lunes, 31 de mayo de 2021

UN TRIUNFO CANTADO PARA BERNAL O LA NECESIDAD DE LOS MOMENTOS INTRASCENDENTES

Por fin ha acabado el Giro. Las últimas jornadas no han servido para redimir una carrera marcada por la insustancialidad. Bernal ha controlado la situación con su equipo, a pesar de haber dado la impresión de estar pidiendo la hora durante toda la última semana. Sus rivales no han llegado a inquietarlo, por encontrarse demasiado alejados o por haber esperado a una última semana que luego no ha sido tan dura. En Milán, el rostro de Bernal evidenciaba más alivio que auténtico goce. 

Se quita un peso de encima. (vía @CdelVentoux)

 

Bernal consigue con este Giro la parejita, añadiendo la duodécima gran vuelta para su equipo (undécima si no se cuenta el regalo de la Vuelta de 2011). Los números de la factoría de Brailsford son impresionantes, conseguidos en poco más de una década, solo comparables a los conseguidos por Guimard de 1976 a 1989 (doce grandes vueltas) y por los del equipo más negro de la historia del ciclismo, las diferentes formaciones de Bruyneel entre 1999 y 2009, con trece grandes vueltas. Lejos quedan las dudas y los supuestos dolores de espalda de Bernal, pues no hay mejor equipo que el británico en convertir con maestría las dolencias en un acicate para la victoria.

Damiano Caruso y Simon Yates acompañan a Bernal en el podio. Ambos ciclistas tienen en común unos inicios en el ciclismo algo turbulentos, pero las posibles semajanzas terminan ahí.  Damiano Caruso ha dado un sorprendente paso de gregario de lujo a lider sólido, nada menos que con treinta y tres años. Siempre ha sido un corredor resistente y regular, pero pocos habrían apostado por él al principio del Giro. Continua de esta forma su "salto adelante" de 2020, cuando consiguió su segunda victoria profesional y un décimo puesto en el Tour y en el mundial. Si bien pudo achacársele en la etapa de Sega di Ala una actitud demasiado colaboradora con Bernal, del que se puso a tirar como buen gregario (mucho mejor que el propio Daniel Felipe Martínez), en Alpe Motta se redimió, con un ataque lejano en el que hubo gran trabajo de equipo y de mercenarios. 

Nunca se sabrá si esos gritos le ayudaron o le hundieron más.

Por su parte, Simon Yates ha controlado un poco sus habituales oscilaciones de rendimiento. Después de Sega di Ala y de su victoria en Alpe di Mera, algunos apostaban por una ofensiva lejana por su parte, pero siempre ha sido más un corredor de ataques en la última subida. El recorrido de la penúltima etapa, con el encadenado de San Bernardino, Splügenpass y Alpe Motta, invitaba al ataque lejano. Algo que ejecutaron DSM y Bahrein, para bien del ciclismo.

Bajada de San Bernardino.(@TuristaVuelta)

 

En el descenso de San Bernardino, tres corredores de DSM se destacaron: Bardet, Hamilton y Storer. Poco después se les unieron Bilbao y Caruso, abriendo un pequeño hueco con el grupo comandado por los Ineos. La etapa también invitaba a colocar piezas por delante, que en este caso fueron mercenarios de excepción: Visconti y el sorprendente Vervaeke. Visconti se vació para la causa de su paisano y casi cogeneracional, y después de sacrificarse Vervaeke y Storer, le llegó el turno a Bilbao. Por detrás Castroviejo controló la situación para Bernal durante la mayor parte de la etapa y dejó ese papel a Daniel Felipe Martínez en la última subida. En ese momento el espejismo de un asalto al liderato se esfumó y quedó convertido en una lucha por la etapa, que finalmente se llevó de forma merecida Caruso, que conseguía así su tercer triunfo profesional y sin duda el de más prestigio. 

Un trabajador reconoce siempre el trabajo bien hecho.

 

Pocos datos más que reseñar de esta última semana. La estrepitosa subida a Sega di Ala por parte de Daniel Martin, al mismo ritmo que los líderes; el reencuentro con el mejor Almeida, todo corazón en las subidas, con esa forma de regular los esfuerzos siempre en la cuerda floja del abismo; el bello duelo de gregarios entre Bilbao y Castroviejo, justamente reconocido por sus líderes. Poco más.

Ha sido un Giro que no se recordará en exceso. Sin embargo, tampoco hay que caer en el tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Días de siesta y huelgas de piernas caídas ha habido siempre, lo que pasa es que antes no se veían en la tele. Chapuzas y recortes también los ha habido, de la misma manera que siempre ha habido unos pocos cronistas dispuestos a desvelar o denunciar los códigos internos del pelotón. O al menos, dispuestos a mostrar su sorpresa ante ellos al acercarse al ciclismo por primera vez. La tradición del pelotón parece dictar que el deseo individual debe plegarse ante la voluntad del rebaño (o mejor dicho, ante la voluntad de los patrones de turno), algo que se ha acrecentado desde que la participación en las grandes citas está asegurada para ciertos equipos. Al estar la participación asegurada año tras año, algunos equipos se sienten tentados a desaparecer cuando se han conseguido algunos éxitos parciales (véase el Lotto - Soudal) o a ejercer de matones para imponer sus intereses, lo que ha aumentado el ambiente general de pasividad y pitorreo.

La mafia emplea artillería pesada.

La labor del cronista debe ser la de colocar bajo la luz esos códigos internos, esas normas no escritas, aunque sean las mismas de hace cincuenta años. Ese es el eterno retorno del ciclismo realmente existente. En cambio, la labor del cronista no debe ser exigir la ración diaria de espectáculo, con sus condiciones extremas, su sufrimiento y sus luchas sin cuartel. El ciclismo, afortunadamente, es más que una imagen patética de un hombre retorciéndose sobre una bicicleta, con los mocos y las babas colgando, achicharrándose de calor o muriéndose de frío. Esos cuadros dejémoslos para el arte sacro del pasado, con sus demonios pinchando el culo a los condenados, sus mártires achicharrados en la parrilla o escaldados al baño maría,  y su  gran justificación del dolor per se. El ciclismo debe ser algo más que un desfile de ecce homos, lo que no debe ser es un desfile de Al-Capones. Por tanto, no nos engañemos: el recuento de batallitas en realidad no oculta otra cosa que mil y un momentos intrascendentes, que quizá sean necesarios.

 

Y en menos de un mes, el Tour.


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