lunes, 30 de septiembre de 2019

EL QUINTO MUNDIAL MÁS DURO DE LA HISTORIA

Muchas veces el ciclismo es un deporte que estalla en la cara como un puro de broma. Pero hay otras veces en las que, como un dios caprichoso, nos regala momentos mágicos. Así fue precisamente ayer, con todos los elementos en contra. No hubo los habituales movimientos de yo-yo en cabeza, con grupos que se forman y se deshacen. No hubo tampoco el desfile habitual de favoritos por los puestos delanteros, pues muchos se disolvieron en el agua antes de que empezase la auténtica batalla. Todo apuntaba a un circuito llevadero y a un caos sin paliativos, pero la lluvia se encargó de cubrir y ocultar las debilidades del circuito y la desgana de la organización, ofreciéndonos una carrera entendida como una lenta campaña de acoso y desgaste.

Las sorpresas del ciclismo.

A todo ello se suma la sorpresa del ganador. Incluso más, la sorpresa del terceto delantero. ¿Quién hubiese apostado por Mads Pedersen? ¿O por Stefan Küng? El muchachote ganador pertenece a esa nueva generación danesa de conejitos duracell, a los Asgreen o Valgren Andersen que aparecen y desaparecen como una luz que parpadea, pero que, cuando se dejan ver, parecen corredores condenados a la tortura de rodar hasta el final sin mirar atrás. Así sucedió en la Ronde de 2018, en la que solo Terpstra se interpuso en la victoria del danés, algo parecido a lo que sucedió este año entre Bettiol y Asgreen. Pero a diferencia del año pasado, el Pedersen de ayer no parecía estar afectado por la fatiga.


Y a la sorpresa se suma el descalabro de los favoritos. El centrifugado extremo del circuito acabó por destrozar a muchos grandes nombres. Valverde desapareció de golpe, habituado como está a los desiertos. A Gilbert se lo llevó una caída por delante y las tácticas de una Bélgica convertida en todo un burdel parisino de la Belle Epoque. Van Avermaet, Sagan y Matthews esperaron demasiado, interpretando este incómodo mundial como otros más llevaderos. Alaphilippe acusó el fervor desplegado en torno suyo en el pasado julio, y los chicos de la charca, Evenepoel y van der Poel, más pronto o más tarde acabaron naufragando en los charcos del Yorkshire. Solo Trentin estuvo donde tenía que estar hasta el final, aunque le fallaron las fuerzas en el momento justo.

Evenepoel y van der Poel no se salvaron del diluvio.

El mundial se estaba desarrollando durante toda la semana con un aire más propio de Little Britain que de Pompa y circunstancia. Parecía que la organización dependiese de un comité formado por Mr.Bean y Benny Hill: ciclistas hundiéndose en charcos, carreteras anegadas...Solo faltaba el muñeco que se cae por los acantilados. Para colmo, el día grande comenzaba con un cambio de recorrido, en el que se eliminaban dos de las tres subidas de la aproximación al circuito y se pasaba de los 285 a los 261 kilómetros. La lluvia impidió volar a los helicópteros y dejó a la carrera sin imágenes de las motos durante una hora. No quiero ni imaginarme si la carrera la hubiesen organizado los PIGS...

Una de las mentes pensantes del comité organizador.


Sin embargo, las condiciones sonreían a los valientes. Qué lejos estuvo la escapada inicial de las de otros años, formadas por ciclistas exóticos. En la fuga de once hombres figuraban el ganador del Giro, Richard Carapaz, el ganador de la Vuelta, Primoz Roglič, otro ganador de grandes vueltas como Nairo Quintana, además de corredores fuertes como Magnus Cort Nielsen, Maciej Bodnar, Petr Vakoč o Hugo Houle. Ello obligó a marcar un fuerte ritmo por detrás, encabezado el pelotón por Rohan Dennis, Jos van Emden y Julien Bernard. El gran grupo no era un manso rebaño de ovejas gordas y adormecidas, trotando apaciblemente por las colinas del Yorkshire, sino más bien un pelotón de reclutas marchando por un terreno enfangado y sorteando vados convertidos en auténticos ríos.

Movimientos importantes desde el principio: Carapaz, Roglic, Koch.


La ventaja de ese selecto grupo alcanzó un máximo de cuatro minutos de ventaja, pero a la entrada al circuito ya apenas distanciaban al pelotón. Entonces, al completar la primera vuelta en el mismo, se produjo la caída de Philippe Gilbert, que salió bastante malparado, y que abandonaría unas vueltas más tarde entre lágrimas. Con él se quedó Remco Evenepoel, que intentó infructuosamente reenganchar a su líder con el grupo, para lamento de su fandom. ¡Qué lejos quedaba ese gusano interminable, húmedo y resbaladizo, del circuito de Harrogate, de los días soleados de Innsbruck o de San Sebastián! Por delante eran sus propios compatriotas los que aceleraban el ritmo, sustituyendo momentáneamente a los daneses. El niño de los mofletes de Brueghel no pudo obrar esta vez el milagro, lejos de los poderes sobrenaturales de su equipo y de sus specialized, quizá "averiadas" con la lluvia.  

El favorito caído.


A falta de 67 kilómetros llegaron los momentos decisivos. Lawson Craddock se movía por delante, como síntoma de una selección norteamericana hiperactiva en todas las categorías. Con él se marchaba Stefan Küng, ese portento suizo "que no sube una tachuela". Los dos rodaron unas vueltas en cabeza, enfundados en sus chubasqueros negros. El pelotón parecía lejos de mostrarse inquieto. Posteriormente, a falta de 47 kilómetros, Mads Pedersen lanzó su ataque y con él se marchó Mike Teunissen. Parecían escaramuzas, movimientos tácticos a la espera de la llegada de los grandes ataques: quizá lo fuesen. Los italianos movieron ficha y colocaron delante a Gianni Moscon. Lawson Craddock cedía y Mike Teunissen lo haría un poco más tarde, después de que Küng acabase con sus reservas de alimento. 

Küng y Craddock encienden la mecha.


Todo saltó por los aires a falta de 32 kilómetros y fue gracias a Mathieu van der Poel. Al ver que Teunissen se descolgaba del grupo delantero, el nietísimo lanzó su ataque. Hacía tiempo que un mundial no se jugaba de tan lejos, pero esta vez todo era distinto. El caballo loco holandés no miraba atrás, dispuesto a repetir sus exhibiciones habituales en el barro o en la pasada Amstel. El trenecito parecía ponerse en marcha y nadie parecía capaz de retenerlo: como mucho algún avispado podría cogerse in extremis al último vagón, y aguantar en volandas el empuje como fuese posible. Ese fue el caso de Matteo Trentin, que estuvo atentísimo al movimiento crucial. No así los demás favoritos, con los rostros hinchados por la lluvia y gestos evidentes de fatiga. 

Se formó rápidamente un quinteto en cabeza: Pedersen, Küng, Moscon, van der Poel y Trentin. Por detrás, Gorka Izagirre, Carlos Betancur y Toms Skujiņš intentaron cazar. Los hermanos vascos eran los únicos supervivientes de una selección en desbandada y bajo la lluvia parecían en su salsa. Betancur se mostró igualmente como el más hábil de los colombianos en las situaciones difíciles, a pesar de haber entrado en la selección de rebote. Por detrás, Bélgica y Francia intentaban achicar agua a la desesperada. En Bélgica había poca implicación: De Clercq desapareció pronto y Lampaert no parecía muy por la labor -¡qué diferente hubiese sido todo si detrás llevase a Viviani! -. Tampoco Wellens parecía querer jugársela en favor de Van Avermaet. Por su parte, Gallopin y Cosnefroy se dejaron la piel por Alaphilippe, que iba renqueando en la cola del grupo. 

En cabeza los cinco se relevaban, siendo el que más empeño ponía van der Poel. Küng se desenfundó el chubasquero, mientras Trentin se mantenía de negro. Al pasar por meta por penúltima vez, la carrera estaba ya claramente decantada en favor del grupo cabecero. Pero el último paso por Oak Beck reservaba una sorpresa: después de sobreestimar sus fuerzas, a van der Poel se le encendieron las luces de emergencia. La distancia llegó a la manera del iceberg del Titanic, todo un golpe de martillo en la cabeza, con pajaritos revoloteando incluidos. Ay, el fantasma del abuelo y su proverbial mala suerte... Una dura lección de vida para el corredor holandés, que entraría en meta a más de diez minutos de la cabeza, con gesto resignado y escupiendo. 

No siempre se sonríe.

Con van der Poel fuera de juego, en el último repecho Küng intentó su ataque, más para descolgar a Moscon, que había mostrado debilidad en todas las subidas, que para ganar la carrera. Trentin se soldó a su rueda, aparentemente con todo bajo control, mientras que el muchachote danés parecía sufrir por detrás. A Küng se le arrebolaban las mejillas del esfuerzo, se le deformaba el rostro en el último empuje: Trentin se mantenía impertérrito a su rueda. Parecía estar esperando solo a la entrega de la factura. Sin embargo su compañero Moscon acabó cediendo. Después de la acción de Küng, los italianos abandonaban la comodidad de la superioridad numérica, quedando Trentin a merced de dos trotones desbocados, capaces de llevarlo a la perdición o de suicidarse en el intento. A falta de un kilómetro, la cosa quedaba reducida a una partida de cartas a tres bandas.

Poco antes del colapso de Moscon, el coche de Italia se había acercado al grupo a dar dos o tres instrucciones a grito pelado, como a la antigua usanza. Parecían pedir calma, que reservasen. Trentin se moja los muslos: los calambres amenazan con hacer acto de presencia. Sin embargo, todo parece a su favor. En teledeporte, Carlos de Andrés  llegó a decir que Trentin era ya campeón del mundo. Ay, la prudencia...El corredor trentino lanzó el sprint pero las piernas le flaquearon: Pedersen emergió como un gigante detrás de su chepa y lo rebasó con una facilidad insultante. Sorpresón mayúsculo.

1º Mads Pedersen, 2º Matteo Trentin, 3º Stefan Küng (foto Tony Johnson)


Ante la sorpresa general, Mads Pedersen se convertía en campeón del mundo con 23 años. Por detrás, Sagan se adelantaba del grupo con Valgren Andersen para hacerse con la quinta posición. A continuación, el eterno Kristoff ganaba el sprint del grupo, por delante de Van Avermaet, Gorka Izagirre, Rui Costa, Fuglsang, Štybar, Betancur, Degenkolb, Ion Izagirre, Amund Grøndahl Jansen y Tadej Pogačar. Van der Poel entraría a más diez minutos, y Petr Vakoč, último clasificado, a casi veinte. Tan sólo 46 clasificados.  

Trentin fue una víctima más del ritual sacrificial nórdico.


Después de Sallanches 1980, Duitama 1995, Chambery 1989 e Imola 1968, el mundial de Yorkshire/Harrogate es el quinto con un porcentaje más elevado de abandonos, nada menos que el 76,41% de los corredores que tomaron la partida. Sin duda, la lluvia ha sido el condicionante de tal destrozo. Pero aparte de ese detalle, otro elemento que hace único al presente mundial ha sido la lejanía del ataque decisivo, algo insólito en el ciclismo de los últimos tiempos. La selección de cinco corredores que se jugó el triunfo ha estado en cabeza durante las últimas tres vueltas, a pesar de que no se ha tratado de supuestos "grandes nombres".  Cogeneracional de van der Poel, el ganador tiene edad como para marcar una época en las clásicas. El físico parece acompañarle y la cabeza también, pero en un ciclismo como el moderno, tan claroscurista, nunca se pueden hacer vaticinios apresurados. En sus piernas está ser un nuevo Harm Ottenbros o un nuevo Rolf Sörensen. En sus piernas...o en la marcha de sus futuros equipos. 

Como una rosa tras ser engullido por el oceáno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario