viernes, 21 de diciembre de 2018

UNA MAÑANA EN CARCASSONE

Carcassone, 18 de julio de 2004. Ha llovido mucho desde entonces. Corrían años duros en los que Armstrong tiranizaba al pelotón con mano de hierro. Precisamente ese mismo año el tejano iba a dar el paso al vacío de un sexto Tour. A pesar de ello, de aquel Tour lo que más se recuerda es el gesto que lanzó a las cámaras de televisión, amenazando veladamente a compañeros y espectadores, recordando que lo más conveniente era estar callados "y creer".

El día anterior de la salida en Carcassone se había disputado una etapa pirenaica como si fuese un desfile. Únicamente Ivan Basso había seguido el ritmo del paciente de Ferrari. Pero Basso no era un rival. Más bien era un perro faldero, copartícipe en métodos y ambiciones. Aún así, en Carcassone todavía marchaba de líder Thomas Voeckler,  un joven corredor en la mejor tradición gala de corredores populares e histriónicos.

Era una mañana soleada en la ciudad occitana. Siguiendo la calle en la que estaba dispuesta la salida se veía al fondo la colina en la que resplandecía la ciudadela reconstruida por Viollet-le-Duc. Los coches y autobuses habían aparcado en un paseo arbolado, con panaderías y pastelerías, kioskos y tiendas de souvenirs con aparatosos toldos anticuados. Todo estaba ya vallado. Sin embargo, la gendarmería apenas echaba un vistazo perezoso a las vallas traseras en las que los espectadores se agolpaban, ansiosos de acceder al Village Départ. La psicosis por la seguridad de los años de Bush había tenido su traducción, en el mundo del ciclismo, en una cohorte de guardaespaldas y  más de un ciclista que rehusaba el contacto con el público. Entre ellos, el jefazo. Sin embargo, los gendarmes parecían dispuestos a hacer la vista gorda. Fue fácil dar un salto y colarse. Los franceses se mantuvieron en su sitio, eran demasiado educados. Algún vasco, con peinado característico y camiseta naranja me secundó, o eso creo recordar. Entonces allí, una vez dentro, aproveché la oportunidad para simular ser un periodista más, a la caza de una imagen. Los ciclistas estaban más distendidos, hablando con periodistas, tomando el sol. Alguno incluso exhibiendo a su hijo como quien enseña un trofeo. Los únicos que se demoraban más en los autobuses eran las estrellas: Armstrong, Ullrich...

Así eran aquellos años. Un dominio aplastante parecido al de hoy en día, aunque con una falsa percepción de variedad y reparto en las victorias. Una misma fascinación por ciclistas, bicicletas y maillots, aunque quizá con más ilusión y menos cinismo por mi parte. Pero todo aquel mundo parece haber sido borrado de un plumazo, no sólo por el paso del tiempo, sino también por la damnatio memoriae de 2012. Es un ciclismo que parece no haber existido. Caído el tirano, una vez borrado su dominio, pareció también desaparecer todo su tiempo.



Filippo Pozzato

Fabian Cancellara
Michele Bartoli

Carlos Sastre


Ivan Basso

Thomas Voeckler


Ivan Basso

Jan Ullrich

Robbie McEwen

Viatcheslav Ekimov


Lance Armstrong
Igor González de Galdeano y un servidor


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