lunes, 11 de septiembre de 2023

EL BOOMERANG DE EVENEPOEL

Después de los sucesos del fin de semana, no cabe ninguna duda de que el triunfo final de la Vuelta está en manos de Jumbo - Visma. Sepp Kuss es un candidato cada vez más sólido al triunfo final, gozando además de cierta unanimidad entre el público. Su posible victoria ya no se presenta como una idea peregrina, sino más bien como una solución agradable. Es más, ya no extraña para nada que un mismo equipo pueda copar al completo el podio de la carrera. Este hecho se ve como una realidad ineludible, e incluso es por muchos celebrada, con cierto regusto a síndrome de Estocolmo. Pero a pesar de todo ello, los titulares no los ha acaparado Jumbo - Visma, sino Remco Evenepoel. Todo en este chico exhala cierta sensación de exceso. Tiene algo explosivo en su interior: si no revientan los otros, revienta él y todos los castillos en el aire creados en torno suyo. Su carrera deportiva da para una novela, pero no una elevada, sino más bien una de esas de kiosko: con una sucesión folletinesca de desfallecimientos y pruebas de honor, y algún que otro ingrediente de ciencia-ficción e historias de marcianos. Sin duda, está escribiendo parte de la historia del ciclismo presente. 


La foto de la victoria menos importante de las dos etapas reinas.

Todo empezó en el Aubisque, segunda ascensión de la decimotercera etapa con final en el Tourmalet. A pesar de ser una etapa corta (130 km), pasaron cosas, como sucede casi siempre que se toman los Pirineos desde la vertiente francesa. La etapa comenzó con nervios por coger la fuga, pero Jumbo ejerció desde el primer momento un control rígido, con la intención de ofrecer la victoria a su dios danés. El veteranísimo Gesink, ganador en su día en Aubisque, fue el encargado de marcar el ritmo. A falta de seis kilómetros para coronar, João Almeida comenzó a asomarse al precipicio, con su habitual estilo chicle. Era evidente que Almeida comenzaba a hacer la goma demasiado pronto, pues todavía quedaban unos sesenta corredores por delante. A falta de unos cuatro kilómetros para coronar, Almeida cedía. Pero no sería el único. Al llegar a Gourette, una de las elipsis habituales de la retransmisión de la Vuelta nos privó de ver el momento en que Evenepoel explotaba, saltando todas las alarmas. Poco después, gente como Ganna o el propio Almeida incluso le rebasarían. Iba completamente K.O., pero la cámara no enfocó su cara en ningún momento, nos perdimos ese plano. Una vez más, Evenepoel se había autosaboteado al llegar la alta montaña. 

El momento en que se oyó "crack".

 

No hubo más Evenepoel durante toda la etapa. Fue acumulando tiempo, hasta desentenderse por completo de la carrera, alcanzando la meta del Tourmalet a 27 minutos. No hay comparación posible con otros desfallecimientos más o menos recientes. La comparación con Pogačar no tiene razón de ser: el esloveno se exprimió en su día malo en el Col de la Loze (como también hizo en el Granon), no se abandonó ni perdió tanto tiempo, ni muchísimo menos. Sus dos estallidos de 2022 y 2023 fueron sonoros, pero explosiones en cierta manera controladas, como esas de los edificios norteamericanos, hoteles o casinos, dinamitados desde la base y que se desploman con cierta belleza. En cambio, la explosión de Evenepoel fue uno de esos bombardeos que arrasan ciudades olvidadas, de las que apenas hay imágenes; uno descontrolado y altamente destructivo, sobre todo de reputaciones. Un blancazo descomunal, como dirían algunos. Ya no hubo más Evenepoel durante toda la etapa.  

Una carretera entre el cielo y la tierra.


Así pues, Jumbo pudo dominar la situación a placer. Solo les faltaba hacer un rondito en mitad de los Pirineos. En el bello descenso del Aubisque, con esa carretera colgada sobre precipicios (donde la caída de Wim van Est), se destacaron dos Bahrain, Caruso y Landa, a los que se unieron Kuss y Vingegaard, muy atentos. Podría haber sido el movimiento del día, dando lugar a una etapa en un universo paralelo en la que Jumbo habría sentenciado todavía más si cabe la Vuelta. Pero en Espandelles la situación se serenó. Habría que esperar al último puerto, al Tourmalet, para ver los próximos movimientos. En el llano se había formado un gran grupo con una treintena de corredores, que se irían quedando poco a poco, en un proceso de decantación lento, en las rampas constantes del Tourmalet desde Luz-Saint-Sauveur. En los momentos cruciales tan solo quedaban por delante Vingegaard, Kuss, Roglič, Ayuso, Mas y Uijtdebroeks. Tres Jumbo y tres del resto.  

Ya controla las dos vertientes: récord (compartido) en una, victoria en otra.


Precisamente en el momento en el que Delgado decía que Mas tenía controlado el ataque de Vingegaard, el danés acabó marchándose. Faltaban siete kilómetros para coronar y podía parecer un ataque para hacerse con el liderato. Sin embargo, las piernas del danés no eran las de julio y su ataque no parecía querer abrir fisuras en el seno de un equipo en el que de puertas para afuera todo es buen rollo y despreocupación. En realidad parecía estar todo planeado: para Vingegaard iba a ser el triunfo de etapa, mientras que los ataques por detrás de Kuss y de Roglič no parecían tener la intención de subsanar una pérdida de tiempo con Vingegaard, sino más bien la de copar de forma autoritaria e incontestable las tres plazas del podio. Así, avasallando, con la intención de repetir en un lugar mítico otras fotos ya famosas del equipo (aquella de la etapa de la París-Niza del año pasado). Los casi principiantes Ayuso y Uijtdebroeks no pudieron hacer otra cosa más que aguantar, con su estilo agónico. Por su parte, Enric Mas sigue esperando el momento idóneo para su ataque. Un momento que al parecer todavía no ha llegado: esa espera casi mesiánica de un ataque que no llega recuerda un poco a la confianza ciega en el arma secreta que tenían algunos habitantes de las potencias del Eje para revertir una situación de claro y necesario retroceso. 

Mas lo tenía controlado.

 

Jumbo - Visma no había sentenciado la carrera, pero tampoco lo había necesitado. Copaba las tres plazas del podio, ¿qué más se les podía pedir? Al día siguiente, los focos volvieron a centrarse sobre Evenepoel. La dicotomía estaba entre retirada o escapada solitaria, y fue lo segundo, buscando la épica y las crónicas escritas de antemano. El héroe sucumbe pero vuelve a los escenarios, cual ave fénix. En realidad tiene alma de folklórica. Bien mirado, con su entrada a 27 minutos había acumulado una buena renta, a la manera de De Gendt, para poder filtrarse en las fugas consentidas. Así hizo, formando parte de una fuga numerosa que contaba con el beneplácito de Jumbo. Tras coronar el col de Hourcère, se lanzó en el descenso, con Romain Bardet a rueda. El francés estuvo tan comedido con Evenepoel como lo fue con Froome en sus años de dominio: incluso ejerció de aguador. Y llegado su momento, se dejó caer como el actor de una película de serie B que ejecuta con gran alarde gestual su muerte por disparo. De esta forma no iba a enturbiar el día grande del renacimiento de Evenepoel. Para que no se me acuse de parcialidad, hay que reconocer que las rampas de Larra-Belagua se adaptaban a la perfección al ritmo sostenido de Evenepoel y que el belga realizó una gran exhibición de rodar, en uno de los ataques lejanos que son su marca de fábrica. Pero lo curioso es que Evenepoel había logrado recuperar veinticuatro horas después su varita mágica de forma súbita y repentina, como si simplemente se le hubiera caído al suelo. Entre medias se subió Larrau, pero salvo dos ataquitos traseros por parte de Ayuso, poco más hubo que reseñar. 

¿Compañerismo o gregariato?

 
La garrulada del día.

La etapa de ayer, con final en Lekunberri, fue más interesante. Se formó de nuevo una gran fuga, en la que se filtró una vez más Evenepoel, dispuesto a recuperar más tiempo y a luchar por la montaña. Pero no fue su día. En el segundo paso por Zuarrarrate se marchó Buitrago, muy activo durante la ascensión previa. El colombiano es uno de esos corredores que donde pone el ojo, pone la bala, pero esta vez contaba con un enemigo inesperado: Rui Costa. El portugués no es que se prodigue mucho, pero en días escogidos suele dar una clase magistral de navajeo y astucia, de bilardismo aplicado al ciclismo. Pocos juegos mentales tan intensos e incisivos como los que ejerce Rui Costa con sus compañeros de fuga: es un ciclista de la vieja escuela que no hace amigos. Deja a sus rivales llorando (Purito) o con ganas de atizarle unas cuantas hostias (Barredo), según el temperamento de cada cual. Llevaba mucho tiempo escondido y necesitaba aplicar sus tácticas de mind-control con alguien, y fue Buitrago su particular víctima. Pero el colombiano supo defenderse: apunto estuvo de cambiar las tornas, de igual manera a la de Asterix y Obelix logrando hipnotizar al propio hipnotizador en Las doce pruebas. Quizá estuvo bien asesorado por Pellizotti desde el coche, uno de esos ciclistas de la vieja escuela italiana, de la que bebe la sabiduría de Costa. 

Costa, el rey del caos.

 

Buitrago realizó prácticamente toda la ascensión a Zuarrarrate en cabeza, y cuando ralentizaba el ritmo por llevar a Costa atrás, el portugués se ponía a su altura y le indicaba que les iban a coger si no seguía tirando igual de bien. Fueron alcanzados por Kämna, que se destacó del grupo perseguidor en el que todavía marchaba Evenepoel. Buitrago se hartó del juego y lanzó su ataque al coronar, como dictan los cánones, pero fue alcanzado en el descenso y rebasado por Kämna, que decidió jugársela. Tanto que se fue al suelo, siendo superado de nuevo por el dúo forzado de Costa y Buitrago. Entonces el colombiano también quiso jugar y dejó de relevar: incluso se puso a la altura de Costa, devolviéndole el gesto y la actitud (estuvo muy bien). Fueron de nuevo alcanzados por Kämna, pero en el sprint se impuso Costa, diez años después de su triunfo en Florencia.     

Salvando una mala temporada de Intermarché.

 

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No solo ha sido un fin de semana intenso en la Vuelta a España, sino también en Canadá y en menor medida en Gran Bretaña. El Tour de Bretaña se ha convertido en un nuevo club privado de Jumbo, solo alterado un poco por la acción de Carlos Rodríguez en la última etapa. A decir verdad, la competencia tampoco era abrumadora: tan solo corrían cinco WT, Jumbo, Bora, Movistar, DSM e Ineos, más el cercano Uno-X. Prácticamente todos los días se han resuelto al sprint. Los primeros cuatro días estuvieron monopolizados por Olav Kooij, lanzando de forma excepcional por van Aert. El talentoso sprinter neerlandés lo tuvo más fácil que de costumbre al contar con un lanzador tan sobrado. Solo Danny van Poppel y Rasmus Tiller (este último en un grupo seleccionado) lograron romper ese dominio. Wout van Aert se permitió el lujo de llevarse una etapita, lanzando un ataque de último kilómetro a lo Jelle Nijdam, avanzando al pelotón por tres segundos y haciéndose con el bonito maillot de líder. En el último día, la acción lejana de Carlos Rodríguez no pudo evitar el triunfo de van Aert, que se ha acabado llevando la general con 10 segundos de ventaja, maquillando así un año no muy numeroso en triunfos para lo que acostumbra. 

Hasta en cuatro ocasiones.

 

Las carreras canadienses fueron más interesantes, sobre todo Montréal, como casi siempre sucede. La de Quebec se resolvió una vez más al sprint, con una demostración de fuerza bruta por parte de Arnaud De Lie. El granjero valón inició el sprint muy mal colocado, con una veintena de corredores por delante. En la ligera subida de la meta los fue rebasando uno a uno, zarandeando la bicicleta con violencia, cogido de forma un tanto rara de las manetas. En los últimos metros superó a Corbin Strong y a Michael Matthews, imponiéndose netamente, en uno de los sprints más brutales que me vienen a la memoria, solo superado por aquellos de Kittel y de McLay. En Montréal hubo una carrera más movida, con más selección. El recorrido siempre es duro y selectivo, más en esta ocasión, con humedad y algo de frío. Recordaba a aquella ocasión en la que ganó Tim Wellens, aunque sin ser esta vez un aguacero. Es una carrera que me gusta mucho, no lo niego. No sabría decir qué elementos me atraen tanto de ella: quizá sea por su recorrido mundialístico, por desarrollarse en prime time europeo o por ese aire preotoñal del barrio universitario, que ya anuncia la decadencia de la temporada y del año.

Todo en este chico tiene algo de bestial.

 

Florian Vermeersch fue el gran protagonista del día, yendo escapado durante muchas vueltas. UAE decidió poner ritmo, primero con Majka y más tarde con McNulty, con la intención de hacer dura la carrera para Adam Yates. Es una carrera que se les da bien, con victorias en el pasado para Ulissi y Pogačar. Laporte, Alaphilippe, Matthews y De Lie fueron en las últimas vueltas haciendo la goma, sufriendo en las subidas y conectando en las bajadas, camino de la universidad. En la última vuelta, Adam Yates lanzó su esperado ataque. Es una carrera que se le da bien (el año pasado fue cuarto), más si cabe con la ganancia de rendimiento de este año. En UAE ya no parece un corredor acostumbrado a puestecitos, sino el killer Di Luca. 

No tuvo rival.

 

Con él se marchó Sivakov. Por detrás, Hirschi hacía de secante, y también un poco Simon Yates, en su eterno equipo a dos con su hermano. En el grupo perseguidor Alex Aranburu era el más rápido, pero no contó con colaboración ni el tampoco se exprimió en los relevos. Poco a poco se fueron marchando y en el sprint, ligeramente ascendente, Adam Yates hizo lo que quiso con Sivakov, del que no recordaba que tuviera tan mal sprint. El tercer puesto fue para Aranburu, que resolvió la situación ante Velasco, Madouas, Simon Yates y O'Connor.

En fin, la temporada se está acabando. Con Jumbo apunto de dar carpetazo a la Vuelta y con solo unos flecos por cubrir (ojalá me equivoque), toda mi energía de aficionado y cronista ya está puesta en las clásicas italianas de fin de temporada: Sabatini, Agostoni, Bernocchi, Beghelli, Emilia, Tre valli varesine, Piemonte, Veneto y, sobre todo, Lombardía.

4 comentarios:

  1. Me confieso lector asiduo del blog. Nunca comento pero esta vez lo haré porque no quiero dejar pasar la oportunidad de señalar que la anterior crónica y esta te han salido de cine. Fascinado me has dejado.

    Por comentar algo, a Purito Rodríguez lo que más le debió de doler es de donde le vino el acuchillamiento barriobajero. Tal felonía, en semejante escenario, con todos los focos puestos, me es imposible olvidar.

    Rui Costa, con buen olfato, acudió al olor de la sangre y logro su mayor victoria.

    Eskerrik asko.

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    1. Muchas gracias por tus palabras! Cierto, sobre aquel mundial, del que han corrido tantos ríos de tinta, falta la otra parte, sin la que no se entiende el descalabro de la selección española: la de Valverde. Siempre quedará la duda de si fue poca visión de carrera o por pertenencia de ambos a Movistar. Viendo la trayectoria de Valverde, me inclino por lo primero, aunque ambas opciones serían válidas.

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  2. Fantástico artículo Ignacio. Los símiles bélicos y cinematográficos insuperables.

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