De un tiempo a esta parte, en concreto desde el mundial de Richmond, Sagan parecía haber conseguido la fórmula definitiva que comporta triunfos. Había domado su sangre caliente y parecía actuar con más inteligencia, esperando el momento justo. Lejos quedaba el frustrante Tour de 2015, en el que Van Avermaet y Plaza le había "robado" dos triunfos. En 2016 también Van Avermaet se cruzó en su camino en la Het Nieuwsblad, pero a partir de Flandes fue todo rodado. En cambio ayer volvimos a ver al Sagan "de siempre"; el que se precipita, al que le pueden más las piernas que la cabeza, el que hace segundo.
Poco se ha hablado de Vía Roma. La particularidad de esta alfombra roja del ciclismo es que pica para arriba, quizá imperceptiblemente, al contrario de lo que sucedía con el Lungomare Italo Calvino. En las imágenes de televisión no se aprecia, pero el que ha estado allí lo recuerda. Los sprints largos no suelen comportar éxito. A Kristoff, acostumbrado a lanzar los sprints de lejos, se le hizo larga en 2015 y Degenkolb le superó en los últimos 10 metros. Roelandts intentó el año pasado sorprender, pero también se le atragantó al final, siendo superado por Démare y Swift. Este año algo parecido le ha pasado a Sagan, que ha intentado emular a Merckx en 1975 (observen el interminable sprint del vídeo) y se le ha hecho larguísima. De los 291 km le han sobrado 150 metros.
Y ahí ha estado Kwiatkowski, el que aparece en los momentos oportunos. El ciclista ciclotímico, le llamaba alguien acertadamente en la comunidad ciclista de twitter. Yo era de los que opinaban que después de su demostración metahumana en la Strade Bianche ya no se le iba a ver, pero me he equivocado a todas luces. Es natural que se piense entonces que el año pasado fue un año de "recarga", de acomodo a la nueva fórmula, y este año toca volar, como también ha demostrado Henao. En realidad es uno de esos ciclistas que lo hace todo bien, demasiado bien. Es rápido, rueda a la perfección, baja con maestría e incluso a veces puede hacer demostraciones en subidas, siempre que sean cortas. Lo único es que, a diferencia de los grandes, su comportamiento es lagunar. Un poco mejor que a lo que nos tenía acostumbrados Gerrans, pero no mucho más. Aunque eso sí, se está labrando un palmarés espectacular. Con inteligencia, con destellos puntuales.
Todo lo contrario sucede con Sagan, que es omnipresente, y eso comporta a veces ganar y otras tantas perder. Supone actuar muchas veces sobrado, arramblando con una bolsa de gominolas tras la meta, y demostrar otras veces una "valverdiana" confusión táctica. No hay duda de que el eslovaco desconfía ya de sus capacidades al sprint. Así se vio en la Het Nieuwsblad, en la que volvió a cometer exactamente los mismos fallos que en 2016. También de tú a tú con Gaviria había sido batido en Civitanova Marche, a pesar de su demostración de suficiencia en Fermo. En realidad ha corrido a lo Cancellara en 2012, llevando toda la responsabilidad, movido por el ansia de ganar sin reparar en los que llevaba a rueda. Aunque sin él la Sanremo hubiese sido bastante diferente, muy parecida a las ediciones de 2015 y 2016. Lo ha probado en el Poggio con una violencia no vista desde los años mágicos de Fondriest y Furlan, dando continuidad al ritmo infernal de Dumoulin (que debería haber corrido para sí mismo y no de gregario). A esa violencia han contribuido el viento a favor y la lentitud con la que se había desarrollado hasta el momento la carrera. No es una exageración la comparación con aquellos paradigmas de la Epo Golden Age, pues el tiempo de ascensión ha sido el tercero de la historia.
El eterno retono |
Sagan parecía dipuesto a hacer historia. Colbrelli y Degenkolb no pudieron cerrar el hueco, y aunque Kwiatkowski parecía el único capaz de hacerlo, no lo hubiese conseguido de no ser por el empuje de Julian Alaphilippe. El ataque tuvo lugar en el punto en el que se hace la diferencia: de la iglesia al pueblo de Poggio di Sanremo, donde la pendiente ya es apenas un falso llano. La diferencia que obtuvieron en el tornante final de la cabina telefónica era demencial, y a partir de ahí incluso se amplió. El grupo trasero ya no contaba con un Cancellara dispuesto a cerrar huecos, y el único que mostró un poco de empuje fue Colbrelli (que posteriormente lo pagaría en el sprint). De hecho, el trío delantero estaba formado por tres consumados bajadores, que ya han dejado escenas para el recuerdo, especialmente Sagan y Kwiatkowski en el col de la Manse y Ponferrada respectivamente. Sagan, con ese cuerpo de Hulk, moviendo la bicicleta (que cada vez parece que le venga más pequeña) a su antojo, Alaphilippe con un estilo más "culebresco", y Kwiatkowski con la seguridad de un bajador experto.
En el corso Cavalotti Kwiatkowski entró tímidamente al relevo, pero Sagan parecía no necesitarlos. Su actitud de caballo desbocado era la misma que la de Cancellara en 2012, con Gerrans soldado a su rueda: la actitud que no comporta victorias, a no ser que te apellides Merckx.
Del sprint ya hemos hablado. Los superpoderes de Sagan se agotaron a mitad de vía Roma, Kwiatkowski le cogió fácilmente rueda, e incluso Alaphilippe, que no es muy diestro en el sprint, pareció también a punto de mojarle la oreja. La victoria del polaco, conseguido con un colpo di reni de los que hacen historia, fue una especie de repetición de aquella de Cavendish sobre Haussler en 2009, aunque con unos protagonistas mucho más dignos.
Por detrás, a cinco segundos, entró el pelotón con una sucesión de velocistas de primer nivel: Kristoff, Gaviria, Démare, Degenkolb, Bouhanni, Viviani, Ewan...El noruego nunca falla en Sanremo, y seguramente volverá a ganar algún día. Gaviria demostró que lo de la muñeca fue una maniobra de despiste, y entre los demás, sorprende el rendimiento de Ewan. El único que no estuvo delante, afortunadamente, fue Cavendish, un corredor que dice amar esta carrera pero que sólo pudo ganarla cuando militaba en aquel High Road en el que hasta el más tonto iba como una moto.
En fin, esto es la Milán-Sanremo. La carrera más larga que se dilucida en un golpe de riñón en los últimos metros. Una carrera en la que cuenta hasta el último metro, como bien sabe Zabel después de 2004. Una carrera que muchos consideran aburrida pero que acumula unos últimos 20 km. finales de infarto, con intentos en el llano, intentos en subida, descensos trepidantes y un sprint que nunca defrauda, aunque el resultado no sea siempre el esparado. En fin, la mejor apertura de la temporada posible.
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