lunes, 22 de abril de 2019

UNA NUEVA RELIGIÓN

"Today's @Amstelgoldrace was hands down THE BEST bike race I have EVER seen. Absolutely incredible! Congrats @mathieuvdpoel! - Lance Armstrong
 "Vamos, no recuerdo yo una cosa igual desde hace muchos años (...). Esto dejémoslo como está, que cada uno saque sus conclusiones, pero hace afición" - Eduardo Chozas


Domingo de resurrección, un día más que propicio para que el dios del ciclismo encuentre su nueva encarnación. Los fanatismos religiosos y políticos están de moda y en el mundo del ciclismo, tan acompasado con el discurrir de tiempos y modas, ha nacido una nueva religión. El cuerpo yaciente del elegido por los genes, exánime y sofocado, con su Canyon entre las piernas cual cruz camino del Calvario, es la nueva imagen del ciclismo. Pero una vez aplacada la emoción de una resolución tan sorprendente y apabullante, la pasada Amstel Gold Race deja un regusto a mezcla extraña. Lo visto fue tanto un relato bíblico como una crónica marciana, a la manera de las novelas de J.J. Benítez. Incluso Armstrong dio el beneplácito a lo visto ayer. Esperemos que el joven van der Poel no sea como aquellos extraterrestres de V: bello por fuera, lagarto por dentro.

Las gafas, ¿son unas Oakley?

La carrera estaba perdida para van der Poel y para todos los demás a falta de 2 kilómetros. Alaphilippe tenía la carrera en el bolsillo, acompañado en su ataque lejano por un Fuglsang siempre solícito a dar relevos. A lo largo de los 30 kilómetros de escapada, el francés había ejecutado toda su galería de gestos. Estiramientos de espalda, relajación de las piernas, codos para que entre el compañero al relevo, miradas hacia atrás, cimbreos varios, estrujamientos al bidón para que pierda peso, movimientos con los brazos para relajar hombros y omoplatos, ajustamientos de la presión en las zapatillas. Estaba cómodo, pues se trataba de gestos intimidatorios, como siempre en él. El danés iba a hacer, otra vez más, de primo. Al igual que en Rio, cuando condujo a Van Avermaet a la victoria. Igual que en Siena. Pero los acontecimientos iban a cambiar de golpe. A falta de 4 kilómetros, Fuglsang dejó de dar relevos. Los gestos del francés comenzaron a mostrar nerviosismo. Pero ni Alaphilippe ni Fuglsang esperaban el tornado que venía de atrás, llevándose todo por los aires.

No es Arkansas, es el Limburgo holandés
Pero empecemos por el principio. Cuando conectaron las cámaras de televisión, a falta de unos 60 km para meta, la tranquilidad era alarmante. Por delante marchaba una fuga consentida (Bole, Van Asbroeck, Julien Bernard, Baugnies, Sprengers, Verwilst, Schär, Meisen y van der Lijcke) y por detrás todo parecía relajación, camaradería y buenos sentimientos. La carrera no auguraba nada bueno. Astana controlaba, Valverde se dejaba ver por delante. Sin embargo, en Gulperberg, a falta de 43 km, van der Poel ya decidió ponerlo todo patas arriba. Parecía sin duda un ataque alocado y prematuro, pero que avisaba acontecimientos futuros. Sólo Gorka Izagirre le cogió rueda, para no pasarle al relevo. El Corendon no descolgó a Meisen, también ciclocrossman, para que ayudase a su líder, hecho bastante incomprensible dado el llano posterior al Gulpeberg, con carretera ancha y cómoda para perseguir. Así pues, dieron caza a van der Poel. En el Kruisberg, la siguiente cota, es Alaphilippe el que ataca, acompañado de su gregario Devenyns. Quedan 36 kilómetros para meta. ¿Una temeridad? A continuación vienen casi todas las cotas enlazadas, los caminos estrechos, la persecución por detrás será un caos. Parece la decisión correcta. Con Alaphilippe se van Fuglsang y Trentin y en dos patadas dan alcance a los fugados. Van der Poel, sofocado por el anterior ataque, no aparece. Al final de la cota, sólo quedan por delante Alaphilippe y Fuglsang, un Quick Step y un Astana. A van der Poel no se le ve todavía. De hecho no está, le han pillado descolocado y cansado en el momento decisivo, como le sucediera en el Oude Kwaremont. Ay, estos niños del ciclocross tienen que aprender todavía a correr, pensé.

Van der Poel en el Gulpenberg. Quedan 43 km.

Alaphilippe en el Kruisberg. Quedan 36 km.

Los acontecimientos me depararían como espectador una "caída del caballo" en toda regla. Si se llevan las sandalias aladas de Hermes no es necesario tener el cabezón de Atenea. El Kruisberg había dejado una situación de carrera bastante controlada, con Alaphilippe y Fuglsang por delante, y Kwiatkowski, Trentin y Woods por detrás. Estaba claro: Fuglsang daría relevos hasta la misma puerta del matadero y Alaphilippe se lo merendaría sin piedad. Mientras tanto, las cámaras de televisión mostraban a Sagan padeciendo, con el gesto torcido, sin la fuerza de antaño, como un Sansón sin su melena: la comedia de la vida en la que acabaría convirtiéndose la carrera le había reservado el papel de "rey muerto", mientras que a otro le iba a dar el de "rey puesto".  Y a todo esto, ¿dónde estaba Michael Valgren Andersen? ¿Y Bettiol?

Maldición, yo creía que iba a ganar Alaphilippe, como Ares (Caravaggio, c. 1600)

En esta ocasión, a diferencia de en las 12 pruebas, sí ganó el más fuerte.
Woods se quedó del terceto perseguidor, siendo engullido por el grupo. A falta de unos 15 km, Schachmann, Mollema y Clarke se destacaron por detrás en el falso llano posterior al Cauberg. Posteriormente lo harían Bardet, Madouas y Lambrecht. Las distancias parecían ya insalvables: dos por delante (Alaphilippe y Fuglsang), otros dos por detrás (Kwiatkowski y Trentin), tres más tarde (Schachmann, Clarke, Mollema) y otros tres más detrás, separados por unos metros (Bardet, Madouas, Lambrecht), dando vueltas en el dédalo de caminos agrícolas estrechos, tan característicos de esta carrera. ¿Para qué estos realizadores de NOS estarán mostrando tantas imágenes de los grupos traseros, cuando todo parecía decantado en favor de los dos primeros, en concreto del bloody french? ¿Para mostrar la belleza de la campiña del Limburgo holandés? Menos mal que no comento carreras, pues el vendaval impredecible iba a comenzar a falta de 7 kilómetros, en la última cota, el Bemelerberg, tapándome la boca.

Poco después de pasar el Geulhemmerberg, Bardet seguido a lo lejos por Madouas.


Van der Poel comenzó a falta de 7 kilómetros su carrera contra la distancia y contra el tiempo. Alcanzó al grupo de Bardet, Madouas y Lambrecht, al que poco después se uniría también De Marchi. Le relevan. A falta de 4 kilómetros, Fuglsang decide recobrar la cordura y dejar de tirar. Hasta el momento Alaphilippe había ejecutado su comedia, cual Cyrano, dando relevos de pacotilla, mientras que los del danés eran reales. No había intentado ningún movimiento porque le resultaba más cómodo que Fuglsang lo llevase hasta meta, en andas casi. Pero Fuglsang debía tener a Vinokurov en persona al aparato. "¡Qué haces, mentecato!", parece oírse desde sus auriculares, Vinokurov en la posición de un Doctor Maligno o un Doctor Gang y Fuglsang en la de esbirro, acatando órdenes mientras agacha la mirada. Inmediatamente se para, deja de colaborar. Mira a cámara, como decían los estudios de Hollywood que nunca debía hacer un actor, y lanza su ataque. Un ataque flojo y sin convicción, al que Alaphilippe responde con facilidad. Pero las muecas del francés ya no son las de alguien confiado, si no las de alguien desesperado.


El momento en que Fuglsang recibe las instrucciones precisas.

Van der Poel tirando del carro: Bardet, Lambrecht, Madouas y De Marchi.
De todas formas, a falta de 3 kilómetros todavía lo tienen en sus manos. Les sacan 35'' a Kwiatkowski y Trentin, 53'' a Schachmann, Mollema y Clarke y unos 57'' al grupo comandando por van der Poel. A falta de 2 kilómetros, en un repecho traicionero, la diferencia con Kwiatkowski es todavía de 23'', pero poco más de 25'' con el grupo de van der Poel, que ya ha absorbido a Schachmann y compañía, además de a Trentin. En el último kilómetro, la ventaja de los dos de cabeza es de apenas de 5'' con Kwiatkowski. La comedia de los dos de delante está favoreciendo la entrada de nuevos comensales. El polaco les da alcance y trata de continuar con su ritmo, dejándolos de rueda. Alaphilippe, sorprendido, tiene que cerrar el hueco. El grupo trasero en realidad venía lamiéndole los talones a Kwiatkowski, liderado al tomar la curva final por Schachmann. A los pocos metros se pone delante van der Poel, con todos los demás a rueda. La imagen es potente: van der Poel los lleva soldados a rueda, con el gancho, como si a los vagones de un tren turístico les hubiesen puesto una locomotora de alta velocidad. Alaphilippe tiene que improvisar: inicia el sprint demasiado lejos. Demasiado lejos según sus parámetros, claro está, porque el sprint que lleva lanzando van der Poel ha empezado cuanto menos en su casa de Kapellen. Van der Poel le pasa, no hay nada que hacer para el francés. El joven holandés maltrata a su Canyon con pistonazos imposibles, con la cabeza encogida entre los hombros, moviendo la bicicleta como Abdujaparov. Detrás de él, tomando la aspiración como si de una carrera de motos de tratase, va Simon Clarke, que termina segundo, casi sin pedalear. Y Fuglsang todavía hace tercero.


Una vez pasada la meta llega el momento de los desmayos, la locura colectiva, el rapto mesiánico. El niño se tira el suelo, busca a las cámaras, que retratan su pasión como si fuese la de una imagen barroca. El muerto ha resucitado, aleluya. La estampa del nieto de oro, tirado cuan largo es en el suelo, contrasta con la otra paralela que se viera el domingo pasado en Roubaix, con su archienemigo Van Aert tendido exangüe sobre la pelusse de Roubaix, más cercano al tormento que al éxtasis en su caso.


Pasión barroca (van der Poel / Bernini)



Dolor del guerrero (Van Aert / Gálata moribundo)


Así pues, entramos con estos dos en un nuevo horizonte ciclista, o al menos eso promete el hype montado desde hace unos años en torno suyo. MvdP y WVA para los entendidos (como si se hablase de C3-PO y R2 - D2). En mi caso he sido bastante reticente a sumarme al carro. Me pillan ya mayor los actos de fanboy y no me interesan las reivindicaciones de big balls. Además, el ciclismo es un deporte en el que los actos de fe suelen tener dolorosas consecuencias. Aun así, no puedo negar mi admiración. Lo de ayer fue algo grande, un acontecimiento pocas veces visto.  No me jugaría ni un céntimo por ellos ni les dejaría al cuidado los hijos que no tengo, pero...oh dios, yo quiero un poco más de esta cosa. 

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