jueves, 7 de julio de 2022

DOS MOMENTOS PARA SALVAR EL TOUR DE FRANCIA

El Tour se concibió como una suma de clásicas, al menos eso dice la leyenda. Circulan mil batallitas de ese periodo originario del Tour, aquel tiempo en el que los ciclistas salían de las ciudades antes de la hora de cierre de las tabernas, llegando a la ciudad final de etapa cuando solo quedaban gatos y vagabundos por las calles. Los ciclistas se lanzaban a la aventura, por caminos empedrados o enfangados, cogiendo atajos y algún tren, siendo recibidos en los pueblos con vítores o pedradas, según el parentesco de cada ciclista con la localidad. En fin, batallitas. Ahora, en el ciclismo que nos ocupa, nos conformamos con dos o tres destellos de calidad, momentos que recuerden a ese pasado literaturizado del Tour, que se non è vero, è ben trovato. Estos dos días han tenido algo de clásicas y han permitido por fin disipar el sopor inicial de Dinamarca. 

La etapa entre Dunkerque y Calais no pintaba nada bien en sus inicios. Magnus Cort Nielsen y Anthony Perez se fugaron de un pelotón dormido, sin apenas oposición. Fueron transitando por pueblos casi flamencos, mientras Magnus Cort Nielsen se ponía las botas con los puntos, aunque con menos circo que en su casa. Todo esto acabó en la última cota, la de Cap-Blanc Nez, a falta de doce kilómetros para meta. Cort Nielsen ya se había dejado absorber, pero Perez mantenía una exigua ventaja al llegar a los acantilados blancos de Calais. A través de las imágenes del helicóptero se podía vislumbrar la sombra pálida de los acantilados gemelos de Dover, al otro lado del Canal. Esa cota empinada y corta fue el territorio escogido por Jumbo para realizar uno de sus lanzamientos orquestados, como vienen haciendo desde la pasada París – Niza. Un paisaje que siempre ha sido un punto de conexión o distanciamiento, con esas murallas de creta en ambas costas, que hablan de uniones y alianzas, desembarcos y huidas, y esa estrecha franja de mar, que habla de guerras medievales y aislacionismos antiguos y actuales. 

Esto es Quadrophenia, no el Tour de France.

 

Nathan Van Hooydonck y Tiesj Benoot encendieron la mecha, acelerando el ritmo. Se formó un trenecito de Jumbo, con algún Ineos intercalado. El pelotón había explotado en mil pedazos con esa aceleración tan brusca. A Vlasov se le veía cortado y de Pogačar no había ni rastro. Al campeón esloveno lo habían dejado solo durante toda la etapa. Una vez retirado Benoot, tan solo quedaban delante van Aert, Adam Yates y Vingegaard. El danés de Jumbo giraba la cabeza: por detrás, Roglič no había podido mantener el ritmo tan bestial de su propio equipo, y se abría ligeramente junto con Thomas. En ese instante, en esos últimos 100 metros de subida, estuvo uno de los momentos clave de lo que llevamos de Tour. Van Aert tenía ante sí dos opciones: ralentizar un poco el ritmo y asegurar que Vingegaard le cogiera rueda, para poder sacar así difencia a un Pogačar que no se veía en la lejanía, o marchar en solitario para por fin sumar una victoria de etapa, después de 3 segundos puestos seguidos. Optó por la segunda opción y ofreció bellas imágenes del líder del Tour de Francia luchando en solitario contra todo el pelotón. Seguramente fue la opción correcta, pues Pogačar logró alcanzar a Vlasov al coronar y una ralentización, por mínima que fuese, podría haber supuesto la neutralización de los tres de delante, con la posible desaparición de las posibilidades de triunfo de van Aert. 

¿Esperar o no esperar?, ahí está la cuestión.


 

La etapa de ayer fue más intensa si cabe, un espectáculo de principio a fin que recordó a la etapa de 2014 en la que el pavé fue realmente decisivo, a pesar del kilometraje reducido. Por delante se formó una escapada de corredores de calidad, que finalmente llegó a meta. Como siempre pasa con el pavé, rodar por delante da más ventaja que rodar en pelotón, y así fue de nuevo esta vez. La fuga la integraban Magnus Cort Nielsen, ya sin puntos en liza, Edvald Boasson Hagen y Taco van der Hoorn, a los que más tarde se unieron Neilson Powless, Alexis Gougeard y Simon Clarke. Buenos rodadores en general, con algún corredor no esperado en una etapa de este tipo (Powless, Clarke). Gougeard sería el primero en quedarse.

La etapa fue una París - Roubaix concentrada, con su dosis repartida de pinchazos y caídas, las tremendas polvaredas, el paso peligroso entre coches y el caos habitual de un pelotón atomizado. En el reparto de desgracias, Wout van Aert fue de los primeros en coger número. En un primer momento se fue al suelo junto a Kruijswijk; más tarde, cuando adelantaban coches para volver a entrar al grupo, van Aert casi se estampa contra uno de ellos por ir despistado. Parecía no ser el día del líder de la carrera. Tampoco el de su equipo. Van Aert rodaba en la parte trasera, como si no tuviese fuerzas para ganar posiciones. Lo que se tomó inicialmente por una debilidad, en realidad fue una decisión acertada, dadas las circunstancias posteriores. Vingegaard se vería afectado por un pinchazo, cambiando la bici con la de Van Hooydonck. Intentó rodar con una bici demasiado grande, pero apenas podía pedalear, de forma que la cambió con Kruijswijk e inmediatamente después por la que le ofrecían desde el coche de equipo, en un juego de trileros que se convertirá en una de las imágenes del Tour. Pronto contó con van Aert para comenzar la persecución. No contentos con esta situación desafortunada,  Roglič se fue al suelo por culpa de una bala de paja mal situada. Con él cayeron también Ewan y Thomas, otros habituales, pero en su caso tuvo que recolocarse el hombro luxado, perdiendo más tiempo. Su caída lo situó por detrás del grupo de su compañero Vingegaard. 

Jumbo inventando un nuevo deporte.

 

Mientras tanto, Pogačar rodaba con gran soltura sobre el pavé, sin perder las posiciones delanteras. Nunca bajó más allá del quinto o sexto puesto del grupo, sin contar con ayuda alguna (sus gregarios estaban desaparecidos), más allá de alguna voluntad comprada de forma puntual (Bettiol). También Gaudu, Quintana y Vlasov se defendieron bien, en sus casos arropados por sus respectivos equipos. En uno de los tramos más largos, Stuyven vio la posibilidad de alcanzar al grupo de escapados. Su aceleración fue seguida por Pogačar, que se pegó con gran agilidad a su rueda. A continuación rodarían ambos como si se encontrasen en una Baracchi o como en el pasado Tour de Flandes. Pogačar, completamente solo, hacía del ataque su mejor defensa, y parecía poder sentenciar el Tour en la etapa del pavé.

Clasicómano experimentado.


 

Fue un instante fugaz, una sensación pasajera: Pogačar estaba decantando la balanza a su favor y sus rivales debían actuar inmediatamente para evitarlo. Van Aert se puso en cabeza en el grupo perseguidor y, sin exigir relevos a los demás, inició su caza. Es un experto en el tema. Tras él rodaba Vingegaard, pero también los Ineos, que no pasaron en ningún momento al relevo, e incluso Mas, más agazapado todavía. Alcanzaron al grupo de Gaudu, Quintana y Vlasov, y comenzaron a recortar tiempo al dúo de Stuyven y Pogačar. El belga ganador de la Sanremo intentaba en el asfalto aproximarse al grupo de fugados, y Pogačar parecía visiblemente cansado en el tramo final: le costaba seguir la rueda de Stuyven y su expresión ya no mostraba esa impasibilidad angelical habitual. Por detrás, van Aert había puesto en marcha la máquina. También Roglič en su grupo.

Finalmente los escapados contaron con la ventaja suficiente como para jugar un poco en el último kilómetro. Powless y Boasson Hagen tenían incluso en sus manos la oportunidad de convertirse en líderes de la carrera. Powless lanzó su ataque, siendo secado por Edvald Boasson Hagen, que arrastró a su rueda a van der Hoorn y Clarke. Van der Hoorn inició su sprint de lejos, con mucho desarrollo, a chepazos como en la París – Bruselas. Cuando parecía que iba a ganar, salió de su rueda el veterano Clarke y le arrebató la victoria en el golpe de riñón. Por detrás, Stuyven mostraba menos interés en los relevos y Pogacar parecía cansado. Sacaron solamente una exigua ventaja de 13 segundos sobre el grupo de Vingegaard, comandado en todo momento por van Aert. El líder pareció desentenderse durante un instante, pero visto que el ritmo descendía, aun tuvo fuerzas para tirar hasta el final, manteniendo así el liderato. Lo que comenzó como una exhibición de Pogačar se convirtió finalmente en una muestra más de poderío de van Aert. 

El golpe de riñón decanta la victoria para el equipo de los jubilados.

 

En resumen, el balance de la jornada nos muestra que Roglič y O'Connor ha quedado bastante alejados; Pogačar ha sacado una reducida ventaja, demostrando su fuerza individual pero dejando en evidencia la total ausencia de equipo, que es de presuponer que se recompondrá al llegar la montaña; Vingegaard ha salvado el día gracias a van Aert, como también lo han hecho Thomas y Mas, aprovechándose del trabajo de Jumbo. El equilibrio de fuerzas parece que todavía se mantiene: de un lado de la balanza está el talento individual, la magia del momento, pero una banda de equipo; del otro, el poderío de un equipo afectado muchas veces por la mala suerte y las decisiones controvertidas, pero ya solo con un líder claro.


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