lunes, 11 de octubre de 2021

SIEMPRE SOBREVIVE ALGO DEL ENCANTO PERDIDO

Debido a los ajustes más recientes del calendario, la París - Tours lleva un tiempo convertida en la última gran carrera del año, cuando antes siempre solía serlo el Giro de Lombardía. En épocas anteriores, eran las pruebas contra el crono las que ponían fin al calendario en carretera. Estos movimientos en el calendario evidencian que el status de la París - Tours cada año baja algún peldaño más. Ese proceso de degradación comenzó en 2005, cuando de forma sorprendente quedó fuera del Protour. Se pensó entonces que la tradición contaría más que los nuevos circuitos y su suculento reparto de puntos, pero a la larga no ha sido así. Después de unos primeros años en los que todavía siguió siendo una prueba muy disputada, la participación ha ido remitiendo. Por ello, en un intento desesperado por renovarse o morir, se incluyeron los chemins de vignes en 2018, al calor del nuevo interés por la tierra. Si somos sinceros, en realidad la París - Tours siempre fue la clásica francesa más abierta al cambio: desde los experimentos con desarrollo fijo en los sesenta, hasta los constantes cambios de orientación en los setenta-ochenta. Sin embargo, los últimos cambios no han servido para mejorar la participación. Se diría que incluso la han empeorado. Sin ir más lejos, en la presente edición no estaban presentes equipos como Ineos, Deceuninck-Quick Step, UAE, Bahrein o Education First. 

Aun así ha habido un ganador de prestigio.


Todos estos avatares no han repercutido en el interés de la prueba, sobre todo en su tramo final, cuando se huele la llegada de la avenue de Grammont. En su desarrollo anterior, la carrera ha cambiado los bosques otoñales, que conferían a la prueba ese carácter sombrío de preludio del mal tiempo, por viñedos resecos. El paso por estos caminos llenos de pedruscos aporta quizá espectacularidad para algunos, pero no resulta tan decisivo como parece. Sirven para evitar la llegada de grupos masivos, para hacer más decisivos los pinchazos (que se lo digan a Frederik Frison), y poco más. Pueden quedarse, mientras la carrera siga llegando a Tours, pasando previamente por esas cotas estrechas entre urbanizaciones, asumiendo cada vez más emoción a medida que se aproximan  al Loira y a la ciudad.

En realidad, la carrera habría tenido un desarrollo más anodino sin el empuje del equipo de Madiot (protagonista histórico de esta carrera, con Guesdon y Gilbert). A falta de unos 45 kilómetros se formó en uno de los caminos polvorientos un terceto, con Connor Swift, Stan Dewulf y Frederik Frison. Poco más tarde, el británico caería del terceto, siendo sustituido por Franck Bonnamour. Se había formado por tanto un terceto de corredores que contaba con muchas opciones de victoria, dada la estrechez del recorrido y el continuo encadenado de tramos de tierra y cotas. Por detrás quedaban una treintena de corredores, con Arnaud Démare y Valentin Madouas de Groupama-FDJ, Jasper Stuyven de Trek, Danny van Poppel de Intermarché y algunos corredores sufriendo en la parte trasera, como Greg Van Avermaet o el ganador de la edición de 2020, Casper Pedersen. 

Madouas parecía el más interesado en alcanzar al terceto delantero, con la intención de favorecer a Démare. Sin embargo, el grupo avanzaba con continuas paradas y arrancadas, algunas protagonizadas por Roger Adrià, una de las revelaciones más positivas del año. De esta forma, se conformó un sexteto perseguidor, formado por Valentin Madouas, Arnaud Démare, Jasper Stuyven, Bob Jungels (¡por fin reaparecido!), Matis Louvel del Arkea y Roger Adrià. Por delante, Frederik Frison quedaba descartado por un pinchazo y a falta de 11 kilómetros, un ataque de Démare en una cota le dejó tan solo con Stuyven como compañía. Después de unas dudas del belga de Trek, finalmente se dedició a colaborar. 

Roger Adrià, gran revelación española del año.


Llegaron entonces los momentos más interesantes de la prueba. Al acercarse al Loira, la clásica francesa pareció recobrar la emoción de todos los años, la que depara uno de los finales más nerviosos de la temporada. Dos parejas se perseguían, la delantera con Bonnamour y Dewulf, la trasera con Stuyven y Démare: dos corredores de la clase media-baja del pelotón, acostumbrados a la fugas, contra dos ganadores de la Milán - Sanremo. 

El final emocionante de todos los años.


Después de callejear por Tours, finalmente accedieron a la tradicional avenue Grammont, donde las dos parejas se unieron. La avenida se ha recortado, ya no tiene esa monstruosa longitud en la que el pelotón acababa devorando a la fuga. Démare lanzó el sprint de lejos, por el centro, abriendo los codos, encontrando una sorprendente oposición inicial por parte de Bonnamour. Sin embargo, el velocista francés acabó por imponerse, maquillando con este triunfo una temporada plagada de sombras, en la que ha estado bastante alejado de los puestos delanteros en los sprints masivos. Sin embargo, esta victoria en casa le vuelve a colocar en el puesto que le corresponde: el de un sprinter que es más que un sprinter. Quizá esta nueva táctica atacante anticipe un cambio de estilo en sus victorias. Stuyven, por su parte, tuvo que conformarse con la tercera posición.

Bonnamour lo intentó.

 

A falta de algunas pruebas italianas y francesas más, la temporada 2021 puede decirse que ha llegado a su fin. Este encadenado final de pruebas italianas, salpicadas de alguna en Bélgica o Francia, deja patente un hecho: más allá de la existencia de equipos de primer nivel o no, el ciclismo en los tres países tradicionales sigue gozando de enorme salud, al tener infinidad de pruebas, de mayor o menor prestigio. Llama la atención la cantidad de público que todavía se acerca a estas pruebas, incluso en las menores, especialmente en Francia (sobre todo público canoso, todo hay que decirlo). La cacareada decadencia del ciclismo español, que simplemente es una vuelta a la normalidad después de años de subidón, se entiende al comparar el calendario de pruebas de aquí con el de Italia, Bélgica o Francia. Aquí apenas hay pruebas pequeñas. Apenas hay pruebas de un día. Quizá sí haya el doble de ciclistas populares, de grupetas que discurren por carreteras más seguras, o de nuevos adictos al deporte: pero no hay comparación posible en cuanto a jóvenes y en cuanto a carreras. En realidad el calendario español nunca ha aguantado la comparación con el de los países antes nombrados, pero parece que la diferencia es cada año más abismal.

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