lunes, 23 de abril de 2018

¡VUELVEN LOS NOVENTA!

Todo el mundo sabe que en ciclismo el mejor momento para atacar es nada más coronar un repecho. Es la cartilla Palau del ciclismo, la táctica que algunos, como era el caso del plurinacional Tchmil, llevaron a la perfección. Es fácil sobre el papel, claro está; lo difícil es tener las piernas para llevarlo a cabo, para salvar esa distancia, a veces abismal, que media entre el deseo y la realidad. Pero los chicos de Quick Step tienen esas piernas. Vaya si las tienen. Han vuelto de golpe a la primavera de 1994. Y a todo ello el ganador Bob Jungels añade además las cualidades innatas de rodador. 

La Liège - Bastogne - Liège lleva años siendo el más anodino de los grandes monumentos. La carrera ha perdido su seña de identidad: la "selección", el grupito de escogidos que a partir de La Redoute se vigilaban, se marcaban y se repartían hachazos a diestro y siniestro, mientras del resto del pelotón nada se sabía, perdido ya en las inmensidades del tiempo. Con el paso de los años la carrera se ha "sanremizado", es decir, ha pasado a concentrar la emoción en los últimos kilómetros, cuando esa no debería ser su principal característica, a diferencia de lo que ocurre con la carrera de marzo. Primero pasó a jugarse todo en Sart Tilman, luego en Saint-Nicolas, en los últimos años, en Ans directamente. Algún año en los últimos 50 metros. Al menos eso no debería ocurrir en la carrera que se precia de ser la clásica más dura, esa que todo cyborg quiere en su palmarés.   

De esta manera, siguiendo la tónica habitual de los últimos años, la escapada consentida discurría por el encadenado de Port, Bellevaux y Ferme Libert (cotas que sustituyen a la trilogía clásica de Wanne-Stockeu-Haute Levée) con algo más de tres minutos de ventaja. Algo menos que las diferencias que hicieron a Matteo Bono, Stephane Rossetto y Anthony Perez soñar con la victoria en años recientes, gracias a un gran grupo tan remolón como en las etapas de julio. La escapada estaba compuesta por Antoine Warnier, Mathias Van Gompel, Paul Ourselin, Jérôme Baugnies, Florian Vachon, Mark Christian, Casper Pedersen, Loïc Vliegen y el habitual Anthony Perez. La escapada fue perdiendo poco a poco componentes, llegando el cuarteto formado por Baugnies, Perez, Christian y Ourselin al pie de La Redoute. Baugnies lograría distanciar a sus acompañantes, siendo cazado a los pies de Roche-aux-Faucons. En resumen, en la altura de carrera en la que antes se hacía la selección, ahora se daba caza a los escapados. La Redoute, una vez más, se subió casi en pelotón, con una marcha exigente puesta por Enric Mas "el sucesor". Nadie se movió. 

La tendencia actual es esperar y guardar. La velocidad impide ataques, la igualdad, quién sabe a causa de qué provocada, impone ritmos exigentes y tácticas ultraconservadoras. Todo se iba a jugar, o al menos a mover, en Roche-aux-Faucons. El primero que saltó fue Gilbert, en un ataque de fuegos artificiales que se apagó con rapidez en la oscuridad. Henao y Woods parecían fuertes, hasta que Jungels forzó el ritmo. El mismo Jungels había sido el miércoles pasado el artífice de la aproximación hasta Huy del grupo de escogidos. Él y no otro puede considerarse el que puso en bandeja el triunfo de Alaphilippe, privando de él a Schachmann. Ya pueden comprobar, todo queda en casa: luchas internas, primavera monocolor. Esta vez fue así de nuevo: Jungels era la avanzadilla para calentar el camino para un ataque pancartero de Alaphilippe.





Sin embargo Jungels no se limitó a tirar. Se fue para adelante, siguiendo esa táctica que les está dando tantos frutos a ellos y a los Astana: lanzar a alguien delante mientras se controla detrás. De nuevo, la cartilla Palau del ciclismo. Aunque algo así sólo posible si se es una nueva versión del Mapei. O peor aún, del Gewiss-Ballan. Sólo es posible si se dispone siempre de varias cartas a jugar, a pesar de que la reducción de corredores haya dejado a otras escuadras en paños menores (caso de Movistar). Jungels se lanzó como era de esperar; Woods y Henao se abrieron. Valverde, Fuglsang y los demás, que llegaron a la cima algo más tostados, se limitaron a esperar acontecimientos. Los metros del luxemburgués se fueron agrandando, la goma invisible que lo unía al grupo se tensó tanto hasta llegar al punto en que se rompió y el luxemburgués del tupé salió disparado, cual propulsado por tirachinas, hacia la meta. Era evidente que no le iban a dar alcance, dado que en el grupo de atrás iban muchas figuras y entre ellas prevalecía el espíritu reservón y el marcaje.




Valverde intentó salir en su búsqueda, a la desesperada, en un tipo de movimiento muy poco habitual en él, quizá consciente de no llevar las mejores piernas para el murito final de Ans, temeroso de que Alaphilippe le obligase de nuevo a hincar la rodilla. Pero fueron aceleraciones y paradas, esperando a que alguien más entrase. Daniel Martin y Tim Wellens fueron los que pusieron más empeño en intentar coger, ya fuese con saltos en solitario o con arreones desbocados. Astana se dio cuenta de que no iban a cazar mediante arrancadas y paradas, de modo que puso a Villella a trabajar. Eran los únicos, junto con Mitchelton y Lotto, que disponían de más de un corredor. Mientras tanto, Jungels tomaba las curvas a cuchillo, con riesgo incluso de caerse al coger algún bache y no ir bien agarrado al manillar (la posturita aero) cruzando el puente del Mosa. Todo iba a depender de si aguantaba las dos subidas restantes o si le pasaba como a Nibali en 2012. 

En Saint-Nicolas saltó Wellens por detrás, en un ataque de esos tan suyo, más con el corazón que con las piernas. Por un momento los Quick y Flupke del pelotón marchaban primero y segundo. Para asombro de todos, del grupo de favoritos, todavía demasiado nutrido, demarró Vanendert, corredor lagunar donde los haya. Su demarraje fue de los que han hecho de Saint-Nicolas un particular freak-show: Vanendert salía de las profundidades de 2011, poseído por el espíritu de VDB, y daba caza a su compañero. ¿Wellens había allanado el camino para su compañero, o simplemente éste había hecho notar el peso de una generación que se resiste al relevo? Mientras tanto, Jungels cambiaba su perfecta estampa de rodador por esa otra de mandíbula desencajada y codos abiertos que ya se le había visto en las empinadas rampas del Giro. Sólo el zombi belga podía dar caza a Jungels. 

Sin embargo, Vanendert se desinfló. La subida de Ans fue coser y cantar para Jungels. Por detrás, Bardet y Woods intentaban a la desesperada darle caza, dando tan sólo alcance a Vanendert. El campeón de Luxemburgo mantuvo la diferencia, demostrando que había regulado en Saint-Nicolas, el momento de mayor aparente debilidad. Los chicos de Quick Step aguantan lo que les echen. Woods entraba segundo, Bardet tercero y Alaphilippe cuarto. Valverde entraba último del grupo, claramente no había sido su día.



Desde Andy Schleck no ganaba un atacante solitario desde Roche-aux-Faucons (Nibali fue cazado por aquel sputnik kazajo en 2012 cuando estaba a punto de conseguirlo). Desde 1994, el año del Gewiss y el zumo de naranja, un equipo no ganaba Flecha y Lieja con dos corredores distintos, como bien apuntó el twittero @InfinityLive2. Los Quick Step han devorado las pruebas del calendario con voracidad pantagruélica, todos han mojado del plato. Ya ha pasado a la historia aquello del dominio individual, ya sea Rebellin, Gilbert, Van Avermaet o Valverde; lo que está de moda es socializar el triunfo. Que todos ganen un poquito, cada día con uno nuevo. Chicos siempre frescos, siempre jóvenes; y si no hay joven, uno viejo, qué más da. Aunque, como todas las modas, este nuevo socialismo victorioso no deja de ser más que un revival, uno más. Desprende un tufillo a dejà vu, a refrito. Smells like 1994 spirit. Se han puesto de moda, otra vez, los noventa.

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