lunes, 26 de octubre de 2020

¿ACTORES SECUNDARIOS?

Cualquier organizador envidiaría a una carrera en la que se llega al último día con los dos primeros clasificados empatados en tiempos. Sin embargo, con este Giro parece haber cundido cierta sensación de decepción entre el aficionado, principalmente por lo anónimo, o cuanto menos inesperado, de esos dos protagonistas. En la bruma lombarda, recorriendo los angostos pasillos en los que parecen convertirse las avenidas y calles de Milán, Tao Geoghegan Hart y Jai Hindley se han jugado el Giro de Italia. Simples actores secundarios, se diría, corredores que empezaron tranquilos la carrera, cómodos con su situación de jóvenes gregarios a los que no se les iba a exigir mucho. Ambos perdieron tiempo en la crono inicial e incluso Geoghegan Hart lo hizo en el Etna. A pesar de ello, estos dos ciclistas, recién sacados del envoltorio, iban a emerger poco a poco, a medida que comenzara el cribado de la alta montaña. 

¿Actores secundarios?

Al empate del último día se llegó después de un recorrido clásico, ahí está la paradoja. Vegni ha conseguido, empleando las viejas recetas, aquello que Prudhomme y Guillén llevan buscando con ahínco, recortando dureza aquí y allá. Ello no ha impedido que la carrera haya pendido de un hilo en algunos momentos concretos, asomándose al abismo, ya fuese por la incidencia del virus o por el boicot de los propios corredores. Si la participación se presentaba pobre debido al calendario (un Giro emparedado entre las dos pruebas de ASO, disputándose al mismo tiempo que las clásicas), las pocas cabezas de cartel cayeron en los primeros días. Algunos se fueron por una falta de habilidad que les habría puesto en peligro más pronto o más tarde. Otros por un gafe que les acompaña en esta carrera, en la que el destino ya les pegó el bofetón en su momento. 

Aparte de las retiradas iniciales, los otros favoritos tampoco han carburado. Es el caso de Nibali o Fuglsang, para los que la edad ya ha pesado. Su puesto lo han ocupado los jóvenes anónimos, siguiendo el proceso de renovación constante de nombres y caras que se está viviendo en esta temporada. Pero también son viejos los que han boicoteado las etapas o los que han querido que el Giro acabase antes de tiempo, ya se trate de directores bocazas, ciclistas endiosados por las redes sociales o simplemente veteranos a la espera de la retirada. Urge una renovación.

De todas formas el ciclismo no necesita de grandes nombres para ofrecer bonitos espectáculos. Se han visto cosas hermosas en este Giro otoñal. La potencia de Filippo Ganna, por ejemplo, su forma hipnótica de rodar. Con Ganna hay un rodador para rato, una figura que ha llegado para durar, más allá de la etiqueta de "pistard culogordo" que se le quería imponer. No me cabe duda, además, de que el organizador del Giro lo va a mimar a partir de ahora, pues es la única esperanza italiana real, en un panorama que se presenta bastante desolador cuando llegue la retirada de Nibali. Otro grandísimo descubrimiento ha sido el de João Almeida, con su momento culminante de la defensa del rosa en Piancavallo. El portugués ha llevado a un nuevo terreno el carácter agresivo y omnisciente de la Manada, mejorando con creces anteriores registros de líderes en rosa de Lefevere, como Brambilla o Jungels, acercándose al Urán de 2014. Conquistando pírricos segundos, defendiéndose con la cabeza erguida y la lengua fuera al modo voeckleriano en montaña o mostrando sus habilidades de rodador, ha sido un corredor que ha enamorado al aficionado. Lamentablemente no se ha podido llevar una etapa, aunque en Monselice anduvo cerca. 

La máquina de rodar (Bettiniphoto)

El descubrimiento de un ciclista (tiembla, Evenepoel)
 

Y luego están los dos grandes protagonistas, los actores secundarios inesperados, erigidos en papeles principales: Jai Hindley y Tao Geoghegan Hart. Hindley ha sido la gran revelación sin lugar a dudas. El escalador de Perth ha mostrado una excepcional ligereza en montaña, un pedaleo de peso pluma, cogido de abajo a lo Landani. Su rostro pálido, con constante expresión de asombro, no dejaba traslucir ni debilidad ni sufrimiento. Por su parte, Geoghegan Hart se ha mostrado más rocoso, lo que más de uno ha podido confundir con debilidad. Hindley no lo pudo soltar en montaña y el británico de nombre irlandés hizo prevalecer su ligera ventaja contra el crono, resultando así ganador. Culmina de esta manera las esperanzas puestas en él por la mano negra del British Cycling, convirtiéndose en el recambio perfecto ahora que Thomas y Froome marchan directos al desguace. Su pasado Giro fue ciertamente decepcionante, después de hacer un buen Tour des Alps: quedó relegado al papel de comparsa graciosa de Bernal. Con esta victoria se ha desquitado y el ciclismo británico parece tener continuidad, más allá de su generación dorada de los nacidos en los ochenta. Además, con su victoria Ineos se sacude de encima el desastroso rendimiento del pasado Tour, dando señales de que su dictadura se preve todavía larga y duradera.

Victoria en Laghi di Cancano.

Victoria en Piancavallo.


Medio triunfo del pelirrojo británico se lo debe a Rohan Dennis, que ha vuelto a sacar a relucir la faceta de escalador que dejó entrever tímidamente en la Vuelta a Suiza de 2019. El australiano ha roto con el estereotipo de sí mismo, que lo presentaba como un tipo egoísta, centrado en sus manías. Ha demostrado ser capaz de sacrificarse, aunque con el punto de orgullo suficiente como para llevar a su propio líder al extremo de sus fuerzas. Su ascensión "gonchariana" del Stelvio pasará a la pequeña historia del Giro. 

Solo por ver la ascensión del Stelvio este Giro ha merecido la pena. Hacía mucho tiempo que no se ascendía el Mito desde su vertiente trentina, la más dura, nada menos que desde 2005, con blancazo de Ivan Basso. Esta vez el otoño aportaba nuevos colores: gris, verde, naranja y blanco, mucho blanco. La carrera explotó en los primeros momentos de la ascensión, bajo la batuta constante de Dennis. Geoghegan Hart solo tenía que subirse a la chepa de su gregario y aguantar. Tras él se aferraron al tren Hindley y Kelderman, el holandés con más dificultad. Por detrás los rivales iban cayendo diseminados: Nibali, Fuglsang, Bilbao y Almeida, que perdería la maglia rosa. La carretera seguía su ascenso, los árboles dejaban paso al gris de la carretera y al blanco de la nieve. Kelderman finalmente cedía, mientras Hindley se mantenía con mucha naturalidad. Su rostro pálido iba a juego con su maillot blanco y con el escenario de Zauberberg de la cima. En la novela de Thomas Mann, el protagonista Hans Castorp perdía la noción del tiempo e incluso de sí mismo durante una ventisca de nieve, rodeado de un vacío blanco. De igual forma los ciclistas pierden en esta montaña no solo minutadas, sino también la cabeza, en una ascensión en la que el pedaleo se va haciendo más blando a medida que se aproximan al muro final. Este es una auténtica pared de nieve que se confunde con el cielo lechoso, en la que la carretera sube en zigzag como la escalera de un santuario. Kelderman cedía 40 segundos, Almeida ya perdía el rosa. Por delante, las mayores preocupaciones para Hindley parecía dárselas el chubasquero, pues seguía la rueda de Dennis y Geoghegan Hart con soltura.  Dennis coronó seguido de los dos jóvenes tras él, mientras las cámaras del helicóptero mostraban el inmenso mar de nieve que se desparrama por las laderas de la cima Moloch. 

Esto sí que es el Muro, y no el escalón ese de Juego de Tronos

Fiel a su mito (associated press)


Después de ese documental de naturaleza y aventura de exploración que fue una vez más el Stelvio, quedaba todavía su descenso y otra ascensión, a Laghi di Cancano. Fue el momento decisivo del Giro. El ritmo de Dennis pudo distanciar a Kelderman, que se cebó en los falsos llanos y lo acusó en la subida. Era alcanzado por detrás por Fuglsang y Bilbao, logrando el vasco adelantarle en la última subida. Por su parte, el dúo delantero formado por Tao y Hindley se mantuvo a la par. El sprint y la bonificación fueron para el australiano, que desaprovechó la oportunidad de intentar distanciar a Geoghegan Hart, no se sabe si siguiendo instrucciones de equipo (para no humillar en demasía a Kelderman) o por no confiar en sus propias fuerzas. Era evidente que Kelderman ya no era rival, aunque hubiese conseguido la maglia rosa, pues su trayectoria en montaña era descendente. Sunweb apostó acertadamente por mantener a Hindley delante, pero aún así el australiano necesitaba más tiempo contra Geoghegan Hart, capaz de sacar la maquinaria de marginal gains en la última contrarreloj.

Pero después de un día excepcional de ciclismo, el pelotón nos devolvió a la dura realidad del ciclismo moderno. Con la excusa de la lluvia y del covid, el sector cascarrabias y facineroso del pelotón coaccionó al resto para acortar una etapa programada con 250 kilómetros entre Morbegno y Asti. En los primeros cien kilómetros se vio una esperpéntica competición entre autobuses, para retomar la salida en Abbiategrasso. Al acabar la etapa se dio el habitual fuego cruzado de declaraciones, en las que predominaron los que escurrieron el bulto o recogieron cable. Nadie había estado allí, nadie había sido el responsable, nadie sabía nada. Al parecer Trek y Bardiani no intervinieron en la decisión y Bora e Ineos se opusieron al recorte. Todos los demás estuvieron a favor. En realidad a Vegni no es la primera vez que se lo hacen: el precedente existe, la última etapa del Giro de 2018. Entonces Vegni consintió, porque lo decía la estrella invitada. En este caso han sido cuatro o cinco ciclistas al borde de la retirada los que quisieron ahorrarse cien kilómetros bajo la lluvia, logrando convencer al rebaño, ante la sonrisa bobalicona de la maglia rosa Wilco Kelderman. De todas formas, el holandés lo sería por poco tiempo.

En Sestriere se confirmó lo que estaba ya cantado: Dennis volvió a hacer de las suyas y Kelderman se descolgó, perdiendo su exigua renta. Hindley se aferró a la rueda de los dos Ineos y cuando Dennis cedió, intentó en repetidas ocasiones distanciar a Geoghegan Hart, como si se tratase de una reedición de aquella ascensión al Stelvio entre Galdos y Bertoglio. No lo pudo soltar, ni siquiera pudo ganar la etapa, con lo cual, a pesar del insólito empate en tiempo que le concedía la maglia rosa el último día, la pesada maquinaria de Ineos acabaría imponiéndose. No en vano había aterrizado Brailsford en Italia para la ocasión. Fue tan solo un instante: Hindley salió falto de desarrollo, a pesar de trazar todas las curvas al límite. Se le veía fuera de su medio. Por contra, el pedaleo de Tao arrastraba más desarrollo, realizando finalmente una buena crono, a la altura de Kelderman. Otro triunfo más para la eterna casa de recambios.   

Un niño feliz (Luca Zennaro)

En fin, ha sido un Giro interesante, disputado, animado por lo insólito de los concurrentes, tan solo manchado por el infame incidente de Morbegno, que se lleva por delante algunas reputaciones consolidadas. La carrera ha dejado otras etapas para el recuerdo, como el excepcional triunfo de Peter Sagan camino de Tortoreto, corriendo a la manera de un Tour de Flandes bajo la lluvia. También la solvencia de Démare en los sprints, muy bien arropado por su equipo, que trajo al recuerdo el dominio de los grandes equipos de Cipollini y Petacchi. Si alguien se siente decepcionado por un podium con nombres pobres, que piense en los de más edad, que hemos visto a tipos como Unai Osa, Eddy Mazzoleni, Marzio Bruseguin o Pietro Caucchioli en el podium del Giro. Tengo por seguro que los nombres que han acabado saliendo a relucir durarán mucho más y darán que hablar en los años venideros.

lunes, 19 de octubre de 2020

LOS YERNOS PERFECTOS

El ciclismo ha encontrado por fin a sus yernos perfectos, dos chicos altos y jóvenes a los que poder presentar sin vergüenza ante la mesa del resto de deportes. Sus estilos agresivos, sus dominios casi circenses de la bicicleta, su afición desde niños a revolcarse en el barro juntos y a dejar una puerta abierta a la polémica cuando hay un micrófono delante, han hecho que arrastren desde hace tiempo un fandom cada vez más amplio, que los conoce simplemente por sus siglas. En realidad son dos caras de una misma moneda, casi idénticos. Uno con la cabeza hundida entre los anchos hombros, a la manera de un cruce entre Boonen y un Poulidor rosado. El otro con las caderas más estrechas y el pedaleo más liviano, pero con las pesadas cejas y los morros caídos de los grandes campeones belgas. Uno más hiératico, más robótico y machacón; el otro con un rostro más expresivo en el que a veces una mueca evidencia la fatiga. Muchos se frotan las manos, ávidos de relatos protagonizados por ambos, lo que quizá no venga del todo mal al maltrecho deporte que nos ocupa. 

Por fin los yernos perfectos

 

Pero los jóvenes rivales necesitan de un tercero en discordia, un Pier Nodoyuna infatigable, siempre dando que hablar con una salida sorprendente. Un personaje tan amante de las cámaras que incluso cuando sufre un infortunio deja para la posteridad una imagen digna de eclipsar el protagonismo de sus rivales. 


El momento del castañazo. Fotografía de Luc Claessen.
 

Sin embargo, más allá del sprint a dos y del desafortunado incidente de Alaphilippe, no ha sido una Ronde tan espectacular como en otros años. Para mí se encuentra un peldaño por debajo de las Ronde de Gilbert o Terpstra, por poner algunos ejemplos recientes en el mismo circuito. Para los que crecimos con el Muur, con el batticuore habitual que precedía a sus cámaras fijas, este circuito no nos acaba de encajar. Le falta algo, quizá una chispa de sacralidad y por qué no decirlo, más caminos estrechos y menos carreterazas en la parte final. Tampoco ayuda ver destrozar un mito como el Koppenberg con la inusitada facilidad con la que lo ha hecho un debutante en Flandes como Alaphilippe. 

De hecho, Alaphilippe ha sido el animador de la carrera, haciendo el papel del amigo incómodo que se suma a la fiesta con ganas de chistes cuando los otros ya piensan en ligar: la "mosca cojonera" que enturbiaba los sueños de victoria de la pareja del ciclocross. Yo no lo daba como favorito (siempre lo minusvaloro), pero ahí estaba una vez más: le da igual que sea el Tourmalet o el Koppenberg, el Poggio o la Roche aux Faucons, la fórmula de los lobeznos encarnada en Alaphilippe parece derribar cualquier obstáculo. Excepto las motocicletas.

Y es que el campeón debe marcar la diferencia con la fuerza y también con la inteligencia, pero por qué no decirlo, también con la concentración. Después del primer paso por el Paterberg, Alaphilippe decidió empezar a enseñar las cartas, acompañado del rejuvenecido Devenyns. Se trató de un movimiento para soltar las piernas y poner un poco nervioso al personal, pues ahí estuvieron prontos en la respuesta Bardet o Naesen. Sin embargo, el auténtico espesor de las piernas del francés se vería pasado el Koppenberg, en el que se marchó como quien comienza un paseo. Solo un silbido en esa rampa imposible hubiese sido un maltrato mayor a la historia de este deporte. De esta manera enlazó con Turgis y siguió jugando su guerra psicológica con los demás, que veían que el campeón del mundo iba muy en serio. 

Alaphilippe y Devenyns al ataque.

En el tramo adoquinado de Mariaborrestraat, a falta de 41 kilómetros, Alaphilippe se lanzó definitivamente al ataque, aprovechando un tramo en ligera bajada. Van der Poel, muy atento, le cogió rueda, y más tarde van Aert haría lo propio, con mayor esfuerzo. Se había formado el trío perfecto en un lugar aparentemente secundario, en una curva adoquinada en descenso, cruzando un paso a nivel. Había compenetración en los relevos, aunque los tres tuvieran cuentas pendientes cruzadas. 

De pronto un cambio de plano muestra a Alaphilippe por los suelos. La bicicleta ni siquiera aparece en el plano: ha salido volando y se encuentra fuera de la calzada. ¿Qué había liado esta vez? Las repeticiones muestran el instante. Wout van Aert encabeza el terceto y pasa muy apurado a dos motos, una de asistencia y la otra del jurado, que van frenando en el lado izquierdo de la imagen. Ha aprovechado al máximo su estela. Van der Poel, tras él, hace un quiebro para esquivarlas. Alaphilippe, el tercero, con solo una mano en el manillar y mirando hacia otro lado, se traga por completo la moto del juez de carrera. La larga historia de las carreras belgas y las motos, aunque esta vez haya sido todo más un fallo clamoroso de concentración del ciclista francés. Para ganar hay que evitar caerse (que se lo digan a Geraint Thomas). Sin duda, van der Poel y van Aert respiraron aliviados al no tener que aguantar la presencia incordiosa del francés a rueda. 

 

Quiere ganar también en lo de la maldición.

A partir de ese momento fue todo un monólogo, o un diálogo, si se prefiere. Van der Poel y van Aert se dedicaron a rodar a la perfección, dejando bonitas fotografías para los futuros almanaques y libros conmemorativos. Pero más allá de la estética, la carrera perdió todo aliciente. La inusitada superioridad de la pareja de moda convertía en casi imposible la caza por detrás. Lo único que podía servir de estímulo era la comparación mental del estilo de ambos, tan parecidos y al mismo tiempo tan sutilmente diferentes. Su cabalgada fue ya sin estridencias, ambos con el único objetivo de superar los obstáculos restantes como quien echa una firma debajo de un contrato, antes de solucionar las cosas al sprint. ¿Qué mejor para el propio relato, el relato de una rivalidad que va in crescendo, que un sprint entre los dos? 

Ante todo la estética. Fotografía de Ashley & Jered Gruber.


Y vaya sprint. Quizá sea lo único que se recuerde pasado el tiempo de este monumento, junto con el castañazo de Alaphilippe. Van der Poel y van Aert mano a mano, codo con codo, en un sprint corto pero de mucha potencia, en el que el holandés supo mantener a raya al belga, ganándole por la mínima. La resolución perfecta para que ninguno de los dos siameses hubiese salido demasiado humillado. Por detrás, el siempre sólido Kristoff se hacía con la tercera plaza.

Otro sprint por la mínima


Quizá suene a anatema, pero el Giro, del que ya hablaré en su momento, deparó imágenes igual de interesantes, protagonizadas por jóvenes anónimos y hambrientos, aprovechando el cansancio y las bajas de una carrera emparedada en el calendario.

domingo, 4 de octubre de 2020

PAYASOS

¡Ay, los payasos! En un pasado pudieron parecer entrañables, pero en realidad siempre me resultaron un tanto inquietantes. Charlie Rivel, Fofito, Krusty, Pennywise y compañía. Cargantes, atontaniños, alcohólicos o simplemente monstruos capaces de reír a carcajadas después de asestar unas cuantas puñaladas a un niño nerd engañado al salir del colegio. En la edición de la Lieja se ha visto un buen ejemplo de lo que son capaces los buenos payasos, los de toda la vida: no solo de los más sutiles ardides, sino también de las mayores bufonadas. ¡Qué pronto ha envejecido mi anterior post, cargado de "buenas intenciones"!

 

"Sensibles,cariñosos y...¡sí! chalados, los payasos"

Se podría empezar a contar esta Lieja como un chiste. "Saben aquel que diu d'un ciclista...". Un chiste de los malos, de los que cuenta Perico, de los que ya se han visto. Uno levanta los brazos y ¡pam! otro le birla la victoria. De normal es una situación que llega a ser tan ridícula que el aficionado al final tiene un poco de misericordia con el que ha hecho la tontería de celebrar antes de tiempo, pero este no ha sido el caso. De hecho, yo lo he celebrado con un aplauso. 

Acércate, niño ¿No llevarás en la mochila una Lieja?
 

Pero vayamos a los sucesos anteriores. La Lieja se disputaba en un ambiente fresco y algo húmedo, más de lo habitual. Muchos se fueron al suelo, entre ellos Van Avermaet, que se perderá la extraña temporada de clásicas de octubre. No hubo movimientos de auténtico peligro hasta la Roche aux Faucons. La tentativa de Schär y algún movimiento más, apenas destacable. Todo se armó donde se tenía que armar y donde atacó el esperado, el nuevo Mesías de los amantes del ciclismo ofensivo: Alaphilippe. 

Parecía una vez más que el francés jugaba a lo grande, a atacar donde se le espera y a marcharse solo por pura fuerza, aprovechando su demarraje violento. Devenyns, que parece otro (como siempre sucede en ese equipo, por otro lado), lo había lanzado a la perfección. Pero por detrás Hirschi lo cogió, poco a poco, como el que simplemente recoge carrete y espera la captura. Al presentir la sombra del suizo a su espalda, Alaphilippe relajó el ritmo, lo que permitió que por detrás llegaran Roglič y Pogačar. El mayor de los eslovenos llegó con aparente facilidad, el más joven con algo más de tensión en los hombros y varios mechones asomando por el casco. La presencia de Pogačar demostraba la inutilidad de su gesto en el pasado mundial: si se hubiese esperado, habría estado ahí con los mejores. En esa subida a escalones se produjo otro parón, lo que permitió entrar in extremis a Kwiatkowski, después de sobrepasar a Woods, al  que le faltó bien poco para lograr la conexión. 

Alaphilippe y Hirschi siguieron forzando el ritmo en los falsos llanos posteriores y Kwiatkowski, el último en agarrarse al tren, finalmente se descolgó. Se había formado el cuarteto predilecto, solo quedaba afrontar el descenso hasta el Mosa y resolver las cosas al sprint. Alaphilippe parecía nervioso. Como siempre ejecutaba esos movimientos bruscos, extraños, tan característicos en él y que tan en riesgo innecesario ponen a sus rivales. En este caso, poco faltó para que hiciera el afilador con Hirschi. Sin embargo el francés seguía a lo suyo, a su juego particular de nervios, no sabiendo que estaba ante dos hombres de hielo y uno dotado de auténtico instinto para las clásicas. 

A falta de un kilómetro, ya en las calles de Lieja, un cuarteto de lujo iba jugarse el triunfo en la Lieja: Alaphilippe, Hirschi, Roglič y Pogačar. Un cuarteto que no envidará a otros del pasado, como aquel de 1991, con Argentin, Criquielion, Sorensen e Indurain, por poner un ejemplo. Alaphilippe culebreaba, y en un último cambio brusco de dirección, casi pone de nuevo en peligro a sus compañeros de fuga. Hirschi ya extendía los planos, cartabones y escuadras para medir su distancia, mientras que el dúo esloveno esperaba con atención cualquier error de los rivales para lanzarse directamente a la yugular. Empezaron a observarse detenidamente. En realidad se trataba de viejos conocidos. Alaphilippe había podido derrotar a Hirschi en Niza y a su vez Pogačar y Roglič habían hecho lo mismo con el suizo en Laruns. Con los despojos del suizo, habría que matizar. Sin embargo, el cervatillo de Berna parecía el más acomodado a la victoria, después ganar la Flecha: en cada pedalada ahorrada parecía ganar un metro hacia su triunfo. Era el único que le había tomado la medida a Alaphilippe en la Roche aux Facons. 

Los cuatro empiezan a mirarse. Alaphilippe transmite su nerviosismo a los demás, como siempre, aunque también va bastante crecido por el maillot que luce. Hirschi, con las manos soldadas a las manetas, parece en condiciones de ganar. Los eslovenos, uno mecánico como siempre, como un autómata, el otro con esa expresión facial de niño que se divierte corriendo, hacen sus cálculos. Los cuatro se abren y se despliegan sobre la recta de meta, como los cuatro ases de una baraja ya escogida de antemano. Por detrás llega una amenaza, también eslovena: Mohorič.

Llega Mohoric

 

Mohorič es un invitado más a la fiesta que los alcanza e intenta asestar el golpe final. Pero no puede, pronto se colocan todos a su rueda, y lo que parecía un estocazo se convierte en un simple lanzamiento del sprint. Mohorič no va a ganar, Alaphilippe ha cogido su rueda y parece que entre él y Hirschi va a estar la victoria. El francés comienza su sprint pegado a las vallas. Lanza una breve mirada a sus rivales y, cuando aprecia que Hirschi comienza su remontada, gira bruscamente hacia el centro de la calzada. Hirschi se ve obligado a sacar un pie para evitar caerse y a su vez desplaza a Pogačar, que acaba casi en las vallas opuestas. Alaphilippe sigue ya prácticamente por el centro de la calzada, directo hacia su triunfo, pequeña triquiñuela mediante. 

El momento de la infracción

 

Y entonces, una vez perpetrada la pequeña fechoría, qué mejor que entregarse al goce de las cámaras. Dos o tres reverencias dieciochescas, un saludo a todo el mundo, "aquí ha llegado el arc-en-ciel". Sin embargo, con sigilo crecía la estratagema para derrotar al falso rey por su derecha. Un golpe de riñón dado precisamente en esos momentos en el que el Gran Bufón se daba al espectáculo, el viejo truco de los sprinters zorretes. ¡Cuánto ha aprendido Roglič de ciclismo en poco tiempo! Roglič  adquiere de pronto la fisonomía de Freire, de Guimard, de tantos otros que supieron burlar al orgulloso que se cree ganador antes de tiempo. De un plumazo voló el triunfo en la Lieja y toda la martingala. No hacía falta ni la descalificación, que luego vendría como una losa: simplemente el karma, aquello que antes llamábamos justicia poética, había actuado una vez más, despojando justo a tiempo a Alaphilippe de un triunfo inmerecido.   

 


No las tiene todas consigo

 

Hablemos ya del ganador, que lo merece. El triunfo merecido de Roglič acaba con dos meses de desencuentros. Caídas, excesos de confianza y fuerzas que flaquean en los momentos precisos le habían privado de las grandes victorias. Su triunfo en la Lieja lo coloca en un selecto grupo, el de corredores ganadores de gran vuelta y monumento, es decir, en el grupo que marca la excelencia ciclista. El podium es de los que se recordarán por su calidad. Si bien no sabremos nunca qué habrían hecho Hirschi y Pogačar en el sprint, al menos el vencedor ha visto coronados sus esfuerzos de varios meses aciagos y el aficionado se queda con la buena sensación de que el desafortunado encuentra por fin su camino hacia el triunfo, la perseverencia obtiene su recompensa y las malas artes su castigo, como en una buena obra de teatro. 

Sin el infractor sancionado