A nadie debería sorprender que la etapa de ayer, prevista inicialmente entre Borgofranco d'Ivrea y Crans-Montana, acabase acortándose, pasando de sus 199 kilómetros iniciales a tan solo 74. Era algo que se venía anunciando: por la insistencia de algunos medios, italianos y anglosajones, por el tiempo de los días previos, por los abandonos en los días anteriores y sobre todo por los precedentes de otros años. De nuevo hubo amenaza de parón y la organización acabó plegándose, disputándose los primeros kilómetros en autobús, como en aquella etapa de Asti.
¿Había razones para acortar la etapa? No, las condiciones meteorológicas no fueron extremas, ni mucho menos, y aunque el descenso de la Croix de Coeur fuese peligroso en su parte inicial, no se cumplieron las expectativas de los agoreros que analizan todos los días el asfalto. Se canceló simplemente porque en los días anteriores, en las etapas de Viareggio y Tortona, hubo muchos abandonos, por frío, por caídas y por enfermedades, pero también en muchos casos por ausencia real de objetivos (Küng, medio Soudal-Quick Step...). Se canceló porque se venían enlazando varias etapas largas, que es aquello en lo que difiere el Giro con respecto al modelo de gran vuelta que propone ASO, tanto en su prueba de verdad como en su sucedáneo. Se tomaron los precedentes como razón para el recorte de ayer. De esta forma se cayó, una vez más, en la improvisación, en la polémica, en la falsa firmeza, en las agendas ocultas, en las medias verdades de unos y en la propaganda de otros, la de los que viven de esto. También en las invocaciones nostálgicas. Todo realmente muy cansino y aborrecible, propio de un eterno bucle que solo invita a tomar distancia. Este Giro está avanzando a ritmo de polémicas, a falta de competición. Pero aun así podría decirse que ha habido etapas interesantes, más que en las ediciones de 2022 e incluso que en la de 2021. Y cancelaciones de puertos en el Giro, no nos engañemos, las ha habido siempre, y nada descarta que en este Giro no se vuelvan a repetir. No hay que hacer de todo esto una tragedia: conocemos a los protagonistas, sabemos a lo que nos exponemos al seguir este deporte.El problema está en otro
sitio. El Giro parecía preparado para un invitado que decidió marcharse por la puerta de atrás y que ha dejado a este Giro en calzoncillos, exponiendo sus vergüenzas y debilidades al aire. Esto es, su auténtica falta de dureza. Entre fumadas y recortes puede decirse que todavía no ha empezado la montaña, y tan solo hay dos días más sobre el papel, que veremos en qué quedan a la hora de la verdad. La carrera era pobre desde su concepción por plegarse a las apetencias de un único corredor que se ha marchado. Un corredor que, no nos engañemos, es ante todo rodador. Por todo ello, ante un Giro pobre y el conservadurismo de los líderes, el espectáculo de momento está viniendo de las fugas consentidas, aunque resulte paradójico.
Así pues, hablando de la auténtica competición, la etapa entre Bra y Rivoli se disputó al menos con sol, entre bellos paisajes. Se formó una fuga multitudinaria desde el inicio, signo evidente de que no habría ningún intento de lucha por detrás. De esa fuga se destacaron finalmente Nico Denz, Toms Skujins y Sebastian Berwick, joven australiano. Parece evidente que el Israel está intentando amortizar al máximo el Giro, la única grande que va a disputar, con rendimientos cuanto menos sorprendentes, sobre todo por parte de Derek Gee. A falta de competición entre los líderes auténticos de la carrera, hay que contentarse con la resolución de las fugas: Nico Denz fue el más rápido en el final, después de los culebreos y escaqueos habituales, en los que Berwick fue el principal protagonista. Tampoco fue una jornada especialmente memorable.
En este post ha costado encontrar las imágenes adecuadas. No ha habido. |
Y de la etapa de ayer, poco hay que decir. Fue una etapa que pronto se olvidará, como gran parte de las de este Giro. El único aliciente fue el estilo atacante de Thibaut Pinot, al que Jefferson Cepeda y Einer Rubio le hicieron la pinza. En Croix de Coeur se destacaron Pinot, Cepeda, Rubio, Valentin Paret-Peintre, Matthew Riccitello y, de nuevo, Derek Gee. Riccitello se quedó en la misma ascensión y el hermano menor de los Paret-Peintre pudo enlazar en el difícil y descarnado descenso. Ya en la ascensión a Crans-Montana, no especialmente dura, Pinot se mostró no solo ansioso y descerebrado en su insistencia en el ataque, sino también maleducado con Cepeda. Le recriminaba que no entrase a los relevos, que ralentizase el ritmo una vez le cogía rueda: había algo de frustración en esos gestos ante una táctica de los rivales que podía ser un tanto desesperante, pero también había, por qué no decirlo, algo de supremacismo. ¿Habría actuado de forma tan prepotente con un corredor belga, francés, inglés, australiano o italiano? Lo dudo. Sin caer en ese tipo de juegos, Einer Rubio fue ascendiendo a su ritmo, evitando los calentones de la misma manera que previamente había evitado los relevos. En el último momento en que cogió rueda a los dos litigantes, lanzó el sprint, en la distancia precisa, mostrando que no solo es un corredor que sube a ritmo. Atrás tan solo perdió unos segunditos Leknessund, en una ascensión aburrida. Roglic no parece tener ningún tipo de prisa por recuperar esos dos segundos que le separan del liderato, aunque tendrá que plantear algo más que ataquitos de último kilómetro, donde Thomas se defiende bastante bien. En fin, una etapa que no se recordará y sobre la que hay que pasar página rápidamente.
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