viernes, 7 de diciembre de 2018

FRAGMENTOS DE LA MILÁN - SANREMO (IV)

Llegamos con esta última entrega al final de la serie de artículos periodísticos sobre la Milán - Sanremo, con dos artículos del mismo autor, Candido Cannavò, a propósito de la victoria de Gianni Bugno en 1990 y de Erik Zabel en 2000, en mitad de su particular reinado en la Classicissima. A decir verdad estos dos últimos artículos me han parecido los más pobres de la serie, los menos afortunados por su tono un tanto pomposo, a veces incluso cursi y en exceso particularista, centrado casi en exclusiva en los italianos, sus logros y sus lamentelle. Todo lo contrario que el brillante artículo de Bruno Raschi que publiqué anteriormente a propósito del último gran triunfo de Merckx o el lúcido análisis de Bruno Roghi a cuenta de la victoria muy calculada de Bartali en 1940. En ese sentido, parece mentira que sean estos dos textos los más recientes, salidos como decía antes de una misma pluma, pues en la exaltación de los triunfos locales bien poco se diferencian de los escritos en la posguerra. 


ERA NECESARIA UNA SANREMO ASÍ, 18 de marzo de 1990, por Candido Cannavò.

En medio de la fiesta popular, con señoritas arrobadas por la multitud y maduros señores secándose las lágrimas, al palco de San Remo llegó Francesco Moser. Entre tantas celebraciones espontáneas, ésta me ha parecido la que estaba más en relación con la historia. Moser buscaba a Bugno y le entregaba la continuación ideal de una emoción interminable. Desde 1984 el rectilíneo de San Remo no nos hacía enloquecer. La hazaña de Moser de aquel año milagroso permanece inscrita en la memoria; pero ayer Bugno fue más allá: ofreció a la gente vibraciones más altas y prolongadas, dibujando una hazaña que aleja a nuestro ciclismo de sus miserias.

Se hablará durante mucho tiempo de estos 25 kilómetros de soledad, bendecidos por un sol triunfante y por un aire impregnado de salinidad. Desde el desvío de la Cipressa hasta la llegada: el escenario de un thrilling auténtico. Quince segundos, no, ocho, puede hacerlo, maldita sea está perdiendo, puede volver a distanciarse en el Poggio, pero no, esa bajaducha¹ no le va bien. Así ha avanzando, midiendo metros, segundos, curvas y pendientes. Y la gente se ha vuelto loca. No sé desde cuánto hace que no se asistía una explosión de alegría de este tipo. Pero Gianni se dejaba incluso empujar con los ojos. El thrilling no le ha provocado ni siquiera una arruga. Recuerdo a Moser: parecía una fiera. Bugno no, él se ha mantenido oculto bajo un comportamiento estilístico impecable que no dejaba entrever cuántas fuerzas vitales todavía poseía, después de casi 300 kilómetros de fatiga. Desde un punto de vista técnico me parece que su obra maestra reside no solamente en el acto de gran valentía que lo ha llevado a arriesgar en el momento de la verdad, sino también y principalmente en el modo con el que ha sabido gestionar, con un absoluto autocontrol, en bajada y en subida, aquel pequeño puñado de segundos, que en realidad era un patrimonio inmenso para él y para nuestro ciclismo. ¡Dios mío, cuanta necesidad había de una “Sanremo” así! El “deseo de los italianos” del que hablaba ayer ha encontrado una configuración prodigiosa. Demasiados desengaños habíamos sufrido hasta encontrar en Bugno uno de los campeones generacionales que nuestro ciclismo iba buscando. Nada le falta para serlo: bastará que él lo quiera ser. Y las imágenes de ayer son más que un auspicio: más que de Bugno inducirían a pensar en un nuevo Bugno liberado de sus fragilidades psicológicas.

Victoria, pues, ¿y ahora qué? Dejémoslo estar por el momento... Bugno liga su nombre también a una alucinante media récord que no sólo es hija de una bendición climática, sino también una hazaña escondida, incluso un hecho sin precedentes. Daos cuenta: en el decimonoveno kilómetro la “Sanremo” ha destrozado a su aristocracia extranjera. La carrera se ha roto en dos. Y en el grupo de los “somnolientos” estaban Fignon, Kelly, LeMond, Criquielion y Rominger. En otras tiempos, los nuestros los habrían esperado. Ayer, en cambio, los han mandado a hacer puñetas, con una increíble, exultante carrera de ataque a la italiana. ¿Cómo se puede olvidar una “Sanremo” así?

1 "Discesaccia" en el original. 






EN SU REINO, LOS DESTELLOS DE ITALIA, 19 de marzo de 2000, por Candido Cannavò.

Querida Fantasía, no has intervenido para nada. Zabel tenía que ser y Zabel ha sido, según el riguroso guión de los técnicos y de los aficionados de barra de bar. Pronosticar al alemán como vencedor de la “Sanremo” es siempre obvio, como hablar mal del teatrillo político italiano o como un vaso de agua cuando hay sed. Sucedía en los tiempos de Merckx, que de “Sanremos” ganó siete. Era difícil imaginar uno que pudiese batirlo.

Pero si ayer la Fantasía estaba descansando, o quizá en huelga, hemos asistido al triunfo de su hermana Lógica. Solo los fuera de serie son capaces de llevar puesto como un uniforme el rol de favorito absoluto y honrarlo en la meta con tanta irreverente desenvoltura.

Un gran equipo, el Telekom, un desarrollo de carrera casi perfecto, el mayor lanzador del mundo (aquel Fagnini, el inolvidable “motor” de Cipollini) y después él, Erik Zabel, alemán de Berlín, 29 años, tercera victoria en “Sanremo”, como Coppi, más un segundo puesto. En el trascurso de cuatro años. El rectilíneo de vía Roma se parece ya al salón de su casa.

Rendido el honor al vencedor, nos deslizamos poco a poco, sin hacer dramas, sobre una crónica de las ilusiones. Dignidad, valentía, acciones meritorias y esfumadas, un óptimo segundo puesto de Baldato. Esto nos ha reservado la carrera, estupenda en su final, en una jornada más cercana al verano que a la inminente primavera.

¿Si veís a un joven italiano que a mitad de carrera lleva media hora de ventaja, qué pensaríais? Se trata de un loco adorable, se lo zamparán. Así sucedió, pero aquel Michele Gobbi, que empujaba sus veintidós años hacia una aventura imposible, era un asidero sutil a la ilusión eterna. De vez en cuando, lo absurdo se cumple.

Aquel otro Michele, de una categoría bien distinta, el renacido Bartoli, que se olvida de su rodilla vendada y ataca en la Cipressa como si la meta estuviese apenas pasada la subida, ¿qué es sino una noble ilusión? Hasta los pies del Poggio hemos creído en la hazaña del hombre de las clásicas. Pero la sucesión de ataques ha pasado por encima de él y también de nosotros. Bartoli está, de todas formas, en el umbral de un gran retorno.

La última hoja del árbol de las ilusiones se llama Bettini. Un descenso desesperado, temerario, incluso diría perfecto. Pero ese manojo de segundos que mantiene al llegar al último kilómetro se desintegra, se convierte en cenizas, cuando la ruta se aplana. El rectilíneo de vía Roma es el reino de Zabel. Pienso que el sol no tiene intención todavía de ponerse.  





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