Después de dos largos años de espera, la París – Roubaix ha vuelto en todo su esplendor, con una edición memorable aderazada por el barro. Más allá de polémicas absurdas a favor o en contra del barro (que recuerdan tanto a esos debates en bucle en torno a las tortillas de patatas), la edición de ayer fue muy entretenida, aunque quizá sería demasiado arriesgado calificarla como histórica. En primer lugar, porque no se ha tratado ni mucho menos del primer barrizal de la historia. En segundo y más importante lugar, porque cada uno tiene su propio conocimiento de esa historia, limitado por su propia temporalidad, lo que emborrona cualquier posibilidad de juicio objetivo. Quedémonos con que ha sido una edición entretenida y disputada, alejada de dominios de equipo y con movimientos desde lejos. Ya es mucho.
En los días previos parecía que las plegarias de los adoradores de la lluvia habían sido escuchadas, aunque alguno estuviera a punto de bajarse de ese carro, reclamando con la boca pequeña algún recorte. Por una vez Christian Prudhomme estuvo a la altura y defendió la brutal singularidad de su producto, conscientemente anacrónico y alejado de modas pasajeras. Una carrera bigger than life incluso mucho antes de que tantos fanboys del barro comenzaran sus simplonas campañas de desprestigio y ensalzamiento hacia ciertos corredores y carreras.
El barro dotó a la carrera de un carácter más imprevisible. Hubo caídas, unas cuantas más de lo que es habitual en la carrera, y en parte fueron determinantes, como lo han sido siempre en esta prueba. Una pista de patinaje donde mantener el equilibrio a veces es lo más importante y en la que el componente de la suerte se suele mezclar, e incluso camuflar, con la habilidad. A esta pátina de barro e incertidumbre puede achacarse el hecho de que el trío ganador estuviese constituido por debutantes en la prueba. Ya sucedió en aquella mini-Roubaix pasada por agua del Tour de 2014: muchos de los protagonistas de las últimas Roubaix secas no aparecieron. Esta vez aparecieron algunos actores esperados (van der Poel), otros posibles, pero algo improbables (Colbrelli) y por último completos desconocidos (el caso del sorprendente Vermeersch).
Soy italiano, ¿a qué quieres que te gane? |
También llamó la atención la bajada de rendimiento de algunos ciclistas que figuraban entre los favoritos. Dio la impresión de que el desgaste que supuso el reciente mundial dejó a muchos fuera de juego. A Stuyven no se le vio, van Aert siempre estuvo a contrapié, y Deceuninck – Quick Step no pudo ejercer su habitual dominio macarra en la prueba. Los primeros tramos los borraron del mapa y Declercq y Ballerini, colocados en la fuga inicial, se desgajaron a las primeras de cambio. Por contra, el rendimiento de equipos menores como Israel o B&B fue gratamente llamativo. Israel contó hasta el final con dos hombres en el quinteto que marchaba en persecución de Moscon: Guillaume Boivin y Tom Van Asbroeck.
En fin, yendo a la
narración de la carrera, en el siempre disputado tramo inicial se
formó una fuga multitudinara. Jumbo y Deceuninck contaban con
miembros en ella (Affini, Nathan Van Hooydonck y Roosen por un lado;
Declercq y Ballerini por otro), pero a la hora de la verdad no
pudieron controlarla. La carrera se les escapó de las manos, porque
muy buenos corredores se filtraron en ese corte inicial: Luke Rowe y
Gianni Moscon de Ineos, Jasper Philipsen de Alpecin, Greg Van
Avermaet de Ag2r – Citroën, Max Walscheid de Qhubeka y sobre todo,
Nils Eekhoff de DSM y la gran revelación del día, Florian
Vermeersch de Lotto – Soudal. Llovía y hacía viento, lo que se dice un día de perros.
A falta de 80 kilómetros, Colbrelli formó una ligera avanzadilla del grupo de favoritos, marchándose posteriormente con los sorprendentes Guillaume Boivin (espectacular toda su Roubaix ayer), Baptiste Planckaert y Jérémy Lecrocq. Fue una Roubaix interesante precisamente por ver a estos protagonistas inesperados. Mientras tanto, Vermeersch y Eekhoff eran absorbidos por los supervivientes de la escapada, Gianni Moscon, Stefan Bissegger, Jasper Philipsen, Tom Van Asbroeck, Tosh Van der Sande y Max Walscheid. Van der Poel, apreciando la debilidad de van Aert y de los Deceuninck, saltó del grupo, uniéndose al grupo de Colbrelli.
Se vivieron momentos confusos, como siempre sucede, de agrupamientos y reagrupamientos, en la típica carrera acordeón que es la París-Roubaix. Gianni Moscon era a todas luces el más fuerte del grupo delantero, quedándose solo al paso por el tramo de Orchies. Empezaba a salir el sol tímidamente, aunque algunos tramos, como Mons-en-Pévèle y Camphin-en-Pévèle continuaron siendo un auténtico lodazal. Moscon parecía haber recuperado ese golpe de pedal que se fue difuminando una vez pasado 2017, una vez que las polémicas, los mamporros y los insultos fueron tapando su calidad como corredor. Su rodar era digno del mejor Ballerini. Por detrás se formó un quintento perseguidor, con retales de aquí y allá: restos de la fuga, como Vermeersch y Van Asbroeck, y gente de atrás, como van der Poel, Colbrelli y Boivin.
Moscon en modo Ballerini'98. |
Moscon llevaba una ventaja sólida en torno al minuto y parecía encaminado a un triunfo aplastante. Por detrás, van der Poel intentó distanciarse de sus compañeros, pero Colbrelli era su sombra. Todo cambió de golpe a falta de 29 kilómetros: la rueda trasera de Moscon tenía la presión muy baja. El cambio de bici fue lento, improvisado. Al trentino le tocó forzar la máquina en el paso por Cysoing, cayéndose. Mantenía aun así una ventaja exigua de entre 20 y 10 segundos.
En la fórmula de Roubaix hay que sumar suerte, habilidad y sangre fría. |
En Camphin-en-Pèvéle Guillaume Boivin se fue al suelo y más tarde cedería Van Asbroeck. Israel se quedaba sin representantes en cabeza y Moscon aun mantenía una ligera ventaja, que acabó de esfumarse en el Carrefour de l'Arbre. Hasta el momento, van der Poel había forzado en todos los tramos adoquinados: Vermeersch había respondido con sorprendente soltura, mientras que Colbrelli, con esa postura suya tan propia de Sagan, parecía mostrar más dificultad. Sin embargo, una vez cogido y superado Moscon, el campeón de Europa pareció querer dejar su sello, con una leve aceleración, prontamente respondida por sus dos acompañantes.
Estaba claro que iban a llegar los tres solos al velódromo: el grupo trasero, comandado por Jonas Rutsch y Christophe Laporte, y más tímidamente por Lampaert y van Aert, no tenía ya nada que hacer. Vermeersch amagó en el acercamiento al velódromo, sin éxito. Ya en el sprint, el joven belga intentó aprovechar el declive del peralte para sorprender, con Moscon a modo de bulto que entorpeciese el sprint de sus rivales. Sin embargo, en un sprint sentado, de pura fuerza, Colbrelli acabó imponiéndose, dando paso a un desfile de gritos y alaridos muy italiano.Van der Poel acabó por los suelos, en modo drama-queen, mientras que a Vermeersch se le veía con ganas de más. En el podium no estaba contento: como buen político, ansía el primer puesto.
La apoteosis. |
Hay gran ciclista aquí. |
En fin, la París – Roubaix volvió a ofrecer su faceta más salvaje, menos domesticada, sin que ello tenga que suponer automáticamente que deba tratarse de una carrera mejor que en otras ocasiones. Fue una carrera de pura supervivencia, que dejó imágenes inusuales, como Laporte frenando con el pie en la rueda o las máscaras habituales de barro (con van Aert más Mick Jagger que nunca). Fue una prueba en la que los supuestos favoritos, algunos después de una temporada cargadísima, acabaron naufragando. La carrera coronó al más rápido, al más fuerte y al más listo, todo en uno, mientras que dejó a van der Poel con cara de pocos amigos, después de haber perdido en esta temporada en Flandes y Roubaix, tan solo con el premio de consolación (sobre todo de cara a los fans) que supone una Strade Bianche.
A falta de las clásicas italianas de clausura y de la siempre movida París – Tours, la presente temporada ha cerrado un nuevo capítulo de este nuevo ciclismo, alocado e impredecible. Colbrelli imperial, los niños descerebrados, van Aert en todos los palos, los eslovenos intratables... Algunos crecimos con series de dibujos animados en las que había combates interminables en los que la Tierra corría el riesgo de ser desintegrada, con tensos duelos de miradas que duraban capítulos y exhibiciones de fuerza sobrehumana por parte de jóvenes que arriesgaban sus vidas por salvar a la humanidad. Había marcianadas paralelas en la tele, en las tardes de abril, mayo o julio, sobre dos ruedas. Todo estaba envuelto por la magia y la fantasía y ahora ha vuelto, pillándonos ya en el borde de los cuarenta, con la mirada adiestrada y escéptica, pero el corazón aun anhelante de emociones.
La crónica es muy buena, pero el último párrafo es fantástico. Supongo que ayuda tener esa edad y haber vivido ese ciclismo del que hablas.
ResponderEliminarNo sé si es mejor, pero lo que hay ahora parece más entretenido. Incluso porque los más fuertes no parecen los más inteligentes tácticamente.
Para los años venideros me quedo con Vermeersch. Veremos a dónde llega.
Un saludo y gracias por el post!
Gracias a ti por el comentario. Lo que más me está gustando de esta generación es su voluntad de disputar a tope toda carrera en la que compiten. Las generaciones inmediatamente anteriores ya lo hacían un poco, pero la diferencia con la generación de Armstrong, Ullrich, Simoni y demás es más que notable.
ResponderEliminarY sin ir más lejos, Contador, por ejemplo. Que no es que no corriera a tope, es que directamente no competía.
ResponderEliminarDe todas maneras supongo que mucho tiene que ver que ahora la forma la cogen de manera muy rápida. En los 90 todos empezaban a competir solo para acumular kilómetros. Ahora desde las infames vueltas de Oriente Medio en febrero, ya se ve a los mejores ganar.
Pero sin duda, como comentas, la voluntad es otra. ¿Cuánto hace que no veíamos al ganador de una Grande venciendo además en un Monumento? Si Pogacar ganara, acabaría con Tour más dos Monumentos en la misma temporada. Sin consultar datos no creo que esto lo hayan hecho desde Merckx.
Cerrando los ojos creo que solo nos queda disfrutar de estos años, no preguntarse demasiado al respecto y ver carreras.
Saludos!
Sí, no me suena otro caso de ganador de Tour y dos monumentos en el mismo año. Con un monumento o mundial y Tour en el mismo año, me vienen a la cabeza a bote pronto Hinault, Roche y LeMond, pocos más. Es decir, cosas de otro tiempo.
EliminarAyer precisamente salieron unas declaraciones de Wellens en la línea de lo expresado por varios ciclistas (De Gendt, Barcet), sobre los nuevos ritmos del pelotón, imposibles de seguir para gente bien entrenada. Aunque estas declaraciones deben tomarse con pinzas (todos ellos superan los 30, edad en la que "de normal" comienza el declive de un deportista), algo insinuan sobre las nuevas velocidades del pelotón.
Un saludo!
Desde luego yo no recuerdo más, y el tema es que no han estado ni cerca porque no lo intentaban siquiera.
ResponderEliminarVi las declaraciones de Wellens, que eran más de lo mismo respecto a lo que dijo De Gendt en el Tour, que haciendo los mejores watios de su vida le daba para no quedarse cortado en el pelotón, pero no para meterse en las escapadas (habría que preguntarle si también aplica eso a las escapadas pactadas del Tour de las etapas llanas...).
Por cierto, lo de los 30 años para el declive era en otra época! Y no solo en ciclismo, creo que llevamos ya un tiempo donde la gente aguanta hasta bien entrada la treintena. Supongo que maravillas de la ciencia.
Saludos!