domingo, 8 de noviembre de 2020

LA CARRERA ES MÍA Y GANA QUIÉN YO QUIERO

Se acaba la Vuelta y con ella una temporada que en algún momento pareció que no iba a poder disputarse. La temporada comprimida se ha desarrollado sin apenas sobresaltos, con tan solo la cancelación de la París-Roubaix como leve mancha, que no empaña un gran logro por parte de organizadores, equipos y aficionados. La París - Roubaix podría haberse disputado perfectamente, sin público, pero ya no interesaba políticamente. Concluido el festín propagandístico del Tour, a Macron le daba más réditos políticos asumir una postura de fuerza frente a la pandemia. Total, la París-Roubaix solo interesa a los locos de esto, a cuatro ch'tis y a los belgas. Las grandes vueltas tienen un componente publicitario, propagandístico y "de país" que no nos debe llevar a engaño: por eso se han disputado, por todos los intereses cruzados. Pero benditos intereses cruzados. 

Volviendo a la Vuelta, la edición de 2020 será recordada principalmente por su disputa en otoño. Los ciclistas han tenido que padecer días de lluvia y frío, yendo incontables días con el chubasquero y las perneras puestas. Pero para el espectador ya entrado en años esta Vuelta remitía a las imágenes ya alcanforadas de las vueltas de abril y mayo, con sus cunetas verdes y algún que otro día sombrío. Los bosques, las montañas e incluso los pueblos han lucido como nunca en esta Vuelta, alejándose del ya típico panorama de chancletas, bañadores, secarrales y polígonos al que nos tenía acostumbrada la carrera.  Puertos de paso como Orduña, el Padornelo o el Portillo de las Batuecas han reclamado su protagonismo, mostrándose más fieros entre la niebla de lo que son en realidad para los desarrollos actuales. A ello ha contribuido también la carencia de público, principalmente en los finales en alto. El paisaje desprovisto de público se ha mostrado más majestuoso, las rampas más acusadas, y de paso nos hemos ahorrado muchas banderitas y algún que otro imbécil. El ciclismo tiene a la naturaleza de su parte, a diferencia de otros deportes, que sin gente no son nada y parecen simples pachangas de solteros contra casados.

Orduña es historia de la Vuelta

El Portillo de las Batuecas

Pero en realidad no vemos ciclismo por los paisajes. Esto no son documentales de la 2, aunque el ciclismo contribuya como ningún otro deporte a aprender, a descubrir lugares y a viajar sin moverse de casa. A pesar del recorte de tres etapas iniciales, ha sido una Vuelta interesante en su día a día, aunque la general ha estado demasiado cribada desde la primera etapa en Arrate. Ha habido fugas de muchos quilates, como la que se jugó la victoria en Villanueva de Valdegovía, tras pasar Orduña, con Woods, Fraile, Valverde, Nans Peters y Guillaume Martin. O la que llegó a Ourense, con Wellens, Stybar, Woods, van Baarle, Soler y Arensman. Estas fugas de calidad, que han contrastado tanto con las del pasado Giro, han sido en gran parte lo mejor de esta Vuelta, en la que la "clase media" del pelotón se ha dejado notar. 

Algunos se han llevado un buen botín, como Tim Wellens y David Gaudu, con dos etapas cada uno. Wellens se ha mostrado intratable en la resolución de fugas, con gran conocimiento del lugar (como por ejemplo en esa infame llegada en curva en Ourense). Por su parte, el escalador francés de cuerpo de quinceañero ha exprimido su hiperactividad, llevándose el triunfo en dos de las etapas más duras, en la Farrapona y la Covatilla. Otros grandes nombres han estado buscando el triunfo, sin éxito. Por ejemplo Rémi Cavagna, con su galopada frustrada camino de Ciudad Rodrígo, o Guillaume Martin, con presencia en todas las fugas. El "pitufo filósofo" se lleva al menos el triunfo en la montaña. Además, la Vuelta ha servido para descubrir a jóvenes talentos, como sucede casi siempre: en este caso principalmente a Mark Donovan, Thymen Arensman y Gino Mäder, en lucha en los días más duros.

Tres de los protagonistas de la Vuelta: Martin, Wellens y Arensman (Photogomez)

 
Gaudu y Soler en la Farrapona (Kiko Huesca)


Pero no nos engañemos, la Vuelta sigue siendo la Vuelta en muchas cosas. Entre otras, las bonificaciones. También en el paso intrascendente por la montaña asturiana, algo ya habitual (quizá debido al hartazgo también para los ciclistas con su repetición año tras año). La disputa para la general ha sido especialmente guillenesca, muy apretada durante toda la prueba. La carrera empezó capada sin su salida holandesa, no habiéndose buscado o encontrado etapas de sustitución para esos tres días iniciales (a diferencia de lo que pasó en Italia). Así pues, la carrera empezó con un patapúm-pa'rriba en Arrate. Esta subida, que creaba una extraña sensación de estar viendo una de las últimas ediciones de la Vuelta la País Vasco, creó ya un cribado importante, que se fue ampliando en los días sucesivos. En la primera semana ya se sabía quién iba a ganar la Vuelta y quién no, sobre todo después de la dura etapa de Formigal, disputada en unas condiciones de frío que dejaban todavía más en evidencia el ridículo de la etapa de Morbegno-Asti. También en estos primeros días habían quedado apartados, o se habían ido directamente para casa, algunas de las estrellas iniciales (Froome, Pinot y Dumoulin, a la manera de Thomas, Kruijswijk y Simon Yates en el Giro). Aun así, la Vuelta no quedaba descabezada ni mucho menos. Roglič, Carapaz, Carthy e incluso Daniel Martin estaban en un pañuelo, con los Movistar de Enric Mas perdiendo un poco cada día.  

La carrera parecía estar entre Carapaz y Roglič, como una cuenta pendiente del Giro de 2019. La balanza entre ambos la han decatando sus equipos. Ineos ha mostrado su versión del Tour, la de un equipo en desbandada: Sosa completamente desaparecido, Froome dando relevos para los fans, siendo Amador y van Baarle los únicos realmente activos (salvo en el día decisivo). Carapaz no ha contado con un Dennis o un Ganna en los momentos cruciales. Por su parte, Roglič ha contado con un equipo excepcional, con Gesink tirando en todo momento, Kuss y Bennett un poco por debajo del nivel del Tour pero solventes, y los sorprendentes Hofstede y Vingegaard, muy oportunos. El pálido danés se marcó una ascensión al Angliru cuanto menos sorprendente. A este choque dispar de equipos se ha añadido un Roglič que se conoce cada vez mejor. El esloveno sabe dónde puede sacar diferencias y explota sus cualidades. Algunos le achacan que no ataque, pero está claro que la alta montaña no es para él y en ese terreno tiene que minimizar pérdidas. No es un corredor de ataques lejanos en montaña, pero si llega con todos al último kilómetro es demoledor. Ha sabido sacar a relucir su buena punta de velocidad en grupos reducidos (algo habitual en esta Vuelta, en la que el simple cansancio y la metereología han diezmado mucho al pelotón) y también ha cumplido en la crono. Más que un Purito mejorado, Roglič es un corredor que recuerda a Tony Rominger y su voracidad por pillar siempre segundos de diferencia. 

Victoria en Suances

Hugh Carthy ha sido tercero y en algún momento dio la impresión de que podía haber sacado más partido a la Vuelta. Después de unos años de letargo, el espigado inglés, que en sus comienzos parecía una copia aniñada de Froome, ha cumplido su transformación de gusano en mariposa. En la subida imposible del Angliru, que nada decidió, se llevó un triunfo muy holgado por atacar en el momento justo. La crono del mirador de Ézaro también la bordó. Sin embargo, a pesar de estar a tiro de piedra del primer puesto, en la Covatilla prefirió reservar. Como Carapaz. 

Un Angliru más bonito así (foto David Ramos)

 

Llegamos así al momento crucial de esta Vuelta, la última etapa. Cumpliendo el guion guillenesco, todo se iba a jugar en la etapa final en la Covatilla. Discurriendo entre Cáceres y Salamanca por un territorio agreste, solitario y hermoso en su naturaleza húmeda y salvaje, la carrera se prestaba a las emboscadas, aunque tampoco hubieran grandes dificultades. El Portillo de las Batuecas estaba muy alejado de meta y en la Garganta, donde podía haber habido movimientos importantes, solo atacó Soler. Aunque esta subida sí que sirvió para dejar en evidencia a Ineos, que fue perdiendo fuerza, como si al todoterreno le hubiesen pegado tres o cuatro balazos en el tanque de combustible. Carapaz se quedó completamente solo, sin ni siquiera Amador o van Baarle a su lado, sin contar tampoco con gente en la multitudinaria fuga delantera (donde Jumbo había colocado estratégicamente a Hofstede). Curiosamente en el día marcado para dar el vuelco a la carrera, algo tan propio de la factoría Ineos, los británicos hicieron aguas por todos lados.  De esa manera, los 45 segundos que separaban a Roglič de Carapaz se jugarían en las rampas despejadas de la Covatilla.

Entonces llegó el auténtico espectáculo, el bochornoso espectáculo, para ser más concretos. En un intento de homenajear a la intrahistoria de España, plagada de sectarismos, Movistar planeó un ajuste de cuentas para un ex-miembro del equipo. Pero vayamos al principio. El equipo telefónico comenzó la Vuelta ofreciendo la imagen engañosa de un equipo que quería recuperar el amor del público: un equipo atacante, dispuesto a armarla en cualquier sitio, con un Marc Soler desbocado, aunque perdiera tiempo. Carlos Verona marcaba el tempo, Enric Mas se mantenía con opciones y Marc Soler actuaba como caballo loco, con una excepcional victoria en Lekunberri y una palmadita a Carapaz pasando la meta de Formigal. Sin embargo, Enric Mas comenzaba a perder segundos día a día, siendo la crono de Ézaro la constatación de que no iba a poder luchar por la carrera. No había ya días para salvar las diferencias. En unas proféticas declaraciones, Pablo Lastras dijo que todavía iban a dar guerra en carrera. Y tanto.

En paralelo a la rabieta de Trump al no aceptar la derrota electoral, los Movistar iban a echar un poco de mierda en el resultado final de la carrera con una acción puntual. Movistar ha actuado como un cacique de provincias que decide quién debe ganar en su territorio. Movistar es el niño que si va perdiendo se lleva la pelota, porque es suya. Ha actuado como si la carrera fuera suya por ser el único equipo español de primer nivel, queriendo decidir y condicionar quién gana.

"Las ratas son mías", decía el personaje de esta película, basada en una novela de Delibes. Actitud Movistar.


A falta de tres kilómetros de coronar la Covatilla, última etapa seria de la carrera, Carapaz lanzó su ataque. Demasiado tarde quizá. Un ataque demoledor, a la manera de los del Giro de Italia de 2019. Kuss intentó detenerlo, pero su rostro habitualmente impasible se desencajó, y con un gesto de codo invitó a su líder a que asumiese las responsabilidades en primera persona. Por su parte, Ineos estaba desaparecido; Carapaz no tenía nadie por delante que le pudiera echar una mano en las zonas más despejadas de la subida, en las que el viento frontal es muy fuerte. Roglič intentó reaccionar a su manera, con cadencia, mientras el ecuatoriano ponía el plato grande. Cuando casi lo iba a alcanzar, la goma elástica invisible que los separaba se tensó y rompió, comenzando a ceder terreno y tiempo. Lennard Hofstede, que marchaba en la fuga, le sirvió al esloveno de buena ayuda para taparle durante un tiempo el viento, pero no disponía de fuerzas suficientes como para marcar un tempo que minimizase pérdidas. Se echó a un lado. De nuevo Roglič tenía que luchar en solitario contra un Carapaz que parecía desbocado, con el objetivo del triunfo en su mirada.

 

La goma se tensa

 

A Roglič le quedaba todavía su truco secreto, la aceleración del último kilómetro. Pero esos 45 segundos se estaban escurriendo como granos de arena en un reloj. Perdía 24 segundos a falta de los dos  últimos kilómetros...pero, oh sorpresa, ¿quién estaba tirando? Por delante del maillot rojo de Roglič había dos corredores: Marc Soler, que venía en la fuga, y Enric Mas. Se estaban dejando la vida tirando contra el viento, primero Mas, luego Soler. Fue apenas un kilómetro de abrigo para Roglič, antes de que decidiera lanzar su ataque final. ¿Intentaban desbancar a Daniel Martin de la cuarta posición? ¿O había algo más? A falta de un kilómetro la diferencia rondaba los 30 segundos. Incluso Perico estaba "acquadros" viendo la acción inexplicable de Movistar en el momento decisivo de la carrera. Todo olía a vendetta

 

La vendetta.

Finalmente Carapaz no consiguió la ventaja deseada. A los 21 segundos entraba Roglič, ya sin la compañía de los Movistar, a los que había dejado atrás en su sprint final. Había salvado la carrera. ¿La hubiera salvado sin la aportación de los Movistar? Quién sabe. Yo creo que sí, in extremis, pues como  mucho hubiera perdido 10 segundos más. Pero hay gente que opina que Roglič estaba en franca dificultad. Si una cosa tiene Roglič es sangre fría, demasiada, y puede que estuviese esperando al final para remachar. Dudo mucho que le hubiesen caído 25 segundos en tan solo un kilómetro. Lo cierto es que una acción completamente innecesaria había sembrado de dudas la carrera. Un equipo, decidido a castigar a la manera siciliana a un ex-miembro, se ha cubierto de gloria en el final. Un equipo con la general perdida decide incidir en la carrera, porque "la carrera es mía y hago con ella lo que quiero".  Afortunadamente en esta ocasión han impedido un nuevo triunfo de la Dictadura, especialmente inane en esta Vuelta. Ya fue suficiente con lo que se vio en el Giro de Italia. 

El loco que se cree el dueño de la plaza porque es el único que duerme en ella.

Roglič se ha llevado al final la victoria por las bonificaciones. Su hambre de victoria ha tenido recompensa, pero Carapaz en realidad ha empleado menos tiempo que Roglič en completar esta Vuelta. Seguramente al esloveno se le recordará más este detalle que a Contador. La lucha ha estado en segundos. Los Ineos estuvieron muy preocupados en su momento por 3 segundos que les habían picado en la meta de Suances, intentando montar un plante interesado al día siguiente con sus viejas glorias ejerciendo de mafia. Roglič disputó incluso el sprint llano en Ciudad Rodrigo, a la manera de Ullrich y Vandenbroucke, con seis segundos de botín. Y no ha dejado escapar ninguna oportunidad de victoria, consiguiendo nada menos que cuatro triunfos. Todo ha acabado contando, en una Vuelta donde la igualdad ha sido la nota predominante, solo decantada por la desigualdad de los equipos, la cacicada de Movistar y...la voluntad de Roglič de pelear la Vuelta todos los días. 

Roglič suma así su segunda Vuelta a España, la carrera que más se adapta a sus características de corredor, con subidas menos largas, sin grandes encandenados de puertos y una buena dosis de finales explosivos. Ha completado una temporada excepcional, estando en forma desde que se retomó la competición en agosto, consiguiendo el triunfo en una gran vuelta y el podium en otra, además de una clásica monumento por estar donde tenía que estar (las payasadas son un handicap para conseguir triunfos, recuérdese). En su día más aciago, fue quinto en la etapa: perdió el Tour porque Pogačar se salió, simplemente. Si su compatriota hubiera alargado un poco más la temporada habría dudas acerca de quién ha sido el mejor. Pero viendo los resultados, no cabe duda alguna: la Vuelta se la ha llevado el mejor corredor del año.