Hay cosas que no cambian ni con una pandemia de por medio. Entre ellas, la potencia del equipo de Lefevere en los sprints. Existen infinidad de artículos desglosando la coreografía de este equipo en los sprints, con lanzadores hábiles para colocar a su líder y astutos para estorbar al rival. Pero en esta página hace tiempo que nos dimos cuenta de que no existe la magia en el mundo. No existen ni los elfos, ni los enanos. Y sí que existen, en cambio, los sprinters desvencijados, que languidecen, se arrastran o se retiran una vez abandonan la manada.
"Papá, ¿en verdad existe la magia en el mundo?" |
Pero comencemos primero con el final del Tour de los Emiratos, que lo dejamos a mitad en la anterior entrega. En realidad ya estaba todo el pescado vendido, tan solo quedaba un día con final en alto en Jebel Jais, otra montaña en los confines del país de los siete emiratos. Se trataba de nuevo de una ascensión de tres carriles, impresionante obra de ingeniería, primero entre desfiladeros y más tarde ganando espacio a la montaña. Un terreno digno de una emboscada de salteadores o de una escena de Lawrence de Arabia. No hubo apenas emoción para la general, pero sí para la etapa. El protagonista de la escapada del día, Alexey Lutsenko, acabó sucumbiendo en los últimos metros ante el empuje de Jonas Vingegaard, el joven danés del Jumbo que se destapase ante el gran público en la pasada Vuelta con su ascensión al Angliru. El kazajo no parece tener suerte en esta carrera, pues ya el año pasado Pogačar le birló una victoria cantada por un exceso de confianza. Por detrás, Pogačar marcó a Adam Yates y se llevó incluso la bonificación, en la táctica a la que ya nos tiene acostumbrados de no dejar ni las migajas.
Otro ciclista más de la mejor generación danesa de la historia. |
Las dos etapas siguientes fueron meros trámites al sprint, etapas diseñadas para atraer la atención del observador occidental con las islas artificiales, monorraíles y rascacielos. Un diminuto pelotón en esas tiras interminables de asfalto iba sirviendo de excusa para que el helicóptero enlazase las "bellezas" del lugar. Los triunfos fueron para Sam Bennett y Caleb Ewan, en sprints estrechos después de etapas desarrolladas por amplísimas autopistas. En la última etapa, el desafortunado Adam Yates se fue al suelo, entrando con la nariz ensangrentada en meta. De esta forma, Tadej Pogačar cumple con el primer objetivo de la temporada, el de satisfacer a sus amos.
El futuro (vía @CimaCoppi_) |
Llegamos de esta manera a la Omloop Het Niuewsblad, la que es para muchos la primera carrera grande de la temporada. Una carrera que ha visto en el pasado triunfos impresionantes, como aquel de Philippe Gilbert en 2008 o la burrada de Ian Stannard en 2015, cargando a tres quicksteps a la espalda como tres sacos de patatas. La edición del año pasado, romantizada a su manera por la previsible bajada de persiana del ciclismo, fue también muy digna. Este año se ha tratado de una carrera de intenso desarrollo pero de resolución anodina, no muy diferente a una etapa de los Emiratos o del Tour de la Provence, con la sensación final de que Deceuninck ha logrado estar en el plato y en las tajadas.
En Deceuninck: insaciables. |
La carrera ha estado dominada por la presencia de Julian Alaphilippe, que parece dispuesto a que incluso sus más acérrimos críticos tengamos que escribir cosas buenas de él durante esta temporada. En la salida no estaban algunas figuras esperadas, como Sagan (por Covid-19) o la pareja del ciclocross, aunque sí Pidcock. También desde Trek-Segafredo se preveían grandes posibilidades, con el ganador del año pasado, Jesper Stuyven, y Mads Pedersen. No se les vería ni el dorsal.
El primer movimiento serio lo ha protagonizado Matteo Trentin, con su nuevo uniforme de los emiratos, en la estrecha subida al Molenberg. El sabor de carrera flamenca, a pesar del vacío en las cunetas, comenzaba a hacerse patente con esas pequeñas triquiñuelas habituales, acortando curvas o saltándose aceras. A rueda de Trentin quedó soldado bien pronto Alaphilippe, dando muestras de mucho poderío. Ese ataque permitió cazar a los escapados del día, a los que se habían incorporado los jóvenes Johan Jacobs de Movistar y Olav Kooij de Jumbo. Se formó de esta manera un grupo selecto con algunos grandes nombres: Matteo Trentin, Julian Alaphilippe, Greg Van Avermaet, Sep Vanmarcke, Christophe Laporte, Michael Gogl, Davide Ballerini, Zdenek Stybar, Arjen Livyns (del Bingoal) y Jacobs y Kooij. Por detrás aun alcanzarían al grupo Tom Pidcock y Kévin Geniets.
En el Berendries, la cuesta asfaltada predilecta de Johan Museeuw, el Deceuninck tomó el control y lanzó a Alaphilippe en solitario, a falta de 32 kilómetros. ¿Estaba imbuido el francés del espíritu de Museeuw o de Hinault? ¿Se trataba de un suicidio, de un ataque para los fans o simplemente parte de una estrategia más amplia? El campeón del mundo alcanzó una diferencia que nunca superó los 25 segundos, mostrando que estaba gastando pero no del todo, pues siempre tenía un ojo en el grupo trasero. Allí tan solo el impetuoso Pidcock y un muy solvente Laporte marcaban el ritmo con auténtica intención, mientras Ballerini y Stybar hacían una eficaz labor de incordio. Hasta que el checo se fue al suelo y el grupo trasero pudo organizarse un poco mejor.
Empeñado en que hable bien de él. |
El espacio entre Berendries y Geraardsbergen es una ligera bajada, un espacio de 10 kilómetros que separa el núcleo repleto de bergs cercano a Oudenaarde de aquel cercano a Meerbeke y Ninove, en el que destacan el Muur-Kapelmuur y el Bosberg. Poco a poco el grupo selecto estaba controlando la distancia a Alaphilippe, pero también el pelotón lo estaba haciendo con el grupo selecto, produciéndose la neutralización en la entrada a Geraardsbergen. Se mezclaban de nuevo las cartas, todo era posible. Alaphilippe se mantuvo un tiempo más en cabeza, comandando el pelotón en la calle empinada que un día fuese la única parte del Muur que se ascendía. Al llegar propiamente la subida a la capilla, otros nombres quedaron delante: Vanmarcke, Laporte, Cortina y...Moscon.
El italiano que sueña con cachiporras y camisas negras tomó unos segundos de ventaja al pasar por la capilla, exigua ventaja a defender. La ascensión otrora mítica se solventó como un mero trámite y los ciclistas se zamparon los adoquines sin inmutarse. Fue simplemente un desfile, sin interrupciones, sin pausas, sin diferencias. Un auténtico jarro de agua fría para los que damos tantas veces la turra con aquello de que era mejor la dúpla Kapelmuur-Bosberg que el actual final de la Ronde.
Bonitas imágenes, pero poco más (vía @faustocoppi1960) |
Una ducha fría de ciclismo moderno. |
A Moscon acabaron también engulléndolo al pasar el Bosberg, forzándose un reagrupamiento de más de cincuenta corredores para jugarse la carrera. ¿Habría alguien capaz de rivalizar con los Deceuninck? Por ahí andaba Kristoff, hasta que pinchó. También Pasqualon, hasta que se cayó. El camino parecía expedito. Las tres curvas del último kilómetro pusieron todavía las cosas más fáciles a los de azul. Alaphilippe primero y Lampaert después lanzaron el sprint, mientras Asgreen guardaba la rueda de Ballerini, para descolgarse astutamente en una de las últimas curvas y forzar al resto de corredores a cerrar ese hueco. En la corta recta de meta Ballerini no tuvo rival, imponiéndose por varias bicicletas de ventaja, en todo un despliegue de gestos de fuerza bruta.
Victoria de Davide Ballerini (foto CorVos) |
Jake Stewart consiguió la segunda plaza, partiendo desde una posición bastante retrasada, pero daba igual. Deceuninck habría ganado en cualquier condición, con final revirado o con autopista de cinco carriles. Con Ballerini o con cualquier otro. Una perfecta compenetración, una ingeniería de los detalles, se dirá. "El equipo ha corrido a la perfección". Pero hoy ha sido Ballerini, mañana puede ser cualquier otro, el nombre no importa. Un día estás ganando etapas a manos llenas en una gran vuelta para el equipo de Lefevere y al año siguiente estás comiendo mierda al final de un pelotón. Como una estrella del rock.
Cuando salen de Deceuninck |