lunes, 4 de julio de 2022

UN PASEO POR LA NADA

¿Qué se recordará con el paso de los años de esta salida en Dinamarca? ¿Nada, puede ser? ¿Acaso un poco más de indignación? Bien es cierto que en la anterior ocasión en la que una gran vuelta salió de Dinamarca los momentos memorables también brillaron por su ausencia. Fue en el Giro de 2012, aquel de la pugna entre Purito y Hesjedal por segunditos: uno de los peores últimos giros que se recuerdan. Este inicio está a la par, con una contrarreloj algo interesante, seguida de dos etapas dominadas por la ausencia de competitivad en la mayor parte de su desarrollo.

El Tour, la reunión anual de las famiglie.

No es una novedad que el Tour se empeñe, un año más, en defraudar de buenas a primeras todas las esperanzas puestas en él. Viene siendo lo habitual y a nadie pilla por sorpresa. Pero este año, dando un paso en adelante muy vanguardista, el Tour ha llegado incluso a borrar del diccionario el concepto de fuga. Ni siquiera hay fugas de equipos modestos o invitados, destinadas al fracaso; ahora se escapa un corredor, a lo sumo dos, que espera con un ritmo ficticio en cabeza el momento de ser cazado. Esto se produce cuando falta todavía un buen trecho para meta, ya no se molestan ni en disimular. Una vez producida la neutralización, ningún equipo más hace mención de retomar la actividad atacante. Se conforma un frente de pelotón, liderado por cinco o seis equipos, que bloquea el ancho de la calzada para impedir cualquier movimiento. Ni siquiera hay gran velocidad. Los momentos complicados, véase el famoso puente, se pasan cogidos de la mano. El pelotón se ha convertido en un grupo de boy scouts que hace cadenas humanas para pasar un río saltando de roca en roca, sin que nadie tenga que mojarse los pies. Predomina una calma chicha que invita, como ya presagiamos, al sueño profundo, a la siesta colosal al modo de un larga hibernación. 


Bonitas fotos  del puente del Gran Belt (Lars Moller para ASO), pero el pelotón al modo de un balón de rugby.

 

La crono al menos tuvo su interés, no solo por la expectación generada, sino también por tratarse de una de las dos únicas cronos de la carrera. La lluvia acrecentó la peligrosidad ya inherente a una crono urbana. En ese sentido, el Movistar, dado el ejemplo histórico de la caída de Valverde en Düsseldorf, salió a "no arriesgar", con el resultado de que Enric Mas hizo peor tiempo que prácticamente todos los favoritos, salvo O'Connor: cuarenta y nueve segundos se dejó con Pogačar, nada menos...

Todos los favoritos decidieron salir al principio de la crono, propiciando uno de los inicios de Tour más intensos que se recuerdan, seguido de una continuación muy anticlimática.  Todos los equipos esperaban equivocadamente que la lluvia arreciase más tarde. Este error de cálculo no es más que la demostración del largo camino que le queda por recorrer al ciclismo (con todo su chapucerismo histórico) para acercarse al cientificismo de otros deportes. Mejor que siga así, ya que sin estos pequeños alicientes, dados por la improvisación, la espontaneidad y los errores de cálculo, el ciclismo sería mucho más aburrido.

Así pues, Bissegger se fue dos veces al suelo con las primeras gotas, temiéndose una crono muy accidetada: en realidad solo Laporte, Honoré y alguno más se fueron al suelo, demostrando que en gran parte las caídas iniciales del rodador suizo venían de tomar demasiado “a saco” las curvas. Por contra, Mathieu van der Poel retuvo durante gran parte de la prueba el mejor tiempo, gracias a su habilidad al tomar las curvas. Roglič, Thomas y Vingegaard tomaron la salida en el punto álgido de las precipitaciones. Posteriormente se vivió un encadenado muy emocionante con Ganna, van Aert y Pogačar. Van Aert hizo valer su mayor habilidad ante Ganna, al que le penalizó la falta de grandes rectas. Por su parte, el joven campeón esloveno salió al parecer bastante conservador, para comenzar a apretar en la última parte de la crono, quedándose tan solo dos segundos por detrás de van Aert. El dúo de líderes de Jumbo, Roglič y Vingegaard, se dejó menos de diez segundos finalmente con Pogačar. 

En las predicciones meteorológicas todavía no es la F1, por mucha culebrón de Netflix que se haga...

El asunto parecía más que resuelto, aunque quedase más de una hora de carrera, que se preveía que fuese un epílogo plomizo e innecesario. Pero como sucede en esas películas de Marvel que no he visto, había sorpresa en los títulos de crédito. Nadie esperaba a Yves Lampaert. Incluso en rtve cometieron la temeridad de desconectar la emisión en directo, para dar paso a un partido de fútbol femenino cuando todavía no se contaba con imágenes en la plataforma de rtve play. ¿Quién iba a esperar que Lampaert hiciese lo que hizo, con su cara de rudo gregario sacado a empujones del tractor para montarse en la bici? Lefevere lo esperaba, pocos más. Para explicar un poco la situación, podría decirse que Lampaert se benefició de que la lluvia cesó y la calzada fue poco a poco secándose. Pero a decir verdad nadie más se acercó a los tiempos a de los mejores, tan solo Teuns y Pidcock lo hicieron de forma más tímida. La contrarreloj del granjero flamenco fue estratosférica, en la línea de la eterna caja de sorpresas que es su equipo.  Con el triunfo inesperado de Lampaert, el gallito de Lefevere podía comenzar a tapar bocas, sobre todo anglosajonas. Lampaert ya había hecho buenos resultados en cronos, sobre todo entre las que suelen disputarse en fechas cercanas al Tour (el campeonato de Bélgica y la Vuelta a Bélgica), pero pocos esperaban algo así. La cara de van Aert, demasiado habituada ya a los tartazos de última hora, lo decía todo.

A la fuerza se le va a quedar esa cara.

El granjero y la sirenita.


¿Qué decir del resto de días? Más bien poco. Las masas de daneses apostadas en la ruta nos podrían llevar al engaño: en realidad el pelotón ha recorrido los verdes paisajes daneses como una bola de paja de esas que atraviesa los poblados del oeste. A su paso comenzaba el sopor. El segundo día el puente se convirtió en el espacio para una tregua no escrita, amparándose en un supuesto aire de cara. Hubo caídas, entre ellas la del líder y la de Urán. Al primero, los jueces le permitieron seguir el rebufo de los coches para que pudiera volver al grupo, al segundo no. Pero tampoco hubo mayor inconveniente: ya esperó el grupo para que la caída de Urán no fuese un problema. El sprint en curva, con forcejeo entre Jakobsen y Sagan por la posición, fue para neerlandés de Quick Step por delante de van Aert, que pareció confiarse en los últimos metros. Una victoria que se convertía en un argumento más para que Lefevere, al parecer cada día más cómodo en el papel de forocochero, se colgase una nueva medallita.  
 
Primera victoria en el Tour de Jakobsen (foto de los Gruber)

Al día siguiente, ya sin puente, el sopor fue similar o incluso mayor. Magnus Cort Nielsen asumió con bastante alegría el rol de mascota animadora, marchando durante gran parte de la carrera en cabeza, para fervor de sus seguidores, que no dudaban en golpear rítmicamente las vallas al son de "Magnus, Magnus". Cansado ya de rodar delante del pelotón, Cort Nielsen se dejó cazar y a partir de ese momento, cuando quedaban más de treinta kilómetros para meta, se puso en marcha el catenaccio de los 3 kilómetros. Ineos y Jumbo desplegaron por los flancos sus hileras, cerrando el paso a cualquier poco probable intentona. Otros equipos asumieron extrañamente el mismo rol: Lotto-Soudal para Ewan y unos inexplicables Groupama-FDJ, Cofidis e incluso Intermarché-Wanty. Ya estaba el safety car montado, a la espera de superar la pancarta de los menos 3 kilómetros. En una segunda línea, Quick Step, Alpecin y Bike Exchange se tumbaban a la bartola, mirando cómo otros hacían su labor. También Pogačar podía descansar chupando rueda a los Jumbo, aunque estuviese algo solo como casi siempre en estas circunstancias,  únicamente con Bjerg y Laengen a su rueda. Siempre hay alguien que le hace el trabajo al equipo del hombre más fuerte de la carrera, hay qué ver.
 
Atento, con las antenas bien tiesas.

 
El sprint fue en esta ocasión para Groenewegen, ganando in extremis a van Aert, que hacía así segundo por tercer día consecutivo. Jakobsen se quedó encerrado, a pesar del trabajo de su equipo, y en esta ocasión Sagan forcejeó con van Aert. Se podría decir incluso que van Aert hizo equilibrios sobre la línea de la descalificación, llevándose como premio un "madafaka" en boca de Sagan. En resumen, dos días en los que la competitividad real se redujo a tres o cuatro kilómetros y en los que, a pesar de todas las cautelas, no se pudieron evitar las caídas. En el segundo día dentro de los kilómetros de protección (Pogačar entró a más de tres minutos con las dos ruedas pinchadas), en el tercero a nueve kilómetros, quedando cortado en bloque el Bahrain de Jack Haig.
 
Groenewegen se redime. Van Aert, otra vez segundo.

 
 
Bien es cierto que este “control”, que redunda siempre en muermazo, viene propiciado también por una ruta complicada. Masas de daneses se han apelotonado a ambos lados de las cunetas, formando incluso graderíos improvisados en algunas laderas. En los lugares más concurridos se han visto muchos pies en la calzada y muchos fanáticos de las fotos, apartándose en el último momento cual recortadores. Incluso algún tontaina se ha puesto a correr en paralelo en cotas insignificantes. Recordó, incluso en peligrosidad, al ambiente de Yorkshire. Demasiada gente, en definitiva, ocupando parte de la calzada, algo siempre peligroso: el fantasma de Opi y Omi sobrevolaba el pelotón como una amenaza. Si a ello añadimos unos finales criminales, diseñados por un mono con un rotulador, nos encontramos las caídas habituales. Caídas que también vienen acrecentadas por la desidia y el ahorro de fuerzas durante la mayor parte de la carrera, y la necesidad de poner toda la carne en el asador en los últimos diez kilómetros (a veces incluso menos). Es lo que sucede por concentrar la velocidad en tres kilómetros después de un largo trote con charleta, digno de grupeta de jubilados (solo falta la parada para almorzar). La suma de factores podría haber sido catastrófica (público inconsciente, vallado cutre, estrechamientos inesperados, desidia y aceleraciones locas al final), pero finalmente se han esquivado en gran medida las caídas graves. A costa, claro está, de no solo dejar de lado la palabra "espectáculo", palabra más propia del circo y esas cosas, sino también una mucho más importante: competitividad.



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