Después de una dura jornada, de mucha tensión, con la enésima interrupción de la ruta, una Vuelta exasperante llegaba a su fin, acabando 44 kilómetros antes de su final oficial. Era el enésimo acto contra la caravana ciclista. La instrumentalización política de la Vuelta había sido vomitiva desde el inicio de la carrera, con tres semanas de hostigamiento y cacería desde todos los ángulos posibles, y algún que otro oportunista, con alta responsabilidad incluso, sumándose a última hora al linchamiento público. La Vuelta ha sido el tema de moda de este inicio de curso político. Ha abierto titulares y ha aparecido hasta en la sopa, siendo la comidilla de los bares y el foco de indignación de todas las chabacanas y venenosas tertulias televisivas de este país, movidas como siempre por la rabia y la envidia. Han sido para mí días muy duros como aficionado, en los que realmente he sufrido y he tenido momentos de bastante indignación y enfado. Ayer fue uno de ellos. Por ello, de todo el pedazo de mierda de Vuelta que nos hemos comido, me quedo con una imagen: la celebración final de los corredores. Al menos pude irme a la cama con una sonrisa. Incluso con los ojos algo vidriosos.
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Un deporte itinerante, quizá celebrando que no volverá a pisar este lugar en mucho tiempo. |
Sin ningún miembro de la organización - ni falta que hacía -, los equipos quedaron entre ellos y se repartieron los premios y los maillots en un parking de un hotel. No fue necesario mucho boato. Solo una lona con los patrocinadores de la prueba, tres neveras con los números indicados con rotulador, y mucha felicidad - quizá también alivio - en los rostros. Por haber concluido por fin una carrera desarrollada en un contexto hostil, amparado por las instituciones rectoras del país. Ha sido una tarea difícil pero que ha llegado a buen puerto, a pesar de la cancelación de la última etapa. Allí, en esa celebración casi clandestina, no estaba ni Guillén, ni Kiko García, ni Escartín, ni Pereiro, ni los políticos, ni los enchufados de las empresas que ponen la pasta. No había nadie de los perpetradores de este sainete de tres semanas, inaguantable, morboso, que ha sacado lo peor de cada uno. Solo ciclistas, independientemente de sus maillots, todos los ganadores de la prueba: un Vingegaard muy sonriente, en contraste con su cara triste cuando se canceló la última etapa; también Almeida, Pidcock con sus perros, Pedersen como alma de la fiesta, Riccitello (con mucha cara de alivio, por fin) y Vine, también los corredores del UAE, incluso Ayuso. Había alegría, alivio, satisfacción y quizá un deseo lógico de no querer volver a pisar este país, tan dado a las peladas de cable repentinas, a los arrebatos de ira, a los doses de mayo, a las locuras colectivas.
En fin, afortunadamente esta mierda de Vuelta ha llegado a su fin, con un balance de dos etapas anuladas, dos recortadas y nueve con incidentes destacados, más tres corredores tirados al suelo, uno de ellos retirado, por acción directa o indirecta de enajenados. Quizá, para el año que viene, haya que valorar cómo afrontar todo esto, qué consecuencias tomar. La primera, la que seguramente sucederá, será el aumento de problemas organizativos para la Vuelta: localidades que no pongan dinero, patrocinadores que se retiren o equipos que manden sus alineaciones Z. Todo ello merecido plenamente, por la organización y por el país. Quizá haya - ojalá - un cambio radical en cuanto a la dirección de la prueba y en cuanto a los responsables de la señal televisiva - esto último muy necesario, dada la deleznable realización de televisión española, un medio al que voy a hacer un boicot personal plenamente consciente, sobre todo con aquellos deportes colectivos, de selección, para los que siempre hacen un llamamiento de adhesión.
Pero no nos engañemos, el mismo problema que ha suscitado esta salida de quicio colectiva va a seguir sobre la mesa para 2026: deberán ser la UCI, ASO, y quizá instancias deportivas superiores, las que deban tomar las decisiones. Ahora solo deseo que se deshinche la ola y que los políticos y los periodistas vuelvan a sus asuntos, dejando al ciclismo en paz.
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