¿Qué se recordará con el paso de los años de esta salida en Dinamarca? ¿Nada, puede ser? ¿Acaso un poco más de indignación? Bien es cierto que en la anterior ocasión en la que una gran vuelta salió de Dinamarca los momentos memorables también brillaron por su ausencia. Fue en el Giro de 2012, aquel de la pugna entre Purito y Hesjedal por segunditos: uno de los peores últimos giros que se recuerdan. Este inicio está a la par, con una contrarreloj algo interesante, seguida de dos etapas dominadas por la ausencia de competitivad en la mayor parte de su desarrollo.
El Tour, la reunión anual de las famiglie. |
No es una novedad que el Tour se empeñe, un año más, en defraudar de buenas a primeras todas las esperanzas puestas en él. Viene siendo lo habitual y a nadie pilla por sorpresa. Pero este año, dando un paso en adelante muy vanguardista, el Tour ha llegado incluso a borrar del diccionario el concepto de fuga. Ni siquiera hay fugas de equipos modestos o invitados, destinadas al fracaso; ahora se escapa un corredor, a lo sumo dos, que espera con un ritmo ficticio en cabeza el momento de ser cazado. Esto se produce cuando falta todavía un buen trecho para meta, ya no se molestan ni en disimular. Una vez producida la neutralización, ningún equipo más hace mención de retomar la actividad atacante. Se conforma un frente de pelotón, liderado por cinco o seis equipos, que bloquea el ancho de la calzada para impedir cualquier movimiento. Ni siquiera hay gran velocidad. Los momentos complicados, véase el famoso puente, se pasan cogidos de la mano. El pelotón se ha convertido en un grupo de boy scouts que hace cadenas humanas para pasar un río saltando de roca en roca, sin que nadie tenga que mojarse los pies. Predomina una calma chicha que invita, como ya presagiamos, al sueño profundo, a la siesta colosal al modo de un larga hibernación.
Bonitas fotos del puente del Gran Belt (Lars Moller para ASO), pero el pelotón al modo de un balón de rugby. |
La crono al menos tuvo su interés, no solo por la expectación generada, sino también por tratarse de una de las dos únicas cronos de la carrera. La lluvia acrecentó
la peligrosidad ya inherente a una crono urbana. En ese sentido, el Movistar, dado el ejemplo histórico de la caída de Valverde en Düsseldorf, salió a "no arriesgar", con el resultado de que Enric Mas hizo peor tiempo que prácticamente todos los favoritos, salvo O'Connor: cuarenta y nueve segundos se dejó con Pogačar, nada menos...
Todos los favoritos decidieron salir al principio de la crono, propiciando uno de los inicios de Tour más intensos que se recuerdan, seguido de una continuación muy anticlimática. Todos los equipos esperaban equivocadamente que la lluvia arreciase más tarde. Este error de cálculo no es más que la demostración del largo camino que le queda por recorrer al ciclismo (con todo su chapucerismo histórico) para acercarse al cientificismo de otros deportes. Mejor que siga así, ya que sin estos pequeños alicientes, dados por la improvisación, la espontaneidad y los errores de cálculo, el ciclismo sería mucho más aburrido.
Así pues, Bissegger se fue dos veces al suelo con las primeras gotas, temiéndose una crono muy accidetada: en realidad solo Laporte, Honoré y alguno más se fueron al suelo, demostrando que en gran parte las caídas iniciales del rodador suizo venían de tomar demasiado “a saco” las curvas. Por contra, Mathieu van der Poel retuvo durante gran parte de la prueba el mejor tiempo, gracias a su habilidad al tomar las curvas. Roglič, Thomas y Vingegaard tomaron la salida en el punto álgido de las precipitaciones. Posteriormente se vivió un encadenado muy emocionante con Ganna, van Aert y Pogačar. Van Aert hizo valer su mayor habilidad ante Ganna, al que le penalizó la falta de grandes rectas. Por su parte, el joven campeón esloveno salió al parecer bastante conservador, para comenzar a apretar en la última parte de la crono, quedándose tan solo dos segundos por detrás de van Aert. El dúo de líderes de Jumbo, Roglič y Vingegaard, se dejó menos de diez segundos finalmente con Pogačar.
En las predicciones meteorológicas todavía no es la F1, por mucha culebrón de Netflix que se haga... |
El asunto parecía más que resuelto, aunque quedase más de una hora de carrera, que se preveía que fuese un epílogo plomizo e innecesario. Pero como sucede en esas películas de Marvel que no he visto, había sorpresa en los títulos de crédito. Nadie esperaba a Yves Lampaert. Incluso en rtve cometieron la temeridad de desconectar la emisión en directo, para dar paso a un partido de fútbol femenino cuando todavía no se contaba con imágenes en la plataforma de rtve play. ¿Quién iba a esperar que Lampaert hiciese lo que hizo, con su cara de rudo gregario sacado a empujones del tractor para montarse en la bici? Lefevere lo esperaba, pocos más. Para explicar un poco la situación, podría decirse que Lampaert se benefició de que la lluvia cesó y la calzada fue poco a poco secándose. Pero a decir verdad nadie más se acercó a los tiempos a de los mejores, tan solo Teuns y Pidcock lo hicieron de forma más tímida. La contrarreloj del granjero flamenco fue estratosférica, en la línea de la eterna caja de sorpresas que es su equipo. Con el triunfo inesperado de Lampaert, el gallito de Lefevere podía comenzar a tapar bocas, sobre todo anglosajonas. Lampaert ya había hecho buenos resultados en cronos, sobre todo entre las que suelen disputarse en fechas cercanas al Tour (el campeonato de Bélgica y la Vuelta a Bélgica), pero pocos esperaban algo así. La cara de van Aert, demasiado habituada ya a los tartazos de última hora, lo decía todo.
A la fuerza se le va a quedar esa cara. |
El granjero y la sirenita. |
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