Al igual que sucede en la sociedad en general, en el Tour prima también la inmediatez de la imagen. El tiempo en el que el Tour era una historia a narrar, e incluso en algún caso a inventar, pasó ya. Lo más destacado a día de hoy son las imágenes que la carrera deja, las de rápido consumo. Bien lo advirtió Emmanuel Macron al rodearse para la foto de los dos aspirantes franceses al triunfo final, consciente de que una imagen así puede reflotar una carrera política en declive. También lo debió saber Nairo Quintana al rehusar la mirada y el relevo a Mikel Landa delante de las cámaras, en un acto en el que se conjugaron el declive físico con el orgullo herido, justo un día después de un ridículo descomunal de su equipo. Ya lo sabían de antemano también los organizadores de la carrera, al haber diseñado una etapa en el Tourmalet pensando más en las tomas aéreas que en la propia carrera.
Macron y dos glorias nacionales |
Pero a pesar de los bellos paisajes y de los rostros populares, el espectador de ciclismo no quiere ver un documental de la 2 o un reportaje de prensa rosa. Le interesan, como siempre, la batalla, los ataques, los desfallecimientos, las estrategias bien planificadas y aquellas otras que salen mal, las victorias sudadas, en resumen, todo aquello que comporta una competición. Una competición que brilló por su ausencia en la primera etapa pirenaica, en la que, a pesar de Peyresourde y Horquete d'Ancizan, se sabía que acabaría con una fuga consentida y poca batalla atrás. Una etapa que se llevó Simon Yates en su nueva faceta de cazaetapas, por delante de Pello Bilbao y Gregor Mühlberger. De nuevo volvió a escasear la competitividad en la etapa del Tourmalet, una etapa de kilometraje reducido en la que triunfó esa repetida sensación de igualdad inducida, que produce tanta rabia en el espectador. Una sensación de ir todos retenidos, o bien por miedo, o bien por ir todos a un límite que es difícil de sobrepasar.
Espacios bellos pero vacíos. En el caso del Tour, no de gente sino de acontecimiento (Foto de Josef Koudelka, 1968) |
Todo ello ha permitido que Julian Alaphilippe siga de líder sólido. A pesar de haber sufrido como un perro en la última subida a Prat d'Albis, sigue siendo líder con una renta holgada para los tiempos que corren. No cuenta con equipo, después del descalabro monumental de Enric Mas, pero si supera la etapa del encadenado alpino de Vars, Izoard y Galibier, tendrá medio Tour hecho. Con él van la ambición, la "motivación" y también la fuerza de otra imagen: la del líder entrando en la meta de Pau tras una contrarreloj victoriosa. En una situación en la que otros echan por la boca hasta los higadillos y se pasan media hora recuperando el aliento, él entró haciendo derrapes y cucamonas, como un buen mico amaestrado. Ni asomo de desgaste en una crono de solo 27 kilómetros, en la que fue el mejor y que recordó, entre las bocas desencajadas por la sorpresa, a aquellas cronos protagonizadas por ciclistas a los que el maillot daba alas, ya fuesen Marco Pantani o Roberto Heras. La potencia de esa imagen de un Alaphilippe exultante continuó en el Tourmalet, etapa en la que pareció incluso que cedía la victoria a Thibaut Pinot. Se desvaneció ligeramente bajo la lluvia en Prat d'Albis, después de una etapa de montaña auténtica con Lers, Mur de Peguere y la subida final, en la que por fin se vieron ataques lejanos y en la que el líder se quedó solo bien pronto, pero en la que se defendió bien, sin cebarse.
Entra derrapando. |
El corredor que más reforzado sale de estos Pirineos es sin duda Thibaut Pinot. Veremos si no debe lamentar en demasía su despiste camino de Albi. Si bien en el Tourmalet Pinot hizo un ataque pancartero, ayer en Prat d'Albis lanzó un ataque con toda la artillería, precedido del trabajo esforzado de David Gaudu. El menudo corredor francés, pasado ganador del Tour de l'Avenir, está dejando muestras a lo largo de todo el año de ser un escalador excepcional, de sangre caliente, algo nervioso pero muy eficaz. Su capacidad de sacrificio y entrega por Pinot es tal que el año pasado incluso derribó involuntariamente a Miguel Ángel López en la Milán-Turín, facilitando la victoria de su líder. En la subida al Tourmalet incluso hubo momentos en los que parecía que se marchaba por delante cuando los líderes empezaban con el juego de las miradas, y en la etapa de ayer supo aguantar a unos metros del grupo de favoritos en el Mur de Peguere, para entrar en el descenso y vaciarse a continuación por su líder.
Foto de Jered Gruber |
Tanto Alaphilippe como Pinot están aprovechando las fisuras de Ineos, que como se vio en el pasado Giro, ya no es un equipo dominador. Ayer por fin camino de la subida de Foix se vio todo lo que puede ganar una carrera cuando no hay un equipo que monte un trenecito de montaña. Sin embargo, cabe esperar que Poels, Kwiatkowski y Castroviejo carburen en los Alpes, resucitados con electroshocks y algún relámpago de tormenta a lo Doctor Frankenstein. Pero hay algo que hace pensar que ya no son lo que eran y que el tortazo de Froome se ha llevado más cosas que la posibilidad de un quinto triunfo en el Tour. Thomas se está defendiendo bien, sin ser el "rematador" que sprintaba en Alpe d'Huez el año pasado. Bernal, por su parte, pudo contar ayer con algo de libertad de movimientos, pero a la hora de la verdad no pudo seguir el ritmo de Pinot, con sus repetidos cambios de ritmo, acompañados de sus ya característicos gestos de pez boqueando fuera del agua. Quizá en Prat d'Albis se puso a prueba a Bernal, a ver si aguantaba el ritmo de Pinot. Pero no pudo, con lo cual la apuesta a partir de ahora será presumiblemente por el galés.
Podría decirse que el cuarto contendiente es Kruijswijk, más bien por el comportamiento reluciente del Jumbo-Visma a lo largo de este Tour que por la propia capacidad de ataque de la Percha. Por primera vez Kruijswijk está contando con equipo y no una banda a su disposición, con Bennett y De Plus haciendo labor de gregarios hasta muy lejos, pero será difícil que Kruijswijk se quite de encima la mala suerte de corredor reservón que le acompaña desde l'Agnello. Aunque, sin ir más lejos, el año pasado fue de los pocos que atacó, como segunda espada de Roglič. Tampoco hay que perder ojo a Emmanuel Buchmann, aunque a lo máximo que podría aspirar es a un puesto de podio, algo ya muy destacado.
Finalmente tocaría hablar de Movistar. No quiero extenderme mucho en este apartado, pues supondría asumir que es el equipo que me representa "como español", cosa que nunca he considerado así. Realmente siempre me ha dado bastante igual lo que haga o deje de hacer el equipo de los frailes, aunque mentiría si no dijese que nada de esto me ha sorprendido. Era lo que se podía esperar. Valverde jugando al puestómetro, en vez de ir a por etapas; Landa atacando pensando en sus fans, sin conseguir los objetivos deseados; y Quintana muy lejos de aquel escalador del periodo 2013-2016, repitiendo todos los esquemas que sus detractores le atribuyen: escaqueo en los relevos y algo de resentimiento. Al menos Landa lo intentó con más ahínco que fuerza en el Mur de Peguere, sin poder dar alcance a Simon Yates, pero manteniendo el tipo ante Pinot. En cuanto a los que conducen, poco que decir. Afortunadamente estuvieron lejos de los mandos en el pasado Giro, para beneficio de Carapaz, al que a punto estuvieron de hacer fracasar al desembarcar en Italia el último fin de semana para hacerse la foto de Milán. En resumen, se trata de un equipo sin alma que deja vendidos cada dos por tres a sus gregarios.
Por tanto, queda una semana de Tour abierto, que no lo será tanto si no hay de ataques de verdad. Si alguien pretende desbancar a Alaphilippe, tendrá que repetir el esquema de la etapa de Prat d'Albis, y no el de la farsa del Tourmalet. Una cosa está clara, no ganará aquel que esté excesivamente pendiente de las imágenes que el Tour deja, de las declaraciones y del barullo que el Tour genera y que los periodistas se prestan a procesar y vender con rapidez como si se tratase de comida basura.
Los medios de propaganda (caricatura de Goebbels, obra del colectivo Kukryniksy) |
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