martes, 10 de abril de 2018

JUVENTUD TRATADA COMO GANADO

Es muy difícil escribir sobre el fallecimiento de un joven de 23 años en carrera. Una persona en la plenitud de la vida que por desgracia fallece en el preciso momento en el que ejerce la profesión que ama, durante la carrera con la que había soñado y que disputaba por primera vez, llevando a cabo una actividad profesional que no deja de ser propia de elegidos, pues sólo unos pocos pasan la criba que supone tener unas facultades físicas excepcionales y una capacidad de sacrificio sin igual, a lo que se añade en última instancia la necesidad de asumir decisiones "complicadas" para "dar el salto". 

Desconozco las causas últimas del fallecimiento del joven Michael Goolaerts, cuyo nombre espero que no se olvide nunca, como yo no voy a olvidar. Es quizá la muerte de un ciclista que más me ha dolido, por cómo se produjo, por la amarga espera de la pasada tarde de domingo y por la fatídica conclusión. Desconozco si padecía alguna enfermedad cardiovascular o si el paro cardíaco se produjo debido a otras circunstancias. La autopsia y la investigación subsiguiente tendrán que esclarecerlo. Por todo ello, lo que voy a escribir a continuación son conjeturas, nada descabelladas a mi parecer. Los precedentes en este tipo de sucesos no son nada buenos. Desde el fallecimiento de Knut Jensen en los 100 km contra el crono de las olimpiadas de Roma de 1960 hasta el de Alessio Galletti en la subida al Naranco de 2005, pasando por las muertes de Tom Simpson, Marc Demeyer, Bert Oosterbosch o Johannes Draaijer, las sustancias y prácticas prohibidas están detrás de estas muertes por colapso, ya sea en carrera o fuera de ella. Excesos de ambición, auténticas inconsciencias o corredores utilizados como conejillos de indias, lo mismo da. No hay que irse tan lejos en el tiempo: simplemente basta acordarse del olvidado Daan Myngheer en el Criterium International de 2016. 

Quien diga que el deporte profesional es salud miente. Debería serlo, por descontado, pero es una cosa bien distinta. Es competición descarnada, es un "todos contra todos", un Leviatan de Hobbes en el que impera la ley del más fuerte, del más listo, del que asume más riesgos y toma más atajos. La historia está ahí, al alcance de cualquiera, no hace falta más que leerla e interpretarla. En el deporte profesional valen todas las salvajadas y por tanto el ciclismo, que es la quintaesencia del deporte profesional (incluso cuando existía el falso bloque amateur), no es más que una guerra para la que hay que estar preparado con todas las armas posibles. Para los ciclistas de los cincuenta y sesenta, los primeros ciclistas que corrían para casas comerciales extradeportivas, la victoria significaba una casa, un coche, un ascenso en el status social en resumen. Abandonar los cuadros campesinos para acceder a la nueva burguesía consumista. En el bloque comunista una victoria significaba prestigio, convertirse en un "héroe positivo", pero también algo más mundano: permitía viajar, salir de una realidad gris dominada por la mediocridad y la delación. Por tanto y de igual forma, abandonar los cuadros campesinos para acceder a la nueva élite del partido. Tanto ayer como hoy nadie quiere ser el panoli que no llega entonado a la fiesta, nadie quiere ser el que dispara con balas de fogueo cuando todos lo hacen con munición pesada. Así pues, por desgracia el deporte profesional, y con él el ciclismo profesional, queda a millones de años de luz de lo que es una práctica saludable. El joven que entra en el ciclismo ya recibe, en nombre de la falsa salud y de sus auténticas ansias de ascenso social, la primera dosis de cebo, como si fuera ganado. 

El deporte profesional es presión. No sólo autoexigencia, sino también presión de grupo, la más implacable de las presiones. Por ello en el ciclismo, en cuanto deporte profesional, en cuanto deporte que se desarrolla en grupo, se manifiesta la necesidad constante de "no ser menos", de no hacer el ridículo ante los demás. Si te han invitado a la fiesta, lo mejor es no desentonar. Y si se tiene a alguien capaz de hacer las cosas bien en el equipo, e incluso más que bien, si se tiene alguien que puede ganar, lo "mejor" es estar todos a la altura de las circunstancias. Dar el máximo por el líder, sacrificarse por él. El equipo ciclista, desde los años cincuenta, desde el Bianchi de Coppi y la Guardia Roja de Van Looy, se reduce a un conjunto de esclavos anónimos que dan la vida  (a veces nunca mejor dicho) por su lider, el aristócrata de los sprints o de las montañas. Los gregarios son capaces de hacer proezas increíbles, son capaces de trascender su límite; muchas veces son capaces de llevar a cuestas toda la munición que su líder tiene por genética de forma intrínseca (o no). El joven que entra en el ciclismo recibe de esta manera, en nombre de las obligaciones para con su equipo, la segunda dosis de cebo, como si fuera ganado.  

Tampoco hay que olvidar que el deporte profesional es espectáculo, o así al menos muchos lo entienden. La dosis necesaria de lucha de gladiadores para soportar el día a día. Esta versión del espectáculo es la que está ganando más adeptos, incluso en el ciclismo. Un deporte de rápido consumo, de rápida satisfacción, como si fuese porno. El espectador, que también es consumidor, no debe aburrirse viendo deporte. ¿Cómo garantizar que el espectador medio, el no familiarizado con los entresijos del ciclismo, no se amuerme, no se eche esa siestecita que muchos, incluso desde el propio periodismo ciclista, fomentan? Es más, ¿cómo garantizar que el aficionado habitual al ciclismo, el que ve ciclismo de febrero a octubre,  no se queje después de la carrera si en esta no ha habido ataques, no ha habido velocidad, no ha habido competición? Sólo hay una solución: ir a fuego desde el kilómetro 0. Con el único problema de que si todos van "a fuego", al final se igualan los niveles por arriba, las velocidades son demenciales y nadie puede escaparse, nadie puede atacar. La lógica del espectáculo acaba enterrada por la lógica del control, de la victoria: más vale estar todos delante y evitar ataques, que protagonizarlos. De esta manera, en nombre de la dicotomía entre espectáculo y control, el joven que entra en el ciclismo recibe su tercera dosis de cebo y engorde. 

Queda finalmente el último elemento de la fórmula. La arrogancia de aquel individuo gris que lleva toda la vida metido en el "mundillo" porque no sabría ganarse la vida de otra forma, y la única forma que conoce para ganársela es inculcar, como antes otros hicieron con él, las viejas prácticas. Las prácticas de siempre. Prácticas en continua e inevitable actualización, pues siempre hay un as en la manga oculto con el que sorprender a los rivales, al igual que el estudiante siempre encuentra una forma nueva de hacer trampas en los exámenes. Digo que la arrogancia es la característica de estos tipos, a los que habitualmente se ve al volante, pues muchos de ellos no dudan en poner en riesgo la vida de sus pupilos si hace falta, salvando su culo. Es el "oficio". Siempre ha sido así; los esclavos ya construían pirámides. Matizándolo mejor, tendría que decir que lo que les caracteriza es más bien el desprecio que la arrogancia. El desprecio por el bienestar del otro, del que pedalea, del que exhibe el maillot por las televisiones, ganando o sacrificándose. También está el médico que quiere que sus "pacientes" galopen como caballos de carreras, al mismo tiempo que ve engrosar su cuenta bancaria. Es la voluntad de mandar, el poder efímero de manejar a otros como marionetas, la que acaba convirtiendo al pobre ciclista que entra en los códigos del pelotón en ganado. Y debido a ello, recibe, en este caso en nombre de sus empleadores, de sus médicos y del supuesto prestigio de todos ellos, la cuarta y última letal dosis de cebo.

Y ahí está la consecuencia. La consecuencia final y definitiva: un joven de 23 años fallecido. Ha sido enviado a la París - Roubaix como quien lo envía al matadero. Un joven que no tendrá la oportunidad de correr más clásicas, ni de pedalear, de disfrutar del viento en la cara y de la libertad de movimientos que permite la bicicleta; alguien que tampoco podrá disfrutar de todo lo que se desarrolla más allá de la bicicleta y que comporta la vida en sentido amplio, amistades, amores, lugares, momentos.

Si no han sido estas las causas de la muerte de Goolaerts y sí una enfermedad, que mis palabras valgan para aquellos que murieron antes por sobredosis de ciclismo, parafraseando la expresión de @ciclismo2005. Al menos siempre se le recordará transitando en cabeza por el Muur-Kapelmuur de Geraardsbergen en la edición de 2018. 

Escrito desde la rabia y el dolor, descansa en paz,  Michael Goolaerts.  



6 comentarios:

  1. ¡Wow! Pedazo de artículo que has escrito. Mis dieces.

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  2. Verdades como puños.
    Duro. Así es el ciclismo. Y oscuro, muy oscuro.
    Michael Goolaerts, in memoriam.

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  3. Tal cual... así es el ciclismo, tristemente.
    Enorme el texto que has escrito. ¡Enhorabuena!

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  4. Muchas gracias. Me ha gustado mucho lo que has escrito. Una grandísima pena con tan solo 23 años.

    Un saludo

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