jueves, 1 de julio de 2021

¿QUEDA ALGUIEN VIVO?

En los manuales de buen estilo quizá aparezca una recomendación para empezar un artículo: para captar la atención del lector, es conveniente emplear una afirmación inicial lapidaria, irrefutable de tan obvia, incluso bastante manida. Así pues, ahí va mi afirmación de perogrullo: el Tour es la mejor carrera del mundo. A nadie le descubro nada. Podría continuar con la batería habitual de argumentos para reforzar esta afirmación, o incluso refutarla, pero en el fondo me da algo de pereza. Solamente un "sin embargo" es necesario. Sin embargo, montándonos en la máquina del tiempo, este Tour se parece demasiado a aquel de 2014. Aquel que, tras una espectacular quinta etapa, una etapa para el recuerdo, acabó convertido en un entierro.  

En esta quinta etapa un torbellino ha pasado por Laval y apenas nos hemos enterado. A 51 km/h de media, Tadej Pogačar parece haber dejado todo bastante atado y bien atado. Como en aquellas caricaturas de Pellos, Pogačar se ha sacado de la manga el martillo y ha destrozado los cronometros. Y de paso, ha repartido algún coscorrón entre sus rivales. Los pajaritos que dan vueltas sobre el chichón en la cabeza de Roglič marcan 44 segundos. Pocos parecen, si se tiene en cuenta el estado de momificación en el que salió el gran rival esloveno tras la caída de Pontivy. Dos chichones asoman entre los rizos de Geraint Thomas: señalan 1:18. Los pájaros que revolotean sobre otras cabezas son una bandada completa, acompañada de estrellitas y campanas: 1:44 sobre Carapaz, 1:49 sobre Mas, 2:08 sobre López...Incluso Alaphilippe ha salido molido. 

Rompiendo los cánones, incluso el de no mirar a cámara.

 

A diferencia de Küng, Pogačar y el resto de favoritos salieron ya con el piso completamente seco. Pero Pogačar no vio necesario arriesgar en las curvas, como si hicieron Roglič y van der Poel. No le hizo falta. Quería demostrar que lo de La Planche des Belles Filles del año pasado no fue un espejismo, que aquel cuarto puesto en la crono de San Benedetto del Tronto en la Tirreno-Adriático, tras tres gigantes como van Aert, Küng y Ganna, no fue algo casual. Con una posición irreprochable sobre la bici (su blanco inmaculado poco tiene de "minero"), movió con gran soltura un desarrollo propio de rodador y se convirtió en el primer corredor tras Induráin en empalmar dos cronos en dos Tours consecutivos. Engañó algo su bajo rendimiento en los campeonatos nacionales contra el crono, tras Tratnik y Polanc: en realidad se los tomó a filfa, sin gastar. 

El otro gran protagonista del día fue Mathieu van der Poel. Muchas veces se le ha achacado escoger un calendario cuanto menos exótico, en un afán polifacético que ríete tú de los maestros del Renacimiento. Pero esa misma vocación poliédrica parecía ser la que le alejaba de las grandes citas. Ahora no, ahora está donde tiene que estar, ofreciéndose a la exposición sentimental a propósito de la figura de su abuelo. Ha introducido algunas variaciones al modelo de Poupou. Mathieu es el corredor loco, el corredor popular, el que hace posible lo imprevisible, el que se estampa a veces, el que derrocha talento, el que hace cosas a veces incongruentes y de cara a la galería, pero también el que en la etapa de ayer se defendió como gato panza arriba en una disciplina que no es su especialidad.

Antes había conquistado un maillot amarillo con algo de ese no-sé-qué que los franceses resumen en el vocablo panache. Un doble ataque en el Mur-de-Bretagne, uno para conseguir la bonificación y el segundo para conseguir el triunfo, le permitieron alcanzar todo aquello que su abuelo no consiguió (pero su padre sí), para delirio propio y de sus fans. El ataque fue excepcional y por una vez sus planes alocados dieron resultado. Aunque al público francés le hubiesen arrebatado a su adorada mascota, podía contentarse con un nuevo líder semifrancés y nieto del Símbolo por antonomasia. Van der Poel pasaba así a las primeras páginas de Pravda, convirtiéndose en más francés que Asterix, Obelix o la caricatura del francés de los anuncios del queso President. "Me encanta que los planes salgan bien", aquella mítica frase de Hannibal Smith, parecía resonar como lema de esa etapa. 

Sonrisas, bien; posturitas, mal.

 

La adorable mascota del público francés, Julian Alaphilippe, había comenzado el Tour por todo lo grande, con un triunfo en el subida final de Landerneau en la primera etapa. Una cosa buena de Alaphilippe es que no defrauda en sus expectativas: allí donde se le espera, ataca. Se sabía que su objetivo primordial sería conseguir la victoria y el amarillo, para poder darse así un baño de multitudes, y así fue. Cuando lanzó su ataque todos se miraron. Pierre Latour intentó plantarle cara, de forma infructuosa. Van der Poel no reaccionó, van Aert tampoco, quedando más tarde relegado a tareas de gregario. Los únicos que dieron la impresión de poder cazarlo fueron Roglič y Pogačar, si así lo hubiesen deseado. Prefirieron marcarse y Alaphilippe se llevó el merecido triunfo, dejándose unos segundos en una morosa celebración. 

Hoy sí puedes, no hay moros en la costa.

 

Poco le duró la alegría al campeón del mundo, que no pudo seguir a van der Poel en el Mur- de-Bretagne, y en la crono de Laval no se mostró chispeante como es habitual en él. No hubo repertorio de muecas ni de relajamiento muscular de pantorrillas, signo inequívoco de que no se encontraba cómodo, aun a pesar de que el público francés le hiciera la ola. Van der Poel fue superior ambos días. El dominio de Alpecin está siendo simplemente una prolongación de su abracadabrante temporada, en la que solamente Deceuninck e Ineos les superan en victorias parciales. En Pontivy la victoria fue para Tim Merlier y tercero hizo el propio lanzador, Jasper Philipsen. Se trató de un día muy accidentado, incluso en la meta, con caída de Caleb Ewan, que arrastró a Peter Sagan. Cavendish se tomó las cosas con calma, entrando a cinco minutos.  

A su paso se abren las aguas.


De hecho, la reaparición de Mark Cavendish, y su vuelta al primer nivel, entra dentro de los fenómenos particulares de este inicio de Tour. Es sabido el "subidón de moral" que provoca el fichaje por el equipo de Lefevere, igual que el "bajón anímico" que provoca la salida del equipo. Son altibajos propios del ciclismo moderno. Aunque Mark Cavendish venía dando señales desde Turquía, pocos eran los que esperaban dos triunfos en lo que llevamos de Tour. Yo no me lo esperaba, no me lo quería creer. Ha  conseguido dos triunfos en los que ha sido arropado por su equipo, pero Mørkøv no ha necesitado dejarle el triunfo en bandeja, como hiciera otras veces con Viviani o Bennett. Cavendish se las ha apañado solito, con sus buenas y malas artes, aquellas que han hecho de él el mejor sprinter de la historia, pero también el más polémico. También se convierte en el sprinter con una resurrección más tardía, después de años sin victorias y sin meterse siquiera en los sprints. Quizá en Deceuninck ha recobrado la "confianza". No vamos a extendernos más en ello.

Un abrazo que de un momento a otro puede convertirse en un beso de la muerte.

 

El día del primer triunfo de Cavendish, el pelotón engulló a menos de 200 metros de meta a Brent Van Moer, el protagonista del día. Una curiosidad de este año es que las fugas están teniendo algo más de nivel. Quizá los propios equipos se han dado cuenta de la merma de espectáculo y de credibilidad que suponían las pactofugas, y están dejando que algún nombre medio o más o menos importante se cuele en fugas de paripé. Así se han colado Jelle Wallays o Greg Van Avermaet, entre otros. Será que al no correr Alex Dowsett está habiendo más permisividad. Son fugas abocadas al fracaso, en todo caso. Salvo en la de Van Moer, que casi se la cuela al pelotón, y al que habrán tomado rápidamente la matrícula.  

Plano digno de John Ford, en la sexta etapa.

 

En estas etapas iniciales el tema de polémica (un tanto artificial) ha sido el de las caídas. Las caídas son algo inevitable, inherente por desgracia al ciclismo, aunque sin duda constituyen su parte más fea y ante la que nadie debería sentirse atraido. Las caídas son dolor y no otra cosa.  El recorrido por Bretaña ha estado caracterizado por las carreteras estrechas y reviradas. Alguna curva demasiado peligrosa podría haberse evitado, como aquella en la que cayó Jack Haig. Pero también es verdad que la mayor parte de las caídas se han producido más por la tensión de las primeras etapas que por defectos del recorrido. Alguna también por estupidez humana, pero no es necesario ahondar más en el linchamiento. Soler, Haig, Konovalovas, Lemoine, Gesink y Sütterlin se han ido para casa. Roglič y Thomas se fueron al suelo (en situaciones aparentemente poco complicadas). La caída de estos grandes nombres ha sido la que ha puesto el grito en el cielo, como sucediera en 2014 con las caídas de Froome y Contador. Como respuesta, los corredores plantearon un parón de un minuto. No está mal como protesta y como tal debe ser respetada: vino seguida de unos diez kilómetros "neutralizados". Lo que podría haber sido una imagen potente, quedó en parte convertido en una parada-pipí y en un inicio no muy diferente al de otras etapas llanas de Tour.

En fin, todo esto ha sido un poco de relleno para demorar la continuación de lo verdaderamente importante: el varapalo de Pogačar al resto. Con su cara de niño ha triturado a sus rivales con la apisonadora. Ha seccionado el cuerpo de sus rivales con los pinchos de las ruedas de su cuadriga de caballos desbocados. He hecho todas las animaladas posibles, sin perder la sonrisa. ¿Qué hacer con este niño? En realidad es un talento que pocas veces se ha visto en las últimas décadas. No pierde la compostura ni en su máximo esfuerzo. Su forma de rodar tiene incluso un punto de belleza. Ya no es simplemente "un buen escalador". Pogačar es algo más: escala, rueda, esprinta, ha ganado un monumento, tiene hambre y ambición, cae bien en el grupo (aunque a Küng le sentase algo mal su triunfo, como les sucediera a los Jumbo). ¿Qué puede detenerle? ¿Una vicenda Savona? ¿Acabará su trayectoria antes de los treinta? También Merckx ganó todo lo importante antes de los treinta. Y a este paso, también Sagan. Su único punto débil parece ser un equipo poco pertrechado para hacer la guerra contra Ineos o Jumbo, con algunos de sus corredores siendo más conocidos por sus ambiciones personales que por su voluntad de sacrificio en favor del colectivo. Pocas veces se ha visto tirar a Rui Costa y ya se vio en la Itzuli de lo que es capaz Marc Hirschi cuando la cosa se trata de defender un liderato ajeno. Mientras tanto, David De la Cruz está en su casa y en los platós de televisión. En general, a Tadej Pogačar se le vio bastante solo en las etapas de llano complicadas. También es verdad que esta vez no contarán con despistes mcnultyanos. Por tanto, aunque se hable de la fórmula Matxín, poco parece haber en este UAE de las exhibiciones colectivas de Riccò, Piepoli o Cobo. Sí que sigue habiendo mucho de banda. La duda radica en saber si UAE será capaz de adormecer la carrera: algo a lo que nos tenía acostumbrados Sky/Ineos, y que esperemos que no ocurra esta vez. De momento, Pogačar está a ocho segundos de van der Poel, todavía de blanco en un segundo plano que para nada pasa desapercibido, como un niño que intenta disimular con buena cara todo el destrozo que ha hecho. 

"Yo no he sido".

 

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