lunes, 19 de octubre de 2020

LOS YERNOS PERFECTOS

El ciclismo ha encontrado por fin a sus yernos perfectos, dos chicos altos y jóvenes a los que poder presentar sin vergüenza ante la mesa del resto de deportes. Sus estilos agresivos, sus dominios casi circenses de la bicicleta, su afición desde niños a revolcarse en el barro juntos y a dejar una puerta abierta a la polémica cuando hay un micrófono delante, han hecho que arrastren desde hace tiempo un fandom cada vez más amplio, que los conoce simplemente por sus siglas. En realidad son dos caras de una misma moneda, casi idénticos. Uno con la cabeza hundida entre los anchos hombros, a la manera de un cruce entre Boonen y un Poulidor rosado. El otro con las caderas más estrechas y el pedaleo más liviano, pero con las pesadas cejas y los morros caídos de los grandes campeones belgas. Uno más hiératico, más robótico y machacón; el otro con un rostro más expresivo en el que a veces una mueca evidencia la fatiga. Muchos se frotan las manos, ávidos de relatos protagonizados por ambos, lo que quizá no venga del todo mal al maltrecho deporte que nos ocupa. 

Por fin los yernos perfectos

 

Pero los jóvenes rivales necesitan de un tercero en discordia, un Pier Nodoyuna infatigable, siempre dando que hablar con una salida sorprendente. Un personaje tan amante de las cámaras que incluso cuando sufre un infortunio deja para la posteridad una imagen digna de eclipsar el protagonismo de sus rivales. 


El momento del castañazo. Fotografía de Luc Claessen.
 

Sin embargo, más allá del sprint a dos y del desafortunado incidente de Alaphilippe, no ha sido una Ronde tan espectacular como en otros años. Para mí se encuentra un peldaño por debajo de las Ronde de Gilbert o Terpstra, por poner algunos ejemplos recientes en el mismo circuito. Para los que crecimos con el Muur, con el batticuore habitual que precedía a sus cámaras fijas, este circuito no nos acaba de encajar. Le falta algo, quizá una chispa de sacralidad y por qué no decirlo, más caminos estrechos y menos carreterazas en la parte final. Tampoco ayuda ver destrozar un mito como el Koppenberg con la inusitada facilidad con la que lo ha hecho un debutante en Flandes como Alaphilippe. 

De hecho, Alaphilippe ha sido el animador de la carrera, haciendo el papel del amigo incómodo que se suma a la fiesta con ganas de chistes cuando los otros ya piensan en ligar: la "mosca cojonera" que enturbiaba los sueños de victoria de la pareja del ciclocross. Yo no lo daba como favorito (siempre lo minusvaloro), pero ahí estaba una vez más: le da igual que sea el Tourmalet o el Koppenberg, el Poggio o la Roche aux Faucons, la fórmula de los lobeznos encarnada en Alaphilippe parece derribar cualquier obstáculo. Excepto las motocicletas.

Y es que el campeón debe marcar la diferencia con la fuerza y también con la inteligencia, pero por qué no decirlo, también con la concentración. Después del primer paso por el Paterberg, Alaphilippe decidió empezar a enseñar las cartas, acompañado del rejuvenecido Devenyns. Se trató de un movimiento para soltar las piernas y poner un poco nervioso al personal, pues ahí estuvieron prontos en la respuesta Bardet o Naesen. Sin embargo, el auténtico espesor de las piernas del francés se vería pasado el Koppenberg, en el que se marchó como quien comienza un paseo. Solo un silbido en esa rampa imposible hubiese sido un maltrato mayor a la historia de este deporte. De esta manera enlazó con Turgis y siguió jugando su guerra psicológica con los demás, que veían que el campeón del mundo iba muy en serio. 

Alaphilippe y Devenyns al ataque.

En el tramo adoquinado de Mariaborrestraat, a falta de 41 kilómetros, Alaphilippe se lanzó definitivamente al ataque, aprovechando un tramo en ligera bajada. Van der Poel, muy atento, le cogió rueda, y más tarde van Aert haría lo propio, con mayor esfuerzo. Se había formado el trío perfecto en un lugar aparentemente secundario, en una curva adoquinada en descenso, cruzando un paso a nivel. Había compenetración en los relevos, aunque los tres tuvieran cuentas pendientes cruzadas. 

De pronto un cambio de plano muestra a Alaphilippe por los suelos. La bicicleta ni siquiera aparece en el plano: ha salido volando y se encuentra fuera de la calzada. ¿Qué había liado esta vez? Las repeticiones muestran el instante. Wout van Aert encabeza el terceto y pasa muy apurado a dos motos, una de asistencia y la otra del jurado, que van frenando en el lado izquierdo de la imagen. Ha aprovechado al máximo su estela. Van der Poel, tras él, hace un quiebro para esquivarlas. Alaphilippe, el tercero, con solo una mano en el manillar y mirando hacia otro lado, se traga por completo la moto del juez de carrera. La larga historia de las carreras belgas y las motos, aunque esta vez haya sido todo más un fallo clamoroso de concentración del ciclista francés. Para ganar hay que evitar caerse (que se lo digan a Geraint Thomas). Sin duda, van der Poel y van Aert respiraron aliviados al no tener que aguantar la presencia incordiosa del francés a rueda. 

 

Quiere ganar también en lo de la maldición.

A partir de ese momento fue todo un monólogo, o un diálogo, si se prefiere. Van der Poel y van Aert se dedicaron a rodar a la perfección, dejando bonitas fotografías para los futuros almanaques y libros conmemorativos. Pero más allá de la estética, la carrera perdió todo aliciente. La inusitada superioridad de la pareja de moda convertía en casi imposible la caza por detrás. Lo único que podía servir de estímulo era la comparación mental del estilo de ambos, tan parecidos y al mismo tiempo tan sutilmente diferentes. Su cabalgada fue ya sin estridencias, ambos con el único objetivo de superar los obstáculos restantes como quien echa una firma debajo de un contrato, antes de solucionar las cosas al sprint. ¿Qué mejor para el propio relato, el relato de una rivalidad que va in crescendo, que un sprint entre los dos? 

Ante todo la estética. Fotografía de Ashley & Jered Gruber.


Y vaya sprint. Quizá sea lo único que se recuerde pasado el tiempo de este monumento, junto con el castañazo de Alaphilippe. Van der Poel y van Aert mano a mano, codo con codo, en un sprint corto pero de mucha potencia, en el que el holandés supo mantener a raya al belga, ganándole por la mínima. La resolución perfecta para que ninguno de los dos siameses hubiese salido demasiado humillado. Por detrás, el siempre sólido Kristoff se hacía con la tercera plaza.

Otro sprint por la mínima


Quizá suene a anatema, pero el Giro, del que ya hablaré en su momento, deparó imágenes igual de interesantes, protagonizadas por jóvenes anónimos y hambrientos, aprovechando el cansancio y las bajas de una carrera emparedada en el calendario.

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