Ya ha empezado la temporada ciclista y como es habitual, algunos equipos parecen haber aprovechado el invierno para comenzar arrasando, a sangre y fuego. Pero en realidad no me apetece nada hablar de las hordas kazajas, ni muchísimo menos de las carnicerías perpetradas por esos jóvenes (y no tan jóvenes) inmaduros autodenominados la manada. Me produce una pereza tremenda hablar de todo eso. De cómo la cuadra de Lefevere decide quién gana y cómo lo hace, como si lo deciese a los dados la tarde de antes, de la misma forma que Flanders Classics intercambia recorridos y bergs entre sus carreras, destrozando tantos mitos. Les remito al blog ciclismo y cosas, y a las chispeantes intervenciones de Bemancio, que además de rapero ha demostrado ser un escritor lleno de vida y con mucha guasa.
Tampoco me apetece hablar de las noticias que llegan desde Austria. Sin duda el pequeño temblor no llega a ser un disparo de Gavrilo Princip en Sarajevo, pero la vinculación de Denifl (ya ex-ciclista) y Preidler con una red de transfusiones de sangre traerá sus consecuencias. Aunque, eso sí, solapadas y silenciosas, como sucede en todo ambiente que se mueve en las sombras. Habrá que estar atentos a lo largo de la temporada para detectar bajadas en el rendimiento de algunos ciclistas, lo que equivaldría a toques de atención internos. En esas estamos. Pero en realidad tampoco me apetece escribir de todo eso. ¡Qué pereza! Les remito al blog de ciclismo2005 para seguir con más detalles la evolución del caso.
Sin embargo me apetece escribir sobre ciclismo. Sobre sus símbolos. Sobre su vinculación con el mundo. Así, a lo grande. Hoy me he levantado con la vena artística a tope. Y también con mucha pereza, como habrán detectado en los párrafos anteriores. A ver qué sale de todo esto. A raíz de la Strade Bianche que se disputa hoy, me han venido a la cabeza unas imágenes de ese excepcional documental titulado La course en tête. En concreto, un largo travelling (cámara en moto) por unas estrechas calles italianas, que me recordaban mucho a la via empinadísima de Siena que conduce a Piazza del Campo (pero que en realidad deben ser otras, diría yo que de la misma ciudad). Así que he vuelto a ver fragmentos de ese magnífico documento.
Para el que no sepa de qué estoy hablando, La course en tête es un documental, obra de Joël Santoni, centrado en la figura de Eddy Merckx y su temporada de 1973. El documental salió en un momento de auge de documentales sobre ciclismo y sobre Eddy Merckx, con otros grandes ejemplos en las obras de Jorgen Leth (Stars and watercarriers, A sunday in hell) o el documental alemán sobre el Giro de Italia de 1974, The greatest show on earth. De todos ellos, La course en tête es el mejor, pues no recurre a la narración documental tradicional, con una voz en off; tampoco se emplean músicas contemporáneas; simplemente muestra el día a día de Merckx, en su casa y en competición, a partir de una sugestiva y peculiar combinación de imágenes y música renacentista. Sólamente de tanto en tanto su mujer Claudine toma la palabra. De momento el documental está en youtube, dura una hora y 41 minutos, pero les aseguro que es mejor que lo que encontrarán en Netflix. No tiene el estúpido barnizado de falso documental que tiene toda la mierda que se hace ahora en el género.
Algunas pequeñas muestras de la grandeza de esta película. La película da comienzo con el mundial de Barcelona, con la humillante derrota sufrida por Merckx ante Gimondi, Maertens y Ocaña, en el que quizá haya sido el mejor cuarteto que haya llegado a meta en un mundial. Una especie de trotamúsicos, por hacer un pequeño homenaje a la gran entrada que nos regaló Bemancio el otro día. Pues bien, a Merckx se le ve visiblemente afectado y la música modula ese sentimiento de desesperación, de temporada echada a perder y a la que se da el cierre (echada a perder en el sentido merckxiano del término, es decir, después de haber ganado Roubaix, Lieja, la Vuelta y el Giro, entre otras tantas cosas). El público catalán asiste a sus momentos de derrumbe, viendo cómo Merckx se tapa la cara, a punto de saltársele las lágrimas como a un niño sin su golosina. La gente, descamisada, con gorras de todo tipo, el pelo largo y mucho más delgada que ahora, no por moda sino por necesidad, le atosiga de camino hasta el coche del equipo, dándole palmaditas en la espalda. Merckx, en su mundo, no hace ni un aspaviento (qué diferencia con Florian Senechal el otro día en Le Samyn y su manera de quitarse de encima a un aficionado un tanto pesado, que no parecía estar muy bien). Merckx se mete en el coche, se tapa la cara y pide casi por favor que lo dejen en paz, como quien pide clemencia. A continuación, el intertítulo "un lundi" da paso a un plano con la imagen de la puerta del garaje del chalet de Merckx, con la bicicleta a la espera. Después de la derrota toca levantarse, toca entrenar. Así pues, la película se concibe como una especie de vista hacia atrás, de retrospectiva de una temporada, mostrando el vértigo que surge del contraste entre una vida sosegada familiar durante la temporada baja ciclista, y el torbellino de paisajes, rostros y colores de la competición, en España y sobre todo en Italia.
Tampoco me apetece hablar de las noticias que llegan desde Austria. Sin duda el pequeño temblor no llega a ser un disparo de Gavrilo Princip en Sarajevo, pero la vinculación de Denifl (ya ex-ciclista) y Preidler con una red de transfusiones de sangre traerá sus consecuencias. Aunque, eso sí, solapadas y silenciosas, como sucede en todo ambiente que se mueve en las sombras. Habrá que estar atentos a lo largo de la temporada para detectar bajadas en el rendimiento de algunos ciclistas, lo que equivaldría a toques de atención internos. En esas estamos. Pero en realidad tampoco me apetece escribir de todo eso. ¡Qué pereza! Les remito al blog de ciclismo2005 para seguir con más detalles la evolución del caso.
Sin embargo me apetece escribir sobre ciclismo. Sobre sus símbolos. Sobre su vinculación con el mundo. Así, a lo grande. Hoy me he levantado con la vena artística a tope. Y también con mucha pereza, como habrán detectado en los párrafos anteriores. A ver qué sale de todo esto. A raíz de la Strade Bianche que se disputa hoy, me han venido a la cabeza unas imágenes de ese excepcional documental titulado La course en tête. En concreto, un largo travelling (cámara en moto) por unas estrechas calles italianas, que me recordaban mucho a la via empinadísima de Siena que conduce a Piazza del Campo (pero que en realidad deben ser otras, diría yo que de la misma ciudad). Así que he vuelto a ver fragmentos de ese magnífico documento.
Para el que no sepa de qué estoy hablando, La course en tête es un documental, obra de Joël Santoni, centrado en la figura de Eddy Merckx y su temporada de 1973. El documental salió en un momento de auge de documentales sobre ciclismo y sobre Eddy Merckx, con otros grandes ejemplos en las obras de Jorgen Leth (Stars and watercarriers, A sunday in hell) o el documental alemán sobre el Giro de Italia de 1974, The greatest show on earth. De todos ellos, La course en tête es el mejor, pues no recurre a la narración documental tradicional, con una voz en off; tampoco se emplean músicas contemporáneas; simplemente muestra el día a día de Merckx, en su casa y en competición, a partir de una sugestiva y peculiar combinación de imágenes y música renacentista. Sólamente de tanto en tanto su mujer Claudine toma la palabra. De momento el documental está en youtube, dura una hora y 41 minutos, pero les aseguro que es mejor que lo que encontrarán en Netflix. No tiene el estúpido barnizado de falso documental que tiene toda la mierda que se hace ahora en el género.
Algunas pequeñas muestras de la grandeza de esta película. La película da comienzo con el mundial de Barcelona, con la humillante derrota sufrida por Merckx ante Gimondi, Maertens y Ocaña, en el que quizá haya sido el mejor cuarteto que haya llegado a meta en un mundial. Una especie de trotamúsicos, por hacer un pequeño homenaje a la gran entrada que nos regaló Bemancio el otro día. Pues bien, a Merckx se le ve visiblemente afectado y la música modula ese sentimiento de desesperación, de temporada echada a perder y a la que se da el cierre (echada a perder en el sentido merckxiano del término, es decir, después de haber ganado Roubaix, Lieja, la Vuelta y el Giro, entre otras tantas cosas). El público catalán asiste a sus momentos de derrumbe, viendo cómo Merckx se tapa la cara, a punto de saltársele las lágrimas como a un niño sin su golosina. La gente, descamisada, con gorras de todo tipo, el pelo largo y mucho más delgada que ahora, no por moda sino por necesidad, le atosiga de camino hasta el coche del equipo, dándole palmaditas en la espalda. Merckx, en su mundo, no hace ni un aspaviento (qué diferencia con Florian Senechal el otro día en Le Samyn y su manera de quitarse de encima a un aficionado un tanto pesado, que no parecía estar muy bien). Merckx se mete en el coche, se tapa la cara y pide casi por favor que lo dejen en paz, como quien pide clemencia. A continuación, el intertítulo "un lundi" da paso a un plano con la imagen de la puerta del garaje del chalet de Merckx, con la bicicleta a la espera. Después de la derrota toca levantarse, toca entrenar. Así pues, la película se concibe como una especie de vista hacia atrás, de retrospectiva de una temporada, mostrando el vértigo que surge del contraste entre una vida sosegada familiar durante la temporada baja ciclista, y el torbellino de paisajes, rostros y colores de la competición, en España y sobre todo en Italia.
Este comienzo ya nos muestra la sutileza de esta obra maestra, su capacidad para decir mucho con muy poco. Las imágenes de Merckx entrenando tras moto nos lo muestran casi como un niño bastante grandote, feliz de rodar en su bicicleta como el primer día. Mientras tanto, Claudine, su esposa, reflexiona en casa sobre el día que se conocieron en el mundial de Sallanches, ella como hija del doctor de la selección belga, él como promesa y a la postre campeón del mundo amateur. Las palabras de Claudine siempre están ilustradas con imágenes fijas en blanco y negro, al modo de una fotonovela o de La jetée de Chris Marker: imágenes fijas para ilustrar palabras. Al llegar a casa toca comer en familia, lo que conduce, por obra y gracia del montaje, a otro bloque que muestra cómo se come en carrera. Los masajistas preparan primero en la intimidad del hotel los diminutos bocadillos para las bolsas de avituallamiento (con queso kiri y jamón de york) y luego se da paso a una de las escenas más logradas del film: los primeros momentos de la carrera ciclista. El desayuno en el hotel, la marcha hacia la salida, sorteando el tráfico, el control de firmas, con su carrusel de firma de autógrafos y de entrevistas, y la posterior lucha por el avituallamiento, con el pillaje indiscriminado de botellas en bares y allá donde se encuentren. Este tema de la razzia a los bares ya lo había tratado Louis Malle en su maravilloso y breve documental Vive le Tour, otra joya. Pero aquí Santoni, con la música renacentista, confiere al pelotón ciclista la fuerza de un ejército desesperado, hambriento y sediento, a la caza de la botella perdida. Los ciclistas bromean (Karstens, un habitual de las anfetaminas, es el que hace el tonto con un cono en la cabeza), el público les riega, algún ciclista para en su pueblo y es agasajado con besos y botellas (Dancelli en concreto) y tiene lugar también la típica persecución del aguador (con Van Schil interpretando un poco para la cámara). También, cómo no, se nos muestra a los ciclistas orinando. Todo este bloque por tanto ofrece una visión muy completa del pelotón en sus momentos de tregua, que aúna lo más heroico y lo más prosaico del ciclismo. También los héroes comen y mean, e incluso algunos también roban.
Tras
la meta llega el momento del masaje, con otra escena preciosa. El
masajista de Merckx estruja sus piernas como si amasara pan. Merckx
sonríe y después de un primer plano fijo de su rostro en
horizontal, con su mirada entreabierta y una sonrisa, el montaje
muestra lo que le provoca tanto placer: el recuerdo de la victoria.
Huysmans y Deschoenmacker comandan el grupo en plena subida al Monte
Carpegna. El rubio gregario del Molteni anima el ritmo con su líder
a rueda. La música avanza lentamente con suavidad. Su cadencia
repetitiva acompaña la marcha de los ciclistas, al mismo tiempo que
ilustra un buen recuerdo. Por detrás Battaglin y Fuente contactan.
Deschoenmaecker explota y queda delante sólo su líder. Piero
Molteni mira la obra maestra de su empleado desde el coche. Fuente
también revienta. Merckx está cocinando a fuego lento a sus
rivales. Battaglin, con el pelo sudoroso sobre la frente, lleva un
llamativo brazalete tricolor en una de sus mangas, quizá un
distintivo como ganador del Giro amateur. Llega la bajada. La música
sigue con su ritmo cadencioso hasta que un cambio de ritmo anuncia
que de nuevo llega un repecho. Merckx acelera el ritmo y Battaglin
cede. La cámara enfoca a Merckx desde atrás a medida que va
comiéndose literalmente los carteles de menos 150, menos 100, menos
50...De nuevo el primer plano de Merckx recibiendo el masaje nos
remite a la escena inicial y nos hace partícipes de su placer ante
el trabajo bien hecho.
La siguiente escena muestra a los mecánicos de Molteni preparando las bicicletas durante la tarde. Merckx discute con Ernesto Colnago, mientras un niño observa asombrado todo el proceso de limpieza y preparación de las bicicletas. De vuelta al hogar, vemos a Merckx contemplando con interés el Tour de Ocaña en la tele. Ello da lugar a cortes de entrevistas del propio Merckx, después de lo cual viene un interludio de imágenes de algunos de sus triunfos más significativos (las Milán-Sanremo de 1969 y 1971, las París-Roubaix de 1970 y 1973, los mundiales de Heerlen y Mendrisio, la Lieja de 1972, el Giro de Lombardía de 1971...también la facenda Savona) Después de las declaraciones exculpatorias en boca de Claudine (un momento bajo de la película), vemos a Merckx rodar como una bestia desbocada en la contrarreloj de Torrelavega de la Vuelta a España. El sonido de las gaitas, muy estridente y con algún momento desafinado, coincide con el pedaleo brusco y machacón de Merckx.
Un martes lluvioso. Los primeros planos de los trofeos en la buhardilla se combinan con las imágenes del pelotón pedaleando entre la bruma. Volvemos al hogar, volvemos a los momentos de la temporada baja. En el garaje Merckx hace rodillo. El campeón belga aumenta progresivamente la cadencia. Su mente, en cambio, está mucho más allá de las paredes del garaje. Está sobrevolando los grandes espacios abiertos a los que lleva el ciclismo. Planos generales muestran al pelotón transitando por bosques y campiñas, acompañado de una música pastoral, de inicio del mundo. Esos planos generales evocan un ciclismo entendido como forma de contacto con la naturaleza, como forma de retroceder al mundo antiguo del campo, pero también como movimiento perpetuo. El pelotón llega a una zona fabril y los obreros observan a los ciclistas desde las cunetas. Luego el pelotón entra en un túnel y la música termina bruscamente. Merckx sigue dándole a los pedales en su garaje, encharcando el suelo con su sudor, como un condenado a galeras. Un primer plano de su rostro desfigurado por el esfuerzo nos conduce de nuevo a sus pensamientos, que lo dirigen a una estrecha calle de una urbe italiana, flanqueada de palacios y edificios tardomedievales, con un mar de público a ambos lados. La cámara se adentra en esa larga calle en moto, sorteando zonas de luz y de sombra, en un largo travelling sin acompañamiento musical, tan sólo con el sonido constante del rodillo. El ciclismo enlaza, simplemente evocándolo, el campo, las fábricas, las ciudades; el mundo de la agricultura, de la industria, del comercio y del arte quedan integrados en el recorrido interminable de la bicicleta, con el que se puede abarcar, incluso dominar, un país entero. Es una escena prodigiosa.
Otros momentos de felicidad y de fiesta: Merckx se divierte con su hija en un tiovivo; Merckx participa con Sercu en unos seis días, otra especie de tiovivo. Mientras tanto Claudine espera en casa; está cocinando y suena el teléfono. La voz de off expresa sus temores a recibir una llamada telefónica. Una llamada fatídica indicándole que su marido ha sufrido un accidente. Lo que pasó ya en Blois. La película muestra entonces material precedente de caídas y momentos dramáticos, sin música, tan sólo con un inquietante sonido de ulular de viento y gritos solapados, que recuerda la fragilidad de los ciclistas, como si su destino fuese tan efímero como el de la hojarasca que arrastra el viento. Entre ese material escalofriante aparece Ocaña en Mente, sprints masivos tumultuosos, montoneras en los que el pelotón se viene abajo como un castillo de naipes, un perro en la vía, ciclistas arrastrados en su caída por sus propias bicicletas... Claudine cuelga el teléfono, el sonido cesa: no eran malas noticias. De una forma sutil y nada morbosa la película muestra no sólo la peligrosidad del ciclismo, sino también el sufrimiento y la inquietud latente de los seres queridos que esperan en casa.
La película se acerca a su final. El último episodio, antes de la conclusión, muestra el récord de la hora de México. Merckx está entrenando en pista y es la propia Claudine la que recuerda el viaje a México, la necesidad sí o sí de batir el récord. Las imágenes del récord combinan color y blanco y negro, imagen en movimiento y foto fija. Merckx rueda en silencio sobre la pista y sólo cuando logre separarse de la bicicleta que ha sido el instrumento de su tortura autoinfligida, sonará la música, una fanfarria de victoria, que enlaza con otros momentos victoriosos (recepciones con la familia real, la entrada de Merckx en la Grand Place de Bruselas después de su triunfo en el Tour de 1969). El récord de la hora parece ser la coronación de una carrera.
Se acerca el epílogo de esta película no hablada. Merckx asiste a un partido de fútbol, es agasajado como la estrella que es. Da el saque de honor, saluda a los jugadores y se sienta en la tribuna. Llega entonces el final, una conclusión que pone los pelos de punta por su sensibilidad y humanismo. Merckx pasa de espectador a ser adorado por la cámara, por un público deseoso de ídolos y de dioses. La cámara de Santoni y la música de David Munrow acompañan a los protagonistas y también a los rostros anónimos, demorándose en los más característicos. En esa forma de examinar a un público intergeneracional, de extracción popular, parece haber un interés etnográfico, pasoliniano casi, por detectar en la fisonomía de cada espectador un sentimiento: espera, inquietud, deseo de ser todavía joven, admiración ante los mayores, aburrimiento, desesperación, alegría...Esos primeros planos se van combinando con la imagen de los ciclistas pasando por meta, tomadas a cámara ralentizada. La música se vuelve más melodiosa por momentos, más melancólica. Merckx acumula maillots, otros ciclistas llegan exhaustos a meta, el público espera con impaciencia, desborda las vallas de meta, corre enfervorizado al lado de los ciclistas... Pocas veces el arte ha estado al servicio del deporte más bello del mundo como en estos últimos minutos de La course en tête. La película se despide con un significativo plano final, para nada azaroso: un espectador, ataviado con una gabardina, corre al lado de Merckx. Le anima, le va a dar una palmada en la espalda pero apenas lo roza. En ese preciso instante Merckx se gira y lo observa. Ambos se miran un instante y la palmada se transforma en saludo. La comunión entre espectador y actor, entre público y ciclista. La música cesa y da paso al sonido de viento y ulular ahogado que ya se había oído con anterioridad, con los títulos de crédito.
En resumen, la película muestra un mundo ya clausurado, un mundo que ya no existe. El ciclismo ha cambiado, no tanto en la trastienda, que sigue siendo la misma, como en la parafernalia que se mueve alrededor. Da envidia ver lo masivo que era el apoyo que tenía el ciclismo entonces, lo popular que era, lo estimulante que podía ser para un país. Indudablemente no es oro todo lo que reluce. La película no muestra la trastienda que ya existía entonces. El ciclismo que muestra la película era menos seguro, más arriesgado, más caótico, menos internacional. Pero sobre todo era un mundo menos programado, menos dominado por la técnica, más humano. Mi faceta de historiador me invita a ser escéptico, a pensar que ese pasado que no he vivido no fue tan idílico. Pero, sinceramente, dudo mucho que en la actualidad una obra como La course en tête pudiese haber sido rodada, tanto por el tema como por el tono.
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