decir verdad, la jornada ya comenzó torcida para el esloveno, con una caída en solitario tras un afilador algo tonto, una caída que no influyó excesivamente en su mal trago posterior, según sus propias palabras. Su desfallecimiento no ensombrece la victoria total de Vingegaard, ni tampoco creo que obligue al esloveno a correr de otra forma en un futuro. Parece que haya tantas ganas de encumbrarlo como de enterrarlo antes de hora.  

Un día para olvidar (foto de Mathilde L'Azou)

 

Tras las primeras ascensiones a Saisies y Cormet de Roselend quedó por delante un gran grupo con muchos hombres destacados. Una fuga que contaba con más corredores que el supuesto grupo principal. Por delante marchaban Gaudu, Bilbao, Gall y Simon Yates, todos ellos con gregarios. La labor de algunos de ellos para mantener la fuga viva fue muy meritoria, como el trabajo de Harper para Simon Yates o de O'Connor para Gall. También andaban por libre Guillaume Martin y Tobias Johannessen. Jumbo lideraba la persecución sin sobresaltos, teniendo a Kelderman y a Benoot delante, mientras sus rivales de UAE contaban con Majka y Soler (algo renqueante).

Como siempre suele suceder, le tocó tirar a Ineos, un equipo especializado en correr a remolque y luchar por el puestómetro. En el grupo de los favoritos aguantaban Carlos Rodríguez, con Kwiatkowski y Castroviejo, Kuss y Vingegaard, Adam Yates y Pogačar, Hindley, Zimmermann y Barguil. De repente, iniciado ya el col de la Loze, una imagen del helicóptero mostró a Pogačar con el maillot completamente abierto. Imágenes anteriores se habían detenido en su rostro, ojeroso como en el día anterior y bastante pálido. Parecía necesitar aire. La siguiente imagen lo mostró ya descolgado, junto a su gregario Soler, absorbido de la fuga. Quedaban todavía 7,8 kilómetros para coronar el puerto, un mundo en el que podía naufragar en la clasificación, a pesar de llevar un buen colchón con el tercer clasificado. Vingegaard, siempre tan dependiente de Pogačar, miraba nervioso hacia atrás, sin poder explicarse por qué su rival no seguía a su rueda. Después de estos titubeos iniciales, Jumbo decidió marcar ritmo y rematar finalmente a su rival. La táctica que habían esperado con éxito en el Tourmalet había llegado aquí por sí sola, como si la falta de días de competición por parte de Pogačar hubiera obrado un milagro en favor de Jumbo. El esloveno estaba completamente grogui. 

I'm gone, I'm dead.

 
¿Dónde se ha metido?

Mientras tanto, por delante Felix Gall lanzaba su ataque, dejando atrás a Simon Yates, su último acompañante. Faltaban seis kilómetros para coronar. Cogido fuertemente de las manetas, sin levantarse del sillín y a una alta cadencia, su estilo tenía una cierta reminiscencia al mejor Froome. De no haber comenzado la carrera con algún que otro despiste, el escalador austríaco habría sido un serio candidato a luchar por el podium. De hecho, la forma en la que ha acabado el Tour demuestra que es un corredor de fondo. 

Gall, un corredor de fondo y de futuro.


Vingegaard también se quedó solo a falta de cuatro kilómetros, previo lanzamiento de Benoot y con la ayuda intermedia de Kelderman. Gall contaba con 2 minutos y medio de ventaja, una diferencia que sería difícil de recortar incluso para un corredor en estado de gracia como Vingegaard. En su persecución tuvo que sortear algún obstáculo, como un atasco de público, coches y motos (en ese apartado, lo de este Tour está siendo de vergüenza), pero ni siquiera de haber encontrado el camino expedito hubiese dado alcance a Gall. 

Dominio apabullante, pero sin etapa en línea.

 

Gall coronó con una diferencia de 18 segundos sobre Simon Yates y de 1'24'' sobre Vingegaard. Su ascensión había sido excelente. Pero aun quedaba una sádica trampa final, un rampón de aeródromo en el que incluso pudo ampliar su ventaja sobre Simon Yates. Vingegaard dio alcance a Bilbao y Gaudu en el descenso, pero no se exprimió en la recta de meta, dejándose unos segunditos de paripé con Bilbao en los últimos metros. Por su parte, Pogačar entró muerto, con los ojos hundidos y una sonrisa de zombi en la cara. Cruzaba la línea de meta nada menos que a 5'45'' de Vingegaard. Era el vigésimo segundo de la etapa, pero el noveno si se descontaban los corredores de la fuga (era el penúltimo de los que habían empezado por detrás el col de la Loze). Había tenido suerte: tampoco Adam Yates y Carlos Rodríguez habían tenido un buen día, así que conservaba la segunda posición. En realidad, dado su estado podría haber perdido mucho más tiempo. Lo fácil hubiese sido poner pie a tierra, mandarlo todo a freír espárragos, desentenderse, dejar que el blancazo se apoderase completamente de él y perder otros diez minutos más: no lo hizo, se exprimió hasta límites inimaginables y en su entrega a fondo hubo algo tan patético como heroico.  

 

La rampa final, superada por Gall.

No puede seguir el ritmo de Soler.

Los dos días siguientes, de transición sobre el papel, fueron dos días espectaculares. El primer de ellos, con meta en Poligny, tuvo incluso más mérito, al tratarse de una victoria que rompió por un día un sprint que parecía acordado de antemano por la mafia del pelotón, esta vez ejercida de forma activa por Alpecin y sus equipos vasallos. Se produjo una combinación exitosa, al unirse el error de cálculo del pelotón, que adoptó por momentos una actitud contemporizadora, y un grupo salvaje de rodadores. La etapa había que encuadrarla además en la lucha silenciosa que mantienen desde hace años la estructura de Lefevere y la de Alpecin. Una rivalidad en la que Lotto, como equipo menor, intenta rascar donde puede.  

De salida se escaparon Campenaerts, Agreen y Abrahamsen, tres buenos rodadores, sobre todo los dos primeros (aunque el tercero ya se ha presentado en sociedad). Extrañamente no se les unió nadie más y muchos equipos, como DSM, Jayco y Bora, adoptaron una actitud vasalla y poco ambiciosa, al ponerse a trabajar para un sprint en el que tenían pocas opciones reales de victoria, dados los precedentes. Por si fuera poco, Philipsen en persona trató de amedrentar a Pascal Eenkhoorn cuando este trató de dar alcance al grupo de fugados, que en ese momento rodaba tan solo 40 segundos por delante. Philipsen lo encunetó hasta en dos ocasiones, con movimientos bruscos sin más intención que meterle miedo, mostrando ya de forma evidente que sus cambios de trayectoria de los primeros sprints, o su llamativa maniobra en la París – Roubaix contra John Degenkolb, no eran hechos casuales ni aislados. 

Nada de Jasper disaster, más bien Jasper La Mafia

Pero el karma obró esta vez. Campenaerts se dejó caer para ayudar a su compañero Eenkhoorn a entrar, y una vez formado el cuarteto, pareció que la actitud macarra de Philipsen aumentó la solidaridad y cohesión de la fuga. Por detrás, Alaphilippe y Declercq comenzaron a estorbar en los relevos, en una de esas tácticas marrulleras en las que los Quick Step son doctos. Ese día estaban permitidas todas las barrabasadas: había un rival mayor que merecía una lección de humildad. El ritmo delantero no disminuía y por detrás iban desapareciendo equipos. Politt incluso tiró con denuedo, cuando en realidad por naturaleza debería haber estado delante. Finalmente iban a llegar los cuatro fugados por la mínima. Campenaerts lanzó a sus otros tres compañeros, siendo el más beneficiado Asgreen, que ejecutó un sprint largo y sostenido, como el de aquella Ronde, ante el que Eenkhoorn nada pudo hacer. Lo ideal hubiese sido un triunfo de Lotto, pero la victoria de los Quick Step fue, en esta ocasión, un mal menor. Philipsen, cómo no, ganó el sprint trasero. 

Por la mínima, como los grandes triunfos en etapas llanas.

 

La etapa siguiente también fue espectacular, con mucho nerviosismo y movimientos desde salida, respirándose un irreal ambiente de clásica. Y digo irreal porque no todos los hombres más fuertes estuvieron disputando la etapa como si no hubiese mañana, como sí sucedería en una clásica de verdad. En fin, se formó un grupo delantero muy numeroso en el terreno ondulado, del que se destacaron Campenaerts y Simon Clarke en la última cota. Campenaerts fue alcanzado y superado poco antes de coronar por Asgreen, Mohorič y O'Connor, que se marcharon en solitario hasta meta, en una larga recta de varios kilómetros, flanqueada por plataneros. O'Connor, el más lento de los tres, intentó sorprender en el sprint, obligando a Asgreen a responder demasiado pronto, siendo el mayor beneficiado Mohorič, que supo lanzar en el instante justo la bicicleta para hacerse con el triunfo. Luego pontificó un rato delante de las cámaras, acelerándose al hablar al modo de su compatriota Žižek. Mohorič es un tipo inteligente y que sabe expresarse, pero también algunas veces se ha pasado de listo. 

Asgreen, segundo día protagonista. Y tercer triunfo para Bahrain.


Finalmente, la etapa de Markstein ha sido la redención personal de Pogačar. No deja de ser una etapita, una más en su haber, que no debe consolarle en exceso de su nueva derrota en la carrera, pero al menos le permite marcharse a casa con la ilusión de que sigue ganando, de que no ha perdido el mojo definitivamente, de que no se va a convertir en un Poulidor adorado por el público pero que no gana, o un corredor que da espectáculo pero queda segundo. Un triunfo que también le permite alejar de la cabeza esa imagen de él mismo en plena agonía sobra la bicicleta, con los ojos hundidos en las cuencas y una sonrisa desencajada en el rostro.

La primera parte de la etapa ha estado protagonizada por Giulio Ciccone, que ha consolidado su ventaja en la clasificación de la montaña ante la inacción de Gall y del propio Vingegaard. Por detrás, UAE tenía en todo momento la intención de mantener la carrera controlada para un posible y anunciado triunfo de Pogačar. En el descenso del Ballon d'Alsace, el mismo puerto donde se cayó Ocaña en 1969, Carlos Rodríguez se ha ido al suelo, siendo atropellado por Sepp Kuss cuando ya estaba caído. Ambos han salido muy malparados, con contusiones y heridas en el costado y la cara chorreando sangre. Carlos Rodríguez ha seguido pedaleando sin perder la compostura, indiferente a la sangre, al igual que le sucedió en la pasada Vuelta. Tiene algo de mecánico este chico, algo de artilugio que pedalea y pedalea sin descanso, sin pensamientos, sin fatiga, sin alteraciones. Finalmente ha perdido su posición en la general en beneficio Simon Yates, pero la entereza con la que ha terminado la etapa ha sido heroica. 

Semana Santa andaluza.

 

En el Platzerwasel se han visto los principales movimientos. Marchaba por delante una fuga, en la que Pinot había tomado unos metros en el Petit Ballon, para furor y jolgorio de sus hooligans. Ya en el Platzerwasel, Pogačar ha intentado un ataque para marcharse en solitario, pero Vingegaard le ha marcado muy de cerca. Viendo que no le podía soltar, ha desistido, pensando ya en un posible sprint. Tal premura en marcar a su rival evidenciaba que Vingegaard seguía sin fiarse de Pogačar, a pesar de llevarle una ventaja de siete minutos. Quizá esa aparente inseguridad y dependencia sea su extraña forma de mostrarse indiferente, pero también él parecía querer ganar una etapa en línea. Ganar en crono y en montaña hubiese sido una bonita forma de coronar un Tour ganado con una diferencia de antaño. Todo lo que son abrazos y palmaditas entre ambos una vez bajados de la bicicleta se convierte en desconfianza y miradas de póquer cuando van montados en ellas: es lo que tiene la competición, aunque estos dos han llevado el marcaje a otra dimensión. De esta manera, se han dejado coger por Gall, que les ha marcado el ritmo de forma muy altruista, incluso suicida. Pogačar ya jugaba con la carta del sprint y ha esperado a que Adam Yates y su hermano Simon les alcanzasen por detrás. Como siempre, Adam Yates ha hecho su carrera de hormiguita, en colaboración con su hermano, en su equipo de dos. El final no ha tenido más historia que el undécimo triunfo de Pogačar, que ha atajado con rapidez un intento de Vingegaard por sorprenderle. Ahora ya Pogačar se puede marchar a casa con un sabor de boca mejorado, que no mitiga los siete minutos de diferencia que ha encajado con Vingegaard, pero que le permiten acabar de forma airosa un Tour en el que nuevamente será segundo.  

 

Gall haciendo un poco el primo.

Miraditas y marcaje. Luego, colegueo.


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