sábado, 29 de agosto de 2020

VOLVEREMOS MEJORES

2010 fue el año 0 del nuevo ciclismo. Todo el mundo lo recordará, o debería recordarlo. En la tercera etapa, disputada en las Ardenas en unas condiciones de lluvia constante, se produjo una caída multitudinaria en el descenso de Stockeu, en la que se vieron afectados Alberto Contador y Andy Schleck. Por delante quedó destacado un grupo comandado por los Rabobank de Denis Menchov. Inmediatamente después, sin que ni siquiera los Rabobank se hubieran puesto a tirar con fuerza, Fabian Cancellara y José Iván Gutiérrez tomaron las riendas del pelotón e impusieron un parón que permitió el reagrupamiento, manteniendo la carrera neutralizada durante bastantes kilómetros. Lo que no impidió que Cancellara armase al día siguiente su propia ofensiva en el pavé, dejando atrás a Lance Armstrong, entre otros. Desde entonces ha llovido mucho, pero los parones se han impuesto cuando algún equipo ha considerado que eran necesario para sus intereses, siendo Sky/Ineos y Quick Step/Deceuninck unos auténticos maestros a la hora de jugar con los intereses ajenos. En la lamentable etapa de hoy se les ha unido Jumbo - Visma, los Rabobank de hace diez años, en uno de esos giros del destino tan peculiares. 


Lo malo se pega. (imagen vía @amantes_cycling)


 

Lo visto hoy en la primera etapa del Tour ha sido un espectáculo bochornoso e indigno de una prueba por etapas que se precia de ser la mejor del calendario. Es cierto que la carretera estaba peligrosa, que la lluvia había convertido aquello en una pista de patinaje: pero quien quiera parar, que lo haga. Ahora hay frenos, y según dicen algunos muy buenos. Algunos corredores, como Gorka Izagirre, desean condiciones así para brillar. En el primer paso por la subida, han sido Ineos y Deceuninck los que han propiciado el parón, con matones como Rowe y Asgreen en cabeza, ya que Sivakov y Alaphilippe se habían quedado descolgados por caídas. La situación ha sido tan esperpéntica que, habiéndose quedado descolgados Bernal y Dumoulin por tomarse las cosas con calma, nadie ha intentado poner en aprietos a los dos grandes equipos dominadores. En el segundo paso la cuestión ha adquirido un cariz más bufonesco, con Tony Martin y George Bennett (Did a Cancellara?) organizando un plantón al que todos han accedido, en parte motivados por la poca pericia en el descenso de muchos de los líderes actuales de los equipos, proclives a las caídas. Tony Martin, un corredor que ha estado metido en innumerables caídas, ha tenido su minuto de gloria. Solo Astana ha parecido rebelarse ante esa situación, con Omar Fraile y Gorka Izagirre bastante beligerantes. Han decidido poner algo de ritmo, hasta que el propio López se ha ido en una curva. Lo que ha venido de perillas a Roglic para, en una actitud de capo total, indicar que pararan. "Te lo dije", como el cuñado del Gañán. La carrera ha estado completamente parada, sin movimientos, sin interés, durante muchos kilómetros: luego vienen las lamentaciones de por qué el ciclismo pierde espectadores y patrocinadores. Podían haber desconectado y ofrecer cualquier otra cosa, que hubiese sido sin duda más interesante que lo que se estaba viendo. Carlos De Andrés ha tenido el valor de pronunciar en antena las palabras "huelga encubierta", cosa a la que un acomodaticio Pedro Delgado ha intentado poner paños calientes. Ofreciendo esto, y con la competencia de otras actividades deportivas o de las propias obligaciones laborales a partir de los próximos días, el Tour tendrá la oportunidad de valorar su auténtica dimensión. Etapas como la de hoy no creo que contribuyan a crear nuevos espectadores.

Jumbo está en su derecho de querer controlar la carrera y de intentar utilizar todos los vericuetos que considere oportunos: el problema está en los que acceden a ello. Cuando ha llegado el llano y los lobos han empezado a oler la meta, ya no ha habido tregua y la seguridad no ha importado. Todos a tope. Una vez franqueada la pancarta que indica los últimos tres kilómetros, muchos se han desentendido de seguir pugnando por la cabeza (entre ellos, los Ineos). Se han visto parones y bandazos. Y por supuesto una caída, en la que el principal perjudicado ha sido Pinot. Es lo que pasa por seguir el juego a la mafia: caídas puede haber en todos lados, pero lo importante parecía ser hacer que la carrera fuese una pachanga para evitar que las figuras tomasen riesgos. 

La etapa finalmente ha ido a parar a Kristoff, seguido de Mads Pedersen. Los nórdicos han sabido aprovechar su adaptación a los días de perros y a los sprints de desgaste. Al menos, el maillot amarillo no ha ido a parar a uno de los equipos punteros de la mafia.

Y mañana nos volveremos a sentar delante del televisor como si nada...

 

miércoles, 26 de agosto de 2020

PRONÓSTICOS

¿Quién ganará el Tour? La pregunta típica de todos los veranos este año se he retrasado dos meses, a causa de lo que todos ya conocemos. Sin embargo, el "hagan juego, señores" de siempre, ese que Pellos mostraba habitualmente en las previas del Tour al modo de una ruleta de la suerte, se presenta en esta edición más abierto que nunca. En parte por el decretazo de Brailsford con el que ha dejado fuera a las vacas sagradas del imperio británico, con el motivo más que lógico de su lamentable estado de forma. En un ciclismo normal, uno en el que el paso de los años fuera un peso que acabase enterrando en el olvido a los corredores, palada de tierra tras palada, la progresión de Froome y Thomas sería la lógica. Más si cabe después del castañazo del primero. Pero vivimos tiempos paranormales, cargados de sorpresas, y el paso de los años, como se viene demostrando por ejemplos patrios, ya no es óbice para brotes verdes en la madurez. Parece ser que el éxodo a la tierra de la leche y miel por parte de Froome ha traido consecuencias. Y el de los cuatro tours no está por la labor de tirar para nadie: y hace bien. 

Hagan juego, 1977.

 

De esta forma, se plantea una edición plagada de incógnitas. A las ya propias de una carrera abierta se añade la sombría amenaza que planea sobre toda acción humana en los últimos tiempos. ¿Respetará el bicho a la prueba francesa? Los pronósticos que se lanzan al aire pueden así ser de otro signo bien distinto al tema manido de los favoritos: ¿Llegará el Tour a París? ¿Acabarán todos los equipos la carrera? ¿Algún corredor dará positivo por Covid-19? ¿Alguna etapa será cancelada? ¿Qué medidas se tomarán con el público? Muchas dudas, que no auguran buena resolución dado el personaje que controla los mandos. La improvisación y la adaptación a las circunstancias sobre la marcha parece ser la propuesta, como en tantas otras facetas de la vida. 

Todo saldrá bien (versión 1) (pic:Cor Vos)
 

Quizá no sea casual la coincidencia del Tour con la de la "vuelta al cole", marcadas ambas por ese espíritu de improvisación. Pero lejos de mi interés jugar a todólogo. Conscientemente he omitido cualquier comentario sobre la "vuelta al cole" en las redes sociales, porque me afecta directamente y porque me hastía su instrumentalización en aras del politequeo más burdo.  También percibo cierto desprecio hacia la diversidad de España en todo ello. Lejos de querer ser agorero, y sin tampoco caer en el infantilismo de los aplausitos a las ocho y el cartel del arcoíris del "todo irá bien", ese que ahora ha terminado en tantos contenedores, creo que la carrera terminará, y lo hará en circunstancias más o menos normales. Y con ello no quiero sumarme a negacionismos ni historias así: simplemente quiero confiar en que puede salir bien. Quiero cruzar los dedos. 

Todo saldrá bien (versión 2)

 

Dicho esto, pasemos a lo que realmente importa: la carrera. En principio, la trituradora británica sigue operativa, aunque haya parecido que sus engranajes estén un poco atascados. Unas oportunas molestias de espalda supusieron la retirada de Bernal en el pasado Dauphiné, lo que le ha permitido "afinar la preparación". Ante todo, la retirada vino motivada para no hacer mucho el ridículo: los británicos nunca pierden. A pesar de ello, el Ineos no parece el de otros años. Jumbo - Visma se le ha subido a las barbas, ha montado un trenecito alternativo. La llegada de Carapaz in extremis al selecto ocho de Ineos se podría interpretar como una asunción de la propia debilidad mostrada, pero también como un síntoma de la desconfianza de Brailsford ante la disputa completa del calendario programado. Toda la carne del asador en el Tour y que sea lo que dios quiera. 

Una retirada a tiempo para afinar la preparación en la clínca de las estrellas.

 

Jumbo - Visma es la alternativa. Su progreso está macerado en cetonas, como el de otros equipos punteros del pelotón actual, lo que les permite asumir ritmos endiablados en montaña. Darán miedo. Pero, como es habitual en los holandeses, no hay que descartar esa habitual mala suerte, que tantas otras veces se ha cebado con ellos. Kruijswijk fue el primer perjudicado y está en duda la situación de Roglič. El esloveno se estaba convirtiendo en un monstruito intratable hasta su caída en el pasado Dauphiné, chuleándose incluso ante Bernal. Tenía ese pedaleo extraño, etéreo, que tantos éxitos ha dado a Froome en los últimos años: pero la caída lo pone en duda, aunque podría ser una táctica para no estar tan marcado. Algunos hablan de Dumoulin como la alternativa, pero no hay que olvidar que también él ha sido tocado por esa mala suerte que persigue a los holandeses, y quizá le vengan nebulosos recuerdos de la Morcuera o del descenso de Finestre en los momentos decisivos. Viene de un año en blanco, con hambre, y de momento ha demostrado que puede estar ahí: ha demostrado que es corredor.  

 

De amarillo, como el Jumbo - Visma


Mi apuesta (arriesgada) es que gana otro. No sé quién, pero otro. Entre esos otros no está Pinot, ni tampoco Landa, que quede claro. Otro. Otro cualquiera. Aquí se viene a jugar. ¿Emmanuel Buchmann? Puede ser. Su equipo ha crecido, no hay más que ver a Kämna. Se le ha visto bien, sin demostraciones, sin exhibiciones, reservando. Y se le ha visto liviano, ligero, cadavérico, recién aterrizado de la pasarela de Milán para competir en el Dauphiné con dos rodajas de pepino y un vaso de agua como único alimento.  Más posibles. ¿Tadej Pogačar? Por qué no. Es capaz de muchas cosas y recuerden las proféticas palabras del gurú que maneja sus hilos: aun no hemos visto lo mejor de él. Podría ser un perfecto Cesare en manos de un Caligari que ya ha mostrado de lo que es capaz. Y, por qué no decirlo, sabe correr, parece un veterano. Sin embargo, es su primera participación, lo que juega un poco en contra de dar la campanada a las primeras de cambio. ¿Algún colombiano del Education First? Podría ser el caso. La victoria de Daniel Felipe Martínez en Dauphiné está más en la línea de un triunfo a lo Talansky, pero podría ser la sorpresa. Supo aprovechar su momento ante la espantada general. El Tour empieza en Turini, donde ya dejó su sello. Aunque quizá lo de  Daniel Felipe Martínez haya sido el señuelo para camuflar el rendimiento de Higuita y Urán. El equipo de Vaughters es muy dado a las montañas rusas, y los experimentos previos con Vandevelde, Wiggins y Urán quizá den sus frutos. Y por último Quintana. ¿Se podría decir que Quintana lleva por primera vez un equipo hecho a su medida? ¿Un equipo que se dejará la vida por él, como trabajores de la mita andina? Sí, más que nunca. El Quintana de inicios de temporada era ilusionante, el de ahora más en su línea conservadora de siempre, asumiendo pocos riesgos y cayendo en las mismas prácticas que Bernal y compañía de retirarse a tiempo. 

Hace millones de años, Buchmann ganó en Mallorca


Se plantea así un Tour que en lo deportivo, en cuanto periodo de transición o cambio de jerarquías, se podría parecer mucho a esos tours caóticos de Sastre o Pereiro. Y ya sabemos qué fue aquello: tours inciertos, plagados de etapas anodinas y de contados fogonazos luminosos. 

El mood de este post (me comeré mis palabras)


domingo, 9 de agosto de 2020

LAS ESTRUCTURAS CAMBIAN, LA ESENCIA PERMANECE

Ha llegado por fin el momento de hablar de carreras de verdad, después de llevar bastante tiempo hablando de refritos y migajas. Carreras de verdad aun alteradas casi hasta la médula, como la presente Milán - Sanremo, con nuevos paisajes y temperaturas. Una sensación de incredulidad y expectación a partes iguales precedía a la disputa de esta Milán - Sanremo estival. Las fotos de la mañana en el Castello Sforzesco ya mostraban una imagen muy distinta de la de bruma, chubasqueros y mangas largas habituales. Era una imagen atípica de sol y mascarillas. Las imágenes de la Aurelia serpenteando junto al mar han sido sustituidas por las de la frontera quebrada entre el Piemonte y la Liguria, de montes boscosos en los que uno se imagina con facilidad al barón rampante de Italo Calvino saltando de árbol en árbol. Pero a pesar de estos cambios, la esencia de la carrera ha permanecido inalterada, como ha resumido a la perfección en un tuit Ton Vilalta: 

"La Milano-Sanremo confirma un any més el patró: 270 km d'avorriment seguits pels millors últims 30 km de la temporada."

@TVilalta

Las coincidencias de un calendario concentrado han impedido que la Milán - Sanremo tuviera este año ese carácter de liturgia inicial de antaño, a la que acudir puntualmente, se tuvieran opciones de victoria o no. La mayor parte de los corredores de grandes vueltas han optado por l'Ain y en menor medida por Polonia, salvo algún irredento como Nibali o Pogačar. A pesar de ello, los grandes nombres con opciones a la victoria figuraban en la salida. Llama la atención el caso de Kristoff, al que el equipo mandó a Polonia a pesar de sus apabullantes números en Sanremo, y que tuvo la mala suerte de verse implicado en el tremendo accidente de Fabio Jakobsen. 

Las primeras imágenes en directo muestran cómo los acontecimientos se están desarrollando según su lógica habitual en los últimos años. Abre carrera una escapada de aventureros de los equipos invitados, más un Astana y un Movistar: Mazzucco, Tonelli, Bais, Damiano Cima, Frapporti, Boaro y Carretero. Una escapada sin opciones. La ruta transita por el nuevo recorrido, una zona tupida de vegetación, con escasos pueblos y bastantes obras de ingeniería para sortear la complicada orografía. Mientras tanto, en el pelotón reina la tranquilidad. Lotto y Deceuninck marcan el ritmo, controlando desde la distancia el palo con la zanahoria. La tranquilidad es tal que Matteo Trentin se va al suelo como en uno de esos despistes de primera semana de gran vuelta, perdiendo así sus opciones de ser protagonista. En el Colle di Nava, Héctor Carretero es el primero en ceder, no desentonando con el rendimiento general de los últimos días de Movistar, ya sea por Sram o por otras causas. Mientras tanto, los demás italianos continuan su marcha hacia el mar, en una bajada pronunciada pero realizada por buena carretera. 

Imperia acoge a los escapados con más gente en los balcones que en la calle. A lo largo de la Aurelia hay más hamacas en la playa que espectadores al pie de la ruta, salvo en algunas calles a la sombra, como la famosa porticada de Imperia. El ritmo comienza entonces a incrementarse dada la cercanía de los hitos de la jornada, puesto que el recorrido previo no ha servido más que para calentar el ambiente con un buen empacho de kilómetros. Se han echado de menos los capi, que si bien poco aportaban a la carrera, sí que al menos veían ya las primeras escaramuzas y las primeras pugnas serias por el puesto, especialmente en el capo Berta. 

Los escapados son cazados y comienza la subida a la Cipressa. La pólvora que se utiliza es todavía de fogueo, como atestiguan los ataques de Loïc Vliegen y Jacopo Mosca. Por detrás, Giulio Ciccone intenta moverse como en otro tiempo lo hicieran Pantani o Bartoli, pero la época de los ataques lejanos en la Cipressa ha quedado muy atrás. Se podría decir incluso que esos ejemplos del pasado eran más bien piruetas de catch que ataques serios para la victoria. Para lo único que sirve la Cipressa es para ir descartando ganadores: en este caso, Ewan y Gaviria. En la bajada, Daniel Oss se marcha casi sin querer, con dos curvas tomadas a cuchillo. 

Daniel Oss protagoniza el tránsito entre Cipressa y Poggio, aunque sin mucho convencimiento. Por detrás, los equipos van tomando posiciones: Deceuninck - Quick Step, Ineos, incluso Alpecin - Fenix. Nicola Conci se mueve por detrás, siguiendo la táctica de ataque constante de moscones que está siguiendo Trek - Segafredo, aunque sin demasiada efectividad. Llega el momento de la verdad, la ascensión al Poggio, que este año se va a hacer con algún kilómetro de más en las piernas. 

El primer movimiento serio lo protagoniza Gianluca Brambilla, seguido de Aimé De Gendt, ese corredor atacante de apellido predestinado. Son de nuevo Trek - Segafredo y Circus - Wanty los equipos más empeñados en llevar fuerte la carrera mediante el ataque. Aimé De Gendt se queda solo por delante, aunque su ataque, como el anterior de su compañero Loïc Vliegen, no parece que vaya a dar resultados esperados: por detrás se van calentando motores y podría decirse que se oye ya el rumor que precede a las tormentas. Es Alaphilippe el que decide dinamitarlo todo, como lleva haciendo ya unos años en el Poggio. Arranca en el repecho previo a la iglesia de Nostra Signora della Guardia, el instante de los elegidos, y en un primer momento Nibali, Kwiatkowski y van Aert parecen poder seguirle el ritmo. Van Avermaet y van der Poel se mantienen en el grupo.

Alaphilippe mete una marcha más y comienza el despegue. Nibali y Kwiatkowski ceden, mientras van Aert se mantiene a una distancia recuperable, con la esperanza de que el yoyó vuelva en algún momento entre sus dedos. Alaphilippe se lanza con todo su repertorio de contoneos y mandíbulas desencajadas, redobla esfuerzos conquistando metro a metro una diferencia que puede permitirle soñar con una reedición de su triunfo. Se ha puesto la máscara de Fondriest, de Furlan, de Jaja. Parece más que posible. Pero van Aert se mantiene a distancia, impasible, en modo panzer, con una escalada silenciosa. Su labio caído recuerda al de un inflexible Tony Martin en busca de objetivos. Pero también tiene el aire grácil y poderoso de los antiguos belgas morenos, de cejas espesas y grandes patillas, que dominaban esta colina en otro tiempo. Esos son los instantes en los que se juega todo como siempre en la Milán - Sanremo, unos segundos decisivos en los que se deja caer la carta sobre el tapete, sea buena o mala. En esta ocasión, una mano jugada con inusitada brutalidad. 

El momento decisivo (CorVos)
 

Comienza el descenso. A Alaphilippe le pierden los descensos. Saca el alma cani que llega encerrada, y como un adolescente con el casco de visera y moto de trial, se lanza en cada curva, rectificando, gustándose. Pero el descenso del Poggio se debe ejecutar más bien con escuadra y cartabón: con sangre fría, jugando con los límites pero también con las posibilidades que da la geometría. Kelly enseñó que es un descenso que se puede acometer sacándole brillo a los rastrales en los quitamiendos de piedra, con una velocidad más que el rival. Pero la mente de Alaphilippe parece aturdida por nubes de gasolina quemada y derrapes de moto gp. No es un descenso difícil, pero trazar bien o mal las tres o cuatro curvas iniciales puede ser la diferencia entre la victoria y la derrota. Alaphilippe no agita las piernas, no parece estar disfrutando. Ese agitar de las patitas, el propio de un insecto recién ensartado en el cuadro de un entomólogo, es un tic de dominio y felicidad. Pero ahora una vez más presiente una especie de huracán arrollador, un tubo de aire silencioso, que viene desde atrás, como en aquella Amstel. Traza mal dos curvas. Una la toma prácticamente por fuera, tumbándose. Mira hacia atrás: ahí está van Aert, bajando con elegancia. Unos raíles invisibles parecen marcar la trazada buena, a la que el belga se somete con docilidad. Alaphilippe sabe que no debe forzar más, la moto de trial parece no responder a sus movimientos: decide esperar.

Por detrás el grupo está muy cerca, pero hay mucha cabeza de cartel y poco telonero. Mohorič es el primero que se lanza con su estilo de equilibrista: no en vano es él el inventor del "bicho-bola" y parece reivindicarlo.  Ha estado mucho tiempo dormido, exactamente desde la pasada Sanremo, y en ese intervalo otros eslovenos han copado el interés general. Lidera un grupo de una veintena de corredores, en la que muchos se mantienen agazapados, y otros, como Formolo, dan más la cara. 

En la incorporación a la vía Aurelia, Alaphilippe y van Aert llevan un puñado de segundos de ventaja. Alaphilippe decide ponerse a rueda a falta de dos kilómetros: se coloca la máscara de no colaborar y esperar. Se traviste de Bettini, de Van Petegem. Por su parte, van Aert ha madurado. Ya sabe que una carrera así no se gana como un ciclocross, poniéndose en cabeza y que me siga quien pueda. Se pone delante pero tira de mentiras, a lo zorrete, mientras el grupo por detrás se aproxima en un tira y afloja en el que nadie se pone de acuerdo. Sagan, Matthews y Van Avermaet van de tapadillo, esperando su oportunidad. También está Gilbert, que sueña a lo grande, e incluso Pogačar, que siempre está ahí. También se ha colado algún invitado sorpresa, como Álex Aranburu, el joven Matteo Jorgenson salvando el honor de Movistar o Arnaud Démare, al que nadie quiere llevar adelante. No hay gregarios, nadie se quiere sacrificar. 

Por delante comienza un duelo de sangre fría. Un baile en el que ninguno de los miembros de la pareja quiere dar un traspiés o llevar la iniciativa. Se diría que van Aert parece ir directo al matadero: pero en realidad está ahorrando, y además desde la pasada Sanremo ya ha llovido, se ha revelado como sprinter, se ha caído y se ha recuperado. Alaphilippe parece un rival asequible. El francés, por su parte, quiere jugar de nuevo a la Amstel: si viene un huracán por detrás, se los llevará a los dos, pero mientras ahorre energía más pilas tendrá la moto. El sprint tarda en lazarse, por detrás algunos ya tienen la caña preparada.

Se lanza el sprint. Los dos marchan emparejados, igualados, en un final emocionante. ¿Ganará el francés con su táctica de la dilación? ¿Ganará el belga, que parece hacerlo todo bien? Es un sprint tenso, que se expande en el tiempo. Alaphilippe cimbrea la bici, la contonea: da la sensación de que la bicicleta le domina a él y no al revés, como un caballo desbocado. Van Aert sujeta con fuerza el manillar, se levanta apenas del sillín, es un gigante a su manera. Alaphilippe lanza la bicicleta, pero no es suficiente. Al final, en los últimos metros, la victoria va para el belga.  Caras alternadas de alegría y decepción. A Alaphilippe se le ha quedado cara de máscara africana, van Aert luce una amplia sonrisa. Por detrás Matthews se hace de nuevo con un puesto de honor, por delante de un Sagan que ha jugado al escondite, con una actitud más tranquila y paciente que en otras ocasiones, pero que una vez más no le ha dado resultados. 

Una recta de meta en condiciones (foto vía @kapelmuur29)

Emoción hasta el final (vía @stefanorizzato)
Una prensa deportiva que está ahí cuando el ciclismo realmente importa (vía @lequipe)


Esta Sanremo "adulterada" por las circunstancias ha dejado el mismo regusto de siempre. Un final de infarto, como la última vuelta de un mundial. Si en los mundiales se va removiendo la sopa vuelta a vuelta hasta que alcanza su gusto perfecto, en la Milán - Sanremo unos últimos minutos de cocción a pleno fuego son los que dan como resultado la receta perfecta, siendo los kilómetros previos simplemente los trozos de leña que arden en el fuego. 

1. Wout van Aert, 2. Julian Alaphilippe, 3. Michael Matthews (vía @gazzetta)

¿Qué decir del ganador? De Wout van Aert se habla, pero no tanto como de otros niños prodigio. Sprinta, contrarrelojea, parece que ha aprendido a controlar los tiempos y a guardar fuerzas en el momento indicado, y pertenece a un equipo que parece tener la fórmula capaz de hacer escalar a rodadores, siempre y cuando lo permita una proverbial mala suerte. Este ha sido el primer gran triunfo en una clásica de las que justifica una vida deportiva. Si sus rivales generacionales se ponen las pilas, pueden darse bonitos duelos en los próximos años. 


domingo, 2 de agosto de 2020

ARROGANCIA Y PERSEVERANCIA, LAS DOS CARAS DEL CICLISMO BELGA

Por fin el circo ambulante del ciclismo ha vuelto a ponerse en marcha. Lo ha hecho con dos carreras, Vuelta a Burgos y Strade Bianche, que han generado una gran expectación debido a la inusual reanudación de la temporada durante este verano. Se han desarrollado en unas condiciones aparentemente higiénicas, que sin embargo no alejan por completo la posibilidad de contagios. En lo que queda de temporada, los aficionados al ciclismo vamos a limitarnos a contemplar cómo el pelotón ciclista transita por una elevada cuerda de equilibrista, asomándose en todo momento al vacío. Sobre todo si abundan los espectadores que se empeñan en bajarse la mascarilla para vociferar a un palmo de la cara de los corredores.

En Burgos se ha impuesto con autoridad Remco Evenepoel. A diferencia de otras ediciones, la carrera presentaba una participación muy interesante, debido principalmente a los cambios de fechas de Tour y Giro. El ansia de competición propició una primera etapa muy movida, con abanicos e incluso un ataque lejano abortado del propio Evenepoel. Ese mismo nerviosismo inicial también deparó duras caídas, como la del debutante Gijs Leemreize. El desarrollo posterior de las etapas ha incurrido en viejos clichés de escapadas consentidas, dejando algunos destellos interesantes como el rendimiento de Roger Adrià o Joel Nicolau en la etapa de Picón Blanco, o las victorias al sprint de Fernando Gaviria y Sam Bennett. A pesar de la relativamente amplia terna de favoritos (Carapaz, Sosa, Simon Yates, Landa, G. Bennett, Majka, Valverde),  Evenepoel ha parecido no tener apenas rivales. Para imponerse en la general ni siquiera ha necesitado demostrar sus dotes de contrarrelojista, tan inusuales en corredores de su tamaño. 

La subida a Picón Blanco era su primer examen como escalador y en él sentenció la carrera. Sus rivales fueron desapareciendo uno a uno, quedándose tan solo con él Esteban Chaves y George Bennett, de los que se deshizo con uno de sus ritmos sostenidos infernales. Después, empujado por el viento de cola, desplegó sus alas de escalador para entrar en meta descamisado y haciendo gestos más propios de un teenager en la edad del pavo que de un campeón. En la etapa de las Lagunas de Neila se limitó a vigilar a Mikel Landa e Iván Ramiro Sosa y solamente les atacó cuando su compañero de equipo João Almeida parecía que iba a contactar con el terceto. Desistió más tarde de su ataque e Iván Ramiro Sosa, más consciente del ritmo y de los tiempos necesarios en esa subida, se llevó el triunfo con facilidad.

El fantasmita Casper


Espoleado por una prensa que ansía encontrar su mesías, Evenepoel parece ver amparados y aplaudidos sus constantes gestos de arrogancia en carrera y fuera de ella. No es necesario que un corredor que manifiesta su superioridad en carrera quiera subrayarla mediante gestos que rozan lo macarra, al menos si quiere desligarse de la pesada herencia del ciclismo de Armstrong y Contador, tan dados a altanerías. Quizá simplemente sea un residuo de su pasado futbolista sin mayor importancia. Pero si algo enseña la historia del ciclismo es lo impredecible que es como deporte, su constante capacidad para destruir fácilmente trayectorias que parecían bien encarriladas, al igual de persistente en sacar de la manga campeones inesperados. Alcanzar el primer puesto es difícil, pero más difícil todavía es mantenerlo.

Por su parte, la Strade Bianche estuvo entretenida. Ofreció un nuevo escenario, más seco y polvoriento, con las colinas toscanas amarillas y recién segadas, siendo una edición más dura por el sofocante calor. En una prueba caracterizada por la ausencia de público, esta vez lo hubo en demasía en algunas zonas (sin mascarilla, cómo no), estando solamente vacía la entrada al casco histórico de Siena y a la Piazza del Campo. Después de algunas escaramuzas de Simon Clarke y Michael Gogl, se formó un sexteto delantero compuesto por Fuglsang, Van Avermaet, Formolo, Bettiol, van Aert y Schachmann. Las noticias de la carrera por detrás fueron escasas, más allá de alguna fugaz imagen de Alaphilippe entre los coches y de van der Poel sofocado. En realidad la carrera se desarrolló en un continuo túnel de polvo, levantado por las motos de cámaras, fotógrafos y organización. La sequedad del ambiente y la reciente siega creaban esa nube de polvo sostenida, que ha dificultado en esta edición más si cabe el paso de los ciclistas por los tramos de sterrato, en los que el firme parecía menos compacto.

Van Avermaet fue el primero en ceder. Más tarde, en el último tramo de Le Tolfe, Wout van Aert lanzó su ataque. Bettiol intentó contestarlo, mientras Fuglsang hacía aguas por detrás. Hubo un momento de inquietud en el que la posibilidad del bettiolazo era de nuevo firme, pero fue perdiendo fuelle. No hay que descartar que sea de nuevo protagonista en las clásicas italianas de este agosto. Finalmente los únicos que organizaron una caza fueron Schachmann y Formolo. Quedaban 12 kilómetros para meta y el corredor de Herentals había hecho su apuesta, queriéndose anticipar al último repecho, de tan aciagos recuerdos. Comenzó a desplegar todo su potencial de rodador de largos fémures, habituado a terrenos dificiles, en las jorobas de dromedario que circundan Siena. Al menos él parecía más habituado que sus contrincantes al sudor terroso en la cara. Por detrás el esfuerzo recaía más en Formolo, mientras Schachmann parecía guardarse un as en la manga. En el último repecho de la interminable circunvalación de la ciudad, van Aert parecía tenerlo hecho.

El túnel de polvo



Sin embargo, quedaba la calle empinada de la ciudad, inusualmente desierta. Solo algún espectador parecía haber burlado el vallado, entre ellos algún anciano que simplemente se había limitado a bajar a la puerta de su casa. Van Aert ya tenía la carrera en el bolsillo. Su ritmo no parecía nublado por el recuerdo de sus calambres y tambaleos en la fría edición de 2018, ni tampoco por la presencia de un Alaphilippe racaneando los relevos y respirando en su cogote, como en 2019. Su victoria es ante todo la de la perseverancia, la que podría resumirse en el refrán de "a la tercera...". También es la de un corredor que ha sabido reponerse (el confinamiento y la suspensión de carreras han jugado en su favor), la de un corredor que aparentemente hace todo bien en las pruebas de un día y que parece bastante centrado en su nueva faceta de ciclista de carretera. Un corredor que cuando rueda en asfalto parece aliviado, porque está acostumbrado a hundir su bicicleta en la tierra como la punta de un arado tirado por bueyes. Un corredor con gran futuro, si pule su táctica, afina su olfato y tiene más suerte, los ingredientes mágicos para un excelente corredor de clásicas.

¿Hay que mojarse?