domingo, 25 de julio de 2021

UNA ESTAMPA DEL MUNDO FLOTANTE

Más allá de la opinión apriorística de los críticos, la importancia de una carrera viene determinada por el interés de los propios protagonistas en querer ganarla, sobre todo si se trata de grandes nombres. Los cánones cambian con el paso del tiempo, incluso en un mundo tan tradicional como el del ciclismo profesional, y la labor del historiador no es la de defender la pureza del canon, sino más bien la de estar atento a los cambios que se suceden e intentar explicarlos.  Así pues, tras unos inicios dubitativos en el mundo del ciclismo profesional, la carrera en ruta de los juegos olímpicos está asentándose como una cita ineludible, de primerísimo nivel, sobre todo si se ofrecen circuitos tan duros e interesantes como el de ayer, con la misma espectacularidad que el de Rio, pero sin la peligrosidad de sus descensos. La calidad del podium, el mejor en la historia de la prueba, así atestigua la importancia que ha adquirido la carrera olímpica con el paso de las décadas. A ello se añade el aliciente de que el ciclismo salga de vez en cuando de sus coordenadas habituales, geográficas y paisajísticas. 
 
Planos dignos de una estampa japonesa o ukiyo-e (pintura del mundo flotante)

 
Dejémonos de rollos justificatorios. La carrera empezó en Tokio, en el parque Mushasinonomori. El pelotón discurrió varios kilómetros mansamente por la ciudad, flanqueado por mucho público en las aceras. Todo el que no pudo acceder a la inauguración en el estadio olímpico parecía haberse agolpado en las calles de Tokio, con su mascarillas y sus móviles para captar el momento, incluso mostrando algún cartel con el nombre de las estrellas extranjeras. Los barrios de edificios en altura, con calles estrechas salpicadas de indicaciones viarias y rótulos publicitarios, dieron paso a barrios residenciales, algunos más precarios, con tendidos eléctricos a modo de telaraña, otros más abiertos a la naturaleza. De vez en cuando la vista se desahogaba con un amplio cementerio arbolado o un hipódromo, o la ruta tomaba un camino estrecho para pasar junto a un templo. Pero ya está bien de notas propias del asombrado viajero que es todo espectador de ciclismo. Vayamos al grano. Una vez lanzada la carrera, se formó la habitual fuga de corredores anónimos. Una fuga de nivel bastante inferior a la que se formó al inicio de la carrera de Rio. La conformaban Nic Dlamini (Sudáfrica), Orluis Aular (Venezuela), Michael Kukrle (República Checa), Phil Daumont (Burkina Fasso), Elchin Asadov (Azerbaiyán), Eduard Grosu (Rumanía), Polychronis Tzorzakis (Grecia) y Juraj Sagan (Eslovaquia). Solo dos corredores de equipos profesionales continentales (Aular y Grosu) y dos de equipos World Tour (Dlamini y Juraj Sagan). 



 
El inicio de la prueba fue francamente anodino. Más si cabe dado el madrugón de los espectadores occidentales, en dura pugna contra el sueño. La fuga alcanzó una ventaja máxima de 19 minutos, algo que evidenciaba que no habría ninguna otra fuga más en el desarrollo intermedio de la prueba. La táctica de las principales selecciones se preveía conservadora. Así pues, la carrera podría ir controlada, con una fuga apenas inquietante, hasta la subida al Mikuni Pass. Cuando la diferencia comenzó a hacerse preocupante,  Bélgica puso a tirar a Greg Van Avermaet, y más tarde Eslovenia hizo lo mismo con Jan Tratnik. De esta forma se evitó lo que sucedería en la prueba femenina, en la que la escapada inicial llegaría a meta, al menos con su vencedora, la escaladora austriaca Anna Kiesenhofer.  
 

 
De la fuga inicial comenzaron a desgajarse corredores. El primero fue Azadov, más tarde Daumont y finalmente Grosu, quedando la fuga reducida a cinco hombres. Los bosques eran la nota paisajística predominante, siempre separados de la ruta por esos taludes de bloques de hormigón tan característicos de las carreteras japonesas. Bosques que la cultura local ha pintado animados, como los de Trono de sangre o La princesa Mononoke, pero que en realidad se convirtieron en lugar de aterrizaje de algún bidón despistado. Después de varios días soleados previos, en los que los ciclistas habían podido fotografiarse con el icónico perfil del monte Fuji de fondo, la humedad del día ocultaba al volcán entre nubes. La carretera aparecía en algunos tramos mojada, pero la temperatura debió ser elevada, dados los viajes de los ciclistas a los coches en busca de hielos. La carrera iba acercándose así al plácido lago Yamanaka, con mansedumbre, sin apenas cambios a destacar. Tan solo la habitual caída de Geraint Thomas, que se llevó consigo a Tao Geoghegan Hart y a Giulio Ciccone, y que dejó al galés una vez más fuera de juego. 



 
Comenzó la ascensión al Fuji Sanroku, en las faldas meridionales del volcán. Jan Tratnik marcó el ritmo durante prácticamente toda la ascensión, convirtiéndose en uno de los grandes protagonistas de la jornada. Del pelotón comenzaron a caer como fruta madura algunos corredores: entre ellos, Omar Fraile y algo más tarde, el propio Alejandro Valverde. Quedaban nada menos que 90 kilómetros a meta y las esperanzas de la selección española comenzaron a desdibujarse sin remedio. La selección italiana, con Giulio Ciccone, endureció un poco en el último tramo de la ascensión, por la que todavía coronaron destacados los cinco escapados, con apenas cinco minutos de ventaja. 
 

 
En el tramo intermedio entre Fuji Sanroku y el Mikuni Pass se vivieron momentos de juegos tácticos. El terreno era quebrado, un continuo sube y baja, incluso en el propio circuito automovilístico, en el que no había un metro llano. En un circuito de velocidad, un pelotón siempre da la impresión de encontrarse fuera de su medio, como una hilera de hormigas cruzado una autopista. Todo parece allí diseñado para un fin más grande, para otras velocidades que no entienden ni de sudor ni de sufrimiento. Poco antes de entrar en el circuito por primera vez, la selección italiana lo intentó con Damiano Caruso. Su objetivo no era otro que el de crear una fuga intermedia que abriese camino, como hicieron con idéntico protagonista en la carrera de Rio. Pero esta vez la carrera no iba a tener el desarrollo loco de 2016, sino el controlado del mundial de Innsbruck: la subida al Mikuni Pass imponía demasiado respeto. Primero Benoot, y más tarde Vansevenant y Kelderman, cogieron rueda a Caruso y abortaron la intentona del equipo de Cassani. Después del primer paso por meta, los fugados eran cazados. 


Más tarde le llegó el turno a Remco Evenepoel. Lanzó un ataque de esos que hacen volar la imaginación de sus fans, pero de poco le sirvió. Primero Dunbar y más tarde Nibali le cogieron rueda, y el italiano no se prestó a colaborar, como es lógico. Evenepoel había comparado el Mikuni Pass con el Mortirolo y Nibali con Civiglio: lo que quedaría claro es que la terrible subida sería la tumba de ambos. Mauri Vansevenant comenzó la subida con un ritmo muy duro, con esos agónicos y rítmicos cabeceos que permiten identificarle de lejos. Por detrás se fueron descolgando grandes nombres: Alejandro Valverde ya definitivamente (después de haber enlazado en el descenso del Fuji Sanroku), Tom Dumoulin y el propio Remco Evenepoel. Cuando el ritmo de Vansevenant pareció aflojar, Tadej Pogačar lanzó su ataque, sin levantarse del sillín. Fue un ataque precipitado, pues quedaban todavía 37 km. a meta y la parte más dura de la subida. Se le pegaron pronto a rueda Michael Woods y su compañero de equipo Brandon McNulty. Los tres marcharon un tiempo con una ligera ventaja sobre el resto de pelotón de favoritos, acompañados por el llamativo sonido de las cigarras japonesas. El ataque de Pogačar sirvió, entre otras cosas, para descolgar a su "enemigo íntimo" Roglič. 
 


 
 
Detrás Wout van Aert comenzó su particular exhibición. Ya tenía fama de corredor generoso, pero a partir de ese momento ya no cedería prácticamente en ningún momento la cabeza de algún grupo perseguidor. Al terceto de Pogačar, Woods y McNulty llegaron primero Kwiatkowski, Carapaz, Bettiol y Urán, y más tarde, una vez superada la zona más dura con el afalto rayado, Van Aert tirando del carro de los "chuparruedas": Mollema, Gaudu, Schachmann, Fuglsang y Adam Yates. Entre todos ellos se jugarían las medallas. Todos provenían del Tour, excepto Adam Yates y Alberto Bettiol, mostrando que los que acaban la carrera francesa son los que están más preparados, como suele ser habitual, independientemente de la aclimatación y el jet-lag. El ataque de Pogačar había sido duro pero no demoledor y la gasolina se le fue agotando a medida que la ascensión continuaba y se suavizaba: quizá no había sido la táctica más acertada, porque no había podido distanciar a van Aert. A partir de ese momento, tanto el esloveno como el belga iban a ser, de forma lógica, las dos ruedas más vigiladas. 
 
 

 
En el descenso del Mikuni lo intentó Michael Woods y fue van Aert el que cerró el hueco. Más tarde lo intentaría Fuglsang en la zona de falso llano entre la cima de Mikuni y el inicio del verdadero descenso tras coronar el Kagosaka pass. El danés, único presente de los protagonistas de Rio, se sabía poco vigilado dado su paso anónimo por el Tour, y atacó como quien no quiere la cosa. Pero todavía había fuerzas y voluntad detrás para darle caza. Con repetidos ataques intentaron alcanzarle Mollema, Kwiatkowski y Pogačar, pero fue finalmente van Aert (cómo no) el que estiró el grupo para dar caza al danés. Si hubiese sido un partido de fútbol, van Aert habría contado con el 80% de la posesión (pero como sucede tantas veces, acabó perdiendo el partido). Una vez cazado Fuglsang, Brandon McNulty supo interpretar el momento. Cuando se produjo el parón tras la neutralización del danés, el norteamericano lanzó su ataque y solo le siguió Carapaz. Como siempre sucede en este tipo de carreras, todos empezaron a mirarse y la diferencia del dúo comenzó a ascender. Faltaban 25 kilómetros para meta; un largo descenso y un trozo traicionero final de sube y baja. 



El grupo le dejó toda la tostada a van Aert. Incluso Pogačar, bastante activo hasta el momento, parecía conforme con la fuga de su gregario. Los veinte segundos se convirtieron rápidamente en cuarenta. De los favoritos, algunos parecían demasiado pendientes de ahorrar o de ensayar caritas voecklerianas (Gaudu) y solo Carapaz supo coger el tren bueno, el expreso McNulty. Una vez finalizado el descenso del Kagosaka pass, empezaron a aflorar las debilidades en el grupo: Bettiol dejó de pedalear, completamente acalambrado, y poco después Fuglsang y Kwiatkowski se quedarían en un duro repecho a falta de 12 kilómetros, destrozados por el esfuerzo de van Aert. A falta de 5,8 kilómetros, Carapaz aprovechó el duro repecho de acceso al circuito para atacar a McNulty, mientras van Aert intentaba dar caza por detrás, al mismo tiempo que pretendía diezmar al grupo de reservones. El grupo se había acercado peligrosamente al dúo cabecero, con una diferencia mínima de 15 segundos, pero el ecuatoriano, todo grinta, supo aumentar esa diferencia final hasta alcanzar el minuto de diferencia en meta.
 

 

Los cinco kilómetros finales del circuito se hicieron eternos. A pesar de la desproporción de tamaño entre Carapaz y las inmensas curvas y rectas del circuito, ya tenía la victoria en el bolsillo. Pudo incluso festejar sin problemas. Por detrás, Schachmann finalmente se quedó del grupo en el último kilómetro. Adam Yates intentó sorprender de lejos, pero no tuvo nada que hacer contra van Aert, que inició el sprint en cabeza (como le suele suceder), con Pogačar astutamente a su rueda. En el momento decisivo, el campeón esloveno pudo salir de su estela y plantarse de tú a tú frente al belga, en una photo-finish, una más para van Aert, por las medallas secundarias. Finalmente la plata fue para van Aert y el bronce para Pogačar.
 

 


 
Richard Carapaz conseguía así un triunfo que suple todos sus intentos frustrados del Tour. El ecuatoriano ha funcionado mejor corriendo por libre, sin presiones añadidas del Imperio. Si bien en otras ocasiones parecía que se le acababa la mecha al final de sus ataques lejanos, esta vez volvió a resurgir el Carapaz del Giro de 2019, el del pedaleo tenaz. Tuvo además la inteligencia de coger la rueda buena de McNulty, un trotón que le permitió abrir bastante hueco. Por su parte, el resultado de van Aert es excepcional, si se tiene en cuenta que es el único corredor del grupo delantero proveniente del ámbito puramente clasicómano. En el ciclocross estaba acostumbrado a comandar el grupo vuelta tras vuelta; en la carretera también, sin darse cuenta de que muchos se aprovechan de su trabajo. Como le sucedía a Sagan en su momento, nadie quiere jugársela con él al sprint, de forma que le dejan todo el trabajo: pero van Aert no teme entregarse demasiado. Está en las antípodas de Valverde, por decirlo así. En esta ocasión, le faltó equipo. Con un corredor que hubiese podido aguantar el ritmo de los mejores (Evenepoel, por ejemplo), las cosas podrían haber sido distintas. Finalmente, el tercer puesto fue para Pogačar. Al esloveno se le vio cansado en algunos momentos, incluso con dificultad para seguir el ritmo de van Aert en algún repecho. Le pudo la sangre caliente, atacó demasiado pronto; debía cumplir con las expectativas, las del ambiente y las propias, y luego, cuando la carrera se le marchó, pareció jugar la carta de devolver favores a su gregario McNulty. Aun así se marcó un sprint espectacular, muy parecido al de la Lieja. En resumen, tres de los hombres más fuertes del Tour (y de la temporada) han ocupado los tres escalones del podium. La carrera olímpica siempre depara finales emocionantes, porque no hay ineptos dando órdenes vía auricular. Ha merecido la pena esperar cinco años.
 





2 comentarios:

  1. ¡Inapelable el párrafo introductorio!

    Y por aportar algo más que halagos, a destacar a ausencia de la Bahrein del Tour (los más en forma!) cómo leí en TWT, incluido el cabreadísimo Bilbao.

    Sobre el ataque de Pogacar, en el Tour le fueron bien esas distancias y sobre todo en ese punto de dureza donde los chuparruedas tienen que mirar al suelo, peeero... no era El Día.

    Esperaba algo más de Hirschi como de Valverde, pero siendo sinceros corrió los Pirineos apretando demasiado (ese top25!) y ya tiene una edad.
    De Carapaz no voy a incidir en lo de el más listo, pq creo q ya le tienen cogida la matrícula y pocas más de ésta va a tener sin los teléfonicos persiguiendo detrás (antiguamente se decía q el director los castigaba por no haber estado atentos), pero un americano oliendo la chapa siendo ciclista... como para no vaciarse.

    Y lo Van Aert me produce admiración y enojo por igual. Muy bien tirada la similitud con el primer Sagan , por cierto. Con su sprint podía permitirse dejar pasar las cosas, total solo quedaba una medalla que iba a ser suya al 90% entre tanta medianía, pero como si fuera un superhéroe manga su deber era sacrificarse. Ya vimos en Gante lo bien que le fue con un compañero al final.
    En parte me ha recordado al Duitama de Indurain, y es que cuando eres el gran favorito pero tienes puesta la alfombra roja del valkenburg de Gilbert o los sprints de cipollini o Cavendish, más vale ser un poco Alaphilippe y volar con perfil bajo hasta el momento decisivo. A Deceunick le funciona muy bien en los sprints, y bien hiperfavoritos que son. Dicho lo cual, en el fondo creo q me alegro que WVA coja la responsabilidad del líder de verdad

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    1. Gracias por tu comentario. A mí también me sorprendió el bajo rendimiento de Hirschi, esperaba algo más de él. Y si bien no esperaba a Valverde con los mejores, me sorprendió lo pronto que se quedó. Aunque me sorprendió todavía más la petada de Fraile, cuando se estaban quedando corredores de selecciones inferiores.
      Sobre la ausencia de los Bahrain, es bastante curioso que ninguno de los que disputaron el Tour (y que lo acabaron en un estado de forma inmejorable)fue seleccionado. Ni Bilbao, ni Mohoric, ni Colbrelli, ni Teuns, ni Poels. Puede que tenga algo que ver o nada que ver, pero la redada policial está ahí, para quien quiera trazar paralelismos.

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