En el restaurante - trattoria Monte Calvo, en el Poggio, el ambiente es popular y familiar. El local mantiene el mobiliario, la pintura y los azulejos de los años sesenta-setenta, cuanto menos. En mesas corridas se reúnen paisanos del pueblo, ciclistas de varias generaciones de peñas locales, aficionados de la contornada y también algún que otro del extranjero. El motivo: la disputa de la Milano - Sanremo, esta vez en domingo.
La concurrencia no daba crédito: una nevada así no se había visto nunca. Los entendidos la comparaban con la nevada terrible en el Turchino en 1910. Al pasar Chavanel y Stannard por la cima del Poggio, seguidos a pocos segundos por Cancellara, Sagan, Paolini, Ciolek y Pozzato (que no cogería finalmente al grupo), el frío era intenso y la luz escasa. La supresión de la subida al Turchino, con la reanudación de la carrera en Cogoleto, fue una solución con bastante de improvisación, pero quizá la única posible dadas las circunstancias. La otra solución, de la que muchos hablan hoy a toro pasado, hubiese sido la anulación de la carrera. Los favorables a esta solución esgrimen que "la mutilación" de la carrera la desvirtua. Dicen que se continuó la carrera por intereses económicos y televisivos y no deportivos, y que en resumen no se respetó la tradición. Menos respeto a la tradición hubiese sido no disputarla, pienso yo.
En la trattoria Monte Calvo a nadie se le pasó por la cabeza esa posibilidad. "Arriveranno verso le otto", era el comentario. Una Classicissima no puede anularse así como así, cuando los únicos motivos para no disputarla han sido, de momento, las guerras mundiales. Los que dicen respetar la tradición parecen desconocer que nunca se ha suspendido un monumento por mal tiempo. Y a pesar de la aquí llamada mutilación, el final se disfrutó y vivió como siempre - incluso mucho más que en las ediciones resueltas en un anodino sprint. La prueba de la exigencia de la carrera fue que el frío y la humedad se llevaron por delante a gente como Vincenzo Nibali y Edvald Boasson Hagen. Las declaraciones altisonantes y críticas de Boonen seguro que hubiesen sido diferentes en caso de tratarse de la Ronde. Lo cierto es que Boonen y medio Omega Pharma - Quick Step dejaron solo a Cavendish, que se buscó la vida en solitario: la diferencia entre Boonen y Cavendish estriba en que uno ama la Classicissima y el otro no; que uno la ha ganado y el otro no.
Los quilómetros que afrontaron los corredores se disputaron en igualdad de condiciones. Se suprimieron Turchino y Le Manie, pero la climatología aportó la dosis de dureza necesaria que compensó el recorte de quilómetros. Le Manie, incorporado por primera vez en 2010, no se ascendió por cuestiones de horario: de ascenderse, el descenso del Poggio se hubiese realizado casi a oscuras.
El final, como en los últimos años, estuvo marcado por la incertidumbre, la emoción y la sorpresa. El año de la victoria de Goss, los aficionados del Monte Calvo, observando la pequeña pantalla del televisor, creyeron que había vencido Gilbert. En 2012 la victoria parecía cantada para Gerrans desde el momento en que Cancellara se dedicó a tirar a lo bestia en el corso Cavalotti, y Nibali a esperar a Sagan. Este año, a falta de héroes locales, los tiffosi iban con Sagan, y se llevaron otra decepción. Ciolek jugó a la perfección sus cartas. Respondió al ataque en el Poggio y aguantó. Marcó las ruedas que tenía que marcar, principalmente la del eslovaco, y no malgastó fuerzas. Finalmente, inició el sprint en el momento justo, y fue, de eso no hay duda, un justísimo vencedor, y por supuesto no un vencedor de una carrera de 125 quilómetros, o de una Sanremo "que ya no era una Sanremo", como se ha podido leer en varios medios. Sagan pecó de exceso de seguridad: no juzgó de forma adecuada la fuerza de sus rivales, saltó a todos los ataques y se precipitó en el sprint. Cancellara corrió con mucha más inteligencia: y si hubiese durado un poco más la recta de llegada, hubiese rebasado claramente a Sagan y quién sabe si a Ciolek.
Gerald Ciolek llevaba varios años sumido en el más completo anonimato. Después de pasar a profesionales con la aureola de futuro rey del sprint, sucesor de Zabel, se había convertido en un velocista que conseguía puestos y no victorias (tipo José Joaquín Rojas), y últimamente ni eso. De todas formas, Ciolek no ha sido el único vencedor sorprendente, solo hace falta repasar un poco la historia. En ella podemos encontrar a René Privat en 1960 o Erich Mächler en 1987. Pero puestos a recordar Classicissime atípicas y sorprendentes, la edición de 1982 fue quizá la que se llevó la palma, con la victoria del neoprofesional Marc Gomez, del equipo Wolber. La edición de 1982, también se disputó en domingo, y también estuvo marcada por el frío en el Turchino y la lluvia en la Riviera: una edición en la que llegó la fuga matinal. El mal tiempo y el marcaje mosersaronniano de la época condicionaron el resultado. Vincenzo Torriani había incluido ese año la subida a la Cipressa a fin de evitar el dominio extranjero, y como ya hiciese al introducir la subida al Poggio en 1960, la victoria fue para un ciclista más o menos desconocido. Y para más inri, francés. En 1982, el bretón Marc Gomez fue el único que llegó a Via Roma, después de desembarazarse de Alain Bondue, que cayó en la curva que daba inicio al descenso del Poggio. Gomez, Bondue y Claudio Bortolotto fueron los héroes de la jornada, ante la pasividad de los líderes. Gomez llegó a meta entre el silencio de la gente, que desconocía su nombre. Gomez? Uno spagnolo? La misma sorpresa que ante Freire Gomez en Verona en 1999. Si Ciolek tiene en su haber (aunque todavía es joven) solo una etapa en la Vuelta a España y dos campeonatos de Alemania (el primero al vencerle a Zabel con 18 años), Gomez solo ganaría con posterioridad a la Sanremo una etapa en la Vuelta a España y un Campeonato de Francia.
La Classicissima no es solo una carrera ciclista. Para toda una nación y para los seguidores de un deportes es algo más que eso: un símbolo cultural del cambio de estaciones, y también un elemento que marca la continuidad de los años. Algo relativo a la tradición y a la cultura, que excede lo meramente deportivo. Un símbolo que se encuentra en decadencia, como todos los símbolos europeos, azotados por la tiranía de lo económico y la dispersión globalizadora. Este documental holandés - una auténtica maravilla - lo muestra a la perfección.
La concurrencia no daba crédito: una nevada así no se había visto nunca. Los entendidos la comparaban con la nevada terrible en el Turchino en 1910. Al pasar Chavanel y Stannard por la cima del Poggio, seguidos a pocos segundos por Cancellara, Sagan, Paolini, Ciolek y Pozzato (que no cogería finalmente al grupo), el frío era intenso y la luz escasa. La supresión de la subida al Turchino, con la reanudación de la carrera en Cogoleto, fue una solución con bastante de improvisación, pero quizá la única posible dadas las circunstancias. La otra solución, de la que muchos hablan hoy a toro pasado, hubiese sido la anulación de la carrera. Los favorables a esta solución esgrimen que "la mutilación" de la carrera la desvirtua. Dicen que se continuó la carrera por intereses económicos y televisivos y no deportivos, y que en resumen no se respetó la tradición. Menos respeto a la tradición hubiese sido no disputarla, pienso yo.
El Monte Calvo en 2012, día soleado |
En la trattoria Monte Calvo a nadie se le pasó por la cabeza esa posibilidad. "Arriveranno verso le otto", era el comentario. Una Classicissima no puede anularse así como así, cuando los únicos motivos para no disputarla han sido, de momento, las guerras mundiales. Los que dicen respetar la tradición parecen desconocer que nunca se ha suspendido un monumento por mal tiempo. Y a pesar de la aquí llamada mutilación, el final se disfrutó y vivió como siempre - incluso mucho más que en las ediciones resueltas en un anodino sprint. La prueba de la exigencia de la carrera fue que el frío y la humedad se llevaron por delante a gente como Vincenzo Nibali y Edvald Boasson Hagen. Las declaraciones altisonantes y críticas de Boonen seguro que hubiesen sido diferentes en caso de tratarse de la Ronde. Lo cierto es que Boonen y medio Omega Pharma - Quick Step dejaron solo a Cavendish, que se buscó la vida en solitario: la diferencia entre Boonen y Cavendish estriba en que uno ama la Classicissima y el otro no; que uno la ha ganado y el otro no.
Los quilómetros que afrontaron los corredores se disputaron en igualdad de condiciones. Se suprimieron Turchino y Le Manie, pero la climatología aportó la dosis de dureza necesaria que compensó el recorte de quilómetros. Le Manie, incorporado por primera vez en 2010, no se ascendió por cuestiones de horario: de ascenderse, el descenso del Poggio se hubiese realizado casi a oscuras.
El final, como en los últimos años, estuvo marcado por la incertidumbre, la emoción y la sorpresa. El año de la victoria de Goss, los aficionados del Monte Calvo, observando la pequeña pantalla del televisor, creyeron que había vencido Gilbert. En 2012 la victoria parecía cantada para Gerrans desde el momento en que Cancellara se dedicó a tirar a lo bestia en el corso Cavalotti, y Nibali a esperar a Sagan. Este año, a falta de héroes locales, los tiffosi iban con Sagan, y se llevaron otra decepción. Ciolek jugó a la perfección sus cartas. Respondió al ataque en el Poggio y aguantó. Marcó las ruedas que tenía que marcar, principalmente la del eslovaco, y no malgastó fuerzas. Finalmente, inició el sprint en el momento justo, y fue, de eso no hay duda, un justísimo vencedor, y por supuesto no un vencedor de una carrera de 125 quilómetros, o de una Sanremo "que ya no era una Sanremo", como se ha podido leer en varios medios. Sagan pecó de exceso de seguridad: no juzgó de forma adecuada la fuerza de sus rivales, saltó a todos los ataques y se precipitó en el sprint. Cancellara corrió con mucha más inteligencia: y si hubiese durado un poco más la recta de llegada, hubiese rebasado claramente a Sagan y quién sabe si a Ciolek.
Gerald Ciolek llevaba varios años sumido en el más completo anonimato. Después de pasar a profesionales con la aureola de futuro rey del sprint, sucesor de Zabel, se había convertido en un velocista que conseguía puestos y no victorias (tipo José Joaquín Rojas), y últimamente ni eso. De todas formas, Ciolek no ha sido el único vencedor sorprendente, solo hace falta repasar un poco la historia. En ella podemos encontrar a René Privat en 1960 o Erich Mächler en 1987. Pero puestos a recordar Classicissime atípicas y sorprendentes, la edición de 1982 fue quizá la que se llevó la palma, con la victoria del neoprofesional Marc Gomez, del equipo Wolber. La edición de 1982, también se disputó en domingo, y también estuvo marcada por el frío en el Turchino y la lluvia en la Riviera: una edición en la que llegó la fuga matinal. El mal tiempo y el marcaje mosersaronniano de la época condicionaron el resultado. Vincenzo Torriani había incluido ese año la subida a la Cipressa a fin de evitar el dominio extranjero, y como ya hiciese al introducir la subida al Poggio en 1960, la victoria fue para un ciclista más o menos desconocido. Y para más inri, francés. En 1982, el bretón Marc Gomez fue el único que llegó a Via Roma, después de desembarazarse de Alain Bondue, que cayó en la curva que daba inicio al descenso del Poggio. Gomez, Bondue y Claudio Bortolotto fueron los héroes de la jornada, ante la pasividad de los líderes. Gomez llegó a meta entre el silencio de la gente, que desconocía su nombre. Gomez? Uno spagnolo? La misma sorpresa que ante Freire Gomez en Verona en 1999. Si Ciolek tiene en su haber (aunque todavía es joven) solo una etapa en la Vuelta a España y dos campeonatos de Alemania (el primero al vencerle a Zabel con 18 años), Gomez solo ganaría con posterioridad a la Sanremo una etapa en la Vuelta a España y un Campeonato de Francia.
La Classicissima no es solo una carrera ciclista. Para toda una nación y para los seguidores de un deportes es algo más que eso: un símbolo cultural del cambio de estaciones, y también un elemento que marca la continuidad de los años. Algo relativo a la tradición y a la cultura, que excede lo meramente deportivo. Un símbolo que se encuentra en decadencia, como todos los símbolos europeos, azotados por la tiranía de lo económico y la dispersión globalizadora. Este documental holandés - una auténtica maravilla - lo muestra a la perfección.
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