domingo, 4 de octubre de 2020

PAYASOS

¡Ay, los payasos! En un pasado pudieron parecer entrañables, pero en realidad siempre me resultaron un tanto inquietantes. Charlie Rivel, Fofito, Krusty, Pennywise y compañía. Cargantes, atontaniños, alcohólicos o simplemente monstruos capaces de reír a carcajadas después de asestar unas cuantas puñaladas a un niño nerd engañado al salir del colegio. En la edición de la Lieja se ha visto un buen ejemplo de lo que son capaces los buenos payasos, los de toda la vida: no solo de los más sutiles ardides, sino también de las mayores bufonadas. ¡Qué pronto ha envejecido mi anterior post, cargado de "buenas intenciones"!

 

"Sensibles,cariñosos y...¡sí! chalados, los payasos"

Se podría empezar a contar esta Lieja como un chiste. "Saben aquel que diu d'un ciclista...". Un chiste de los malos, de los que cuenta Perico, de los que ya se han visto. Uno levanta los brazos y ¡pam! otro le birla la victoria. De normal es una situación que llega a ser tan ridícula que el aficionado al final tiene un poco de misericordia con el que ha hecho la tontería de celebrar antes de tiempo, pero este no ha sido el caso. De hecho, yo lo he celebrado con un aplauso. 

Acércate, niño ¿No llevarás en la mochila una Lieja?
 

Pero vayamos a los sucesos anteriores. La Lieja se disputaba en un ambiente fresco y algo húmedo, más de lo habitual. Muchos se fueron al suelo, entre ellos Van Avermaet, que se perderá la extraña temporada de clásicas de octubre. No hubo movimientos de auténtico peligro hasta la Roche aux Faucons. La tentativa de Schär y algún movimiento más, apenas destacable. Todo se armó donde se tenía que armar y donde atacó el esperado, el nuevo Mesías de los amantes del ciclismo ofensivo: Alaphilippe. 

Parecía una vez más que el francés jugaba a lo grande, a atacar donde se le espera y a marcharse solo por pura fuerza, aprovechando su demarraje violento. Devenyns, que parece otro (como siempre sucede en ese equipo, por otro lado), lo había lanzado a la perfección. Pero por detrás Hirschi lo cogió, poco a poco, como el que simplemente recoge carrete y espera la captura. Al presentir la sombra del suizo a su espalda, Alaphilippe relajó el ritmo, lo que permitió que por detrás llegaran Roglič y Pogačar. El mayor de los eslovenos llegó con aparente facilidad, el más joven con algo más de tensión en los hombros y varios mechones asomando por el casco. La presencia de Pogačar demostraba la inutilidad de su gesto en el pasado mundial: si se hubiese esperado, habría estado ahí con los mejores. En esa subida a escalones se produjo otro parón, lo que permitió entrar in extremis a Kwiatkowski, después de sobrepasar a Woods, al  que le faltó bien poco para lograr la conexión. 

Alaphilippe y Hirschi siguieron forzando el ritmo en los falsos llanos posteriores y Kwiatkowski, el último en agarrarse al tren, finalmente se descolgó. Se había formado el cuarteto predilecto, solo quedaba afrontar el descenso hasta el Mosa y resolver las cosas al sprint. Alaphilippe parecía nervioso. Como siempre ejecutaba esos movimientos bruscos, extraños, tan característicos en él y que tan en riesgo innecesario ponen a sus rivales. En este caso, poco faltó para que hiciera el afilador con Hirschi. Sin embargo el francés seguía a lo suyo, a su juego particular de nervios, no sabiendo que estaba ante dos hombres de hielo y uno dotado de auténtico instinto para las clásicas. 

A falta de un kilómetro, ya en las calles de Lieja, un cuarteto de lujo iba jugarse el triunfo en la Lieja: Alaphilippe, Hirschi, Roglič y Pogačar. Un cuarteto que no envidará a otros del pasado, como aquel de 1991, con Argentin, Criquielion, Sorensen e Indurain, por poner un ejemplo. Alaphilippe culebreaba, y en un último cambio brusco de dirección, casi pone de nuevo en peligro a sus compañeros de fuga. Hirschi ya extendía los planos, cartabones y escuadras para medir su distancia, mientras que el dúo esloveno esperaba con atención cualquier error de los rivales para lanzarse directamente a la yugular. Empezaron a observarse detenidamente. En realidad se trataba de viejos conocidos. Alaphilippe había podido derrotar a Hirschi en Niza y a su vez Pogačar y Roglič habían hecho lo mismo con el suizo en Laruns. Con los despojos del suizo, habría que matizar. Sin embargo, el cervatillo de Berna parecía el más acomodado a la victoria, después ganar la Flecha: en cada pedalada ahorrada parecía ganar un metro hacia su triunfo. Era el único que le había tomado la medida a Alaphilippe en la Roche aux Facons. 

Los cuatro empiezan a mirarse. Alaphilippe transmite su nerviosismo a los demás, como siempre, aunque también va bastante crecido por el maillot que luce. Hirschi, con las manos soldadas a las manetas, parece en condiciones de ganar. Los eslovenos, uno mecánico como siempre, como un autómata, el otro con esa expresión facial de niño que se divierte corriendo, hacen sus cálculos. Los cuatro se abren y se despliegan sobre la recta de meta, como los cuatro ases de una baraja ya escogida de antemano. Por detrás llega una amenaza, también eslovena: Mohorič.

Llega Mohoric

 

Mohorič es un invitado más a la fiesta que los alcanza e intenta asestar el golpe final. Pero no puede, pronto se colocan todos a su rueda, y lo que parecía un estocazo se convierte en un simple lanzamiento del sprint. Mohorič no va a ganar, Alaphilippe ha cogido su rueda y parece que entre él y Hirschi va a estar la victoria. El francés comienza su sprint pegado a las vallas. Lanza una breve mirada a sus rivales y, cuando aprecia que Hirschi comienza su remontada, gira bruscamente hacia el centro de la calzada. Hirschi se ve obligado a sacar un pie para evitar caerse y a su vez desplaza a Pogačar, que acaba casi en las vallas opuestas. Alaphilippe sigue ya prácticamente por el centro de la calzada, directo hacia su triunfo, pequeña triquiñuela mediante. 

El momento de la infracción

 

Y entonces, una vez perpetrada la pequeña fechoría, qué mejor que entregarse al goce de las cámaras. Dos o tres reverencias dieciochescas, un saludo a todo el mundo, "aquí ha llegado el arc-en-ciel". Sin embargo, con sigilo crecía la estratagema para derrotar al falso rey por su derecha. Un golpe de riñón dado precisamente en esos momentos en el que el Gran Bufón se daba al espectáculo, el viejo truco de los sprinters zorretes. ¡Cuánto ha aprendido Roglič de ciclismo en poco tiempo! Roglič  adquiere de pronto la fisonomía de Freire, de Guimard, de tantos otros que supieron burlar al orgulloso que se cree ganador antes de tiempo. De un plumazo voló el triunfo en la Lieja y toda la martingala. No hacía falta ni la descalificación, que luego vendría como una losa: simplemente el karma, aquello que antes llamábamos justicia poética, había actuado una vez más, despojando justo a tiempo a Alaphilippe de un triunfo inmerecido.   

 


No las tiene todas consigo

 

Hablemos ya del ganador, que lo merece. El triunfo merecido de Roglič acaba con dos meses de desencuentros. Caídas, excesos de confianza y fuerzas que flaquean en los momentos precisos le habían privado de las grandes victorias. Su triunfo en la Lieja lo coloca en un selecto grupo, el de corredores ganadores de gran vuelta y monumento, es decir, en el grupo que marca la excelencia ciclista. El podium es de los que se recordarán por su calidad. Si bien no sabremos nunca qué habrían hecho Hirschi y Pogačar en el sprint, al menos el vencedor ha visto coronados sus esfuerzos de varios meses aciagos y el aficionado se queda con la buena sensación de que el desafortunado encuentra por fin su camino hacia el triunfo, la perseverencia obtiene su recompensa y las malas artes su castigo, como en una buena obra de teatro. 

Sin el infractor sancionado


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