Hay jornadas de ciclismo en las que las tácticas son innecesarias y la victoria llega tras un proceso largo e insistente de decantación. Son días en los que la finezza queda aparcada, siendo suplantada por la fuerza bruta. O por los vatios, si queremos decirlo de una forma más moderna. Cuando hablamos de Coppi, Merckx o Hinault no hablamos de Sun Tzu o de Clausewitz precisamente. En la mayor parte de las ocasiones no necesitaban planes elaborados: cuando se encontraban con fuerza, la única táctica válida era “que me siga quien pueda”. Ayer Alaphilippe se imbuyó del espíritu de Domancy y se marcó un Sallanches 80 ante el que ni belgas ni italianos pudieron hacer nada. Todos los planes quedaron desarbolados tras cuatro ataques, consiguiendo una resolución exitosa por simple insistencia y por agotamiento de los rivales. De esa forma, Alaphilippe pudo recrearse en una última vuelta en la que tuvo más tiempo y más tranquilidad, aun a pesar de los abucheos de parte del público.
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Si en Bélgica no tienen ya suficiente con un rey, desde Francia les ponen otro Luis XIV. |
Alaphilippe no partía como principal favorito. Desde su paternidad se había mantenido en un segundo plano, saltándose los Juegos y reapareciendo en Plouay, donde hincó la rodilla ante Cosnefroy. Van Aert y van der Poel acaparaban la atención, especialmente el primero. Venía de darse un paseo por la campiña inglesa y las desapacibles colinas escocesas, pero no es un fenómeno nuevo que el gran favorito acabe superado por la presión o por un rival más fuerte. Ya le sucedió a Vandenbroucke, favoritísimo en 1999, o a Mathieu van der Poel en el aguacero de Harrogate, veinte años después. En Lovaina los belgas jugaron para ganar, pero simplemente hubo alguien más fuerte: no es necesario acudir a justificaciones supersticiosas. ¿Van Aert no salió a por Alaphilippe? Simplemente no pudo. ¿Se excedió Evenepoel en su nuevo rol de gregario, para contentar a Merckx después de sus declaraciones? Quizá puso un exceso de celo en su trabajo, tirando sin mesura cuando ya no era necesario, debilitando a sus compañeros de equipo. Pero en realidad no le quedaba otra que controlar para evitar ataques. Por otro lado, podría decirse que Benoot y Teuns no tuvieron oportunidad de aportar nada, al jugarse todo de lejos debido al empeño de su joven compañero. Es lo que tiene Evenepoel: para él las carreras son simplemente un “que me siga quien pueda”.
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El momento en que dijo basta. |
El recorrido se presentaba tan complicado de superar como de interpretar. La organización había rizado el rizo para crear un recorrido que pasara por Amberes, Malinas, Lovaina y Overijse, pudiéndose detener en múltiples lugares de interés, desde la imponente torre campanario de la catedral de Malinas al museo africano de Tervuren (¿el imperialista Tintin tendrá una sala?). Esta vez no se habían contentado simplemente con una aproximación inicial, como llevan haciendo de forma intermitente desde 2010. Se había llegado al extremo de encajar dos circuitos, el urbano de Lovaina, más suave, y el duro y largo en torno a Overijse, con reminiscencias a la Flecha Brabanzona. En las carreras previas daba la impresión de tratarse de un circuito asequible. Yo me aventuré incluso a apuntar el nombre de Ewan, como había hecho Freire. Pero a la hora de la verdad, el empeño de los ciclistas, en especial de uno (o de dos, si contamos a Evenepoel), hizo estallar todo por los aires.
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Las bellezas del lugar (lo digo en serio) |
En los kilómetros iniciales se formó la habitual fuga exótica, formada por corredores de selecciones que buscan lucimiento y minutos de televisión: Hernández de Colombia, Burbano de Ecuador, Kochetkov de Rusia, Gamper de Austria, Townsend de Irlanda, Magnusson de Suecia, Nisu de Estonia y Sainbayar de Mongolia. Alcanzaron una diferencia máxima que rondó los seis minutos, algo menos de lo habitual en estos casos. El ecuatoriano, representante de una selección en la que extrañamente no figuraban ni Carapaz ni Narváez, fue el primero en descolgarse en el primer paso por la Moskesstraat. Rápidamente fue alcanzado y rebasado por el pelotón. De todos los integrantes de esta fuga condenada al fracaso, Nisu y Sainbayar dejaron una muy buena impresión.
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De la tierra de Gengis Kan al estrellato. |
Por detrás, este primer paso por la Moskesstraat fue el momento en el que las selecciones decidieron mover piezas. Cosnefroy lanzó un duro ataque, secundado por Evenepoel y Cort Nielsen. Se formó de esta forma un trío muy peligroso cuando faltaban 178 kilómetros a meta. Por detrás se les unieron 12 ciclistas más: Démare, Declerq, Tratnik, Roglic, Ben Swift, Eenkhoorn, Asgreen, Erviti, Haas, Bissegger, Hoelgaard y McNulty. No se había colado ningún italiano, de forma que desde el pelotón tuvieron que desgastar a Ballerini y Trentin para dar caza a este grupo intermedio. Los italianos comenzaban así un mundial en el que corrieron en todo momento a contrapié. Pudieron solventar el problema al llegar de nuevo al circuito de Lovaina.
Una vez alcanzados los grupos intermedios y la fuga matutina, Bélgica lideró el pelotón en unas vueltas infernales en el circuito de Lovaina. Tim Declerq y Lampaert fueron calentando el ambiente, tomando cada curva a cuchillo, haciendo que del pelotón poco a poco se desgranasen corredores, entre ellos Ewan. Ya de nuevo en el circuito de Overijse, un nuevo grupo peligroso se formó. Once corredores, algunos ya reincidentes, se avanzaban al pelotón: Valentin Madouas, Evenepoel, Tratnik, Bagioli, van Baarle, Würtz Schmidt, García Cortina, Stannard, Politt, Tiller y Powless. Por fin la selección de Momparler lucía su nuevo maillot en cabeza, aunque por poco tiempo. Faltaban 90 kilómetros para la meta y ya empezaban a sonar algunos de los nombres más fuertes de la jornada. Cada una de las selecciones había colado a un corredor, de forma que podía marchar hacia adelante sin problemas. Evenepoel comandaba los relevos y abroncaba, con una indignación digna de Greta Thunberg, a sus compañeros de fuga. El grupo se diezmó al paso por el Mokestraat, reduciéndose a cinco corredores: Valentin Madouas, Remco Evenepoel, Neilson Powless, Andrea Bagioli y Dylan van Baarle. ¿Quién podía poner fin a esta tentativa?
En el quinteto delantero, Bagioli era a priori el más rápido, de modo que Italia se mantuvo expectante en el pelotón. Por su parte, Bélgica contaba con Remco, poco ducho en el sprint, pero que fácilmente podría meter un tren infernal que descolgase a sus rivales. Al menos podría intentarlo. Francia contaba con Madouas, que claramente no era la carta elegida por Voeckler. Los británicos lideraban la caza poniendo sobre la mesa lo poco que les quedaba. De esta forma, después de algunos titubeos, Bélgica y Francia se pusieron a tirar para acercarse a esa fuga, que sería el germen de la selección final.
El empeño de Bélgica acercó notablemente al grupo de favoritos a Evenepoel y demás, pero fue la aceleración sostenida de Alaphilippe en Bekestraat, última cota adoquinada, la que propició finalmente la selección. A la rueda del francés se soldaron van Aert y Stuyven, llegando más tarde Stybar, Mohoric, Sénechal y Colbrelli, y por último Pidcock, Nizzolo y van der Poel. Este último se había dejado ver solamente a la cola del grupo, cazando in extremis debido principalmente a su habitual mala colocación. Por detrás quedó un grupo todavía numeroso con Sagan y Pogacar, que se quedaron a poco de conectar. De hecho, fue de nuevo el ritmo de Evenepoel en el Veeweidestraat el que lo impidió. Al esloveno se le vio algún momento esporádico en cabeza, pero su nueva faceta humana le impidió destacar. Solo entró después de un esfuerzo individual el renacido Valgren Hundahl. De esta forma, se había conformado ya a falta de cincuenta kilómetros la selección de corredores que se iban a disputar la victoria.
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Primer ataque: Bekestraat. Van Aert responde. |
Una vez Evenepoel se retiró de la cabeza completamente fundido, la carrera comenzó a descontrolarse. Hasta el momento, la joven promesa belga había mantenido a todos a raya, pero Bagioli no pudo igualar su tarea. La penúltima vuelta de Alaphilippe fue un festival de ataques: primero en Wijnpers, con lanzamiento de Madouas y lenta reacción de sus rivales (van Aert y van der Poel ya fueron incapaces de alcanzar la cabeza del grupo en lo que quedó de carrera), más tarde en el llano, secundado por Powless, y finalmente en la breve rampa de St.Antoniusberg, a falta de 17 kilómetros. Se vio al instante: ese era El Ataque. La aceleración de Alaphilippe en la cuesta más corta ya no obtuvo ningún tipo de respuesta: los italianos estaban desfondados, van Aert y van der Poel completamente muertos, camuflando su agotamiento en una supuesta vigilancia mutua. Solo Powless, van Baarle y Stuyven parecían con fuerzas para liderar algo parecido a una persecución. Un instante más tarde se les unió Valgren Hundahl, después de comprobar que la pasividad de sus acompañantes no le llevaría a cabeza.
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Tercer ataque: Wijnpers. La respuesta tarda un poco más. |
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Cuarto y definitivo ataque: St.Antoniusberg. Sin respuesta. |
Durante la última vuelta, el cuarteto trasero lo tuvo a tiro de piedra, pero en las cuestas Alaphilippe se destacaba. No había nada que hacer: Alaphilippe tenía la victoria en el bolsillo. La fatiga le impidió darse tanto al teatro final como sí hizo en Imola, aunque Voeckler bien habría vendido su alma al diablo por haber podido exhibir su galería de muecas en ocasiones tan importantes como las de su pupilo. Una nueva victoria para Alaphilippe, para el nuevo rey de la nación en la era Macron, resucitando el espíritu del recientemente fallecido Belmondo, muchas veces ridículo pero en contadas ocasiones excelso (y popular). Por detrás, van Baarle, Valgren Hundahl, Powless y Stuyven se disputaron los puestos del cajón en un sprint con la reserva: van Baarle se llevó el segundo puesto y Valgren Hundahl dejó alto el pabellón danés.
En fin, necesito un tiempo de reflexión para valorar este mundial en su justa medida. Fue una carrera muy entretenida, favorecida por un circuito que invitaba al ataque lejano. El circuito de Lovaina, ratonero y lleno de curvas en ángulo recto, parecía no disponer de la suficiente dureza como para romper a un pelotón, pero el circuito flandrien sí que permitió ver grandes momentos de ciclismo. La ambición de determinados corredores impidió ver una carrera más monótona y la distancia, como siempre sucede, puso el resto. Podrá hablarse de épica, de las batallas que ofrece casi a diario el ciclismo moderno, de las masas agolpadas en la ruta creando ese ambiente único de la patria del ciclismo, pero más allá de sentimentalismos asociados a la región en la que se desarrolló la prueba, el mundial ha tenido una resolución anticlimática debido al excesivo dominio de un solo corredor. Más que cebarse con los "fallos" de los rivales, simplemente cabe reconocer que ha habido un justo y casi único protagonista.