El mundial de Wollongong se ha resuelto de una forma prematura y extraña, decepcionante a su manera. Ya se sabía quién iba a ser el ganador a falta de 70 kilómetros, cuando quedaban todavía cuatro vueltas, todo un mundo en cuestión de mundiales. Remco Evenepoel, uno de los favoritos indiscutibles, se ha colado en un corte bueno y luego simplemente se ha deshecho de una concurrencia claramente inferior, con toda una exhibición de rodar en un circuito que finalmente no ha sido tan duro como se preveía. Pero aparte de sus dotes de rodador, a su victoria han contribuido las demás selecciones con su falta de reflejos y su miedo a tomar la iniciativa en la persecución. En algún momento ha dado la impresión de que prevalecían oscuros intereses comerciales por encima de los propios de las selecciones. Y para rematar, durante la mayor parte de la carrera la realización de telivisión parecía estar en manos de un mono loco, entremezclando ráfagas de imágenes inconexas de una carrera ciclista en mitad de un documental de surferos, con playas, acantilados y ballenas.
"Esta prenda me suena". |
En el recorrido costero previo al Monte Keira se ha formado la escapada del día, bastante nutrida y sin muchas comparsas. El del Vaticano se ha dejado ver, también el de Malta, pero luego han sido aplastados por la dura realidad. Al mismo tiempo, saltaba la bomba informativa del día: Mathieu van der Poel se retiraba a los 30 kilómetros de carrera, después de haber pasado la noche en comisaría debido a un altercado con unas adolescentes en el hotel. Un incidente extraño que introduce unos puntos suspensivos adicionales en su ya de por sí errática carrera profesional. En la ascensión al Monte Keira, la selección francesa comenzó a forzar el ritmo con Romain Bardet y Pavel Sivakov. Se formó un corte tempranero, en el que figuraban Tadej Pogačar y Wout van Aert, mientras el resto de favoritos se quedaron tranquilamente en el pelotón trasero. El esloveno parecía nervioso, como si la carrera se estuviese jugando a falta de 220 kilómetros a meta. Parecía estar tirando por la borda sus expectativas de victoria ya desde el principio.
Un largo documental de national geographic.
Finalmente el grueso de ese primer pelotón fue cazado, marchándose por delante un grupo selecto con Ben O'Connor, Luke Plapp, Samuele Battistella, Pavel Sivakov y Pieter Serry. El belga no pasaba a los relevos, en un modus operandi muy lefeveriano, sin que por ello sus compañeros de escapada le recriminasen nada. Deberían haberlo hecho, porque estaba guardando unas fuerzas que luego serían decisivas. Este grupo de cinco dio alcance a la fuga numerosa de cabeza, en la que figuraban corredores como el checo Kukrle, el esloveno Primožič o el suizo Pellaud. Mientras tanto, por detrás eran las selecciones española y neerlandesa las que comandaban el pelotón. El empeño español en la persecución, que posteriormente se repetiría en modo de farsa, dejaba en evidencia que ninguno de los españoles había intentado colarse en una fuga inicial para la que parecían corredores muy idóneos.
Las vueltas se fueron sucediendo sin mucho interés. A las calles de urbanización, con sus toboganes, les continuaban imágenes de olas, acantilados, la Opera House, una ballena o lo que fuera necesario para distraer al espectador de aquello que le interesaba de verdad, seguir una carrera ciclista con un mínimo de continuidad. A falta de cuatro vueltas, los franceses decidieron tensar la carrera en el Mont Pleasant, la subida dura del circuito. Quentin Pacher se puso en cabeza y se fue formando sin aparente brusquedad una selección de una veintena de corredores, pasando todos ellos por delante de los morros de Julian Alaphilippe y Wout van Aert, como si recibiesen la bendición de ambos. Pogačar pasó mal colocado, sin darse cuenta de lo que se estaba cocinando con tranquilidad en la cabeza del grupo. Los franceses habían colado a Quentin Pacher, Romain Bardet y Florian Sénechal, que se unirían rápidamente a Sivakov. También habían cogido ese corte bueno Jai Hindley, Jan Tratnik, Pascal Eenkhoorn, Lorenzo Rota y Nicola Conci, Alexey Lutsenko, Ben Tulett y Jake Stewart, Mattias Skjelmose Jensen, Mauro Schmid y...Remco Evenepoel, acompañado de Quinten Hermans y Stan Dewulf. Remco Evenepoel ya había hecho su movimiento. Era la primera carta sobre la mesa que se sabía que echaría Bélgica. De forma inexplicable, el resto de selecciones dio por buena la presencia de algún representante. Era su manera particular de despedirse de la carrera.
Quentin Pacher enciende la mecha. |
Se produjo rápidamente la unión entre la fuga del día y ese corte decisivo. Florian Sénéchal contribuyó a aumentar el hueco con el pelotón, contra toda lógica (lógica de país, claro, no de equipo). De vez en cuando, Stan Dewulf le echaba una mano. Descolgado Sénéchal, Hermans y Serry tomaron la iniciativa, y más tarde el suizo Simon Pellaud, que se desfondó al parecer por Schmid, mientras por detrás tenían que ser España de nuevo y Alemania las que comandasen la persecución, ante la inoperancia del resto de selecciones. Francia daba por buena la presencia de Bardet y Sivakov, Gran Bretaña la de Tulett, Países Bajos la de Eenkhoorn, Italia la de Rota y Eslovenia la del desconocido Primožič y la de Jan Tratnik. Sin duda ciclistas que podían rivalizar todos ellos de tú a tú con Evenepoel. Ha sido un poco vergonzosa esa forma de desentenderse de la carrera, dejando que en poco tiempo la diferencia se marchase casi a los dos minutos. No se me ocurre otra forma de decirlo: han regalado la carrera.
Sin embargo, aun hubo un momento de duda, un momento en el que la situación podía haber basculado en sentido contrario. Por delante hubo un poco de indeterminación en la subida al Mont Pleasant cuando faltaban tres vueltas y por detrás un acelerón de Valentin Madouas, seguido por Marc Soler, Tadej Pogačar y Alberto Bettiol, dejó la diferencia en apenas un minuto. Sin embargo, al acabar la subida, un ataque de Lutsenko volvió a acelerar la carrera por delante a lo que se añadió el parón del pelotón. La diferencia se fue rápidamente a los dos minutos y las cosas parecían claras. Solo quedaba saber cuándo se movería Evenepoel.
Poco antes del paso por la penúltima vuelta, Evenepoel lanzó su ataque en el llano, siendo seguido por Lutsenko. Por detrás se formó un cuarteto de persecución, con Schmid, Rota, Skjelmose Jensen y Eenkhoorn. En la siguiente subida al Mont Pleasant, Evenepoel dejaría de rueda a Lutsenko, marchándose ya a por el triunfo. Quedaban vientincinco kilómetros a meta y el pelotón se encontraba a más de dos minutos, marchándose por momentos esa diferencia casi a los 2:50.
Pan comido. |
En fin, el mundial queda en casa de Quick Step. La táctica de Francia ha sido un tanto extraña, endureciendo la carrera para nadie y dejando un tanto desamparada su opción del sprint. De ser mal pensados, parecería que Alaphilippe tenía la intención de devolver viejos favores. Australia tampoco ha tirado en ningún momento para favorecer un sprint con Matthews y otras selecciones, como la eslovena, han preferido jugar la inexplicable carta de Tratnik antes que propiciar un reagrupamiento que diese esperanzas de nuevo a Pogačar. De todas formas, el esloveno ha parecido llegar con lo justo, sin meterse en el sprint, después de estar desde demasiado pronto en cabeza. La ausencia de pinganillos ha demostrado que algunos ciclistas sí habían interiorizado las lecciones previas mientras que otros han preferido jugar al mercenariado, a la vanderpoelada o a la valverdada. Los números de Evenepoel este año son estratosféricos, de eso no hay duda, pero que tampoco se olvide cómo se ha producido su victoria en este mundial. A falta de 70 para meta, algunos han pensado que no era todavía el momento, otros ni se han enterado de cuando Evenepoel se ha filtrado sin llamar mucho la atención en el grupo delantero. Evenepoel ha sido listo, ha aprovechado las debilidades ajenas y simplemente ha ido eliminando ciclistas, como lleva haciendo todo el año repitiendo el mismo esquema de ataque lejano "y que me siga quién pueda". Otros deberán aprender que a una carta grande hay que responder con otra grande, no con medianías; y cuando no se puede, al menos hay que poner al equipo a trabajar.
Todo queda en casa. |