viernes, 1 de abril de 2022

DE ENTRANTE A PLATO PRINCIPAL

A fuerza de añadir y sustraer, de mezclar y remover, Flanders Classics ha convertido a todas las clásicas flamencas en una papilla indistinguible. Todas tienen el mismo aroma y el mismo sabor, de forma que cuando llega el plato que se supone principal (la Ronde), el paladar está un poco cargado. Este año el pelo en la sopa ha sido la Dwars door Vlaanderen: el objeto que se sale de esa masa homogénea y que invita un poco a detener la mirada. 

 

El nietísimo meditando sobre su nuevo aprendizaje: less is more.


Pocas carreras cuentan con un elenco de participantes como el que tomaba la salida en Roeselare. La única ausencia destacable era la de Wout van Aert, después de sus repetidas exhibiciones, quizá pensando en Flandes. Ha sido la mejor carrera flamenca de lo que llevamos de temporada (mejor que la Gante – Wevelgem, a mi juicio) porque los actores principales decidieron meterse por completo en el papel. Van der Poel, Pidcock y Pogacar estuvieron a la altura. Van der Poel mostrando una calma y una capacidad para leer la carrera fuera de lo común en su trayectoria: como si a la forzuda criatura de Frankenstein por fin le hubiesen trasplantado el cerebro de un tipo despierto. Esperó con paciencia al momento justo, sin ponerse nervioso, confiando en los últimos kilómetros (ya que no confía del todo en su sprint). Aunque como he dicho alguna vez, la lucidez en carrera siempre debe interpretarse como una consecuencia directa de tener un día de fuerza prodigiosa. Y van der Poel los está teniendo a manos llenas, después de su extraño periodo de reposo. Por su parte, Pidcock pareció plenamente recuperado de esas “fiebres italianas” que padeció poco antes del inicio de la Strade Bianche y que lo dejaron tirado en el capo Mele como a un androni cualquiera. Contó además con la ayuda clave de Ben Turner, que le solucionó la papeleta en algunos momentos. Y Pogacar solo pudo hacer décimo, aunque fue protagonista en su primer contacto con el pavé. Pagó la novatada, a la que se sumó un equipo que lo dejó bastante solo en los momentos clave. Aun así,  decidió lanzarse a una persecución imposible, pero que a la postre acabó convirtiéndose en uno de los principales alicientes de la carrera. En definitiva, en ningún momento dio la impresión de ser una carrera menor, de preparación para tal o cual objetivo. En estos tiempos de trinchecarlovización, no hay escenario menor.  

El tiovivo de Flandes: dando vueltas durante un mes a cuatro o cinco localidades.

El gran ausente fue van Aert, pero la competitividad de los presentes evitó que se le echase en falta. Por delante marchaba una fuga formada por Paaschens, Verwilst, Jacobs, Politt y O'Brien. Ya en la Stooktestraat, a falta de 92 km, Alpecin comenzó a forzar el ritmo con Michael Gogl, para probar a los rivales de su líder. Anthony Turgis estaba atento, no tanto Tadej Pogacar, al que llevó rápidamente hacia adelante Alexys Brunel. El propio Mathieu van der Poel lo intentó tímidamente, más para ver las piernas de los rivales que para otra cosa, como solía hacer Boonen.

A falta de 70 kilómetros se produjo uno de los momentos clave de la carrera. El grupo estaba nervioso, con diferentes equipos ascendiendo a la cabeza. La carretera se iba estrechando, camino del enlazado de Berg Ten Houte y Kanarieberg. Trek tomaba la cabeza, con Pedersen a rueda de Quinn Simmons. Poco después lo hacía Ineos, acelerando el ritmo con Magnus Sheffield. Tom Pidcock culebreaba por la acera para adelantar puestos y tomar la rueda de sus compañeros. Sin embargo, Tadej Pogacar había perdido ligeramente la rueda de Alexys Brunel (el único apoyo real que tuvo en la carrera), teniéndose que retrasar el ciclista francés a la panza del grupo para proteger a su líder. Llegó una curva cerrada y ¡zas!, caída. Justo en los morros del esloveno. Florian Vermeersch y Michael Gogl fueron algunos de los implicados. También Alexys Brunel. Sheffield y Tuner, los jóvenes anglosajones de remplazo en Ineos, siguieron forzando el ritmo a fin de evitar que se compactase el grupo, lo que dejó a Pogacar solo y bastante mal colocado cuando se produjo el ataque clave en la subida de Berg Ten Houte. 

 

El Padrino ha llegado a su tercera entrega: la mala.

 

En la parte adoquinada de la subida, Ben Turner comenzará a forzar el ritmo, con su líder Tom Pidcock a rueda. Tras ellos, se encontraba un atentísimo Victor Campenaerts. Van der Poel tampoco estaba demasiado bien colocado, pero con el olfato que solo se tiene en los grandes días detectó que era un momento importante. También llegarán más tarde Küng y Benoot, mientras Quinn Simmons no paraba de mirar hacia atrás, sin su líder Pedersen a rueda. Se formó así el sexteto que se iba a jugar la carrera desde el grupo principal: Turner, Pidcock, Campenaerts, van der Poel, Küng y Benoot. Se veía que era el movimiento ganador, aunque faltasen 69 kilómetros para meta. Con dos corredores de Ineos y trotones como Küng o Campenaerts, difícilmente alguien podría darles caza desde atrás. Ni siquiera el mismísimo Pogacar. 

 

Mal colocado.

Los Quick Step, completamente desconocidos en esta primavera, se ponían a tirar para intentar limar diferencias antes del Kanarieberg. Lefevere seguramente no había quedado demasiado complacido al borde del camino en el Berg Ten Houte. También Intermarché se sumaba a la caza, con Kristoff como principal opción. En la subida, Stybar intentó marcharse, mientras Pogacar, ya en cabeza del grupo perseguidor, parecía extrañamente calmado, saliendo a su rueda sin complicaciones. Van Avermaet también forzó la marcha, con más ímpetu que fuerza, siendo marcado por Fred Wright. Al momento de coronar, Tadej Pogacar lanzó su ataque: un ataque inútil, pero que deparó una interesante persecución cuando todo parecía decidido. 

 

El sexteto de cabeza. La carrera se ha decidido a 69 km.

En algunos de los momentos más interesantes de la persecución, Pogacar pareció tener al grupo de van der Poel y Pidcock a tiro. Pogacar se exprimió, demostrando sus dotes de corredor completo y su insaciable hambre competitiva, mientras por delante redoblaban esfuerzos, al notar el aliento del esloveno tras las motos que cerraban el grupo. Cuando le retiraron las motos, la diferencia comenzó a dilatarse, a pesar de que el esloveno parecía estar dándolo todo, como al inicio de tantas escapadas lanzadas a distancias demeciales. Ya podemos contradecir las palabras un tanto envidiosas de Dumoulin en su día: su rodar no es ni mucho menos antiestético, a pesar de sus rítmicos cabeceos. Viendo lo que se cocinaba detrás, van der Poel aumentó su implicación en los relevos. Poco a poco, Pogacar los fue perdiendo de vista, hasta que desistió de este primer esfuerzo cuando quedaban 54 kilómetros para meta. Aun no había dado su brazo a torcer. Quizá se convierta a partir de ahora en una constante desear que Pogacar se luzca en las carreras, demostrando su calidad, pero quedando un tanto alejado de la victoria. 

 

Se le ha marchado la carrera, pero el nene sigue con hambre.


Las subidas que quedaban en el recorrido seleccionaron el grupo trasero, al mismo tiempo que permitieron al grupo de los favoritos alcanzar a la escapada del día. Campenaerts será a partir de este momento el más interesado en seleccionar el grupo delantero, a fin de evitar un sprint en el que tenía todas las de perder. Por detrás se formaba una selección, con Van Avermaet, Soren Kragh Andersen, Tadej Pogacar, Jan Tratnik, Valentin Madouas y Bryan Coquard. La diferencia entre ambos grupos volvía a situarse en torno a los 25 segundos, aprovechando una zona más llana y de carreteras más anchas, en las que ambos grupos podían desarrollar mejor sus capacidades de rodadores.  

 

Campenaerts el más activo.

Jacobs dice basta.

A falta de 37 kilómetros, en la subida de Ladeuze, el grupo delantero se deshacía de Verwilst, Paaschens y Jacobs, gracias al empuje de Benoot durante la subida. Politt y O'Brien resistían, el joven australiano en particular dejando una notable impresión. Por el paso adoquinado de Doorn, Politt marcó el ritmo, como buen especialista. Por detrás Pogacar hacía lo mismo, incrementando el ritmo, rodando como un experto por la panza del adoquín. Es cierto que no eran los adoquines de Roubaix, pero deja un tanto perplejo la naturalidad con la que el esloveno se adapta a todos los terrenos, con una versatilidad pocas veces vista en los últimos treinta años. Gracias al empuje de Pogacar, el grupo perseguidor quedó reducido a tres unidades (Tratnik, Madouas y él mismo). A pesar de todo, la diferencia del grupo delantero era ya insalvable. 

 

Aprendido de casa.

Eliminada ya por completo la posible amenaza de Pogacar, van der Poel lo intentó primero en el Nokereberg, siendo cerrado el hueco por Ben Turner y Pidcock (e incluso O'Brien). Campenaerts intentaría el ataque solitario en repetidas ocasiones. El último de sus ataques, a falta de 6 kilómetros, fue el más peligroso, formándose brevemente un terceto con Campenaerts, Benoot y Pidcock que obligó a van der Poel a intervenir, propiciando el reagrupamiento. En los ataques anteriores, van der Poel había dejado con zorrería que fuesen otros los que se implicasen más en la persecución. Un nuevo ataque de Campenaerts se llevaba tras él a Benoot y era esta vez Pidcock el que, ante la inactividad de van der Poel, cerraba el hueco: el nieto adorado estaba empezando a entender que para ganar una carrera hay que arriesgarse a perderla en algún momento antes. 

 

El momento clave: Benoot ataca, Pidcock para, van der Poel ve la oportunidad.

 

Aun sería Benoot, prolongando el espectacular estado de forma de los Jumbo, el que lanzase el último y definitivo ataque. Aprovechando una aceleración de Pidcock y su posterior ralentización, Benoot vio su oportunidad. Faltaba apenas kilómetro y medio y van der Poel vio claramente la situación. Una clarividencia que siempre tiene que ir acompañada de buenas piernas, claro está. Últimamente inseguro de su sprint en las grandes citas (la pasada Ronde, la pasada Roubaix), con Benoot podía sentirse seguro. La llegada estaba cantada. Mathieu van der Poel lanzó aun así el sprint de lejísimos, zarandeando la bici a lo demonio de Tasmania. Benoot no tenía nada que hacer: no en vano su palmarés es tan escaso. No le quedaba más remedio que aplaudir al rival de su jefe ausente. Por detrás, Pidcock se hacía con la tercera posición y comenzaba el show de van der Poel en meta, más comedido que en otras ocasiones, al igual que su triunfo, más fruto de la reserva de fuerzas y de la intuición que de las descerebradas demostraciones de fuerza a las que nos tiene acostumbrados. 

 

Algún día se quedará con el manillar en la mano.

 

La Ronde del domingo, nieve o no, será peor, qué duda cabe. Corra van Aert o no. Por mi parte, ya he disfrutado de esta prueba menor, sobre la que he escrito con placer y no "porque toca". 

Me conformo con que la Ronde sea la mitad de buena.
 

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