Ante días como el de hoy es difícil no caer en la tentación de la épica y de la batallita. No se recuerdan días así, al menos en el pasado más inmediato. Es el día idóneo para sacar la pluma de oca del estuche de madera y comenzar a rasgar con ella el papel rugoso en el que escribir la crónica. Ha llegado el día de ponerse poetas. Atiborrados de etapas sin trascendencia, con equipos maniatando la carrera y ataques pancarteros, lo de hoy ha sido una bella excepción: corredores de uno en uno en meta, tras más de cuatro horas de alternativas diferentes en pantalla. Como un plato colocado en una mesa desnivelada, el control de la carrera ha ido oscilando de la mano de Vingegaard a la de Pogačar, para acabar finalmente en poder del danés. Con el príncipe destronado, lo fácil es mentar Orcières-Merlette, por aquello de Merckx, Ocaña y la derrota del tirano. Pero en realidad cada acontecimiento es independiente a los del pasado, cada uno llega a nuestro presente vacío de sentido y las comparaciones no son más que construcciones humanas, relatos al calor de la hoguera. Batallitas, a fin de cuentas. Pero en un día como hoy se puede reivindicar la batallita como aquello que nos permite seguir viendo con interés este deporte que tantas veces desespera. Esta etapa se la contaremos a alguien algún día, como Abe Simpson cuenta la historia del limonero a los niños de Springfield.
No solo eso: la etapa de hoy se promete el anticipo de muchas otras interesantes, si Pogačar sabe reponerse del golpe. Pues ha sido duro: tanto que no va a encontrar muchas opciones de rivalizar de nuevo con Vingegaard de tú a tú. El duelo por equipos ya lo tienen ganado en Jumbo y se tienen que limitar a controlar la carrera: un Pogačar debilitado, hasta hoy ansioso por sacar tiempo en lugares y situaciones en las que la ganancia es mínima, es el que tiene que proponer a partir de ahora. Tiene que inventar algo acorde a su joven leyenda, no lo puede fiar todo a la crono.
En el campo opuesto, el Jumbo de Vingegaard ha ejecutado a la perfección su táctica. Desde el primer momento han colado gente delante, con van Aert escapado de salida junto a van der Poel. A su fuga a lo Baracchi han llegado pronto más corredores, los protagonistas del día (Barguil, Geschke, Latour), y entre ellos Laporte. Luego Benoot ha forzado el ritmo en el ascenso al Telegraphe. En su descenso, a más de sesenta kilómetros para la meta y con apenas imágenes, un ataque de Roglič ha logrado dejar aislado a Pogačar. Comenzaba el plan. Roglič ha hecho con habilidad la labor de señuelo, con una sucesión constante de ataques alternados al líder entre él y Vingegaard. Pogačar ha entrado al trapo a todos. Más tarde, en el reagrupamiento posterior al Galibier, han contado con superioridad numérica, incluso el ritmo de van Aert en el llano ha impedido a muchos recuperar. Finalmente, Vingegaard ha sido mejor escalador, más adaptado a los puertos prolongados y al calor. Su ataque a falta de cinco kilómetros a meta ha sido demoledor. Un ataque que vale un Tour de Francia. Hoy los directores de Jumbo pueden decir la frase típica de Hannibal Smith: "me encanta que los planes salgan bien".
Pogačar también ha contribuido a su descalabro con sus propios errores. Los de hoy y los de los días pasados. Intentando ocultar una debilidad en montaña que hoy se ha hecho patente, había jugado en los días anteriores a sacar tiempo en los lugares más inverosímiles, demostrando ambición y derrochando fuerzas. Hoy ha querido imponer su ley en la parte más dura del Galibier, cuando la carretera trepa por una pared cenicienta que parece ocultar el cielo. En el descenso y en el llano hasta el Granon quizá no se ha alimentado bien, más pendiente de las carantoñas a la cámara que en recuperar fuerzas. Ha sobrevalorado sus capacidades para afrontar todo en solitario y no ha sido bien guiado desde su coche: a él le ha faltado paciencia, pero también le han dejado solo en todos los sentidos. Lo han dejado a su aire, a la deriva, sin supervisión, y ha actuado como un alumno acostumbrado a las notazas que se presenta al examen demasiado confiado. En resumen, ha sufrido una dura lección moral. En su descargo, mentalmente parece que sabe desconectar y sabrá reponerse. No deja de ser, a día de hoy, el corredor más completo del pelotón.
Ha habido varias imágenes de esta etapa que quedarán para el recuerdo. La sucesión de ataques, como un toma y daca, de Roglič y Vingegaard en el comienzo suave de la ascensión al Galibier. Se turnaban como el poli bueno y el poli malo dando guantazos a un Pogačar maniatado, que ha respondido a todos con entereza y ha intentado incluso acallarlos con alguna aceleración del ritmo. Otra imagen ha sido la soledad del líder, una constante hoy más dolorosa, con Soler conectando con una aceleración prodigiosa con el cuarteto de Pogačar, Roglič, Vingegaard y Thomas en el inicio del Galibier, para desaparecer después; o el trabajo de Majka al inicio del Granon, con rictus cadavérico, remontando desde atrás de forma muy sorprendente para alguien enfermo (aunque sea levemente). También el ataque de Quintana, con la cara impertérrita de los mejores días, que ha hecho soñar con el colombiano inscribiendo una vez más su nombre en una montaña mítica, dando el relevo en cabeza a su compañero Barguil, que ha afrontado la ascensión con mucha valentía.
Pero sin duda la imagen del día ha sido el desfallecimiento del líder. Para darle el tono apreciado de batallita, se ha hablado incluso de "pájara". Y eso ha sido. Pogačar ha demostrado por primera vez su vertiente más frágil, quizá para decepción del festino loco y sus seguidores más fanáticos, que hubiesen preferido ver a un líder humillando al resto antes que a uno "de rostro humano". En el momento de la verdad, cuando Vingegaard ha lanzado su ataque definitivo, a Pogačar se le ha visto dudar un tiempo a rueda de Majka, incluso le ha dejado un poco de hueco a su gregario. Luego se ha quedado junto con Thomas, que le ha rebasado con su ritmo constante y sin fisuras; más tarde lo ha hecho Adam Yates y finalmente Gaudu, que ha hecho una excepcional etapa, protegido por su equipo y de menos a más. Pogačar se ha dejado todo en esa persecución sin fuerzas. El resultado de la paliza recibida ha sido de 2'51'' en meta y 2'22'' en la general. Bardet, gracias a su fantástico rendimiento, también le ha superado en la general. No había esta vez pelos saliendo del casco, o al menos no era lo más destacado de su estampa: con el maillot abierto al completo, la sonrisa de debilidad dibujada en la cara y la cabeza hundida entre los hombros, Pogačar ha pasado hoy quizá el peor día de su vida deportiva. Vingegaard, por contra, ha tenido su día de gracia, un gran triunfo que ya reluce en su exiguo palmarés. Su pedaleo, su rostro apretado por el esfuerzo, su forma de entrar en meta sin ceder un segundo, eran la viva imagen de la determinación y el cumplimiento de un objetivo. Todos los corredores del Jumbo han funcionado hoy como fichas de risk desplegadas con sabiduría sobre el tablero.
Lo fácil, por continuar con la literatura, sería contrastar los dos estilos, las dos personalidades, a fin de crear un relato, un dualismo: el más insolente y despreocupado de Pogačar, con su punto de arrogancia desenfadada y su dosis de exhibicionismo juguetón, frente al distraido y pasota Vingegaard, a veces con la impresión de estar desubicado como un pez en tierra. A la hora de correr son bastante parecidos, aunque a Vingegaard lo serenen de forma más efectiva desde el coche. Se han revertido los sucesos de La Planche des Belles Filles 2020. Pero a fin de cuentas, esto no dejan de ser historietas inventadas, basadas en impresiones parciales. La pregunta clave es: ¿todavía queda Tour de Francia? Toca elucubrar. A favor de Pogačar está su carácter ofensivo, que puede ser más eficiente al contraataque que desde una posición dominante; parece compartir con Roglič la capacidad para superar las adversidades, pero por contra nunca se ha visto en una de estas. Su equipo no puede plantear una alternativa "de pizarra" al dominio de Jumbo: Pogačar continuará solo mañana. Además, la pérdida ha sido demasiado cuantiosa como para subsanarla en un único ataque afortunado. Por parte de Vingegaard queda por ver si aguantará la presión del liderato y si no es embarcado, incluso contra su propia voluntad, en uno de esos fallos tácticos a los que nos tenía acostumbrados hasta hoy su equipo.
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