domingo, 2 de agosto de 2020

ARROGANCIA Y PERSEVERANCIA, LAS DOS CARAS DEL CICLISMO BELGA

Por fin el circo ambulante del ciclismo ha vuelto a ponerse en marcha. Lo ha hecho con dos carreras, Vuelta a Burgos y Strade Bianche, que han generado una gran expectación debido a la inusual reanudación de la temporada durante este verano. Se han desarrollado en unas condiciones aparentemente higiénicas, que sin embargo no alejan por completo la posibilidad de contagios. En lo que queda de temporada, los aficionados al ciclismo vamos a limitarnos a contemplar cómo el pelotón ciclista transita por una elevada cuerda de equilibrista, asomándose en todo momento al vacío. Sobre todo si abundan los espectadores que se empeñan en bajarse la mascarilla para vociferar a un palmo de la cara de los corredores.

En Burgos se ha impuesto con autoridad Remco Evenepoel. A diferencia de otras ediciones, la carrera presentaba una participación muy interesante, debido principalmente a los cambios de fechas de Tour y Giro. El ansia de competición propició una primera etapa muy movida, con abanicos e incluso un ataque lejano abortado del propio Evenepoel. Ese mismo nerviosismo inicial también deparó duras caídas, como la del debutante Gijs Leemreize. El desarrollo posterior de las etapas ha incurrido en viejos clichés de escapadas consentidas, dejando algunos destellos interesantes como el rendimiento de Roger Adrià o Joel Nicolau en la etapa de Picón Blanco, o las victorias al sprint de Fernando Gaviria y Sam Bennett. A pesar de la relativamente amplia terna de favoritos (Carapaz, Sosa, Simon Yates, Landa, G. Bennett, Majka, Valverde),  Evenepoel ha parecido no tener apenas rivales. Para imponerse en la general ni siquiera ha necesitado demostrar sus dotes de contrarrelojista, tan inusuales en corredores de su tamaño. 

La subida a Picón Blanco era su primer examen como escalador y en él sentenció la carrera. Sus rivales fueron desapareciendo uno a uno, quedándose tan solo con él Esteban Chaves y George Bennett, de los que se deshizo con uno de sus ritmos sostenidos infernales. Después, empujado por el viento de cola, desplegó sus alas de escalador para entrar en meta descamisado y haciendo gestos más propios de un teenager en la edad del pavo que de un campeón. En la etapa de las Lagunas de Neila se limitó a vigilar a Mikel Landa e Iván Ramiro Sosa y solamente les atacó cuando su compañero de equipo João Almeida parecía que iba a contactar con el terceto. Desistió más tarde de su ataque e Iván Ramiro Sosa, más consciente del ritmo y de los tiempos necesarios en esa subida, se llevó el triunfo con facilidad.

El fantasmita Casper


Espoleado por una prensa que ansía encontrar su mesías, Evenepoel parece ver amparados y aplaudidos sus constantes gestos de arrogancia en carrera y fuera de ella. No es necesario que un corredor que manifiesta su superioridad en carrera quiera subrayarla mediante gestos que rozan lo macarra, al menos si quiere desligarse de la pesada herencia del ciclismo de Armstrong y Contador, tan dados a altanerías. Quizá simplemente sea un residuo de su pasado futbolista sin mayor importancia. Pero si algo enseña la historia del ciclismo es lo impredecible que es como deporte, su constante capacidad para destruir fácilmente trayectorias que parecían bien encarriladas, al igual de persistente en sacar de la manga campeones inesperados. Alcanzar el primer puesto es difícil, pero más difícil todavía es mantenerlo.

Por su parte, la Strade Bianche estuvo entretenida. Ofreció un nuevo escenario, más seco y polvoriento, con las colinas toscanas amarillas y recién segadas, siendo una edición más dura por el sofocante calor. En una prueba caracterizada por la ausencia de público, esta vez lo hubo en demasía en algunas zonas (sin mascarilla, cómo no), estando solamente vacía la entrada al casco histórico de Siena y a la Piazza del Campo. Después de algunas escaramuzas de Simon Clarke y Michael Gogl, se formó un sexteto delantero compuesto por Fuglsang, Van Avermaet, Formolo, Bettiol, van Aert y Schachmann. Las noticias de la carrera por detrás fueron escasas, más allá de alguna fugaz imagen de Alaphilippe entre los coches y de van der Poel sofocado. En realidad la carrera se desarrolló en un continuo túnel de polvo, levantado por las motos de cámaras, fotógrafos y organización. La sequedad del ambiente y la reciente siega creaban esa nube de polvo sostenida, que ha dificultado en esta edición más si cabe el paso de los ciclistas por los tramos de sterrato, en los que el firme parecía menos compacto.

Van Avermaet fue el primero en ceder. Más tarde, en el último tramo de Le Tolfe, Wout van Aert lanzó su ataque. Bettiol intentó contestarlo, mientras Fuglsang hacía aguas por detrás. Hubo un momento de inquietud en el que la posibilidad del bettiolazo era de nuevo firme, pero fue perdiendo fuelle. No hay que descartar que sea de nuevo protagonista en las clásicas italianas de este agosto. Finalmente los únicos que organizaron una caza fueron Schachmann y Formolo. Quedaban 12 kilómetros para meta y el corredor de Herentals había hecho su apuesta, queriéndose anticipar al último repecho, de tan aciagos recuerdos. Comenzó a desplegar todo su potencial de rodador de largos fémures, habituado a terrenos dificiles, en las jorobas de dromedario que circundan Siena. Al menos él parecía más habituado que sus contrincantes al sudor terroso en la cara. Por detrás el esfuerzo recaía más en Formolo, mientras Schachmann parecía guardarse un as en la manga. En el último repecho de la interminable circunvalación de la ciudad, van Aert parecía tenerlo hecho.

El túnel de polvo



Sin embargo, quedaba la calle empinada de la ciudad, inusualmente desierta. Solo algún espectador parecía haber burlado el vallado, entre ellos algún anciano que simplemente se había limitado a bajar a la puerta de su casa. Van Aert ya tenía la carrera en el bolsillo. Su ritmo no parecía nublado por el recuerdo de sus calambres y tambaleos en la fría edición de 2018, ni tampoco por la presencia de un Alaphilippe racaneando los relevos y respirando en su cogote, como en 2019. Su victoria es ante todo la de la perseverancia, la que podría resumirse en el refrán de "a la tercera...". También es la de un corredor que ha sabido reponerse (el confinamiento y la suspensión de carreras han jugado en su favor), la de un corredor que aparentemente hace todo bien en las pruebas de un día y que parece bastante centrado en su nueva faceta de ciclista de carretera. Un corredor que cuando rueda en asfalto parece aliviado, porque está acostumbrado a hundir su bicicleta en la tierra como la punta de un arado tirado por bueyes. Un corredor con gran futuro, si pule su táctica, afina su olfato y tiene más suerte, los ingredientes mágicos para un excelente corredor de clásicas.

¿Hay que mojarse?
 

2 comentarios:

  1. Me gusta el ciclismo y me gusta van Aert no lo voy a negar.
    Tuve miedo de que no volviese al nivel despues del vallazo del tour pero aquí esta y me alegro, con respecto a la carrera del estarrato llegue a pensar que íbamos a presenciar un Bettiolazo estilo Cancellara pero no fue así, Schachmann lo esperaba mas fuerte en la cuesta pero bueno no todos los días va uno a estar super. En fin bonita semana de ciclismo, que dure. Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La verdad es que la lesión que sufrió hacía temer lo peor. Y en cuanto a Bettiol, yo este año veo que va a estar delante y alguna clásica se va a llevar, aunque estará mucho más vigilado.
      Gracias por tu comentario.

      Eliminar