miércoles, 24 de febrero de 2021

UNA NUEVA TEMPORADA QUE COMIENZA

Es importante ir escribiendo de ciclismo poco a poco, dejando constancia de las carreras que se van disputando, por pequeñas que sean, trabajando al modo de un arqueólogo que enumera y cataloga fragmentos y piezas dispersas, antes de que un huracán, una inundación o simplemente el olvido se lleve todo por delante.  A día de hoy es inútil hablar de carreras mayores y menores, cuando el ansia de ciclismo es tan grande y la incertidumbre en el futuro tan sombría. El lector habitual de este blog se habrá dado cuenta de que el enfoque tiende más bien al recuento y a la enumeración, al registro "a mi manera" de los sucesos, que al afán de crear debate. Disfrutemos mientras podamos de este deporte, alejándonos de dogmas prestablecidos, de sueños nostálgicos (con el Marca como almohada) y sobre todo de polémicas mezquinas, centradas más en la cacería personal al contrario que en crear auténtico contenido.

Así pues, vengo a hablar de las pequeñas carreras que se han disputado hasta el momento, de los breves destellos de calidad ciclista que se han ido viendo en este último mes, sobre todo en el sur de Francia. El calentamiento global está dejando atrás las estampas nevadas de las París-Niza de los noventa, habiéndonos habituado a las primaveras adelantadas. Ahora el ciclismo es más que nunca un deporte que puede disputarse (en determinadas zonas) desde enero a diciembre. 

A pesar de todo, el Ventoux luce nevado.

 

La Etoile de Bessèges se vio reforzada por la cancelación de las carreras de España, sumida en una desastrosa tercera ola. Esta carrera, últimamente reservada para el pelotón francés, se presentó como una París - Niza en miniatura, con cinco etapas muy disputadas, contando con un Ineos casi de gala, en el que la presencia poderosa de Filippo Ganna destacó por encima del resto. Acabó llevándose nada menos que dos etapas, una con un demarraje en los últimos kilómetros (lo que hace prever que no desentonaría en una clásica) y la victoria final contra el crono en la Montée de l'Hermitage, una subida que resultó agónica. Como bien apunta Daniel Monfort, la retransmisión francesa fue tan hábil como acostumbra en escamotear al espectador los detalles paisajísticos molestos, incluso tratándose de una carrera menor. El triunfo final fue para Tim Wellens, después de resolver una fuga de mucha calidad (con Kwiatkowski, Gilbert y Van Avermaet, entre otros) a su manera, con un ataque, un descenso de pedalear y los antebrazos sobre el manillar.

Ganna jugando a las escapadas.

 

El Tour de La Provence, de cuatro días, fue la siguiente carrera. En ella también Ineos presentó a Bernal, Sosa y Thomas, al igual que estaba presente el ganador del año pasado, el otrora renacido Nairo Quintana. La carrera tenía como máxima expectación la subida al Mont Ventoux hasta el Chalet Reynard, donde Quintana marcase su "record" en 2020, antes de que todo saltase por los aires. La carrera empezó con dos triunfos seguidos de Davide Ballerini, nuevo sprinter en ciernes de esa factoría fordista del sprint que es la manada, y con el lucimiento personal de Julian Alaphilippe, atacando a falta de 70 kilómetros para meta, llevándose consigo a  Moscon y Ciccone, desaparecidos en 2020. En el embite del Chalet Reynard, Bernal mostró una cara más esperanzadora, pero el triunfo fue para Iván Ramiro Sosa, en su versión más famélica, por delante del propio Bernal y de un Alaphilippe que quiso probarse en montaña. El triunfo final fue para Sosa, bastante desapercibido el año pasado en los momentos importantes. 

El Chalet Reynard sigue siendo una parada colombiana.


Y finalmente, la tercera carrera francesa, en este camino hacia la París-Niza, ha sido el Tour des Alps-Maritimes et du Var, ya solo de tres etapas. El triunfo final fue para un sorprendente Brambilla, que por fin recobra su golpe de pedal y su maestría para los finales navajeros, después de unos años de anonimato. Después de una primera etapa no televisada con triunfo de Mollema, la segunda etapa fue para Michael Woods, en un final que parecía muy cómodo para sus aptitudes de uphill finisher. Sin embargo, en la última etapa se armó un buen espectáculo en el territorio comanche de los Alpes Marítimos, tan apto para emboscadas. Cobró bastante protagonismo el col de Madone, subida muy atractiva, que no es de extrañar que se convirtiera en el lugar de los test del Dr. No del ciclismo, el infame y maquiavélico Ferrari. El duelo con el cuchillo entre los dientes que libraron Brambilla y los Groupama por ese sube y baja revirado resultó muy interesante, con Madouas y Molard incapaces de reterner al italiano, y con Geoghegan Hart dando señales de que Ineos este año se está pertrechando bien para los objetivos venideros. 

Brambilla renace (sin puños mediante).

 

Llegamos así al Tour de los Emiratos, la carrera que señaló el descenso a los infiernos de la primavera pasada, no solo para el ciclismo sino casi para el deporte en general. A día de hoy se han disputado cuatro etapas, marcadas por las anodinas rectas por el desierto, el constante martilleo propagandístico con resorts, apartamentos, banderazas y rascacielos, y la triste sensación de estar viendo un país vacío que parece reclamar a gritos, a pesar de exudar petróleo, que lo llenen: de coches, de visitantes, de lo que sea. Una sociedad montada al modo de la antigua Grecia, con su casta de ciudadanos (aquí con túnica blanca), sus metecos (occidentales) y su tropel de esclavos (del sudeste asiático y el Indostán), pero sin ningún atisbo de democracia, se ha montado una carrera de trotones extranjeros para su disfrute y propaganda. Y los equipos cumplen, quizá incentivados, con sus mejores galas, como escuderías de caballos que bajan con docilidad la cabeza ante la mano que masajea la crin. Una carrera que, a pesar de todo, va ganando espesor y se va convirtiendo en algo interesante con el paso del tiempo: así lo atestigua su palmarés. 

En la primera etapa, los abanicos fueron los protagonistas, al modo de aquel mundial de la vecina Doha que se decidió en los primeros kilómetros. El Deceuninck siempre ha sentido predilección por estos espacios desolados en los que el viento campa a sus anchas, desde los tiempos de Boonen. Y así lo hicieron, aprovechando un sprint intermedio estiraron la cuerda y esta se rompió. Por delante quedaban los mejores de la carrera, Pogačar, Adam Yates y Almeida. A los demás se los tragó el desierto. El triunfo finalmente fue a parar a Mathieu van der Poel, en uno de sus sprints mágicos, de pura fuerza desbocada, en el que pudo desarbolar un sprint dirigido para el triunfo de los Deceuninck con cualquiera de los suyos. Sin embargo, poco podría disfrutar van de Poel, pues al día siguiente tuvo que abandonar todo el equipo en masa por el maldito virus. 

van der Poel gana a Dekker. Grandes hijos del ciclismo holandés.

 

La crono del día siguiente fue, cómo no, para Filippo Ganna. Como siempre, resultó un placer ver al italiano en acción, con sus piernas interminables, con su aparente liviandad a pesar de su potente masa, rodando por carreteras peraltadas pensadas para el disfrute del motor y el despilfarro de gasolina, recortado como una estampa de poster sobre ese skyline que nada tiene que envidiar a la arquitectura más demoníaca de Benidorm. Pogačar y Almeida se defendieron muy dignamente, sobre todo el esloveno, demostrando que su portentoso tramo llano de camino a La Planche des Belles Filles no fue un espejismo y que para él poco cuentan los haters internos que lo califican de "minero".

Ya en la primera subida a Jebel Hafeet se revivió el duelo de 2020 entre Adam Yates y Tadej Pogačar, con la diferencia de que el primero contaba esta vez con todo el operativo de Ineos como respaldo, y el segundo pudo mantenerse a su rueda, no sin esfuerzo. Brandon Rivera y Daniel Felipe Martínez lanzaron al menudo escalador británico, siempre en la punta del sillín, que parece haber tomado la medida a esta serpiente del desierto, habiéndolo convertido en su particular Willunga, al modo de Porte. Pogačar pudo aguantarle el ritmo, aprovechando el viento a favor y los tramos tendidos de la subida, sacando todo su repertorio de escalador de fuerza que apenas necesita levantarse del sillín, subiendo a base de rítmicos cabeceos. Al acercarse el final, el joven esloveno sacó a relucir su clarividencia y zorrería para resolver finales así, con una veteranía impropia de su edad, tomando impulso para adelantar a Adam Yates justo antes de la curva decisiva.

Pogacar desvela su genio ante sus amos. Qui paga, mana.


A falta de que termine el Tour de los Emiratos, así sigue el ciclismo, fascinando a los que lo vivimos con interés, a pesar de sus sombras. El blog seguirá, porque el ánimo de escribir siempre es más fuerte que los deseos pasajeros de dejarlo, y el disfrute que me proporciona cada nueva temporada, con sus nuevos maillots y sus nuevas caras, se impone sobre cualquier otra cosa. Seguirá con una mirada puesta siempre en el pasado, pero sin la intención de hacer una comparativa estéril (y algo boomer) entre un pasado idealizado y un presente calamitoso, que no es tal. Se seguirá escribiendo, cuando se pueda y cuando me apetezca, sin presiones, sin intereses y con libertad. Lo cierto es que echaba de menos escribir. Desde aquí, un agradecimiento a todos estos años de paciente lectura.

6 comentarios:

  1. Pues sigue escribiendo hombre, que es un placer leerte.

    Saludos!!

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  2. Enhorabuena por el artículo. Como siempre. Saludos y ¡¡¡que no decaigan las ganas!!!.

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  3. Fantástica descripción de las ansias publicitarias y el lujo kitsch desmedido de estas tiranías árabes petroleras del Golfo Pérsico. Con todo, su visibilidad es directamente proporcional a la pérdida de fortaleza financiera progresiva de la vieja Europa en todos los frentes deportivos de verdadera envergadura. Ánimo Ignacio, no ceses en tu empeño jamás.

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    1. Da la impresión de que saben que el petróleo algún día se acabará y es necesario invertir en otras cosas, aunque sea en turismo kitsch. Muchas gracias, ahí seguimos!

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